martes, 28 de junio de 2016

La Hepatitis del Tiempo


Hace un tiempo escribí este texto. Pensé que lograría publicarlo. No fue así. Algunos medios decían que era muy largo para ser columna, otros no respondieron. Se cerraron todas las puertas. Ahora lo rescato de mi propio archivo. Sé que  no es actual, pero igual vale la pena que salga de mi escritorio y se confunda en la maraña de lo público.


Cuando lo escribí no habían muerto ni  Eco ni Tabucchi, dos autores de mi máximo interés. Los protagonistas de este escrito en el plano nacional siguen escribiendo: Caballero y Ospina, el otro Gaviria terminó de ministro. Creo que pongo a circular este texto por una cuestión que queda en el aire y que vale la pena preguntarse, con esto de la firma de la paz: ¿Cuál es el papel de los intelectuales en la sociedad?  Responde Eco: Si su casa se está quemando, el papel del intelectual es llamar a los bomberos.

La hepatitis del tiempo


Circula en nuestro reducido círculo una polémica entre tres personajes de la vida mediática del país. Algunos afirman que son los más sobresalientes. Otros que los más inteligentes, Otros que los más informados. Ellos son: Ospina de la revista Cromos, Caballero de la revista Semana y Gaviria del periódico El Espectador. Uno es periodista, el otro poeta y ensayista y el otro tecnócrata metido a columnista. Las diferencias entre el oficio de uno y otro son difíciles de establecer. Es claro que Caballero es periodista y también novelista. Ospina es ensayista y novelista, aunque aparece de forma permanente y notoria en la prensa. Gaviria el más nuevo de ellos en la cosa mediática es tecnócrata y  columnista. Los tres podrían caber  en la categoría de intelectuales y los tres así mismo  podrían querer llamarse creadores de opinión.

No es nueva en el mundo la idea de que se debatan las opiniones. Eso es parte de la tradición entre intelectuales, científicos o escritores en general. Tres de las más recientes, bueno, no tanto, han vuelto a mi memoria. Y las nombro para que nuestros tres mosqueteros que de seguro las han leído se vean en el espejo de un dialogo sin pretensiones. La primera quedo condensada en el libro de Eco: En que creen  los que no creen en nada, esta se desarrolló entre el arzobispo de Milán y el señor Eco. La segunda si la memoria no me falla se desarrolló entre Tabucchi el gran escritor italiano y Sofri un líder de izquierda, polémica que nace de un artículo del mismo Tabucchi sobre el papel de los intelectuales, se puede leer en el libro La Gastritis de Platón y por último la que se produce entre distintos periodistas y el sociólogo francés P: Bourdieu  derivadas de las afirmaciones que en el libro, Sobre la Televisión hace el fallecido sociólogo. Los tres libros vale la pena darles una ojeada.

La idea de dialogar en un país en donde la tradición parece más bien alegar es importante. La idea de polemizar en un país en donde muchos de los llamados intelectuales prefieren la palmadita en la espalda aunque esta sea de su más furibundo contradictor, es también sano. La idea de la crítica como camino que permite abrir puertas y no cerrarlas, como muchos piensan, es quizás fundamental para establecer las bases de una democracia. Todo debate entre pares es bueno si alcanza a producir una reflexión colectiva. Siendo preciso en este caso: de los lectores de estos tres medios colombianos: Cromos, Semana, El Espectador.


Interesa más que el alegato entre estos tres intelectuales la pregunta, vieja entre la sociología, de ¿Cuál es el papel de los intelectuales en la sociedad? y específicamente en la nuestra. Bien quiero partir de la respuesta de Eco solo para poder avanzar: Si su casa se está quemando, el papel del intelectual es llamar a los bomberos. Si la memoria no falla, ese debate va hasta los límites más intelectuales posibles pero puede llegar a ser útil para dilucidar algo que en Colombia y en muchos países  de la América llamada latina sucede.

Quiero saltar a la arena para no quedar cubierto con el polvo de mis argumentos. Tanto Ospina, como Caballero como Gaviria opinan desde un medio pero pueden no considerarse voceros de ese medio. Ellos trabajan para ese medio y por esto reciben dinero. Su trabajo es un trabajo asalariado que bien visto es lo que les permite seguir pensando, ser un intelectual en el sentido de los tres, es vivir de lo que piensan, dicen, o escriben. Eso no es criticable. Así es el sistema capitalista y estar por fuera del mercado es un suicido que pocos se aventuran a enfrentar. Ya lo digo, no es condenable hacerlo.

Ahora bien, esto es una cosa, otra es la pretensión intelectual de una cierta neutralidad que no existe, de una libertad coartada y de una autocensura impuesta por el control de los medios y de las empresas propietarias. Si un intelectual lo que vende es su punto de vista, el medio, lo que compra es la posibilidad que los lectores, una buena cantidad, lo compartan, discrepen de él o se diviertan. Estas cosas son útiles para la venta. Aquí el punto de vista es más que nada una mercancía que se valoriza en la medida en que se vuelva noticia y ocupe un sitio más allá de la columna o artículo que el intelectual escriba.


Las reglas de los medios están orientadas por el mercado. O te leen o no vales nada. No importa que para que te lean te orientes por la agenda de los medios, es decir de las empresas propietarias. En el trasfondo de la cuestión los que escriben sean radicales o no, hacen parte de ese mundo complejo que son los medios, el mercado de la comunicación  y su oficio está condicionado por lo que el medio desea. No es de otra forma distinta a lo que puede suceder en otro oficio: si contratas un arquitecto esperas que haga un diseño de éxito. No importa que no piense o que no piense como el que lo contrata. Se trata de vender.

Algunos ya estarán a punto de saltar con la pregunta obvia, ¿pero en donde está la libertad de expresión? Déjenme cerrar lo anterior: el punto de vista de alguien de cierta notoriedad vale más en el mercado que uno más bien desconocido. Esa es la filosofía de lo que llaman el valor de las grandes plumas. Hay plumas reconocidas de izquierda y también de derechas y los medios intentan buscar un equilibrio ficticio que muestren una opinión diversa y plural y por lo tanto democrática. Eso sucede con El Espectador, con Semana, con Cromos,  con El Tiempo en Colombia. También ocurre con Caracol o la W y con la FM de RCN. No sé qué tanto sucede esto en Argentina, Brasil, México o Venezuela. En El País de Madrid algo de esto ocurre. Algo así como el triunfo de los grises sobre el blanco y negro.

La libertad de expresión o de opinión no es otra cosa que la posibilidad de hacer parte de este mercado. Opinas bajo las pautas de ese mercado. La expresión del punto de vista de cada intelectual es un ejercicio de la libertad de empresa. El hace parte de quienes mantienen vivo el fuego de la realidad mediática. También es un jugador que poco incide en las páginas que están más allá de las de opinión. La información no es su problema, eso es un asunto entre propietarios y periodistas, sobre todo los de bajos ingresos, que son la gran mayoría. Paréntesis (Muchas veces el valor de una columna de Ospina, Caballero o Gaviria es del doble de un periodista de planta, es decir, de 10 horas diarias de trabajo.) Redondeando: la libertad de expresión es una etiqueta que da valor a la libertad de empresa. Así como suena. Pero bueno, ese no es un problema de los intelectuales que escriben en los medios, aunque ellos a veces en foros y mesas redondas muestran una total oposición a los límites establecidos a esa libertad.

    


Los tres mosqueteros nuestros combaten arduamente en este escenario y no en otro. Sin espadas y sin peligro, su prestigio les garantiza cierta invulnerabilidad y también un radicalismo que divierte al lector. Una buena crítica a Bush por ejemplo puede ser tan atractiva en ese mercado como una al gobierno de Uribe. También lo era al de Clinton y al de Samper o Pastrana. O a Chávez, Menen, Fujimory. Todo dentro de un lenguaje moderno que no utilice cosas como imperialista, capitalista o fuerza de trabajo. Ya me entienden.

La tarima en la que están subidos los tres mosqueteros esta sostenida por lo que antes conocíamos como establecimiento. Su solidez está garantizada por la verdad incuestionable de estar en sistemas democráticos. Y serlo, demócrata,  significa aceptar que otros pueden llegar a pensar en contra de ellos. Eso sí, no se olviden, en el fondo se trata de que entre los tres esté la opinión de todos y todas. Eso es lo que quiere el medio.

Pero ¿que pueden querer ellos? Algo esencial en estos momentos: que la gente entienda que ellos son librepensadores y que su papel es desarrollar un punto de vista que se acepte como cierto, como valido o también como verdad. El alegato está centrado en saber quién tiene la razón. Los tres tendrán algo de ella, eso es la democracia, un consenso tácito sobre la razón. La verdad es otra cosa. No sé si me hago entender.

Vuelvo a la pregunta, que harían Ospina, Caballero y Gaviria si se les está quemando la casa? Si la metáfora me sirve, Colombia es su casa y cada uno así lo ve, por lo tanto actúa en consecuencia, eso creo. Es decir, tiene varias opciones: escribe lo que piensa, piensa lo que escribe, publica lo que piensa, publica lo que escribe. Sobre lo que pasa en su casa, se entiende. La opción más usada es la de publicar lo que escriben. Para eso les pagan.

Termino este ejercicio con una serie de salidas a este laberinto que acabo de exponer: un intelectual podría hacer varias cosas en caso de que su casa se esté quemando:

Aviva  el fuego esperando que de las cenizas surja el ave fénix. Tiene que tener cuidado de que el  medio,  periódico o revista  que son de papel no se queme.

Participa activamente en la tarea colectiva de apagar el fuego sin preocuparse por saber quién lo prendió pero con el presupuesto moral de que es mejor hablar sin peligro. Es decir ayuda a apagar el fuego para después poder seguir hablando sobre el fuego.

Reflexiona y escribe sobre el incendio como metáfora de lo sucede en el país que habita. Su reflexión muchas veces termina siendo la orientación de tecnócratas y políticos.

Otras cosas menores que puede hacer serian:

Organizar una red de apoyo a los damnificados, Bueno también puede crear una ONG o montar un medio alternativo o llamar al noticiero de los amigos y dar la primicia o expone su punto de vista sobre los incendios y sus causas.