En los tiempos que corren y
cuando oleadas de seres humanos del sur intentan trepar los muros de las
fronteras impuestas por la feliz globalización, solo nos queda recordar que
hace algo así como quinientos años, comenzando
lo que llaman modernidad, la cosa era al revés. De la mano de las ambiciones de
los imperios europeos se ampliaron las fronteras a la fuerza y en épocas que
llamaron de conquistas fueron borrando con armas, vestigios antiquísimos de
ricas civilizaciones, huellas de culturas valiosas para la comprensión de lo
que somos.
Los europeos de aquel entonces
cargaban barcos con africanos para someterlos a la esclavitud y explotarlos
para obtener de su trabajo la riqueza con la que se construyeron imperios. Extrajeron
y explotan actualmente al África pero ven naufragar y morir a cientos de
ciudadanos africanos en las costas de la opulencia decadente.
En el inicio del siglo pasado
y a mediados del mismo, también, oleadas inmensas de seres humanos en ese
entonces europeos, zarpaban hacia el sur colonial exiliados de la miseria y el
hambre en medio de tambores de guerra (de la primera y segunda, de la guerra
civil española) que implacables anunciaban la persecución. Fueron acogidos
Hombres y mujeres del sur con
nombres y apellidos en lenguas propias de la Europa llamada civilizada (franceses
de Africa, españoles de América, ingleses de Asia) merodean hoy en las costas, en las fronteras terrestres y
aéreas, esperando que alguna puerta
entreabierta deje una luz de entusiasmo para seguir viviendo. Las imágenes de
barcos que se hunden con miles de seres humanos en las heladas aguas de los
océanos son reflejo fiel de la insensatez del poder. Los cadáveres de hombres y
mujeres atrapados en contenedores de
camiones no se alejan de nuestra memoria. Los campos de refugiados fronterizos
que escapan al sonar de las sirenas de los bombardeos, son actuales. En lo
local los millones de desterrados tocan la puerta de su propia casa y nadie les
abre. La sordera nacional solo la rompen los políticos, de derecha y de
izquierda, que ya tienen identificados a los millones de desplazados como
potenciales votantes.
Son otros y otras que en sus mismas naciones han sido expulsados de
sus tierras por las ambiciones de los guerreristas, de los terratenientes, de
los poderes económicos. Igual que aquellos que en las fronteras norteñas
esperan una mínima seña de razón, un ligero intersticio para romper las
barreras impuestas por la misma idea moderna de democracia, los nuestros
encuentran cerradas con fuerza las puertas de la justicia y son expulsados a la
mayor empresa generadora de empleo de la época neoliberal: la calle.
Miles, millones de desterrados
buscan la patria que les contaron tenían en la infancia. Millones de niños se
arrullan al zumbido de los carros en las calles bogotanas, mejicanas,
africanas, asiáticas, los mismos millones de niños que cambiaron el tablero de
la escuela por la caja de productos elaborados por niños explotados en todas
partes. La cadena de la miseria se expande eficazmente de la mano de lo que
llaman el mercado neo libre, una cosa brutal que esconde en sus propias
entrañas el germen del mal. La guerra está aquí y significa muerte, hambre,
destierro, violación, crueldad, es ella la expresión más ruin de lo humano.
Ahora, en el año 2015 de este milenio, en donde lo frecuente es la violación legal de los derechos de los
ciudadanos del sur, los territorios de la integración son solo espejismos.
Ilusiones ópticas creadas para la sumisión económica, política y cultural. Los acuerdos
para tal integración surgen en el seno de las multinacionales y de ellas se
desprenden así mismo las reglas que orientan el juego global de las economías y
las desigualdades.
Muchos todavía vemos como una
alucinación del norte aquella necesidad impuesta de competir, cuando sabemos a
ciencia cierta que correr en búsqueda del bienestar es bastante distinto a
correr en búsqueda de la riqueza. Todavía parece imposible, hacer entender a
todos aquellos que empujan con entusiasmo infantil la competencia, que para
vivir no necesitamos comprarlo todo. Un espíritu renovado de éticas
comunitarias que reorienten a los políticos, se hace urgente en estos días de
la incertidumbre belicista.
¿Será que la guerra es parte
de la estrategia? La guerra sucia y lo que se denomina corrupción, que es
sinónimo de poder, reinan en todo lado. La aceptación de la violencia como
forma de vida está en la raíz más profunda de nuestra desgracia. La vinculación
de la política a la ilegalidad poco a
poco ha minado la esperanza en lo democrático. La defensa armada de la
democracia ha deslegitimado la esencia misma de ese sistema político: el
respeto a los derechos humanos.
Muchos de los que mueven los
hilos han hechos leyes injustas y las han
puesto en manos de los policías que no hacen otra cosa que defender lo
injusto. No es el imperio de la justicia es el de la ley que campea produciendo
mas pobreza y sirviendo de trinchera a los que se benefician de la suerte de
ser parte de ese monopolio que tanto se defiende: el monopolio de la fuerza.
Seguimos algunos ingenuos creyendo que el único monopolio que vale la pena
sostener es el de la inteligencia. Esa inteligencia que traza la belleza del
mundo, la misma que da a la vida el sentido de lo humano. Esa inteligencia que
inventa todos los días la vida y que nos hace menos violentos, menos avaros,
menos ruines
Como diría Monterroso, el
pequeño y hermoso guatemalteco: cuando despertamos el dinosaurio ya no estaba.
No había desaparecido: solo no estaba. El monstruo algunas veces parece
dormido, otras dopado, pero siempre esta en sala de la casa esperando, encima
del tapete en el que se encuentra la llave, en donde esta escondida la palabra,
en donde se esconde la libertad. Nos han empujado a transitar de una sociedad
cuya perplejidad y asombro provenía de la imaginación a una sociedad sumida en
el terror que proviene de la sin razón.
Así se organiza lo que podría
ser la más cruel de las paradojas: ante la imposibilidad de ser razonables nos
imponen la urgencia de ser irracionales. El buen salvaje se esconde todavía en
los escaparates armamentistas de las potencias que promueven al mismo tiempo la
paz como la guerra. La libertad como la esclavitud. La democracia como las
dictaduras. La polución como la descontaminación. La explotación insensata de
la naturaleza y el equilibrio ecológico.
Frágil como todas las
mentiras, las promesas liberales de la igualdad, la fraternidad y la libertad,
se desmoronan en medio de los abismos más grandes de desigualdades, fuertes
censuras e insolidaridades que han vuelto añicos la esperada hermandad entre los
seres humanos.
Los laberintos lingüísticos
edificados para controlar las resistencias, las actitudes y los corazones
revolucionarios también muestran su fuerza invasora. El miedo a perder lo poco
que se tiene ha construido más egoísmo. El miedo a todo, se ha convertido en la
fuerza que orienta la política. La promesa política de todos los que quieren
gobernar está orientada a mentir: no tenga miedo, yo le garantizo lo poco que
tiene.