Abajo las
armas: La rebelión soñada por el Bien Común
Guillermo Solarte Lindo
Director
Pacifistas sin Fronteras
Abajo las armas es
un libro publicado por la Editorial Alvarelllos y la Fundación Cultura de paz. Es la suma de 32 miradas distintas sobre una
pregunta orientadora: ¿Dónde está el pacifismo?
Una cuestión
provocadora, en donde las respuestas de
los 32 expertos, militantes, investigadores, líderes pacifistas y analistas de
la geopolítica de la guerra, constituyen un texto de gran valor pedagógico, en
tanto que, es análisis y síntesis de las
distintas corrientes del pacifismo, de su corta historia, de sus intervenciones
más significativas y de algunas de las tesis que fundamentan el movimiento por la paz como acción directa y el pacifismo
como una forma de pensar o paradigma para enfrentar la guerra.
En el trasfondo de
algunos de los 32 textos subyacen las ideas que han sido bandera del pacifismo
a lo largo de su historia, que se alimentan de las ideas de grandes líderes y
mártires pacifistas: Gandhi y Luther King y muchos de los ganadores del Premio
Nobel de paz, algunos bien merecidos, otros no tanto.
El título del
libro: Abajo las armas, al tiempo que es
un grito de alerta, es un homenaje a quien fuera la primera mujer en ganar el
Premio Nobel de la paz, Bertha von Suttner. Abajo las armas es el título de su
novela en donde el personaje central es una mujer que lucha por ideales
pacifistas al tiempo que vincula valores que promueven la igualdad de derechos
de las mujeres. Podría encontrarse en Martha, el personaje central de la
novela, lazos con la autora y puentes con el feminismo, con los valores bandera
de la lucha de la mujer por la igualdad.
Tres grandes enunciados
sintéticos podrían destacarse a manera de hipótesis de lo que subyace en este valioso libro y que
es la suma de todas: Las perspectivas, las expectativas, las
iniciativas, las singularidades.
El primero de esos enunciados no podía ser
otro que la Vigencia del Pacifismo:
de sus ideales, sus banderas, sus valores y del
deseo profundo que nutría, lo que en el Foro Social Mundial de Portoalegre se
expresó como: “Otro Mundo es posible”. Un ideal que todos los pacifistas, en
sus distintas corrientes, compartirían y aceptarían como un horizonte de lucha,
de resistencia, de movilización. Pero,
¿cuál sería el aporte del pacifismo a ese “otro mundo posible”?
Indudablemente, la
persistencia en la lucha contra la guerra y la radicalidad o, si se prefiere,
la rebelión contra la guerra como mecanismo de solución de conflictos y el
armamentismo como soporte de la guerra misma. Guerra siempre presente en la historia,
muchas veces justificada por los estados llamados democráticos que han sido promotores
de una intensa narrativa de guerra acogida por los medios masivos.
Diría en palabras de Ana Barrero, en su texto
incluido en el libro, que: “Se están imponiendo narrativas militaristas,
narrativas que contribuyen a la espectacularizacion y normalización de la
guerra. Y, a la vez, se está estigmatizando, criticando y atacando a las
personas que defienden que la paz solo puede conseguirse por medios pacíficos”.
El punto clave para la comprensión de esta
tensión o conflicto entre aquellos que abogan por la lucha pacifista en contra
de la guerra y los que la favorecen, es que estos últimos tienen
el poder: económico, mediático, militar, un poder hegemónico total.
La persistencia en
la lucha contra la violencia, contra las guerras, ha sido un valor sin igual
que alimentó a los pacifistas cuando más cruda se hacía la confrontación, y más
débil la política como medio para la solución de los conflictos. El siglo XX,
cien años de confrontaciones bélicas, cien años de desarrollos tecnológicos
para matar, cien años de una carrera armamentista sin precedentes de la que
emergió con fuerza el pacifismo y se construyó la oposición más humana que
podría construirse: la oposición a la guerra como espacio en donde se legitima
el asesinato, el genocidio, el desplazamiento de millones de personas de su
lugar de vida. El siglo XX fue el siglo de la militarización de la política.
Millones de
muertos, decenas de millones de muertos civiles llenaron los campos de Europa y
vincularon otros territorios en lo que se dio en llamar la Primera y Segunda
Guerras Mundiales. Es una historia reciente de la que los pacifistas
aprendieron que era necesario abrir la lucha en contra de la guerra hasta
encontrar los argumentos para enlazar el pacifismo a las razones últimas de los
conflictos que la humanidad no había podido solucionar: La
desigualdad, la miseria de millones, el hambre, el odio, la depredación de la
naturaleza, la discriminación, el racismo.
Los problemas abruman, pero, podría afirmar de la mano
de Ingerbor Brenes, en su texto incluido en nuestro libro con el
sugestivo título de ¿Armas para construir la paz? Qué ingenuidad. “Ceder al pesimismo y a la
apatía no nos llevará a ninguna parte.
No podemos permitir la destrucción de la humanidad y nuestro hermoso
planeta… Parece obvio que no podemos seguir abusando de los recursos del mundo…
el excesivo gasto militar no puede proporcionarnos la seguridad que deseamos…”
Sí, es evidente que la paradoja militarista es, además
de una ingenuidad, la peor de las muestras de la irracionalidad del poder:
armarnos hasta los dientes para defender la democracia, los derechos, la
libertad. El pacifismo está vigente
porque sobre sus espaldas pesa la idea de que la lucha por el Bien Común es la más
humana de las luchas. Una carrera armamentista avalada desde norte como una
idea fracasada de la persuasión en donde en palabras de Garry Jacobs: “El gasto
militar anual asciende a dos billones de dólares, pero las armas no pueden
impedir las sequías, las inundaciones o detener la subida del nivel del mar”
tampoco podrán reducir los niveles de desigualdad, la explotación desmesurada
de los recursos no renovable, o disminuir el hambre o detener un virus como el
covid-19. Pero, ¿Si el armamentismo no es útil para la solución de los
problemas que agobian a la humanidad para que son útiles? El argumento de que
así se garantiza la seguridad es quizá la paradoja humana más grande: aumentan
las muertes violentas, el desplazamiento y el hambre.
Muchos de los autores presentes en Abajo las armas
coinciden que el pacifismo es una movilización planetaria, internacional, que
tiene un horizonte político incluyente y unos principios radicales que se abre
a otros movimientos fecundados por múltiples razones y valores.
Podría surgir de la lectura que hago de los distintos
textos un segundo enunciado hipotético: El pacifismo es una movilización
cultural diversa, plural, que se revitaliza en el análisis crítico de la
realidad dominada por el militarismo, la desigualdad, y un sistema de valores
contrario al Bien Común y al respeto por la naturaleza. Algo queda de las
propuestas de Immanuel Kant en su texto de la Paz Perpetua, al que hacen
referencia algunos de los 32 autores. Destacaría de ellos tres que se han
perdido en la maraña burocrática internacional y en la fuerza indeseable del
Consejo de Seguridad de ONU: la
cooperación internacional, la abolición de la guerra y el desarrollo de un
orden mundial basado en principios ético-políticos obligantes para todos los
Estados. Un fracaso a la luz de lo que sucede, pero asimismo un desafío para
los pacifistas.
Creo que estaríamos de acuerdo todas las personas que hemos
hecho parte de la oportuna convocatoria de Manuel Dios, y la Fundación Cultura
de Paz, en que la educación es una de las claves de transformación de nosotros como
individuos, y de la democracia como sistema político que garantiza la
convivencia pacífica, el diálogo, los acuerdos como ejes de esa convivencia.
Pero la política que alimenta la democracia debe ser
la acción. Las movilizaciones como estrategia cooperada de incidencia frente a
los gobiernos, a los conglomerados económicos, a los organismos
internacionales, garantes de los derechos de todas, pero que se han ido burocratizando, y en los que, muchas veces, la ciudadanía no
encuentra el respaldo necesario para erradicar la torpe necesidad del uso de la
fuerza para lograr lo que la política no alcanza: la paz continua, la paz
permanente, la paz total, la paz perpetua, la paz humana como horizontes de vida hacia los que hay que
transitar.
El tercer enunciado hipotético que nace de mi lectura
es que el pacifismo es una ecuación en proceso de complementación. Una ecuación que, en el momento actual, tiene como
soporte transversal la Comunicación y en donde el Pacifismo, el Feminismo y el
Ecologismo dan potencia y energía crítica a la diversidad de movimientos
sociales que lo componen. Fuerza para enfrentar los distintos monstruos, enemigos
de la vida y la democracia en el planeta: la corrupción, el armamentismo, las
guerras, la depredación, el extractivismo, la desigualdad, el patriarcalismo.
La ecuación
P+F+E/ C = Paz se presenta como una suma de esos tres ejes
fundamentales de la lucha ciudadana, soportadas por la comunicación. La
ecuación podría ser entendida como el mejor dispositivo para dinamizar la
democracia como sistema político y el calentamiento social, entendido como una
fuerza de energías múltiples que no están dispuestas al silencio y que combaten
otro de los monstruos que alientan las guerras: La mentira, el mundo de la
posverdad al que se refiere Karen Marón y para el que en su texto da claves de
comprensión.
El lector del libro Abajo las Armas lo puede enfrentar
como un dispositivo en donde encontrará palabras, conceptos para elaborar su
propia resistencia lingüística. Diversidad de mantras pacifistas que animen la
movilización y la acción como medios de incidencia política y la participación con
sentido vinculante para cambiar. Se
puede entender y asumir como un manifiesto pacifista que debe llegar en primer
lugar a las escuelas, a los organismos internacionales, a los medios de
comunicación.
No quiero terminar este escrito sin hacer referencia a
una de las guerras, quizá la más sucia de todas las guerras y que ha sufrido mi
país, Colombia. La guerra contra las drogas. Una confrontación declarada en los
años 70 en la que convergen todos los monstruos a los que hacía referencia: Violencia,
corrupción, militarismo, armamentismo, depredación, mentira. Una guerra en donde el campo de batalla, de
confrontación militar, se trasladó a los países productores de marihuana,
cocaína y heroína y, en donde, las acciones militares se dirigieron en un
altísimo porcentaje a las pequeñas parcelas, criminalizando a los campesinos y
esparciendo glifosato, un veneno químico prohibido en muchos países y
restringido en otros. Una guerra irracional que no detuvo el problema y, por el
contrario, fortaleció, diversificó y amplió las redes criminales, la alianza de
estas con los distintos gobiernos y multiplicó por miles las transacciones
financieras de blanqueo y de inversiones con dinero originado en el
narcotráfico. No todo sigue igual, todo sigue peor.
Para los pacifistas, este tipo de guerras han sido
opacadas o escondidas y los resultados, muchas veces, han alcanzado niveles de
violencia poco mediatizados, o teñidos con la mentira más grande que traslada
la responsabilidad a los países productores, también los muertos y la
estigmatización, la condena de inocentes ciudadanos que ven restringida la libertad
de movilización por el estigma que lleva ser originario de un país productor.
Esta guerra ha supuesto un deterioro de la democracia
colombiana, en tanto que: el dinero del
narcotráfico permeó la política, incrementó el armamentismo del país, su
militarización y un presupuesto militar desmesurado, al tiempo que sostiene uno
de los más grandes ejércitos de América Latina.
El prólogo de Federico Mayor y el epílogo de Manuel
Dios, amigos pacifistas españoles que ha caminado juntos por un periodo largo
de tiempo, parecen coincidir en algo esencial sobre las guerras que están
presentes. El pacifismo ha cambiado y debe seguir haciéndolo, se ha
diversificado, se alimenta de otros sentidos. De muchos fracasos emergen otro
tipo de acciones, otros tipos de lucha, otro tipo de interacción: una
comunicación más rápida, más informada, un diálogo permanente, continuo. El
pacifismo también se ha trasladado a la ciberpolítica. Tiene el desafío de ser
contundente en las redes.
Recogería la pregunta de Mayor Zaragoza en el prólogo:
¿Cuántos acontecimientos nocivos podrían evitarse si se hubiera hablado a
tiempo?