jueves, 24 de octubre de 2024

Grito de Alerta Para la COP 16

 

Grito de  Alerta

                               Para la COP 16

 

 

AGUA PARA TODAS, CASA PARA TODAS, libertad para todas, las personas, las especies, las comunidades

El planeta y nuestro pais debe tener una política urbana sobre la tierra, el agua, el suelo  urbano, la vivienda popular y  el bienestar colectivo. Una política del Bien común con sentido ecológico, en eso avanzamos muy poco, casi nada. En las ciudades pequeñas, medianas y grandes, está más del 70 % de la población. La búsqueda de la igualdad, la libertad y la no violencia debe tener un pie en las ciudades, la paz con la naturaleza debe nacer allí en los centros de consumo, en los centros de poder. El espacio urbano es el lugar de la mutación más violenta de la especie: la de ciudadano a consumidor. Hemos perdido el rumbo, caminamos en medio de la depredación, hacia el consumo total. No se trata de ciudades sostenibles, tampoco de aquella inmensa paradoja autodestructiva  famosa hace unos años de que: el que contamina paga.  El desarrollo sostenible impulsado en desde Rio 92 fue lo que nos temíamos: El principio del fin. El argumento  utilizado por los lideres de la manada mas autodestructiva, la especie humana, llevados de la mano y como ciegos por los machos alfa mas depredadores de la evolución.

Avanzar en la memoria de la destrucción, de la depredación, de la extinción de la fauna y de la flora. La especie humana no es la única víctima de pensamiento bélico.

            

Queremos esto y algo más, no lo estamos pidiendo lo construiremos  desde nuestra esperanza.

La respuesta no está en seguir discutiendo soluciones pasajeras  que solo prolongan la agonía. Debemos enfrentarnos a las raíces del problema:  Aquí seis secretos que estaban escondidos debajo del pavimento

Uno Desmantelamiento de las grandes corporaciones que controlan el agua y los recursos urbanos: Los recursos esenciales deben regresar a manos de la comunidad. Las empresas que lucran con el agua, la energía y el suelo urbano deben ser despojadas de sus privilegios, y sus bienes reintegrados a un sistema de gestión común.

Dos Resistencia activa en las ciudades: Los ciudadanos deben recuperar sus espacios. Esto implica una resistencia activa en contra de la gentrificación, de los megaproyectos inmobiliarios y de los intereses especulativos. Las ciudades no pueden seguir siendo centros de extracción para el capital.

Tres Economía post-crecimiento: Es urgente una ruptura con el dogma del crecimiento perpetuo. La solución no está en "mejorar" o "hacer más verde" el modelo actual, sino en abolir la lógica del crecimiento económico infinito que nos está llevando al colapso. Debemos diseñar economías que reduzcan el consumo y restauren los ecosistemas.

Cuatro Educación para la desobediencia: No necesitamos una educación que perpetúe el statu quo, sino una que fomente la desobediencia civil ante las leyes injustas y los sistemas opresores. Los ciudadanos deben aprender a cuestionar, a rebelarse, a organizarse.

Cinco Poder descentralizado y comunidades autónomas: La solución no vendrá desde arriba. Los gobiernos centrales, atrapados en la lógica del poder y el capital, no resolverán la crisis. Necesitamos un poder descentralizado, con comunidades autónomas que gestionen sus recursos y tomen decisiones según sus necesidades, no las del mercado.

Seis. Tecnología al servicio de la comunidad, no del capital: La tecnología, como está estructurada hoy, solo sirve a los intereses del capital y perpetúa la explotación. Debemos apropiarnos de la tecnología para ponerla al servicio de las comunidades y no de los mercados. Solo así podremos usarla para crear ciudades realmente libres de la manada.

No necesitamos una promesa que no lleve al cielo. Solo queremos  una escalera para ir descubriendo en cada peldaño lo que somos capaces de hacer sin  los jefes de la manada. Quitarles las banderas  del ecologismo a la manada, un  deseo inquebrantable,

Guillermo Solarte Lindo

Pacifistas sin Fronteras

2024

miércoles, 31 de julio de 2024

Karol G, la inmensa Bichota

 Karol G, la inmensa Bichota


No sé si es un cuento de hadas, tampoco si tiene más de Cenicienta, de Blancanieves o de Caperucita. Quizás un hada madrina con una varita mágica llena de sonrisas, que con su punta toca a todas las que lloran y ríen en su fiesta. Ya están contagiadas y saben, están seguras de que mañana será mucho más bonito.

Es la reina del optimismo con lágrimas de alegría y también gotas saladísimas de un despecho dulce. Su concierto es más que eso, es una fiesta a la que todos quisiéramos ir, incluso mis amigos, militantes de la ancianidad prematura, desearían ir a gritarle al oído, con todas las fuerzas, que todavía en su viejo corazón cabe ese aire de paisa grande que lleva en cada paso, en cada movimiento de cadera, en cada cerrada lenta de sus ojos pícaros. De mujer grande, de niña grande, de colombiana desarmada de odios, cargada de alegrías y esperanzas.

La Bichota está en continuo descubrimiento de ritmos, mezclas inusitadas repletas de innovaciones que rompen y hacen trizas el reguetón del macho alfa; pasó por encima de Maluma y J Balvin y los dejó atrás. Ella alimentó de candor, de sabor, un suave perreo que invita a levantarse al más viejo. La Bichota es un dibujo animado cargado de alegres y radicales rebeldías, donde el spanglish es solo una más de sus picardías.

Muchas de sus letras son frases cargadas de sentido que resuenan en medio de la fiesta. “En la cama me curaste todo lo que me dolía. Me pusiste a latir donde ya no me latía”. Sorprende por su precisión; es eso lo que quisiéramos decir, y también lo que quisiéramos escuchar. Ella lo hace en medio de bailes que recuerdan a la mejor Shakira. Dos estrellas nacidas en la periferia, fuera del centro, con rítmicas caderas que estaban dispuestas a conquistar el mundo, y lo hicieron.

La Bichota, como la llaman sus fans de confianza, se reafirma en contradicciones que disparan el entusiasmo de todas cuando dice o canta cosas como: “Pero hice todo este llanto por nada, ahora soy una chica mala” y lo es desde la más sincera y cruda feminidad, cuando repite: “Que mi vida no depende de que un hombre esté conmigo”. Y es claro que ella, y muchas de las que han ido a la rumba, no dependen de ningún macho. Ellas bailan solas, nunca se quedan sentadas, no esperan a ningún Superman, tampoco creen en los príncipes azules. “Ningún hombre me controla, soy dueña de mi vida” circula como un coro que ya no es secreto, se ha hecho consigna. Ellas están disfrutando la fiesta, ellos también, pero ellos saben que ellas comparten la idea de su canción favorita cuando afirma de manera tajante: “Ya no quiero amores, solo quiero disfrutar”. Y también le repite al oído con una inmensa sinceridad coqueta: “Soy la dueña de mi vida y no me importa lo que digan... Yo, amigo mío: sigo adelante sin mirar atrás, el pasado quedó atrás”.

No es extraño que la inusitada fuerza de su canto haya logrado algo que no haría ni el Fútbol Club Barcelona: llenar el estadio blanco durante 4 días seguidos.

La idea de contarlo todo, al inicio del concierto, desde un dibujo animado, es algo más que un espectáculo pasajero. Ella ha descubierto su propia forma de hacer música. También su particular modo de montar sus fiestas. Por eso se mueve segura, sabiendo que sí, que todo indica que “mañana será todo más bonito”. Un lema que algún político avivato se querrá apropiar para las próximas elecciones, vendiendo esperanza.

miércoles, 3 de abril de 2024

En agosto nos vemos, un vallenato inconcluso

 

En agosto nos vemos, un vallenato inconcluso

Guillermo Solarte Lindo

 

García Márquez dijo que Cien Años de Soledad era un vallenato de 350 páginas. También pudo ser verdad, que afirmó en silencio, mucho antes de que entrara en su propio olvido, que En agosto nos vemos era un vallenato inconcluso. Algo me hace sospechar que el escritor deseaba dejar una obra inconclusa. Un homenaje a la imperfección, a eso que los japoneses nombran de forma hermosa como wabi-sabi que destaca la belleza de la imperfección, lo inacabado, lo fugaz, lo efímero.

Los grandes escritores, y García Márquez es uno de ellos, tienen diferentes tipos de grandezas, lo que llaman obras maestras, las llamadas obras menores y las inconclusas. De la primera, Cien años de soledad, se ha dicho todo. A las menores se les ha buscado hasta el agotamiento todas las conexiones con la primera, todos los errores y despistes históricos, gramaticales. De las últimas diría que unas están cosidas con silencios, otras entretejidas con impulsos emocionales desbordados por la memoria de una pasión o de un buen polvo. Otras más nacidas en un secreto que desean llevarse a la tumba. Enamoramientos imposibles de confesar o aventuras, en donde lo único que ha sido cambiado de la realidad es el nombre de la protagonista. Por eso, Ana Magdalena Bach tiene todas las pistas para delatar que la historia sucedió muchos años antes de que el olor de las almendras amargas le recordara siempre el destino de los amores contrariados. En agosto nos vemos el escritor es también la protagonista, y ella carga en su maleta los deseos y recuerdos de quien narra.

La imagen que me persiguió en las tres lecturas que hice de la novela, fue una en donde el escritor dirigía una película. Sentado, ya anciano, y con la mirada perdida en los recuerdos de sus amores pasajeros, daba la orden de luces, cámara, acción: la cámara mostraba una hermosa mujer, muy parecida a la Llobrigida, su amor imposible, que bajaba de un transbordador, llevaba pantalones vaqueros, camisa de cuadros escoceses, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso, su bolso de mano y como único equipaje un maletín de playa.

Ana Magdalena Bach era un recuerdo que obligaba a ser escrito en tono de imperfección, en tono de quebranto, y lleno de lágrimas dulces. Ella sabía que el amor de los tiempos del cólera era un amor eterno, y los de ella, aventuras efímeras, pero inolvidables. Estaba segura de que tenía mucho de Pilar Ternera, algo de Amaranta, Remedios, Eréndira y de Isabel viendo llover sobre Macondo. Podría ser un homenaje a Susana Cato, madre de su única hija mujer: Indira. Es difícil, por no decir imposible, separar la vida íntima del escritor, de sus fantasías eróticas, amatorias. Allí, el límite entre ficción y realidad se diluye en las nostalgias del escritor mientras lo escribe. Es posible que los cinco hombres seducidos por ella en agosto fueran el mismo, que todos hubieran nacido en Aracataca, el mismo día, y de los mismos padres y madres.

El escritor buscó en su memoria, y en cada uno de los rincones de sus libros, un nombre para bautizarla, esconder algún secreto, y hacer con su recuerdo una historia de amor para mayores de 60 años. La persiguió entre sus libros. Le recordó, hasta confundirlo, a Mercedes y a Susana, también a Indira. Encontró que era la suma de todas y así la retrató. No era una puta triste y, por eso mismo, los 20 dólares que su primer amante insular dejó en la página 116 del Drácula de Stoner la habían ofendido. Abrió de nuevo el libro y leyó toda la página. Pensó que no había sido el azar lo que había inducido a su amante a poner los dólares en ese lugar. Leyó tres veces la página, era un diario, en él estaba escrito parte del día 14, todo el día 15 y un párrafo del día 17 de agosto. Buscó algún mensaje oculto, pero no encontró nada. Le resultó sospechoso que el día 16 no apareciera. No se había escrito nada en el diario sobre el día 16 de agosto. Se prometió indagar sobre ese enigma, y después de largas noches de insomnio, descubrió que ir a la isla a dejar gladiolos a la tumba de su madre era un mensaje de quien la había parido para liberarla del castigo de la monogamia.

Releyó, frase por frase, la página 116 de Drácula, creyó encontrar una pista en una frase que subrayó con el lápiz rojo que tenía a mano y que era premonitoria: “Una especie de oscuro sino parece estarse cerniendo sobre nuestra felicidad”. Entendió que aquel hombre temía perder su felicidad y se inquietó por la suya propia. Sintió miedo al pensar que ella podría estar jugando a ser vampira en cada uno de los viajes a su isla encantada. La lectura de Drácula la había llevado a pensar que el Conde no era otra cosa que un Don Juan nocturno que buscaba el éxtasis en la sangre misma de las mujeres seducidas por su misterioso encanto. Un elegante seductor que al amarlas las dotaba de la inmortalidad que todas buscaban en sus brazos. Sonrió al recordar que detrás de la lectura del libro estaban las miradas atentas de las películas de Drácula protagonizada por el mejor de todos los vampiros, Christopher Lee, y también el menos humano de todos: Nosferatu protagonizado por Klaus Kinski.

Cerró el libro y concluyó, que el billete de 20 dólares puesto en el libro,  era una manera poco decente de decirle que pagaba por una noche de sexo, no de amor. Sabía, por su propia experiencia, que los hombres al pagar descargan sus culpas morales. “Allí no hay deslealtad”, le había dicho su esposo una tarde de sudores intensos, y ella le había respondido en silencio que sus idas y venidas a la isla “eran sus amores pasajeros y a mi casa vuelvo siempre completica”. Ella no era celosa y reclamaba, en cada viaje a la isla, su propia libertad. Tenía claro que el secreto bien guardado era la esencia del amor eterno. Que un apareamiento no contado se disfruta, aun después del orgasmo, y que se vuelve a vivir protegiendo el secreto. Defendiéndolo como un tesoro.

Descubrió Ana Magdalena Bach en cada ida y en cada regreso de la isla que al volver ya no era la misma. Esa permanente mutación terminó convertida en algo mágico, que se repetía y se repetía, primero como una ilusión, luego como un deseo cumplido y disfrutado por su cuerpo de hembra libre y, después, y en adelante, como un secreto que la dejaba ser feliz siendo infiel al hombre que en verdad amaba.

 

En agosto nos vemos es una historia real, narrada por la nostalgia triste de un macho viejo, caribe, sentado, ya sin memoria, disfrutando de una parranda de amores vallenatos en una playa cualquiera de Santa Marta, Cartagena o Barranquilla.