Karol G, la inmensa Bichota
No sé si es un cuento de hadas, tampoco si tiene más de Cenicienta, de Blancanieves o de Caperucita. Quizás un hada madrina con una varita mágica llena de sonrisas, que con su punta toca a todas las que lloran y ríen en su fiesta. Ya están contagiadas y saben, están seguras de que mañana será mucho más bonito.
Es la reina del optimismo con lágrimas de alegría y también gotas saladísimas de un despecho dulce. Su concierto es más que eso, es una fiesta a la que todos quisiéramos ir, incluso mis amigos, militantes de la ancianidad prematura, desearían ir a gritarle al oído, con todas las fuerzas, que todavía en su viejo corazón cabe ese aire de paisa grande que lleva en cada paso, en cada movimiento de cadera, en cada cerrada lenta de sus ojos pícaros. De mujer grande, de niña grande, de colombiana desarmada de odios, cargada de alegrías y esperanzas.
La Bichota está en continuo descubrimiento de ritmos, mezclas inusitadas repletas de innovaciones que rompen y hacen trizas el reguetón del macho alfa; pasó por encima de Maluma y J Balvin y los dejó atrás. Ella alimentó de candor, de sabor, un suave perreo que invita a levantarse al más viejo. La Bichota es un dibujo animado cargado de alegres y radicales rebeldías, donde el spanglish es solo una más de sus picardías.
Muchas de sus letras son frases cargadas de sentido que resuenan en medio de la fiesta. “En la cama me curaste todo lo que me dolía. Me pusiste a latir donde ya no me latía”. Sorprende por su precisión; es eso lo que quisiéramos decir, y también lo que quisiéramos escuchar. Ella lo hace en medio de bailes que recuerdan a la mejor Shakira. Dos estrellas nacidas en la periferia, fuera del centro, con rítmicas caderas que estaban dispuestas a conquistar el mundo, y lo hicieron.
La Bichota, como la llaman sus fans de confianza, se reafirma en contradicciones que disparan el entusiasmo de todas cuando dice o canta cosas como: “Pero hice todo este llanto por nada, ahora soy una chica mala” y lo es desde la más sincera y cruda feminidad, cuando repite: “Que mi vida no depende de que un hombre esté conmigo”. Y es claro que ella, y muchas de las que han ido a la rumba, no dependen de ningún macho. Ellas bailan solas, nunca se quedan sentadas, no esperan a ningún Superman, tampoco creen en los príncipes azules. “Ningún hombre me controla, soy dueña de mi vida” circula como un coro que ya no es secreto, se ha hecho consigna. Ellas están disfrutando la fiesta, ellos también, pero ellos saben que ellas comparten la idea de su canción favorita cuando afirma de manera tajante: “Ya no quiero amores, solo quiero disfrutar”. Y también le repite al oído con una inmensa sinceridad coqueta: “Soy la dueña de mi vida y no me importa lo que digan... Yo, amigo mío: sigo adelante sin mirar atrás, el pasado quedó atrás”.
No es extraño que la inusitada fuerza de su canto haya logrado algo que no haría ni el Fútbol Club Barcelona: llenar el estadio blanco durante 4 días seguidos.
La idea de contarlo todo, al inicio del concierto, desde un dibujo animado, es algo más que un espectáculo pasajero. Ella ha descubierto su propia forma de hacer música. También su particular modo de montar sus fiestas. Por eso se mueve segura, sabiendo que sí, que todo indica que “mañana será todo más bonito”. Un lema que algún político avivato se querrá apropiar para las próximas elecciones, vendiendo esperanza.
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