jueves, 15 de diciembre de 2016
viernes, 18 de noviembre de 2016
El Tiempo de la Tierra - Documental
Dir. Guillermo Solarte
El Tiempo de la Tierra es un documental que trata el conflicto de la tierra en Colombia, desde una mirada histórica hasta una mirada actual. A través de las voces de afrodescendientes, indígenas, campesinos e investigadores del tema, se reconstruyen los distintos elementos y procesos que configuran el escenario de un país inmerso en un conflicto armado durante varias décadas. El documental propone una mirada profunda de la ruralidad, de las personas que la habitan y de los actores que se disputan el territorio. También introduce nuevas categorías como las de territorialidades ilegales y dictaduras locales para entender las dinámicas de la violencia que se expresan en el campo colombiano y su estrecha relación con el apoderamiento de la tierra. La narrativa del documental se entreteje entre cifras que dan cuenta de la dimensión del conflicto, testimonios de los habitantes rurales que manifiestan el impacto de la guerra, y una voz en off que hila el pasado y el presente de este país, y que propone una mirada a futuro.
lunes, 14 de noviembre de 2016
Narco Netflix: Conversación en la catedral
Conversación en la catedral
Lo que me persiguió durante toda la serie no fue si esa historia era verdad o mentira. Es, como la vida misma lo ha demostrado: verdad y mentira y esta última ha ganado tantos espacios en la vida política que parece ser realidad: triunfa una vez más la mentada ley de la comunicación de la época de Hitler, si la mentira la repites de forma insistente se convertirá en verdad. Los medios de comunicación son la caja de resonancia perfecta para el drama colombiano, la prensa escrita reseña la noticia, la televisión la vuelve espectáculo y el formato dominante en la radio, hace que todos hablen sin importar mucho lo que se diga de lo que ahora se conoce en radio como: el tema del día.
Pero viendo Narcos una pregunta que cuestiona el mundo de la cultura católica en que hemos sido formados, es la que aun nadie quiere hacerse, y, que creo es la única que no tiene todavía respuesta: ¿Qué de bueno dejó el narcotráfico a la sociedad colombiana?
Es difícil decirlo y también que sea aceptado: no todos los malos eran narcotraficantes ni todos los que se oponían e hicieron parte de esta miseria de guerra eran los buenos. Sabemos de la euforia de esos momentos de riqueza ilegal. Sabemos que el país se convirtió en una bacanal en donde, lo que se conoció como dinero fácil, financió todo lo que no se podía comprar con créditos bancarios, sobre todo, que abrió las puertas del consumo imposible a las clases mas bajas de ese mapa de la injusticia que es la estructura social colombiana. No era entonces aquello de los de izquierda y los de derecha sino los de arriba y los de abajo. Una imagen rotunda: el narcotráfico mostró que era posible ser rico sin ser de la elite. También que esa elite quería parte de la torta.
La publicidad impulsada por el poder: "la mata que mata" no es más que la síntesis de lo que el poder ha querido ocultar: lo que mata es la relación entre poder legal e ilegal y la forma como se ha logrado fusionar el voto con la ilegalidad.
De Vargas Llosa tomo el título de uno de sus libros, por
cierto, escrito mucho antes de que sucedieran las cosas en la catedral de Pablo
pero, no pude encontrar mejor metáfora para referirme a esos diálogos entre el
poder legal y el ilegal de aquella época, o de todas, en este país llamado del Sagrado Corazón.
Lo mejor de la serie Narcos es que no es ficción. Lo peor es que esa realidad continúa como una serie de ficción. Esto, que podría ser una boutade, es más bien, algo que confirma una de las sospechas que me persigue hace ya un tiempo: la historia será escrita con una cámara. Una cámara que ronda la violencia y que la transforma en espectáculo.
Lo mejor de la serie Narcos es que no es ficción. Lo peor es que esa realidad continúa como una serie de ficción. Esto, que podría ser una boutade, es más bien, algo que confirma una de las sospechas que me persigue hace ya un tiempo: la historia será escrita con una cámara. Una cámara que ronda la violencia y que la transforma en espectáculo.
Podría afirmar, en este caso,
y en muchos más, que si la realidad no se parece a la ficción, peor para
la realidad. Esa realidad que, al ser mostrada en televisión, nos confronta, nos
habla al oído de lo que es el poder en Colombia y nos confunde cuando algún que
otro despistado asume que, lo que es el poder, somos todos. Aquellos que
amplían el megáfono para decir que los colombianos somos de una manera u otra:
corruptos, violentos, amantes de lo ilegal y
esta claro que eso, son las elites
del poder, pero no lo somos todos.
La serie muestra con toda contundencia la tensión
siempre presente entre lo legal y lo ilegal o, para ser más precisos, entre el
poder legal, es decir el Estado y la mafia y de esa relación entre ambos nace el todo vale,
el todo es posible si es útil para lograr lo que deseas. La relación de Pablo
con Cesar es una copia calcada de la relación de Vito Corleone con el poder en
USA y la serie Narcos me confirmó, una vez más, que en ese tipo de asuntos
somos poco originales: dos frases de la película de Coppola dan señales del
punto de partida. Una:" le hare una oferta a la que no podrá negarse" y dos: "la
vida y la historia muestran que es posible matar a cualquier persona" dichas
por el Padrino han sido el faro que guía a la mafia colombiana y en no pocas
ocasiones al Estado.
Narcos no es el rigor
pretendido de historiadores, la historia adornada con tanto rigor suele
militarizarse o estatizarse, que para los efectos es lo mismo. Quiero decir, la
historia oficial, que suele ser la historia de los héroes casi todos uniformados, o, de
aquellos que, vestidos de civil, mintieron para hacerse héroes de ese drama
colombiano de la patria tonta, bobalicona y aferrada a una camándula. Esa misma patria que ahora ha sido seducida por las iglesias cristianas,
lavaderos de dolores y acumuladoras de diezmos pobres; verdadero banco de los
pobres, estafadores del verbo, allí el verbo no se hizo carne, se convirtió en
pesos.
Narcos tiene todo las
claves de la realidad y narra parte, no sólo, de nuestra vida provinciana sino también de nuestra historia. Los narcos y sus formas de vida son una pieza de ese inmenso rompecabezas que es nuestra cultura y nuestro relato, de la misma forma que lo hacen las historias y mitos que nos rondan desde siempre. Cuentos de miedo de los que los tíos nos contaban a oscuras
en una finca de Pance, cuando, aún no habían nacido ni Pablo, ni Miguel, ni
Gilberto, ni Gustavo ni Carlos, ni Pacho los héroes de esta aventura que
cuestionó no sólo los principios morales de una sociedad enclaustrada en la
catolicidad sino que también derribó lo pilares de esa democracia que nunca alcanzamos a edificar. El tiempo pasará y cada uno de estos personajes ya convertidos en fantasmas y mitos serán narrados para diversión de todos, ya lo esta haciendo la tele comercial sin criterio ni calidad.
Ellos, los narcos, construyen desde esa misma catolicidad una
inmensa paradoja: matar no es pecado y si lo hacen por la sagrada familia,
mucho menos, en este caso es la familia de Pablo y no la de Cristo, la que está
detrás de esa guerra nacida en las entrañas mismas del poder.
La conversación, en la catedral de Pablo, es, ni más ni menos que, el diálogo de esos dos poderes: el legal en cabeza de Cesar y el ilegal en cabeza de Pablo, relación siempre perversa y siempre presente en esta Colombia de las impunidades infinitas. Siempre, la búsqueda de la impunidad se convierte en el je de todas las negociaciones. La impunidad de los poderes legales y de los ilegales. No es torpe pensar que la ley es una telaraña en donde sólo quedan atrapados los que no tienen el poder para escapar, los que no tienen el dinero para pagar los dos tres o cuatro abogados expertos en legitimar el crimen.
La conversación, en la catedral de Pablo, es, ni más ni menos que, el diálogo de esos dos poderes: el legal en cabeza de Cesar y el ilegal en cabeza de Pablo, relación siempre perversa y siempre presente en esta Colombia de las impunidades infinitas. Siempre, la búsqueda de la impunidad se convierte en el je de todas las negociaciones. La impunidad de los poderes legales y de los ilegales. No es torpe pensar que la ley es una telaraña en donde sólo quedan atrapados los que no tienen el poder para escapar, los que no tienen el dinero para pagar los dos tres o cuatro abogados expertos en legitimar el crimen.
Lo que me persiguió durante toda la serie no fue si esa historia era verdad o mentira. Es, como la vida misma lo ha demostrado: verdad y mentira y esta última ha ganado tantos espacios en la vida política que parece ser realidad: triunfa una vez más la mentada ley de la comunicación de la época de Hitler, si la mentira la repites de forma insistente se convertirá en verdad. Los medios de comunicación son la caja de resonancia perfecta para el drama colombiano, la prensa escrita reseña la noticia, la televisión la vuelve espectáculo y el formato dominante en la radio, hace que todos hablen sin importar mucho lo que se diga de lo que ahora se conoce en radio como: el tema del día.
Pero viendo Narcos una pregunta que cuestiona el mundo de la cultura católica en que hemos sido formados, es la que aun nadie quiere hacerse, y, que creo es la única que no tiene todavía respuesta: ¿Qué de bueno dejó el narcotráfico a la sociedad colombiana?
Es difícil decirlo y también que sea aceptado: no todos los malos eran narcotraficantes ni todos los que se oponían e hicieron parte de esta miseria de guerra eran los buenos. Sabemos de la euforia de esos momentos de riqueza ilegal. Sabemos que el país se convirtió en una bacanal en donde, lo que se conoció como dinero fácil, financió todo lo que no se podía comprar con créditos bancarios, sobre todo, que abrió las puertas del consumo imposible a las clases mas bajas de ese mapa de la injusticia que es la estructura social colombiana. No era entonces aquello de los de izquierda y los de derecha sino los de arriba y los de abajo. Una imagen rotunda: el narcotráfico mostró que era posible ser rico sin ser de la elite. También que esa elite quería parte de la torta.
Deja ver, así mismo y de forma rotunda que los
norteamericanos no eran los únicos
malos, que nuestras elites arrastran el gen de la crueldad en sus venas y que es capaz no sólo de vincularse a la masacre de forma
directa o pasiva y silenciosa sino que también puede venderse al mejor postor. La serie da pistas claves para una conclusión:
todos eran malos y su arma más eficaz era la crueldad que iba aumentando en la
medida que el otro actuaba. La acción violenta y cruel del otro legitimaba la
acción del enemigo. Así lo vivimos y así los muestra Netflix.
La vida después de que emergió el narcotráfico hizo transitar, a esta sociedad provinciana, de la opacidad de
la moral católica, a la vitalidad económica de la ilegalidad que ya
había dado muestras de fertilidad capitalista con el contrabando, con las
esmeraldas y con la corrupción consustancial al poder, desde siempre. No es
extraño, emerge en las regiones en donde más espíritu empresarial existía:
Valle y Antioquia sociedades elitistas y de camándula, su ampliación como red económica se hizo de la mano de la aceptación por parte de la elite de la creación de esa economía ilegal de la cual todos se beneficiaban: desde los constructores hasta los fabricantes de coches de lujo, desde los lavadores de dólares hasta la banca. Todo era permitido hasta que se metió en la política un espacio en donde la mentira no puede ser cuestionada.
La serie como historia es buena, como televisión es mejor y
como punto de partida para recuperar la memoria reciente es, diría, sensacional, lo es también en tanto
espectáculo en donde el protagonista no es la cocaína, es el Estado, la corrupción y la debilidad de la clase política para todo, entre otras cosas, para
distinguir con precisión lo que es bueno o malo para el país que gobiernan.
Pero en esto quiero dejar una de las mejores síntesis, hechas por el humorista Garzón
al expresar la forma como se da esa relación entre los poderes legales e
ilegales: “no más intermediarios, Miguel Rodríguez a la presidencia”.
Miguel y su hermano metieron una bomba de tiempo en el poder
legal. Infiltraron de dólares la campaña de Ernesto y lo hicieron parte de su
negocio. Estaba claro que los de Cali, el cartel, elegían la compra del poder y no su derrota militar o
terrorista. Una escena en Narcos: la mujer de Gilberto o Miguel, muestra con
orgullo, un florero que le ha sido en enviado por la familia Lloreda, máxima
expresión de la elite valluna ¿un símbolo de amistad o de alianza?
Narcos hace visibles algunas situaciones que no pueden
pasar por alto los historiadores: la forma como se desarrollan las relaciones
con los Estados Unidos en el marco de la guerra contra las drogas, iniciada por
Nixon y abrazada de forma ferviente e inútil y a ciegas por Pastrana y Uribe,
dos provincianos con ínfulas de estadistas que mucho tienen que ver con la
debilidad de esa guerra, o más bien con lo absurdo de la misma para acabar con
el problema. ¿Pero eso era lo que deseaba la guerra contra las drogas? A estas alturas de la historia tanto Uribe como Pastrana llegaron al poder aupados por la ilegalidad nacida en las entrañas de la relación entre poder legal e ilegal. Negociaron ambos con "supuestos" narcotraficantes: paramilitares y guerrilla.
Vuelvo a la serie: En una escena, uno de los agentes de la DEA le pregunta al
otro que si está contra los malos y el otro responde con ironía, y ¿quiénes son los malos? Ser malo en una
serie en donde todos son malos, o todos rompen con tanta facilidad las reglas
de la guerra, es parte de la vida: la DEA rompe todos los limites,
sencillamente, porque nunca se les puso límites, el gobierno hace lo mismo, la
policía es igual, los políticos son lo mismo y así ha sido esa guerra, una guerra
sin ningún tipo de control.
Si en una guerra de este tipo hay vencidos y vencedores en
esta se podría afirmar que Pablo perdió pero ganó el narcotráfico, no desapareció, que el
gobierno mata a Pablo pero queda en manos de lo demás Narcos. Los sucesores de
Gaviria, bien representado en la serie, fueron elegidos con toda la fuerza de
los carteles y sus indelebles alianzas con militares, paramilitares y políticos
como Samper, Pastrana, Uribe. El libreto
parece haber sido escrito con los archivos de la DEA y la asesoría de quienes
han perdido esta guerra inútil. Malparidos
soplones diría Pablo
Deja la serie un
testimonio que no llamaría de ficción: los muertos los pondría Colombia. O una
versión más cruel: mátense entre Uds.
Así pasa en la tele y así pasa en
la realidad, allí surge un interrogante
adicional: ¿cuáles son la razones de nuestra sumisión? o ¿será la fuerza del
imperio? ¿La perdida de la dignidad como nación? o ¿la dependencia económica? ¿ Sera acaso que somos algo menos que el poder ilegal detrás de un poder legal que esta lejos muy lejos de los campos de cultivo del sur de Colombia?
Ninguna de las anteriores, el poder se había podrido antes,
mucho antes del nacimiento de Pablo y su error fue querer hacer parte de él
comprándolo directamente, sin intermediarios. Creería Pablo que iba a triunfar?
O, no sabía que con su muerte se
garantizaba su derrota y el triunfo del narcotráfico como aliado incuestionable
del poder? Miguel y Gilberto de eso sabían mucho y habían elegido antes que
poner bombas meter dinero en las campañas. Pero Pablo fue consecuente: prefería
una tumba aquí que la cárcel en la que están los Rodríguez.
Para un amigo con el
que conversaba todo parece nacer en la fuerza macabra del imperio y el complot para
hundirnos hasta los tuétanos los colmillos, sacarnos la sangre y dejarnos en el
fango de la historia o sea, no somos responsables.
Por mi parte prefiero
aferrarme a la idea de que todo nace en
la infinita incapacidad para rebelarnos, para organizar esa rebelión y para
dejar claro en el mundo que podemos caminar solos. Bien, la serie deja ver eso
con mucha precisión: los únicos que saben jugar el juego son los malos, los
otros o no estamos o estamos representados por otros buenos pero sumisos al poder
del estado y por la tanto a la forma como este se relaciona con el
imperio. Uso la palabra imperio para
acercarme ideológicamente a la versión clásica de la historia: todos estamos en
una menor o mayor medida sometidos a los
dictámenes del mismo mientras el monstruo sonríe. La sonrisa de Trump ahora que triunfó está manchada de glifosato y es posible que en algunos de sus trajes haya rastros de la cocaína que usaban en la muchísimas fiestas a las que debió asistir.
Volvamos a la serie y preguntémonos algunas cosas: ¿ porque
el coronel Carrillo asesina al niño? es la bala de oro que le envía a Escobar
un símbolo de la fuerza o de su debilidad? O es solo una invitación a un duelo
más directo? en donde nace la contradicción entre la valentía para enfrentar a Pablo
Escobar y la valentía para asesinar a un joven indefenso? ¿Quería la DEA
mostrar que la policía colombiana, es decir, el estado, estaba dispuesta a todo
y eso para ellos la hacía más débil? ¿Podría uno pensar que la muerte de
Carrillo es solo la venganza por el asesinato del niño? Si cogemos este camino
nos encontramos con algo que abruma: Para cada uno de los que la enfrentan esta
guerra es justa. Y lo era desde el punto de su vista.
El monstruo tenía muchas patas que tejían y destejían
deslealtades, trampas, promesas, acuerdos no cumplidos, crueldades
auto justificadas que terminaron haciendo de esta guerra el mejor espejo de los
que eran esos dos poderes, el legal e ilegal. Pablo era paisa y cabeza, en ese
entonces una efímera cabeza del mal, en el otro estaba Cesar también de una
región paisa el Gran Caldas y el segundo apellido de Pablo era el primero de
Cesar. Cesar debía vengar la muerte de Galán capturando o matando a Pablo. Pablo se había metido en la dinámica de vencer o morir y estaba dispuesto a todo para lograrlo, con una persistencia inaudita y una belicosidad nacida en el mismo odio que sentía por aquellos que siendo tan malos como él no lo aceptaron. Quizá esa era la raíz de su deseo de venganza.
La seria expone, en serio, la forma como se teje esa relación
triangulada por la DEA y mediatizada por los medios del poder. Salta a la vista
que el camino elegido por los medios y el establecimiento es la sostenibilidad
de status quo, el paraíso de las mentiras estabilizadoras y las verdades a
medias contadas como noticias en donde el malo es perseguido por malos pero la
persecución es legitimada a través de la idea de que el narcotráfico está
acabando la sociedad colombiana. La elite política ha sabido, con acierto, trasladar la responsabilidad de todo a la cocaína, logrando asimismo camuflar el trasfondo del asunto: la infinita maraña de relaciones del poder legal con el poder ilegal, ahora diversificado con minería, corrupción y armas.La publicidad impulsada por el poder: "la mata que mata" no es más que la síntesis de lo que el poder ha querido ocultar: lo que mata es la relación entre poder legal e ilegal y la forma como se ha logrado fusionar el voto con la ilegalidad.
domingo, 6 de noviembre de 2016
Los miedos del sí y los miedos del no
El Uy Festival que organizamos
este año sobre los miedos del sí y del no,
dejó en el aire algunas reflexiones y muchos interrogantes:
Aceptar los resultados de una elección
no quiere decir que aceptes las ideas del que triunfa y mucho menos los
principios que orientaron ese triunfo. La democracia exige tolerancia con el
que te derrota, pero esa democracia pierde
su valor cuando la tolerancia se convierte en sumisión. La pérdida de crítica
es perdida de democracia. No se trata de abrazarnos o diluir en el olvido la
esencia y razones por las cuales apostabas y fuiste derrotado. Se trata de que, aquellos
que ganaron, no hagan del triunfo, la derrota de todos, incluidos los que no
votaron, o sea la inmensa mayoría.
La democracia entendida sólo como
el ejercicio del voto no alcanza a mostrar lo que la sociedad desea. El porcentaje
altísimo de abstención es muestra de apatía
pero también lo es de falta de conexión entre las ideas de unos líderes preocupados
más por su futuro político (todos quieren la presidencia) que por el bien común.
Los acuerdos de paz de La Habana no tuvieron el liderazgo que un bien común como
la paz exige. El liderazgo del no fue igualmente débil e interesado sólo en su
futuro político.
Ahora pareciera que en muchos hay
una coincidencia: está abierta la puerta para construir un acuerdo más amplio. Pero
el riesgo es el mismo, la misma clase política, los mismos líderes que
llevaron, el primer acuerdo al fracaso intentan llevar este acuerdo al éxito.
La historia será la que juzgue, pero los riesgos de ese tipo de acuerdos, tipo
frente nacional, o algo así, solo será una legitimación de esa elite política, causa
y esencia, de la no solución de la guerra.
No existe, alguien lo expresaba
como un interrogante, razón alguna para afirmar que los resultados del no, sean
causa de la ignorancia de los que votaron así. Diría que tampoco los que
votaron al sí, eran firmes y “fervientes” del acuerdo, mucho menos
castrochavistas, herejes y demás. Ahora, unos días después, y durante el
festival, pude escuchar que había muchos
interrogantes del sí que no habían sido respondidos en los acuerdos. Insistiría
que es necesario mirar con más atención a los que no votaron, en ellos está
parte de la incertidumbre pero también toda la indignación.
La élite política va a afinar
todas las estrategias, sucias y limpias, para lograr que esa inmensa mayoría vaya
hacia ellos en silencio hacia la elección
presidencial y van a plantearlo, si es que se firma el acuerdo, en términos tales
como: ¿quiere volver a la guerra? ¿Quiere que la paz sea una realidad? Campañas publicitarias que ya se están diseñando,
es posible que sobre otro tipo de mentiras….
Los medios de comunicación tienen
una gran responsabilidad de lo que sucedió con el plebiscito también la tienen en
las elecciones de todos los presidentes, congresistas y demás fauna política.
Es necesario entender de qué manera los medios hablan de neutralidad y garantías
a todos. Si garantizar que circule todo tipo de información es democracia, el
riesgo de que la democracia colombiana se construya desde la mentira, la calumnia y la desinformación es
gigantesco. Creo que en Colombia hay mejores periodistas que medios. La idea de
crear un medio para esos mejores periodistas sigue siendo una urgencia.
viernes, 21 de octubre de 2016
Crisis política y futuro de la paz.
Este escrito nace
del asombro y de la estupefacción. Del asombro por la incertidumbre politica en la que
se encuentra el país y que hace pensar que cualquier paso que demos será hacia el abismo. De la estupefaccion por el exito del mensaje politico pesimista centrado en la idea de derrotar al enemigo y no de construir un escenario favorable a la vida, discursos politicos en donde la acusacion remplaza las ideas y la beligerancia sustituye la razon. En politica cambiar de actitud no significa cambiar de ideas, pero si no tienes ninguna idea, cambiar de actitud no conviene electoralmente. Si no tienes ideas es muy posible que lo que necesites es armar un ejercito de defensores de la beligerancia y hacer de ella una fuente inagotable de votos.
Aunque es vieja esa
intención personal de escribir solo para allanar mi propia incertidumbre debo
decir que, en el caso de la política colombiana, nació en el 2001 cuando con el
apoyo de Fernando Bernal, sociólogo y en ese entonces director académico de la
ESAP, coordine Misión la Política en Colombia, compile el material y edite los
dos tomos que publicamos con el apoyo de la Escuela Superior de Administración
Publica ESAP.
En parte creo que
las hipótesis que intento precisar aquí ya estaban germinando en ese entonces y
como todo en mi vida política, se encadena a una idea que allí ya expresaba y que ahora rescato en otras
palabras: las elites políticas en Colombia, tanto las de derecha como las de
izquierda, están desconectadas de la ciudadanía y su naufragio es el resultado
de ese divorcio. Diría, con el propósito de acercarme a la situación actual: esta crisis nace allí y la
abstención no muestra una cosa distinta a ese divorcio entre elites políticas y
ciudadanía. Otro descubrimiento
en ese entonces fue que la política ante todo es comunicación y que esa
comunicación es permanente. La expresión última de la política es mediática.
Más adelante intentare volver sobre este tema.
No es fácil
explicar porque razón la inmensa mayoría no vota y se abstuvo en el plebiscito por la paz, (que fue un campo de batalla por los votos del 2108) : es decir, unos pocos han dicho si 18 %
y otros pocos han dicho no 18. 3 % y políticamente esto lo que muestra es que la inmensa mayoría les dijo no a los
políticos de la elite que lideraron a codazos la posibilidad de terminar la
guerra, pero también les dijo no a los medios de comunicación que buscando, en
muchos casos no debilitar su financiación, declararon una neutralidad que en el
caso de la paz no tiene fundamento, y
también, la abstención, le dijo no a las encuestas, esa otra forma de gobernar
por muestras y sin discurso ni responsabilidad
que se ha impuesto en la política.
Mi segunda hipótesis para dibujar con tinta borrable el actual escenario es, que en Colombia
existe, aun hoy, una disputa intensa y despiadada entre el poder legal y el
poder ilegal en donde este último ha logrado conducir esa relación y ha
legitimado sus infinitas formas de actuar. Los lazos que unen narcotráfico,
corrupción y política, están allí, son evidentes y alimentan las fuertes dosis
de escepticismo de los que no votan, la
estrategia de las elites políticas es aferrarse a las minorías que votan para
desde allí legitimar su futuro electoral. Por eso, es común escuchar a los
políticos cuando ganan, que el pueblo se
ha expresado, no importa que solo se estén refiriendo a una muy escasa minoría.
La complejidad de
esa relación entre poder legal e ilegal no es fácil de cartografiar pero quiero
dejar en el aire tres puntos por cuanto creo que se han expresado en este falso
dilema del sí y el no.
Esa relación se expresa de forma clara y evidente en los
territorios y en ellos se entrelaza con la violencia de forma distinta según sea quien domina en
el territorio. La ocupación del territorio por parte de actores de la violencia
se refleja en la votación o, si quieren escucharlo expresado de otra forma, las
minorías armadas y elite política del lugar, ejercen en el territorio la presión
necesaria para que su minoría triunfe: esos 18 % de ambas partes
Las elites
políticas regionales conservan la minoría intacta para gobernar en medio del
miedo. El dilema del sí y el no, muestra que el miedo ha sido repartido
democráticamente, a partes iguales. Un miedo repartido territorialmente en
donde la masacre, el secuestro, el destierro ha sido fuente permanente de
sumisión.
Otro fracaso de
esas elites es que mostraron una vez más la incapacidad para crear un puente
que las uniera a la ciudadanía y los alejara de la clientela. La abstención no
es el silencio de los inocentes sino
más bien el triunfo una vez más de los de siempre. Algo que me hace un
nostálgico votante del sí, es que, ahora nos encontramos en la incertidumbre de
siempre, lo contrario si hubiésemos ganado, estaríamos en una incertidumbre
distinta, con otros miedos y otros conflictos pero estoy seguro que con la posibilidad intacta
de construir un escenario político sin las elites del fracaso.
Pero otro asunto, no despreciable de nuestra realidad,
es haber dejado la Constitución y al
país, en manos de abogados y políticos. Negociantes de futuros ajenos. Haber canjeado, sin ningún rubor, la justicia
por las leyes producidas por lo oscuros intereses de quienes ganan las
elecciones, pero no nos representan. Por aquellos que montados en las
instituciones del Estado han ido poco a poco haciendo de la política un
ejercicio de la mentira. El germen de la violencia, mucho más allá de la
injusticia social, radica en la capacidad de la elite política, de derecha e
izquierda, para convertir todas las
soluciones en un banquete de corrupción. El triunfo de los políticos es el
fracaso de la Constitución, ellos de forma sistemática y egoísta han hecho de
la carta su propio salvavidas. La mentira es la forma presente de la demagogia
populista que arrastra hacia el abismo a muchos países a través de un lenguaje
del miedo. Lenguaje que ha establecido un reino de la mentira que al circular
de forma masiva no necesita argumentos ni fuentes, solo necesita circular sin obstáculos
y allí, los medios juegan un papel cruel basado en la supuesta neutralidad. Desde
un punto estrictamente ético no es lo mismo poner una cámara o un micrófono a un
mentiroso que a alguien honesto. El megáfono que le han puesto a Popeye es
muestra elocuente de una parte de ese escenario.
La relación de la
elite política con la ilegalidad no se limita a su vínculo con el narcotráfico,
también se expresa en asuntos como: a. la ilegalidad de la propiedad de la
tierra, la apropiación indebida de baldíos, usurpación de la propiedad de
desplazados, el altísimo índice de concentración de la tierra y la riqueza, b.
la apropiación del presupuesto público y la utilización del mismo como fuente
de financiación de la permanentes de re elecciones que se estructuran como
forma de ejercer el poder c. la explotación de los recursos naturales desde la
ilegalidad que permite el progresivo deterioro de la naturaleza y facilita la
financiación de la máquina de la guerra g. La gestión oscura del presupuesto y
su vinculación con los votos que ha roto en mil pedazos la alcancía de las regalías.
La elite política,
de izquierda y derecha, se ha convertido
en el mayor obstáculo a la convivencia. Son los creadores de escenarios de
confrontación nacidos en sus propios desprecios y no en el bien común. Si la
política es algo así como la piel de una sociedad, el poder corrupto, beligerante, idiota
carcome esa piel de forma lenta e irreversible. No podemos cambiar sin cambiar
esa elite, ese es un tránsito obligado
ahora que intentamos, en medio de la mediocridad política, imaginar otro país.
Ver un país
distinto es ver también una política distinta, ver caras distintas en la
política. Ver nuevas ideas, nuevos lenguajes, nuevos discursos. No es ver
nuevas máscaras, tampoco que las encuestas nos muestren viejas mascaras con
mentiras nuevas. Es necesario, urgente imaginar un país sin los políticos que
ahora nos proponen nuevas trampas. No se trata de cambiar las minas quiebra
patas sembradas por las guerrillas por sogas puestas por las elites políticas para convertirnos en el ahorcado más hermoso
del mundo. Un nuevo pacto de elites podría esconder detrás la legitimación de
la relación poder legal, poder ilegal. ¿será eso lo que al final se busca?
La razones para que
el 18 % de la población haya dicho no en
un plebiscito para terminar la guerra, que es el principal problema de Colombia
y haya triunfado, es el espejo exacto de la democracia que hemos mantenido y
hemos fortalecido: la democracia de la abstención, que es la democracia de una
inmensa ciudadanía silenciosa que no está enganchada a la idea de la participación.
Las razones son
múltiples. La mayoría silenciosa, la que ha triunfado con su negativa a votar,
no es una mayoría apática por su ignorancia. Es posible que muchos de ellos
hayan sabido leer mejor la realidad o también que la gran mayoría de esa mayoría
silenciosa no encuentre en las elites políticas de derecha e izquierda alguien
en quien confiar. Rota la confianza cualquier cosa puede pasar. Cualquier
acusación puede hacerse o cualquier mentira puede tener éxito.
La crisis creada
por el No es la misma crisis en la que el Si estaba parado: la crisis de las
elites políticas de todas las tendencias que, a lo largo de su polarización,
habían gastado el poco capital político que les quedaba. Esta sería un tercera hipótesis y explica como la paz, a la cual
todos queremos llegar, se ve obstaculizada por el deterioro y decadencia de la
elite política y también por su incapacidad de comunicar algo que debe ser
entendido como un bien común: la
convivencia pacífica, la paz como bien común no está ligada a interés
del poder sino más bien a la ciudadanía activa.
Las relaciones del
poder (legal ilegal) siempre se fortalecen con el triunfo de alguno de los
partidos conducidos por las elites. Ese triunfo supone la re encarnación
permanente de los líderes de esos partidos y con ello la resurrección del
régimen. Es una paradoja, pero, de la derrota de uno surge un nuevo aire para
ese régimen que naufraga y que recibe siempre un salvavidas electoral. No es
aventurado pensar que estamos en un momento en donde la paz, ese bien común, en
manos de las elites, está abriendo un pequeño o gran espacio a nuevas ideas, a
nuevas organizaciones que parecen dar señales de que la metáfora
Izquierda-derecha ya no es suficiente, tampoco que los dilemas que la elite
estableció para permanecer en el poder
sean los que muevan el futuro de la ciudadanía.
Tendrán que dar un
paso adelante aquellos cuya fuente de inspiración no es el odio o la mentira.
Aquellos que no tienen bandera. También aquellas personas que, al mirarse en el
espejo cada mañana, no ven la imagen opacada por el miedo y saben que una nueva
aventura política está naciendo y que puede culminar en lo mismo si los que toman
las decisiones son los mismos. El futuro será construido desde una revolución política
pacifista o simplemente será restaurado por la elite para su beneficio.
jueves, 22 de septiembre de 2016
Cronica del hastío, razones para el sí
Bajo
banderas ni la negra
Camino del occidente al oriente. Enfrente, los
cerros bogotanos muestran el esplendor de todos los verdes y también las
oscuras sombras de las nubes que el sol
proyecta sobre ellos. Es fuerte la luminosidad de esta ciudad de las sombras, pensé
Eran más
o menos las once de la mañana cuando desde La Soledad caminábamos hacia
la multitud. 20 grados centígrados.
Había sido un amanecer helado. Cargo en
mi memoria la imagen del primer hecho violento que viví, no tenia mas de cinco
años: era una noche de agosto de 1956, escuché un fuerte estallido. Cerca
habían explotado no sé cuántos camiones de dinamita. Habían volado no se
cuantas cuadras a la redonda y matado unas 4000 personas. Estaba en Cali, vivía
en el barrio Centenario y todavía no había caído el dictador gurropin, el
abuelo de los Moreno. Se abrieron todas las puertas y ventanas de una casa
vieja en donde vivíamos y Emilio, un ayudante que tenía mi mama salió gritando:
san Emilio, san Emilio el fin del mundo.
Al día siguiente decían que se encontraban dedos y pedazos de cuerpos humanos a
muchas cuadras de distancia. Ese es el primer recuerdo cierto que tengo de la
violencia en este país y siempre aparece como un fantasma en mi mente
A la altura de la carrera 18 con avenida 39 se veían las primeras camisetas blancas que anunciaban que la marcha había creado un primer
efecto: un gran despliegue de venta callejera, pitos blancos, banderas
tricolores, blancas y alguna negra, bajo banderas ni la negra, decían los anarquistas
españoles que intentaron subir la cima
imposible de la libertad. Camisetas con todo tipo de consignas mostraban que la
cosa seria amplia, diversa, plural. Esa fue mi primera sensación. Luisa, Jasón y Ámbar me acompañaban.
Mientras nos organizamos pienso en los debates que tuve los días anteriores. En
las preguntas que se hicieron. En las respuestas que se encontraron: ¿quien
esta detrás de la marcha? ¿Es cierto que es una confabulación orientada desde
el estado? ¿Dígame porque no se marcha contra los paramilitares? ¿Nos están
manipulando? ¡Los medios manipulan a la gente y ellos están en alianza con el
poder! ¡Se esta dejando manipular, si va a la marcha usted es cómplice! ¡Los
que la convocan son títeres del gobierno!, ¡Yo no marcho al lado de Uribe! ¡Los
Estados Unidos están detrás de la marcha!
Todo el despliegue mediático dado a la
convocatoria nos hacia tener prudencia. Colombia pasa por una etapa de su historia en la que lo
más peligroso es el silencio. O el ruido nacido de los extremismos. La
condescendencia con cualquier violencia abre las puertas giratorias de la
muerte. Es seguro que SOHO sacara alguna
de sus crónicas de cómo vio la marcha un cojo, o un ciego, o un pobre o un
rico. Abro la cartera y anoto: los
pacifistas deben caminar nunca marchar. Guardo el papel.
Escucho a lo lejos la mejor versión de I Will Survive cantada por Calamaro. Algunos
de mis cercanos intelectuales dirán que la vida esta hecha de estos ritornelos
que refrescan la memoria y animan la vida.
Avanzo en medio de gritos y de diálogos ocultos,
de opiniones susurradas. La imagen de la guerra de Bosnia me llega y encandila
mi tranquilidad: el corazón de un niño esta atravesado por una bayoneta y es
alzado como trofeo de guerra. Esa imagen me lleva a la conversación que tuve
con un joven del Sur de Bolívar hace unos años, me contó, en medio de lagrimas
que una tarde iban en grupo a jugar al fútbol, se acercaron y en distintos
puntos del potrero vieron unos palitos clavados que les llamaron la atención,
corrieron para llegar todos de primeros, removieron los palitos y enterradas, a
pocos centímetros, había unos pequeños
paquetes de plástico, los abrieron, eran diminutos trozos de carne humana.
Trozos de seres que habían sido mutilados para no ser reconocidos. Sus lágrimas no habían parado de correr desde
ese entonces. Su dolor no lo dejaba libre.
Subía por la calle 40 La gente de Mockus que vestía de negro cerca de su sede. La vida es sagrada estaba estampada en
sus pancartas y camisetas. Pensé que, en un mar de blancos, el negro elegido por
el ex alcalde creaba visibilidad. Otra estrategia. Tambien pensé que lo sagrado
era la muerte.
Un poco mas adelante un guardaespaldas me empuja
ligeramente, lo miré: me dijo viene el
presidente, pensé que era Uribe pero no, era Gaviria, el cesar que vestía
de blanco, recorde la Catedral de Pablo Escobar. estaba rodeado de algunos miembros de su partido, dejaba ver una sonrisa amplia. En ese instante tuve la primera
aparición de Jaime Garzón: imitaba el sonido chillón y agudo de su risa. El
guardaespaldas creaba con su brazo una distancia grosera, Me alejé. Estábamos
haciendo un documental sobre la marcha. Esa era nuestra misión.
Hombres, mujeres, niños muestran la alegría de un carnaval y la seriedad de un
gran sepelio: No se puede olvidar lo inolvidable ni perdonar lo imperdonable.
Mi mente vagó por la injusticia y el recuerdo. Mi memoria fue ocupada por un
pueblo lejano y tantas veces olvidado: San José de Apartado, la muerte de gente
inocente y pacifista, de mujeres obligadas a huir con los niños en brazos. De ese
Sur de Bolívar azotado por la violencia y olvidado por la urbe. Del dolor que
se siembra en el campo y llena la ciudad de desterrados, de especialistas en
violencia, de noticias de países lejanos que están al lado nuestro. De medios
que viven de la sangre, del hambre, del destierro.
De los debates sobre el número de desplazados:
que son tres millones, dicen unos, que
son cuatro millones, que son siete, dicen otros, como
si se hubiesen perdido un millón de personas. Una ciudad del tamaño de Medellín
desterrada, buscando patria en tierra ajena.
Otras 4 millones de razones para marchar, cuatro millones de personas
con cedula pero sin ciudadanía.
Las bombas narcos de ochentas y noventas
estallaban a lo lejos. La del Centro 93, la del barrio Quirigua, el edificio del
DAS eran anuncios de esa perversa y cruel alianza entre dinero ilegal y
política que se fue tejiendo lenta pero segura y que, como las redes de trafico,
cubrió cada rincón de la política, cada rincón de la economía, cada rincón de
la vida. Ya se sentía y sabía que el camino de la guerra seria cruel y
sanguinario. Pero hubo silencio.
Tan solo un lustro hace que pusieron la bomba en el Club el
Nogal, han pasado cinco años y las cosas siguen igual. Un asesinato pensado con
toda la sevicia inhumana posible. Paso a paso. Lentamente para no ser atrapados.
Entrenado el asesino para no fallar y el argumento in humano, torpe y brutal
desplegado por algunos para justificar esa crueldad que ningún animal tiene y
que no alcanza a desarrollar ni aun en su mas extrema situación de hambre o de
acoso o de peligro.
Aeiou
al conflicto no me metas tu gritaba la pancarta de unos marchantes que
recordaba la tragedia de millares de niños militarizados a la fuerza y de forma
prematura metidos a soldados, a jugar a una guerra cruel y sin sentido. Pensé
en Sibius el poeta asesinado, siete tiros en la espalda, en Granada, Meta, otro
poeta, de los grandes, había sido asesinado por los fascistas de franco, en una
Granada distante, lejana, García Lorca, de
Sibius recuerdo, los niños tristes de las frutas. La poesía peligrosa, la palabra
arma letal para los violentos.
La urbe asaltada por la ciudadanía adquiría
sentido. La calle vacía, mil veces vacía es dramática, silenciosa esconde todas
las complicidades necesarias para la guerra. Los teóricos de la guerra nuestra la suelen caracterizar para decir si es o no
una guerra. Otros la viven como tal: Su casa se convirtió hace rato en
trinchera o fosa. Su sabana en un gigantesco pañuelo. Sus pequeños hijos en
soldados.
El calor
me confunde y por instantes, mí mente lucha contra la política: la guerrilla es
una anacronìa política, delincuencial y los paramilitares la peor de las
soluciones. La sangre corre como río en medio del desierto de acciones
claramente pacifistas. Los amigos, algunos de lo que llaman izquierda se
atrincheran en argumentos en contra de lo que llaman derecha mientras los
amigos de derecha les disparan balas de salva, palabras que les permiten estar
vivos. Son casi todos intelectuales. El
taxista de la noche anterior me había dicho: que tal que pongan un bombazo. Se me encogió el corazón de solo
oírlo.
Avanzamos por la séptima, caminamos rápido unas
cuadras, el sol sabanero cada vez mas fuerte reseca la piel de la cara, le
gente se va cerrando en una embudo que hace mas difícil caminar; el teatro Jorge Eliécer Gaitán obliga a la
memoria, empuja los recuerdos al asesinato del caudillo liberal sucedido diez calles al sur, "El pueblo es superior a sus dirigentes". Solía decir y los
tiempos han cambiado, la ciudadanía es también superior a sus intelectuales, a
sus periodistas, a sus medios, a sus partidos. Un hombre pequeño y de tez oscura
me trae su imagen al presente y con ella la necesitada Oración por la Paz aparece como un murmullo
que quisiera que todos entonaran. Pocos la conocen, es vertiginosa la carrera
hacia el olvido de lo que sucedió hace nada. El centro Gaitan abandonado unas
cuadras abajo, en la calle 42 es una exacta medida del olvido y de la torpeza
de quienes han encontrado argumentos para no culminar su edificación. Los
políticos de izquierda, que gobernaron la ciudad y que sin Gaitán hubieran sido
nada, pasan por el edificio en ruinas y miran para otro lado, cumplen su deber
moral diciéndote: hay que tener memoria.
Mi voz salía de un altavoz imaginario que tenia
en mi mano derecha y repetía, a los caminantes que iban hacia la Plaza de Bolívar las palabras de Gaitán: …si
esta manifestación sucede es porque hay algo grave y no por triviales razones que el decía
al referirse a otra de las tantas manifestaciones del pueblo, en esa época en
que dicen se partió la historia de este país en dos.
Gente de todos los rincones camina con pequeñas
banderitas blancas en sus manos, gente mamada, agotada de la barbarie y crueldad de la FARC, de la crueldad del
secuestro, de la barbarie paramilitar, de la infinidad de masacres que no son
muestra de lo que somos sino de lo que son quienes tienen algún poder sea legal
o ilegal. No somos todos, son ellos. Existe un uso manipulador del plural, ese
plural que nos condena a todos por unos pocos. Los dilemas falsos construidos para crear
bandos y bandas criminales. La insulsa verborrea del si no estas conmigo estas
contra mi.
Los teóricos de la política y los políticos
profesionales suelen diferenciar el dolor de unos y otros haciendo de cada
victima una bandera y ondeándola a favor de sus votos, de su imagen. El dolor
de familiares convertido en bandera por oportunistas.
La gente que sube por la calle 19 avanza, los
miro detenidamente, trato de entender y pienso que no están buscando un líder o
Mesías que los aglutine o les mienta, buscan la paz de un país que se mamó de
todo lo que tenga que ver con esa guerra soterrada, con esa guerra oscura que
ha matado a tantos. Con esa guerra alimentada por intereses ilegales y
económicos y camuflada con banderas de patriotismo y bolivarianismos
hipócritas.
A la altura de la carrera séptima con calle 19 vino a mi mente la marcha por la muerte de
Jaime Garzón, por su asesinato. Aquí uno no se muere, lo matan. Nadie sabe
quien y todos sabemos quienes. Pienso en los medios de comunicación y el supuesto, el uso del supuesto que ha
servido para relativizar las culpas. Los supuestos asesinos de Garzón, los
supuestos asesinos de Antequera, los supuestos asesinos de Jaime Pardo, los
supuestos asesinos de Alvaro Gómez, los supuestos asesinos de Luís Carlos
Galán, los supuestos asesinos de Low Murtra, los supuestos asesinos de Cepeda,
los supuestos asesinos de Lara Bonilla, los supuestos asesinos de tantos . Los
supuestos son inocentes hasta que le prueben lo contrario y todos somos
candidatos a victimas hasta que encuentren los culpables. Ética de una justicia
del supuesto: las victimas silenciadas y condenadas por ser victimas. Los
supuestos desaparecidos, los supuestos desterrados, los supuestos
paramilitares, los supuestos corruptos, los supuestos delincuentes.
Hace
nada, menos de seis meses, estaba en casa de una hermana, reíamos pensando en
celebrar su cumpleaños. Suena el
teléfono de Ana. Ella se queda silenciosa. No, no, no le oigo decir. Me pasa el
teléfono en el otro lado de la línea oigo a su hermana: mataron a Elton. No
puede ser le digo, si me confirma. Esta en la clínica, murió de varios tiros.
Elton era un joven bello de origen ingles que había venido a vivir con su mama
en Bogota. Vivía de restaurar y exportar
viejas rocolas. Le dijo, a un
animal que salía de orinal del lugar donde tomaba una cerveza, con cierto humor
inglés ¿Te lavaste las manos? la gente rió. Pasaron unos minutos el
monstruo volvió con un revolver en la
mano y lo mato. Varios tiros acabaron con un niño que empezaba a entender lo
difícil que es esta tierra. Lo mataron por su incomprendido sentido del
humor. Nadie sabe donde esta el macabro personaje salido
del peor de los infiernos. Nadie da razón de él. Nadie se atreve a decir nada.
Solo el silencio, no cómplice como suelen decir, sino el silencio del terror
que nos carcome el alma. He oído decir que si nadie acusa al asesino nadie
puede meterlo en la cárcel. Así es la ley que nutre la injusticia y la impunidad.
Todavía
mi memoria estaba salpicada de las discusiones que tuve con amigos sobre
el dilema de ir o no ir, marchar o no marchar y las razones para hacerlo. Vivo
mi propia tensión. Mis contradicciones alimentan mi entusiasmo y camino espontáneamente
en medio de bogotanos, el roce con la gente me hace sentir más vivo. El entusiasmo de la gente me hace
decirle a Ámbar: Necesitamos salir a la
calle, rozarnos, cambiar radicalmente a esa democracia metida en una urna por
la expresión directa. Ya estamos listos. Que vengan las marchas que los que
están en el poder legal e ilegal sientan que se acabó el silencio.
La larga frase se pierde en el ruido y ella me
dice después de mirarme: ¡que, que! No lo repito y le respondo. No… nada.
Ella sigue, con su cámara, la espalda de un
grupo grande de caminantes que en su camiseta tienen un extraño: Colombia soy yo ella levanta la cámara y filma dos muñecos
que vestidos de militar representan al Mono Jojoy y a Manuel Marulanda
encadenados. Alcanzo a entender que secuestrados por ellos mismos pero no, me
dicen que están capturados y son paseados como símbolo de su derrota. Hay
optimismo en quien lo dice.
Camina muy cerca de nosotros un personaje disfrazado de guerrillero, con
traje de camuflaje que aprieta en su mano una cadena de la que lleva amarrada
una escuálida mujer. Camina por la séptima. Ella parece no querer hacerlo y él
la arrastra al tiempo que la muestra como un trofeo. La escena toma carácter
carnavalesco y mete al que marcha en el mundo del humor y la ironiza la gente
sonríe. No hay voces de insulto o de aquellos radicalismos que hagan temer que
esto se pueda despelotar.
Un grupo,
a mano izquierda de la calzada, sostiene
otro cartel: los guerrilleros detenidos de las FARC
exigimos: la libertad incondicional para todos los secuestrados. Manos por la
paz me cuesta trabajo entender el mensaje. Vuelo y lo leo.
Las miradas se cruzan en complicidades creadas
por necesidades, razones, luchas distintas. Orígenes distintos. Las banderas marcadas con consignas también
daban muestra de lo que algunos querían: no
mas secuestros, no mas FARC, no mas mentiras una bandera ondeada también
por algunos que desde el poder mienten y que hacen pensar que solo mienten los
otros.
En la carrera séptima un grupo tenia estampada
un ¡adelante presidente! En sus
camisetas negras mostraba beligerancia, gritaban consignas que no tenían eco en
la manifestación, otro grupo liderado por el promotor de la reelección intentaba mostrar que la marcha
les pertenecía. Su voracidad casi caníbal quería tragarse una marcha que no
deseaba tener ese final político. Allí caminaron perdidos, como estaban, en
medio de la indiferencia de muchos y su propio oportunismo. La marcha se tragó
el oportunismo de muchos y el escepticismo de otros.
La mentira, que
ocupa un lugar preciso en esta guerra, esta referenciada en las banderas que alcanzo divisar. La frase: no
mas mentiras esta en el color rojo, ella es la que fabrica los ríos de sangre.
Otra bandera que remplazaba los letreros
era levantada por una mujer: no más amarillismo, en el amarillo, no más
fascismo en el azul y no más dolor en el rojo. ¿Quien miente? ¿Por qué mienten?
Los columnistas de prensa habían llenado los
diarios con opiniones a favor o en contra. La marcha no generó solo movilización
sino tambien opinión. Eso, mas allá de cualquier situación mediática, es sano.
Hablar aunque sea a gritos es mejor que disparar un arma de balines. Las
palabras finales del articulo de Antonio Caballero me insultaban: yo también me uno al
rebaño y les aconsejo a mis lectores: marchen, o no marchen. Da igual. Algo de pasotismo
ibérico. Tantas veces el énfasis haciéndose pasar por libertario
Mucho antes que el fantasma del unanimismo la
contundencia de la unanimidad dominó cada uno de los espacios de la marcha. Las
marchas también son lo que uno lleva en el alma. No entenderlo así me hizo pensar, mirando un
abandera blanca que descendía de un edificio, en la canción de Lennon: vivir es más fácil con los ojos cerrados.
La libertad de ir o quedarse, de caminar o no,
no puede estar limitada por los argumentos o la locuacidad de unos. Tampoco por
la persistencia mediática para meterte en los noticieros, en las columnas. Veo
gente del Polo que camina hacia la
Plaza de Bolívar. Su lugar de encuentro. Escucho como
murmullo las discusiones del Polo sobre la marcha y sobre la marcha siento que
se han diluido en la multitud. No se quiere entender que además del valor de
marchar esta también el valor de no hacerlo. La razón para no hacerlo debe ser
más fuerte que la de quedarse. También la responsabilidad. La gente no puede
dejarse arrinconar ni por el gobierno, ni por los medios, ni por las armas, ni
por el comité central.
La voz de la gente y el murmullo se escuchaba
como un zumbido, como el vuelo del abejorro que llena de advertencia al que va
a ser despertado de su letargo, de su silencio de su quietud. El país
silenciado por las violencias múltiples zumbaba para ser oído. Esto sin lugar a
dudas no es una serpiente grande y blanca manipulada. Tampoco las animas
benditas del purgatorio que empujan a la ignorante plebe a ser juguete de su
propio destino. Y aunque algunos se disgusten: no es el surgimiento de las
milicias nazis camufladas de blanco. Como
tampoco será la marcha del 6 de marzo la del apoyo a la guerrilla o la de la
benevolencia con los secuestros o la aceptación de este.
El pitazo de una niña cargada en hombros por su
madre me despertó a la realidad de un
cántico: Colombia unida jamás será
vencida y al paso de dos muchachos de pelo largo que portaban una bandera
negra cada uno: en una No mas FARC en la otra No mas Uribe. Ninguno creaba
rechazo, ninguno ofendía al otro, ni el cántico ni el letrero, y ambos siguieron su camino a la Plaza de Bolívar en donde
estaba el otro polo de la manifestación. Me llegue a engañar al pensar que
podría haber tensiones entre aquello que llaman la derecha y aquello que llaman
la izquierda. No fue así. Solo algunos
grupos en medio de su propia euforia gritaban consignas contra el Polo, contra
Uribe, contra Chávez.
Ni uno ni otro estaban en la tónica de la
confrontación. Había cierto espíritu pacifista que convertía en salvaje
cualquier agresión. ¡Que ingenuo es
Guillermo!, dirán los amigos ante esta afirmación Algunos pocos, siempre
minorías, gritaban insultos que se perdían en el aire, en el pavimento y que no
fueron acogidos por la ninfa Eco para ser escuchados en esa Colombia que ayer
no existió. La Colombia
violenta que nos vendieron en todas las esquinas los violentos de todas las
tendencias y de todos los cuños. Aquellos que sienten que las armas son el
único camino. No al armamentismo estaba
escrito en un pequeño papel de una joven hermosa cuya sonrisa podría desarmar a
cualquiera. Mi mente confusa rió al recordar la frase de Jaime Garzón: no más intermediarios, Miguel
Rodriguez a la presidencia
La ciudadanía mostraba caminando y con gestos precisos la madurez y tolerancia de
las distintas expresiones que iban llenando las calles. Parecía una advertencia de la multitud: Nadie podría políticamente intentar
apropiarse de los ideales del colectivo a no ser que siguiera a la multitud.
Líder es aquel que sigue a la multitud, fue frase de una época. No el que la
manipula. Nadie podría opacar con discursos lo que la calle decía, como tampoco
podría arriarse una sola bandera, una sola consigna o un solo objetivo. Dominaba
la imagen de rechazo hacia las FARC pero no era lo único: tambien el acuerdo
humanitario, la liberación de todos los secuestrados, el cese a la violencia o
el rechazo a la ingerencia de Chávez en la vida del país fueron objeto de
letreros en camisetas, pancartas y pasacalles, de banderas, de gorros.
La marcha era también expresión de consignas
múltiples y cánticos que daban a la ciudad una imagen locuaz contra la
violencia, contra la guerra, contra le secuestro, contra la barbarie. La voz
andante de una ciudadanía que surgía de la virtualidad de una propuesta nacida
en la madre de todas las redes: Internet.
Todavía algunos discuten el significado de
ciberpolitica y se empantanan al intentar dilucidar la fuerza de la Web. De los encuentros de
la palabra digital, de los espacios de comunicación continuos y sin costo. La comunicación
transformada en política es ejemplo de
lo que es esta última al día de hoy. La marcha es así tambien una hija de la ciberpolitica.
Del ejercicio de la ciudadanía desde la red y de la capacidad y versatilidad de
esta para lograr con poco lo que por otros medios cuesta mucho. Pero para ser
pacifista es necesario tener algo de ingenuo y nada de torpe: todas las marchas
serán objetivo político de los oportunistas. Esta lo fue y a ella se metieron
aquellos que pensaban que ganarían dividendos. Pero eso lo sabemos todos.
Difiero, le decía a Héctor, de aquellos que piensan que el
pueblo es conducido al patíbulo por su ignorancia.
Es una osadía cultural pensar que el pueblo es ignorante o que los medios de
comunicación son tan poderosos que hacen del pobre un ciego. Las comunidades
colombianas han sido no solo engañadas sino también desterradas, masacradas,
violadas en ese conflicto miserable que dicen no existe. Decía” una cosa es la marcha o las marchas
urbanas y otras la vida rural en algunos territorios en donde existen
dictaduras militares de izquierda y derecha”
Pero también las marchas han sido a lo largo de
la historia de las democracias, no una acción aislada, sino la muestra de
madurez de una sociedad que no se deja relegar por el voto como única expresión
de la ciudadanía. En el trasfondo existe la seguridad de que solo los políticos
que entienden que la democracia no solo es electoral podrían comprender el
significado de salir a la calle, hacerlo de forma pacifica y sin ser
intimidados por nadie. La política inteligente es aquella que abre las puertas
de partidos a la ciudadanía y recoge de ella toda la presión necesaria para
cambiar lo que es urgente cambiar, para producir la reformas necesarias y para
hacer valer por encima de lo estrictamente demagógico la voz del pueblo para
unos, de la patria para otros o de los ciudadanos para los demás.
Llegamos a la plaza de Bolívar después de dar un
rodeo por la carrera sexta. Bajamos por la calle 11. Ya la entrada era difícil.
El embudo se había cerrado completamente. A pequeños empujones nos metimos.
Subimos algunas de las escalinatas de la catedral para tener una panorámica total.
La plaza esta llena. En el centro, justo en el centro alcanzaba a ver un
letrero del Polo Democrático. Allí había sido convocada la concentración por
sus dirigentes. Allí justo en el centro de la Plaza y al pie de Bolívar supuse estarían algunos
de sus dirigentes. No alcance a ver a nadie. No alcanzamos a llegar a al sitio
para hacerles la pregunta que estábamos haciendo para el documental: ¿por qué
marchan? le habíamos estado preguntando a la gente. En este caso la pregunta
hubiera sido ¿porque no marchan? No pudimos. La gente empujaba. Millares
intentado entrar y otros tanto intentando salir. Ámbar, Luisa Y Jasón estaban
perdidos en la multitud.
Inicie mi salida al vaivén de los empujones. La
memoria del Palacio de Justicia me obligó a leer la frase que esta en la parte
superior de la fachada del edificio. Las
armas nos dieron la independencia las leyes nos darán la libertad. La gente
presiona su salida. No nos movemos y la asfixia inicia la producción de
angustia. La alegría y decencia de los
que están allí tranquiliza. Me toca
quedarme inmóvil. La brisa o el aire no corren. El agua que llevo esta
caliente. Resbalo y estoy a punto de caer. La presión de los otros cuerpos lo
impide. No se oyen arengas. Solo el rumor de la multitud. Cierro los ojos y
apoyado en los demás intento descansar. El cielo esta completamente azul.
Salto por encima de los demás y con la mano
izquierda alzada imagino un cartel inmenso que dice que el seis de marzo habrá
otra marcha, la marcha en homenaje a las victimas del paramilitarismo, del
destierro. Brinco y caigo sobre un
letrero escrito en el piso: Gaviria presidente. Polo. Veo los millares de
ladrillos marcados con los nombres de desparecidos, de asesinados. Veo un
ejemplar del libro de Maria Mercedes
Carranza, con poemas nacidos en las masacres de pueblos nuestros. Apenas
conocidos por los ciudadanos. Poemas escritos con el dolor de ella, que sería
después suicida. Una pantalla gigantesca al caer la tarde proyecta la
excavación de fosas comunes. La plaza que hacia nada había estado vestida de
blanco se va vistiendo de negro.
La memoria encuentra imágenes de un performance
que hicimos: morir en la plaza, con
el apoyo del teatro acto latino: en ese entonces, caminamos por la carrera 7 desde
el punto en donde fue asesinado Gaitán, hicimos un circulo en la mitad de la
plaza y caímos muertos y con sangre al estruendo de las bomba de helio que estallamos.
La noche
inmarcesible. Los hijos, hermanos y
padres de las victimas ondean una gran bandera de la tristeza. La madre de
todas las impunidades camina rodeada de guardaespaldas, sale del capitolio
hacia el palacio de justicia. Todavía arde.
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