jueves, 15 de febrero de 2018

De qué hablamos cuando afirmamos que algo está Pasando






El mundo actual es ante todo un escenario de conflictos y por lo tanto un escenario político. Su más fuerte característica es el dominio de un sólo modelo de vida que respaldado por la fuerza militar más grande que ha existido en la historia, se expande de forma permanente ampliando sus fronteras y eliminando opciones hasta reducir el horizonte de todos a una sola forma de sociedad: aquella que pretende conjugar a la perfección la democracia liberal y el mercado, como fuentes de la igualdad, la libertad y el desarrollo de las naciones.

El acomodamiento de esa fuerza en la época de crisis arrastra no solo a la economía sino también la política.  La militarización de esta última viene acompañada de medidas económicas dirigidas a subsanar la crisis provocada por la ambición de unos pocos y la fragilidad del sistema para controlar los desvíos o las dinámicas perversas y corruptas nacidas de lo que los adalides del sistema no identifican como libertinaje empresarial.

Pero este triunfo de una sola versión del ideal político no pervive ajeno a la frustración de muchos con las opciones que desde el otro lado, la izquierda, llegaron al poder por el camino de las revoluciones. Tampoco es ajeno a la in- mensa capacidad de los países de la órbita capitalista para vender su modelo como el único capaz de conducir el planeta entero por el sendero del desarrollo. O quizás, tampoco lo es a la incapacidad creativa de los que se oponen a pensar por fuera de la idea dominante. Triunfa la idea o si se prefiere la ideología del mercado también de la mano de que las crisis irán apareciendo sin poder evitarlo. La periodicidad de las crisis también se acepta como una deviación del modelo. ¿Pero todos sabemos que el ajuste de la crisis en Estados Unidos deber ser compartida aunque las ganancias de la mayor economía no se repartan? ¿Qué tan cierta podría ser la analogía con aquella idea ambientalista de que el aleteo de una mariposa podría producir un ciclón en otras partes? ¿La emisión de un dólar por el banco central de USA produce un maremoto en las economías más débiles?

Ahora, la tensión que en algún momento tomó nombre de Guerra Fría y evolucionó hasta lo que se llamó La Caída del Muro, desapareció paulatinamente en medio de la más exitosa propaganda que logró eliminar de tajo la pluralidad política, creando una idea de centro en el que todo cabe y un escenario mundial dominado por la inevitable globalización. ¿Qué tan posible sea que se construya otra guerra fría que permita un cierto equilibrio favorable a occidente ante la potencia China?
Pero si la idea política que domina es el centro, la idea geopolítica es la existencia de un Norte altamente desarrollado y democrático, y un Sur que se balancea entre el autoritarismo y la pobreza, la fragilidad del Estado y su impotencia ante la fuerza de lo ilegal. Pero ¿es el centro una abstracción política o solo el dominio de las ideas con- servadoras que al ser puestas en el mercado político como el equilibrio renuevan su capacidad para captar electores? Estas imágenes de la política son mundiales y Colombia no escapa a ellas. Están presentes y son de fácil identificación. En general la tesis que podría surgir de este libro tiene dos grandes y seguramente, frágiles columnas: uno, la política, que fue en su momento ideología se ha transformado en imagen. Y dos, hoy en día la política es, antes que nada o por sobre todo, comunicación. Comunicación de una ilusión, de una promesa, de un discurso. Comercialización eficaz de una expectativa.

En general, en un plano mundial, la política se relaciona de manera estrecha con la idea de un mercado: de información, de votos, de ideas, de mensajes, de íconos, de imágenes, de influencias, de espacios mediáticos. Si la sociedad es una plaza de mercado, la política es uno de los productos que circulan con mayor intensidad, y ella es lenguaje de comunicación entre ciudadanos y de estos con políticos, instituciones y el Estado. Un lenguaje de transacciones, un lenguaje estratégico, un lenguaje común, ese es el propósito último de la política actual: que todos hablemos lo mismo.

Los medios y con bastante fuerza Internet cumplen con eficacia ese propósito. Algunas señas, pesimistas para unos, optimistas para otros, muestran que la sociedad transita hacia una cibersociedad, y que en ese ciberespacio suceden los cambios culturales más fuertes de la historia humana. Cambios políticos, económicos, sociales pero sobre todo culturales. Internet es de alguna manera la ruta hacia la utopía tecnocrática. ¿Sera algo así como la imprenta en su época? 

Es posible, pero el desarrollo de las redes sociales convierte la política en un alegato en donde predomina, el mensaje por encima del discurso, la imagen por encima de la imaginación, el insulto o la descalificación por encima del argumento. El diálogo social sobre la política, se reduce en la Red, a la confrontación sin argumentos o a lo que Umberto Eco llamó la máquina de fango, en donde cualquiera de nosotros debe tener la capacidad de asimilar el peor de los insultos o la más destructiva de las mentiras. No es el propósito de este escrito profundizar en este mundo internetiano, pero vale la pena dejar en el aire una reflexión: la red es ya un reflejo del mercado y de la democracia liberal, el que más tiene poder más alcance tendrá, y por lo tanto más capacidad de manipulación política y más seguidores, verdaderos o falsos, harán parte de su mundo de líder de papel, efímero y sin partido político.
Alguien diría, seguramente, un intelectual periodista o un periodista publicista, que la historia no ha muerto que se hace virtual y así, sobre esta frase se escribiría el próximo best seller. Esa virtualidad o digitalización ¿no es acaso una consecuencia previsible de lo que es la tecnologización de la vida?
 La política, y con algo menos de candor, el discurso, se difumina en frases de impacto, se hace en eslóganes publicitarios que producen en el hombre y la mujer de la calle el resultado esperado por los  que  son titiriteros de la sociedades actuales: los  publicistas.  Ágiles hombres de negocios que todo lo que tocan lo vuelve producto. Inteligentes profesionales de la reducción impuesta por los espacios mediáticos. Si no se puede decir en una frase es innombrable. La razón: para el mercado mediático es demasiado costoso.

Este gran mercado es asimismo un espacio de confrontación en donde, todavía hoy, la palabra es, en general, el arma utilizada. La palabra hecha promesa, la palabra hecha mentira, la palabra hecha información y por lo tanto bien de consumo. De estas ideas trata este texto, en parte.
También se trata de la política como sistema, es decir, de la democracia como régimen único, pero en el caso de Colombia, se presenta como idea central la postergación continua, histórica de esa democracia. O lo que podría llamarse la ilusión democrática como escena política y las razones o estrategias que han sido utilizadas para hacer del régimen político un escenario en donde la política es la música para los camaleones.

El escenario político colombiano y también el latinoamericano da señales para el desarrollo de una democracia sin partidos o lo que podría parecer menos dramático: una democracia de movimientos que construidos desde los intereses de la ciudadanía renueven y acerquen la política a la vida diaria y a la solución de los problemas que agobian a la población. Si esto es así, la pregunta que salta a la vista es ¿cuál es el papel de las organizaciones políticas tradicionales, de izquierda y derecha en ese escenario? Rota la idea de un partido único de dos cabezas ¿no podemos transitar felices hacia el fragmento? Liberada la ciudadanía de los partidos políticos ¿cuál es la forma inteligente de hacer política? ¿ Supone esto una inmensa oportunidad para que las comunidades asuman su propio liderazgo y transiten hacia una política edificada desde abajo y no desde izquierda derecha?

Aunque, es cierta la idea expuesta por Daniel  Bell cita do por Anthony Giddens en el 2002, de que «en la época contemporánea, las naciones se han vuelto demasiado pequeñas para resolver los grandes problemas,  y demasiado grandes para resolver los pequeños» también es cierto que existen diferencias sustanciales entre las naciones del sur y las del norte. La brecha de pobreza ha ampliado la tecnológica y científica y el intercambio desigual entre estos es cada vez más acentuado. La política no puede ser la misma en el sur o en el norte, en oriente u occidente, el sistema político no puede ser el mismo, el modelo no puede ser el mismo. La democracia no puede ser la misma. Tampoco la sociedad y claro menos aun el Estado. 

Políticamente el mundo es un escenario de desigualdades y, lo que algunos entienden por sueño democrático, es algo que puede fácilmente convertirse en una pesadilla que no alcanzamos a entender. Las últimas guerras en defensa de la democracia parecen la más cínica de las paradojas. Todavía no se encuentran razones, al menos democráticas, para arrasar un pueblo o cultura en defensa de ideales de libertad e igualdad.


jueves, 8 de febrero de 2018

¿Política para camaleones? ¿Elecciones para camaleones?





Truman Capote escritor norteamericano, genial trasgresor y homosexual declarado, escribió en su momento un texto que se divulgó como novela en cuyo titulo “ música para camaleones” describía de forma precisa el ambiente de hipocresía, cinismo y ambigüedad ideológica en el que se movían muchos personajes de la sociedad norteamericana de la época. Su espíritu de periodista no le dejo ocultar en la ficción lo que para el lector atento era esa sociedad. Ser camaleón no tiene porque ser una ofensa al hermoso animal que logra, desde su misma naturaleza, mimetizarse para su defensa propia. En general Capote ayuda a pensar cómo, esa esencia del animal, ha sido poco a poco apropiada como comportamiento humano.

Lo que da entonces sentido a la metáfora de la política para camaleones es la idea de que los políticos se mimetizan en el campo de la retórica de la misma manera que lo hacen los soldados en el campo de batalla y diría que lo hacen por la misma razón: para no morir en la batalla electoral se mimetizan confundiendo al elector con promesas parecidas.

No es la política  lo que se ha pervertido, verdad de Perogrullo, son  los políticos, la banda que la toca, desde las distintas trincheras, a la manera del peor de los sonsonetes, sin partitura y con instrumentos fabricados para la guerra. Nada nos permite afirmar que afinando los instrumentos la banda pueda interpretar la melodía de la vida. Nada, tampoco, permite pensar que la teoría, solo una vieja partitura, escrita en griego, romano, francés, inglés o alemán sea la tabla de salvación de Colombia, el  ahogado más hermoso del mundo.

La presencia de Platón, Aristóteles, Rousseau, Locke, Mill, Marx, Hegel, Weber es tan determinante en nuestra historia intelectual y política como lo es la amenaza siempre militar que nos ronda desde el imperio.

 La política como pensamiento o teoría y como punto culminante de las decisiones colectivas mucho antes que perder su vigencia recupera en esta época de todo vale su sentido.  Y también como alternativa al militarismo y la guerra. Pero no es la política mediática, retórica, o teórica es la política como movimiento que vincula al ciudadano a la solución de los problemas colectivos.
No es, la política de los políticos, sino la de los ciudadanos, el pueblo activo, la que en estos momentos puede ser el horizonte de un sistema político democrático. No es el profesional de la política convertido en líder mediático aquel que daría a la política su verdadero sentido, es el ejercicio crítico de la ciudadanía lo que nos dará las luces para volver a empezar. Es el espacio de la diversidad política el que construye la democracia.

No es el tránsfuga o la transpolítica lo que hará de este país, de este continente,  una democracia. Tampoco la capacidad para mimetizarse que tienen los políticos o la máscara que cubre su rostro lo que animará la construcción de escenarios de libertad. No es sólo el optimismo lo que hace cantar el fin del patriarca. Es también la clara identificación del problema como un problema político lo que me hace pensar que la ciudadanía ha descubierto y ha quitado la máscara del farsante. 
El optimismo permite creer que la ciudadanía inicia un camino distinto al de los partidos e ideologías tradicionales. Romperá el velo que cubre al farsante y votará por el que menos mienta y tendrá conciencia de que lo que importa, como dice algún mensaje callejero, es lo que tu, como ciudadanía haces los 364 días restantes.

La política al incorporarse al trabajo del ciudadano se desprofesionaliza y alienta un cambio: antes que saber de política estamos siendo invitados a hacer política, es decir, trabajar por lo que es del interés de todos y decidir por nosotros mismos sobre los asuntos que nos afectan. Esto plantea un problema adicional que los movimientos sociales y culturales deben estar atentos: el político profesional se mimetiza entre los movimientos e iza sus propias banderas con nombre de ciudadanía. Es profesional de la política y erudito de los discursos de moda.

Es posible que en política, así como también, en muchísimas facetas de la vida,  ser profano sea una virtud a rescatar. Entiendo, por profano (perdonen los teólogos y algunos académicos del rigor) aquel que, estando lejos del conocimiento aceptado como cierto e infalible, lucha por lograr su propio entendimiento de las cosas. 
Aquel que  usa la inteligencia, talvez la que proviene del corazón, en  la creación de pequeñas fisuras a lo que es aceptado como políticamente correcto. Ese que está en capacidad de leer las mentiras y descubrir al mentiroso. Es el que usa, esa misma inteligencia, para actuar a favor de las transformaciones necesarias y que en búsqueda incesante de justicia, puede preguntarse y responderse continuamente sobre lo que Porto Alegre acuñó como otro mundo es posible. Otra Colombia es posible, otra ciudad es posible y lo será siempre y cuando otra política sea posible, otra educación sea posible.

Ser profano y por lo tanto rebelde, es algo así como poder interrogar, preguntar, oponerse a la idea de que ya lo sabemos todo y que por lo tanto es cuestión de aplicar los instrumentos más adecuados. Es abrir la posibilidad de hablar por nosotros mismos e impedir que aquellos que están navegando por las certezas de la tecnocracia (académica y estatal) hablen por todos. No dejar que hablemos todos parece ser la decisión tomada. Hablar, o en otros términos, comunicar y comunicarnos es la mayor de las reivindicaciones, y como de seres humanos se trata, la tarea no es otra cosa que una tarea política, es decir una tarea de todos.

Diría en fin,  que ser profano, no creyente de la mentira política que inunda el alma epocal de esta lugar llamado Colombia,  es la única actitud  que nos otorga ese status de ciudadano, con sus derechos y deberes, sin los cuales una sociedad es como una caja vacía a la cual le podemos ir metiendo leyes, instituciones, planes, -en eso somos expertos-  mariposas amarillas de Gabo o los cóndores obesos de Botero, o el contoneo de  Shakira o una selección Colombia ganadora o, a Nairo y Rigoberto en el podio,  y ella, la sociedad, seguirá sonando hueca.

 Es el respeto a derechos y deberes lo que finalmente da a cada sociedad un talante cultural fuerte, es ese juego indisoluble entre lo que merecemos y lo que hacemos por lograrlo lo que da sentido a la política.  La cultura es desde esta perspectiva expresión política de lo que somos y también es en este sentido construcción permanente de una identidad en ebullición, en conflicto. Para el político la mas de las veces la cultura es identidad para manipular y vender ideas, lograr votos y crear o recrear conceptos tan viejos y manidos como la patria.

El patriotismo y el nacionalismo, agentes de gran parte de nuestras tragedias humanas, parecen querer resucitar de mano de las nuevas derechas originadas en el neoliberalismo de los ochentas. También en los populismos de todo tipo. Su éxito radica, aunque suene a paradoja, en el desastre económico y social generado por el mismo modelo de los ochenta. El mismo modelo que empujó lo que Carlos B Gutiérrez[1] llamó la despolitización del ciudadano, en este caso de manos de los técnicos y los políticos de profesión. Este proceso de despolitización creado en las arcas de los neos vació de sentido y de militantes no solo a partidos sino también despojó a la ciudadanía de su carácter activo.

Todo este escenario fue construido con el apoyo de los medios que hicieron de la política otro de los males de consumo. El ciudadano vuelto espectador fue victima del camaleón que podía ejercer su rol o su representación sin necesidad de responder a sus organizaciones políticas o sindicales de base. Los medios fueron no sólo promotores de la política de la imagen sino que también se lucran ampliamente de las campañas políticas. La política como un importante negocio: allí esta el capital rondando su ejercicio e imponiendo sus intereses. Una de las instituciones más poderosas que hace parte de este escenario de despolitización es el lobby que no es otra cosa que los grupos de interés presionando a sus elegidos o, para ser precisos, cobrando el voto.

La propia dinámica muestra como, la opinión de un político, cambia a la luz de cada uno de los negocios que maneja como poder. A manera de ejemplo: un político podría presentarse como socialista en las políticas de salud y como militarista en las de seguridad. También podría ser de izquierda en la política educativa y de derechas en la de transporte. Se dan casos en los que los políticos defienden su sentido social y promueven la privatización de los servicios públicos. Aquel que impulsa lo tratados de libre comercio en contra de los pequeños productores puede ser socialista y de derecha.  El camaleón actúa para esconder lo que es y lograr lo que desea. Prometen lo mismo con palabras distintas, y es por esto que parte del triunfo sobre el camaleón es no hablar el mismo lenguaje. Los tránsfugas se mecen con las mismas palabras.

Es posible que el primer tránsito que nos vemos obligados a realizar sea el de pasar  de ser considerados habitantes de un territorio a ser ciudadanos. Tránsito por lo demás bastante difícil, traumático, en donde algunos deberían  despojarse de los privilegios, otros de las verdades inmutables, otros de las armas y muchos políticos de la piel que los mimetiza y valora el transfuguismo como una virtud. No es un tránsito pasivo, derivado de pequeñas concesiones de los poderes, es más bien un tránsito animado por lo que mas adelante llamo recordando a Camus, una insurrección armoniosa. Un transito despojado del mimetismo de los políticos de profesión y su andar de camaleones, un transito hacia una revolución pacifista,  es decir,  hacia la libertad.


[1] La Practica Política en Colombia, Misión la Política en Colombia, tomo 2, Bogota  2001