viernes, 18 de noviembre de 2016

El Tiempo de la Tierra - Documental



Dir. Guillermo Solarte

El Tiempo de la Tierra es un documental que trata el conflicto de la tierra en Colombia, desde una mirada histórica hasta una mirada actual. A través de las voces de afrodescendientes, indígenas, campesinos e investigadores del tema, se reconstruyen los distintos elementos y procesos que configuran el escenario de un país inmerso en un conflicto armado durante varias décadas. El documental propone una mirada profunda de la ruralidad, de las personas que la habitan y de los actores que se disputan el territorio. También introduce nuevas categorías como las de territorialidades ilegales y dictaduras locales para entender las dinámicas de la violencia que se expresan en el campo colombiano y su estrecha relación con el apoderamiento de la tierra. La narrativa del documental se entreteje entre cifras que dan cuenta de la dimensión del conflicto, testimonios de los habitantes rurales que manifiestan el impacto de la guerra, y una voz en off que hila el pasado y el presente de este país, y que propone una mirada a futuro.


lunes, 14 de noviembre de 2016

Narco Netflix: Conversación en la catedral

Conversación  en la catedral

De Vargas Llosa tomo el título de uno de sus libros, por cierto, escrito mucho antes de que sucedieran las cosas en la catedral de Pablo pero, no pude encontrar mejor metáfora para referirme a esos diálogos entre el poder  legal y el  ilegal de aquella época, o de todas,  en este país llamado del Sagrado Corazón.

Lo mejor  de la serie Narcos es que  no es ficción. Lo peor es que esa realidad continúa como una serie de ficción. Esto, que podría ser una boutade, es  más bien, algo que confirma una de las sospechas que me persigue hace ya un tiempo: la historia será escrita con una cámara. Una cámara que ronda la violencia y que la transforma en espectáculo.
Podría afirmar, en este caso,  y en muchos más, que si la realidad no se parece a la ficción, peor para la realidad. Esa realidad que, al ser mostrada en televisión, nos confronta, nos habla al oído de lo que es el poder en Colombia y nos confunde cuando algún que otro despistado asume que, lo que es el poder, somos todos. Aquellos que amplían el megáfono para decir que los colombianos somos de una manera u otra: corruptos, violentos, amantes de lo ilegal y  esta claro que eso,  son las elites del poder, pero  no lo somos todos.
 La  serie muestra con toda contundencia la tensión siempre presente entre lo legal y lo ilegal o, para ser más precisos, entre el poder legal, es decir el Estado y la mafia y de esa relación entre ambos nace el todo vale, el todo es posible si es útil para lograr lo que deseas. La relación de Pablo con Cesar es una copia calcada de la relación de Vito Corleone con el poder en USA y la serie Narcos me confirmó, una vez más, que en ese tipo de asuntos somos poco originales: dos frases de la película de Coppola dan señales del punto de partida. Una:" le hare una oferta a la que no podrá negarse" y dos: "la vida y la historia muestran que es posible matar a cualquier persona" dichas por el Padrino han sido el faro que guía a la mafia colombiana y en no pocas ocasiones al Estado.

Narcos no es el  rigor pretendido de historiadores, la historia adornada con tanto rigor suele militarizarse o estatizarse, que para los efectos es lo mismo. Quiero decir, la historia oficial, que suele ser la historia de los héroes casi todos uniformados, o, de aquellos que, vestidos de civil, mintieron para hacerse  héroes de ese drama colombiano de la patria tonta, bobalicona y aferrada a una camándula. Esa misma patria  que ahora ha sido  seducida por las iglesias cristianas, lavaderos de dolores y acumuladoras de diezmos pobres; verdadero banco de los pobres, estafadores del verbo, allí el verbo no se hizo carne, se convirtió en pesos.
Narcos  tiene todo las claves de la realidad y  narra parte, no sólo, de nuestra vida provinciana sino también de nuestra historia. Los narcos y sus formas de vida son una pieza de ese inmenso rompecabezas que es   nuestra cultura y nuestro relato, de la misma forma que lo hacen las historias y mitos que nos rondan desde siempre. Cuentos  de miedo de los que los tíos nos contaban a oscuras en una finca de Pance, cuando, aún no habían nacido ni Pablo, ni Miguel, ni Gilberto, ni Gustavo ni Carlos, ni Pacho los héroes de esta aventura que cuestionó no sólo los principios morales de una sociedad enclaustrada en la catolicidad sino que también derribó  lo pilares de esa democracia que nunca alcanzamos a edificar. El tiempo pasará y cada uno de estos personajes ya convertidos en fantasmas y mitos serán narrados  para diversión de todos, ya lo esta haciendo la tele comercial sin criterio ni calidad.
Ellos, los narcos, construyen desde esa misma catolicidad una inmensa paradoja: matar no es pecado y si lo hacen por la sagrada familia, mucho menos, en este caso es la familia de Pablo y no la de Cristo, la que está detrás de esa guerra nacida en las entrañas mismas del poder.

La conversación, en la catedral de Pablo, es, ni más ni menos que, el diálogo de esos  dos poderes: el legal  en cabeza de Cesar  y el ilegal en  cabeza de Pablo, relación siempre perversa y siempre  presente en esta Colombia de las impunidades infinitas. Siempre, la búsqueda de la impunidad se convierte en el je de todas las negociaciones. La impunidad de los poderes legales y de los ilegales. No es torpe pensar que la ley es una telaraña en donde sólo quedan atrapados los que no tienen el poder para escapar, los que no tienen el dinero para pagar los dos tres o cuatro abogados expertos en legitimar el crimen. 



Lo que me persiguió  durante toda la serie no fue si esa historia era verdad o mentira. Es, como la vida misma lo ha demostrado: verdad y mentira y esta última ha ganado tantos espacios en la vida política que parece ser realidad: triunfa una vez más la mentada ley de la comunicación de la época de Hitler, si la mentira la repites de forma insistente se convertirá en verdad. Los medios de comunicación son la caja de resonancia perfecta para el drama colombiano, la prensa escrita reseña la noticia, la televisión la vuelve espectáculo y el formato dominante en la radio, hace que todos hablen sin importar mucho lo que se diga de lo que ahora se conoce en radio como: el tema del día.

Pero viendo Narcos una pregunta que cuestiona el mundo de la cultura católica en que hemos sido formados, es la que aun nadie quiere hacerse, y, que creo es la única que no tiene todavía  respuesta: ¿Qué de bueno dejó el narcotráfico  a la sociedad colombiana?
Es difícil decirlo y también que sea aceptado: no todos los malos eran narcotraficantes ni todos los que se oponían e hicieron parte de esta miseria de guerra eran los buenos. Sabemos  de la euforia de esos momentos de riqueza ilegal. Sabemos que el país se convirtió  en una bacanal en donde, lo que se conoció como dinero fácil, financió todo lo que no se  podía comprar con créditos bancarios, sobre todo, que abrió las puertas del consumo imposible a las clases mas bajas de ese mapa de la injusticia que es la estructura social colombiana. No era entonces aquello de los de izquierda y los de derecha sino los de arriba y los de abajo. Una imagen rotunda: el narcotráfico mostró que era posible ser rico sin ser de la elite. También que esa elite quería parte de la torta.

Deja ver,  así mismo y  de forma rotunda que los norteamericanos no eran  los únicos malos, que nuestras elites  arrastran el gen de la crueldad en sus venas y que es capaz no sólo de vincularse a la masacre de forma directa o  pasiva y  silenciosa sino que también puede venderse  al mejor postor.  La serie da pistas claves para una conclusión: todos eran malos y su arma más eficaz era la crueldad que iba aumentando en la medida que el otro actuaba. La acción violenta y cruel del otro legitimaba la acción del enemigo. Así lo vivimos y así los muestra Netflix.
La vida después de que emergió el narcotráfico hizo transitar,  a esta sociedad provinciana, de la opacidad de la moral católica, a la vitalidad económica de la ilegalidad que ya había dado muestras de fertilidad capitalista con el contrabando, con las esmeraldas y con la corrupción consustancial al poder, desde siempre. No es extraño, emerge en las regiones en donde más espíritu empresarial existía: Valle y Antioquia sociedades elitistas y de camándula, su ampliación como red económica se hizo de la mano de la aceptación por parte de la elite de la creación de esa economía ilegal de la cual todos se beneficiaban: desde los constructores hasta los fabricantes de coches     de lujo, desde los lavadores de dólares hasta la banca. Todo era permitido hasta que se metió en la política un espacio en donde la mentira no puede ser cuestionada.

La serie como historia es buena, como televisión es mejor y como punto de partida  para  recuperar la memoria reciente es,  diría, sensacional, lo es también en tanto espectáculo en donde el protagonista no es la cocaína, es el Estado,  la corrupción y la debilidad de la clase  política para todo, entre otras cosas, para distinguir con precisión lo que es bueno o malo para el país que gobiernan. Pero en esto quiero dejar una de las mejores síntesis, hechas por el humorista Garzón al expresar la forma como se da esa relación entre los poderes legales e ilegales: “no más intermediarios, Miguel Rodríguez a la presidencia”.
Miguel y su hermano metieron una bomba de tiempo en el poder legal. Infiltraron de dólares la campaña de Ernesto y lo hicieron parte de su negocio. Estaba claro que los de Cali, el cartel, elegían  la compra del poder y no su derrota militar o terrorista. Una escena en Narcos: la mujer de Gilberto o Miguel, muestra con orgullo, un florero que le ha sido en enviado por la familia Lloreda, máxima expresión de la elite valluna ¿un símbolo de amistad o de alianza?

Narcos hace visibles algunas situaciones que no pueden pasar por alto los historiadores: la forma como se desarrollan las relaciones con los Estados Unidos en el marco de la guerra contra las drogas, iniciada por Nixon y abrazada de forma ferviente e inútil y a ciegas por Pastrana y Uribe, dos provincianos con ínfulas de estadistas que mucho tienen que ver con la debilidad de esa guerra, o más bien con lo absurdo de la misma para acabar con el problema. ¿Pero eso era lo que deseaba la guerra contra las drogas?  A estas alturas de la historia tanto Uribe como Pastrana llegaron al poder aupados por la ilegalidad nacida en las entrañas de la relación entre poder legal e ilegal. Negociaron ambos con "supuestos" narcotraficantes: paramilitares y guerrilla.
Vuelvo a la serie: En una escena, uno de los agentes de la DEA le pregunta al otro que  si está contra los malos y el otro responde con ironía,  y ¿quiénes son los malos? Ser malo en una serie en donde todos son malos, o todos rompen con tanta facilidad las reglas de la guerra, es parte de la vida: la DEA rompe todos los limites, sencillamente, porque nunca se les puso límites, el gobierno hace lo mismo, la policía es igual, los políticos son lo mismo y así ha sido  esa guerra, una guerra sin ningún tipo de control.

Si en una guerra de este tipo hay vencidos y vencedores en esta se podría afirmar que Pablo perdió pero ganó el narcotráfico, no desapareció,  que el gobierno mata a Pablo pero queda en manos de lo demás Narcos. Los sucesores de Gaviria, bien representado en la serie, fueron elegidos con toda la fuerza de los carteles y sus indelebles alianzas con militares, paramilitares y políticos como  Samper, Pastrana, Uribe. El libreto parece haber sido escrito con los archivos de la DEA y la asesoría de quienes han perdido esta guerra inútil. Malparidos soplones diría Pablo
 Deja la serie un testimonio que no llamaría de ficción: los muertos los pondría Colombia. O una versión más cruel: mátense entre Uds.  Así  pasa en la tele y así pasa en la realidad, allí  surge un interrogante adicional: ¿cuáles son la razones de nuestra sumisión? o ¿será la fuerza del imperio? ¿La perdida de la dignidad como nación? o  ¿la dependencia económica? ¿ Sera acaso que somos algo menos que el poder ilegal detrás de un poder legal que esta lejos muy lejos de los campos de cultivo del sur de Colombia?

Ninguna de las anteriores, el poder se había podrido antes, mucho antes del nacimiento de Pablo y su error fue querer hacer parte de él comprándolo directamente, sin intermediarios. Creería Pablo que iba a triunfar? O, no sabía que  con su muerte se garantizaba su derrota y el triunfo del narcotráfico como aliado incuestionable del poder? Miguel y Gilberto de eso sabían mucho y habían elegido antes que poner bombas meter dinero en las campañas. Pero Pablo fue consecuente: prefería una tumba aquí que la cárcel en la que están los Rodríguez.
Para un amigo con el que conversaba todo parece nacer en la fuerza macabra del imperio y el complot para hundirnos hasta los tuétanos los colmillos, sacarnos la sangre y dejarnos en el fango de la historia o sea, no somos responsables.

Por  mi parte prefiero aferrarme a la idea de  que todo nace en la infinita incapacidad para rebelarnos, para organizar esa rebelión y para dejar claro en el mundo que podemos caminar solos. Bien, la serie deja ver eso con mucha precisión: los únicos que saben jugar el juego son los malos, los otros o no estamos o estamos representados por otros buenos pero sumisos al poder del estado y por la tanto a la forma como este se relaciona con el imperio.  Uso la palabra imperio para acercarme ideológicamente a la versión clásica de la historia: todos estamos en una menor o mayor medida sometidos  a los dictámenes del mismo mientras el monstruo sonríe. La sonrisa de Trump ahora que triunfó está manchada de glifosato y es posible que en algunos de sus trajes haya rastros de la cocaína que usaban en la muchísimas fiestas a las que debió asistir.
Volvamos a la serie y preguntémonos algunas cosas: ¿ porque el coronel Carrillo asesina al niño? es la bala de oro que le envía a Escobar un símbolo de la fuerza o de su debilidad? O es solo una invitación a un duelo más directo? en donde nace la contradicción entre la valentía para enfrentar a Pablo Escobar y la valentía para asesinar a un joven indefenso? ¿Quería la DEA mostrar que la policía colombiana, es decir, el estado, estaba dispuesta a todo y eso para ellos la hacía más débil? ¿Podría uno pensar que la muerte de Carrillo es solo la venganza por el asesinato del niño? Si cogemos este camino nos encontramos con algo que abruma: Para cada uno de los que la enfrentan esta guerra es justa. Y lo era desde el punto de su vista.


El monstruo tenía muchas patas que tejían y destejían deslealtades, trampas, promesas, acuerdos no cumplidos, crueldades auto justificadas que terminaron haciendo de esta guerra el mejor espejo de los que eran esos dos poderes, el legal e ilegal. Pablo era paisa y cabeza, en ese entonces una efímera cabeza del mal, en el otro estaba Cesar también de una región paisa el Gran Caldas y el segundo apellido de Pablo era el primero de Cesar. Cesar debía vengar la muerte de Galán capturando o matando a Pablo.  Pablo se había metido en la dinámica de vencer o morir y estaba dispuesto a todo para lograrlo, con una persistencia inaudita y una belicosidad nacida en el mismo odio que sentía por aquellos que siendo tan malos como él no lo aceptaron. Quizá esa era la raíz de su deseo de venganza.
La seria expone, en serio, la forma como  se teje esa relación triangulada por la DEA y mediatizada por los medios del poder. Salta a la vista que el camino elegido por los medios y el establecimiento es la sostenibilidad de status quo, el  paraíso de las mentiras estabilizadoras y las verdades a medias contadas como noticias en donde el malo es perseguido por malos pero la persecución es legitimada a través de la idea de que el narcotráfico está acabando la sociedad colombiana. La elite política ha sabido, con acierto, trasladar la responsabilidad de todo a la cocaína, logrando asimismo camuflar el trasfondo del asunto: la infinita maraña de relaciones del poder legal con el poder ilegal, ahora diversificado con minería, corrupción y armas.

La publicidad impulsada por el poder: "la mata que mata" no es más que la síntesis de lo que el poder ha querido ocultar: lo que mata es la relación entre poder legal e ilegal y la forma como se ha logrado fusionar el voto con la ilegalidad.

  

 

 
 
 

 
 
 
 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Los miedos del sí y los miedos del no


El Uy Festival que organizamos este año sobre los miedos del sí y del no,  dejó en el aire algunas reflexiones y muchos interrogantes:

Aceptar los resultados de una elección no quiere decir que aceptes las ideas del que triunfa y mucho menos los principios que orientaron ese triunfo. La democracia exige tolerancia con el que te derrota, pero esa democracia  pierde su valor cuando la tolerancia se convierte en sumisión. La pérdida de crítica es perdida de democracia. No se trata de abrazarnos o diluir en el olvido la esencia y razones por las cuales apostabas y  fuiste derrotado. Se trata de que, aquellos que ganaron, no hagan del triunfo, la derrota de todos, incluidos los que no votaron, o sea la inmensa mayoría.

La democracia entendida sólo como el ejercicio del voto no alcanza a mostrar lo que la sociedad desea. El porcentaje altísimo de abstención es muestra de apatía  pero también lo es de falta de conexión entre las ideas de unos líderes preocupados más por su futuro político (todos quieren la presidencia) que por el bien común. Los acuerdos de paz de La Habana no tuvieron el liderazgo que un bien común como la paz exige. El liderazgo del no fue igualmente débil e interesado sólo en su futuro político.

Ahora pareciera que en muchos hay una coincidencia: está abierta la puerta para construir un acuerdo más amplio. Pero el riesgo es el mismo, la misma clase política, los mismos líderes que llevaron, el primer acuerdo al fracaso intentan llevar este acuerdo al éxito. La historia será la que juzgue, pero los riesgos de ese tipo de acuerdos, tipo frente nacional, o algo así, solo será una legitimación de esa elite política, causa y esencia, de la no solución de la guerra.

No existe, alguien lo expresaba como un interrogante, razón alguna para afirmar que los resultados del no, sean causa de la ignorancia de los que votaron así. Diría que tampoco los que votaron al sí, eran firmes y “fervientes” del acuerdo, mucho menos castrochavistas, herejes y demás. Ahora, unos días después, y durante el festival, pude escuchar  que había muchos interrogantes del sí que no habían sido respondidos en los acuerdos. Insistiría que es necesario mirar con más atención a los que no votaron, en ellos está parte de la incertidumbre pero también toda la indignación.

La élite política va a afinar todas las estrategias, sucias y limpias, para lograr que esa inmensa mayoría vaya hacia ellos  en silencio hacia la elección presidencial y van a plantearlo, si es que se firma el acuerdo, en términos tales como: ¿quiere volver a la guerra? ¿Quiere que la paz sea una realidad?  Campañas publicitarias que ya se están diseñando, es posible que sobre otro tipo de mentiras….

Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad de lo que sucedió con el plebiscito también la tienen en las elecciones de todos los presidentes, congresistas y demás fauna política. Es necesario entender de qué manera los medios hablan de neutralidad y garantías a todos. Si garantizar que circule todo tipo de información es democracia, el riesgo de que la democracia colombiana se construya desde  la mentira, la calumnia y la desinformación es gigantesco. Creo que en Colombia hay mejores periodistas que medios. La idea de crear un medio para esos mejores periodistas sigue siendo una urgencia.