jueves, 8 de febrero de 2018

¿Política para camaleones? ¿Elecciones para camaleones?





Truman Capote escritor norteamericano, genial trasgresor y homosexual declarado, escribió en su momento un texto que se divulgó como novela en cuyo titulo “ música para camaleones” describía de forma precisa el ambiente de hipocresía, cinismo y ambigüedad ideológica en el que se movían muchos personajes de la sociedad norteamericana de la época. Su espíritu de periodista no le dejo ocultar en la ficción lo que para el lector atento era esa sociedad. Ser camaleón no tiene porque ser una ofensa al hermoso animal que logra, desde su misma naturaleza, mimetizarse para su defensa propia. En general Capote ayuda a pensar cómo, esa esencia del animal, ha sido poco a poco apropiada como comportamiento humano.

Lo que da entonces sentido a la metáfora de la política para camaleones es la idea de que los políticos se mimetizan en el campo de la retórica de la misma manera que lo hacen los soldados en el campo de batalla y diría que lo hacen por la misma razón: para no morir en la batalla electoral se mimetizan confundiendo al elector con promesas parecidas.

No es la política  lo que se ha pervertido, verdad de Perogrullo, son  los políticos, la banda que la toca, desde las distintas trincheras, a la manera del peor de los sonsonetes, sin partitura y con instrumentos fabricados para la guerra. Nada nos permite afirmar que afinando los instrumentos la banda pueda interpretar la melodía de la vida. Nada, tampoco, permite pensar que la teoría, solo una vieja partitura, escrita en griego, romano, francés, inglés o alemán sea la tabla de salvación de Colombia, el  ahogado más hermoso del mundo.

La presencia de Platón, Aristóteles, Rousseau, Locke, Mill, Marx, Hegel, Weber es tan determinante en nuestra historia intelectual y política como lo es la amenaza siempre militar que nos ronda desde el imperio.

 La política como pensamiento o teoría y como punto culminante de las decisiones colectivas mucho antes que perder su vigencia recupera en esta época de todo vale su sentido.  Y también como alternativa al militarismo y la guerra. Pero no es la política mediática, retórica, o teórica es la política como movimiento que vincula al ciudadano a la solución de los problemas colectivos.
No es, la política de los políticos, sino la de los ciudadanos, el pueblo activo, la que en estos momentos puede ser el horizonte de un sistema político democrático. No es el profesional de la política convertido en líder mediático aquel que daría a la política su verdadero sentido, es el ejercicio crítico de la ciudadanía lo que nos dará las luces para volver a empezar. Es el espacio de la diversidad política el que construye la democracia.

No es el tránsfuga o la transpolítica lo que hará de este país, de este continente,  una democracia. Tampoco la capacidad para mimetizarse que tienen los políticos o la máscara que cubre su rostro lo que animará la construcción de escenarios de libertad. No es sólo el optimismo lo que hace cantar el fin del patriarca. Es también la clara identificación del problema como un problema político lo que me hace pensar que la ciudadanía ha descubierto y ha quitado la máscara del farsante. 
El optimismo permite creer que la ciudadanía inicia un camino distinto al de los partidos e ideologías tradicionales. Romperá el velo que cubre al farsante y votará por el que menos mienta y tendrá conciencia de que lo que importa, como dice algún mensaje callejero, es lo que tu, como ciudadanía haces los 364 días restantes.

La política al incorporarse al trabajo del ciudadano se desprofesionaliza y alienta un cambio: antes que saber de política estamos siendo invitados a hacer política, es decir, trabajar por lo que es del interés de todos y decidir por nosotros mismos sobre los asuntos que nos afectan. Esto plantea un problema adicional que los movimientos sociales y culturales deben estar atentos: el político profesional se mimetiza entre los movimientos e iza sus propias banderas con nombre de ciudadanía. Es profesional de la política y erudito de los discursos de moda.

Es posible que en política, así como también, en muchísimas facetas de la vida,  ser profano sea una virtud a rescatar. Entiendo, por profano (perdonen los teólogos y algunos académicos del rigor) aquel que, estando lejos del conocimiento aceptado como cierto e infalible, lucha por lograr su propio entendimiento de las cosas. 
Aquel que  usa la inteligencia, talvez la que proviene del corazón, en  la creación de pequeñas fisuras a lo que es aceptado como políticamente correcto. Ese que está en capacidad de leer las mentiras y descubrir al mentiroso. Es el que usa, esa misma inteligencia, para actuar a favor de las transformaciones necesarias y que en búsqueda incesante de justicia, puede preguntarse y responderse continuamente sobre lo que Porto Alegre acuñó como otro mundo es posible. Otra Colombia es posible, otra ciudad es posible y lo será siempre y cuando otra política sea posible, otra educación sea posible.

Ser profano y por lo tanto rebelde, es algo así como poder interrogar, preguntar, oponerse a la idea de que ya lo sabemos todo y que por lo tanto es cuestión de aplicar los instrumentos más adecuados. Es abrir la posibilidad de hablar por nosotros mismos e impedir que aquellos que están navegando por las certezas de la tecnocracia (académica y estatal) hablen por todos. No dejar que hablemos todos parece ser la decisión tomada. Hablar, o en otros términos, comunicar y comunicarnos es la mayor de las reivindicaciones, y como de seres humanos se trata, la tarea no es otra cosa que una tarea política, es decir una tarea de todos.

Diría en fin,  que ser profano, no creyente de la mentira política que inunda el alma epocal de esta lugar llamado Colombia,  es la única actitud  que nos otorga ese status de ciudadano, con sus derechos y deberes, sin los cuales una sociedad es como una caja vacía a la cual le podemos ir metiendo leyes, instituciones, planes, -en eso somos expertos-  mariposas amarillas de Gabo o los cóndores obesos de Botero, o el contoneo de  Shakira o una selección Colombia ganadora o, a Nairo y Rigoberto en el podio,  y ella, la sociedad, seguirá sonando hueca.

 Es el respeto a derechos y deberes lo que finalmente da a cada sociedad un talante cultural fuerte, es ese juego indisoluble entre lo que merecemos y lo que hacemos por lograrlo lo que da sentido a la política.  La cultura es desde esta perspectiva expresión política de lo que somos y también es en este sentido construcción permanente de una identidad en ebullición, en conflicto. Para el político la mas de las veces la cultura es identidad para manipular y vender ideas, lograr votos y crear o recrear conceptos tan viejos y manidos como la patria.

El patriotismo y el nacionalismo, agentes de gran parte de nuestras tragedias humanas, parecen querer resucitar de mano de las nuevas derechas originadas en el neoliberalismo de los ochentas. También en los populismos de todo tipo. Su éxito radica, aunque suene a paradoja, en el desastre económico y social generado por el mismo modelo de los ochenta. El mismo modelo que empujó lo que Carlos B Gutiérrez[1] llamó la despolitización del ciudadano, en este caso de manos de los técnicos y los políticos de profesión. Este proceso de despolitización creado en las arcas de los neos vació de sentido y de militantes no solo a partidos sino también despojó a la ciudadanía de su carácter activo.

Todo este escenario fue construido con el apoyo de los medios que hicieron de la política otro de los males de consumo. El ciudadano vuelto espectador fue victima del camaleón que podía ejercer su rol o su representación sin necesidad de responder a sus organizaciones políticas o sindicales de base. Los medios fueron no sólo promotores de la política de la imagen sino que también se lucran ampliamente de las campañas políticas. La política como un importante negocio: allí esta el capital rondando su ejercicio e imponiendo sus intereses. Una de las instituciones más poderosas que hace parte de este escenario de despolitización es el lobby que no es otra cosa que los grupos de interés presionando a sus elegidos o, para ser precisos, cobrando el voto.

La propia dinámica muestra como, la opinión de un político, cambia a la luz de cada uno de los negocios que maneja como poder. A manera de ejemplo: un político podría presentarse como socialista en las políticas de salud y como militarista en las de seguridad. También podría ser de izquierda en la política educativa y de derechas en la de transporte. Se dan casos en los que los políticos defienden su sentido social y promueven la privatización de los servicios públicos. Aquel que impulsa lo tratados de libre comercio en contra de los pequeños productores puede ser socialista y de derecha.  El camaleón actúa para esconder lo que es y lograr lo que desea. Prometen lo mismo con palabras distintas, y es por esto que parte del triunfo sobre el camaleón es no hablar el mismo lenguaje. Los tránsfugas se mecen con las mismas palabras.

Es posible que el primer tránsito que nos vemos obligados a realizar sea el de pasar  de ser considerados habitantes de un territorio a ser ciudadanos. Tránsito por lo demás bastante difícil, traumático, en donde algunos deberían  despojarse de los privilegios, otros de las verdades inmutables, otros de las armas y muchos políticos de la piel que los mimetiza y valora el transfuguismo como una virtud. No es un tránsito pasivo, derivado de pequeñas concesiones de los poderes, es más bien un tránsito animado por lo que mas adelante llamo recordando a Camus, una insurrección armoniosa. Un transito despojado del mimetismo de los políticos de profesión y su andar de camaleones, un transito hacia una revolución pacifista,  es decir,  hacia la libertad.


[1] La Practica Política en Colombia, Misión la Política en Colombia, tomo 2, Bogota  2001

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