Truman Capote escritor
norteamericano, genial trasgresor y homosexual declarado, escribió en su
momento un texto que se divulgó como novela en cuyo titulo “ música para
camaleones” describía de forma precisa el ambiente de hipocresía, cinismo y
ambigüedad ideológica en el que se movían muchos personajes de la sociedad
norteamericana de la época. Su espíritu de periodista no le dejo ocultar en la
ficción lo que para el lector atento era esa sociedad. Ser camaleón no tiene
porque ser una ofensa al hermoso animal que logra, desde su misma naturaleza,
mimetizarse para su defensa propia. En general Capote ayuda a pensar cómo, esa
esencia del animal, ha sido poco a poco apropiada como comportamiento humano.
Lo que da entonces sentido a la
metáfora de la política para camaleones es la idea de que los políticos se
mimetizan en el campo de la retórica de la misma manera que lo hacen los soldados
en el campo de batalla y diría que lo hacen por la misma razón: para no morir
en la batalla electoral se mimetizan confundiendo al elector con promesas
parecidas.
No es la política lo que se ha pervertido, verdad de Perogrullo,
son los políticos, la banda que la toca,
desde las distintas trincheras, a la manera del peor de los sonsonetes, sin
partitura y con instrumentos fabricados para la guerra. Nada nos permite
afirmar que afinando los instrumentos la banda pueda interpretar la melodía de
la vida. Nada, tampoco, permite pensar que la teoría, solo una vieja partitura,
escrita en griego, romano, francés, inglés o alemán sea la tabla de salvación
de Colombia, el ahogado más hermoso del
mundo.
La presencia de Platón, Aristóteles,
Rousseau, Locke, Mill, Marx, Hegel, Weber es tan determinante en nuestra
historia intelectual y política como lo es la amenaza siempre militar que nos
ronda desde el imperio.
La política como pensamiento o teoría y como
punto culminante de las decisiones colectivas mucho antes que perder su
vigencia recupera en esta época de todo vale su sentido. Y también como alternativa al militarismo y
la guerra. Pero no es la política mediática, retórica, o teórica es la política
como movimiento que vincula al ciudadano a la solución de los problemas
colectivos.
No es, la política
de los políticos, sino la de los ciudadanos, el pueblo activo, la que en estos
momentos puede ser el horizonte de un sistema político democrático. No es el
profesional de la política convertido en líder mediático aquel que daría a la
política su verdadero sentido, es el ejercicio crítico de la ciudadanía lo que
nos dará las luces para volver a empezar. Es el espacio de la diversidad
política el que construye la democracia.
No es el tránsfuga
o la transpolítica lo que hará de este país, de este continente, una democracia. Tampoco la capacidad para
mimetizarse que tienen los políticos o la máscara que cubre su rostro lo que
animará la construcción de escenarios de libertad. No es sólo el optimismo lo
que hace cantar el fin del patriarca. Es también la clara identificación del
problema como un problema político lo que me hace pensar que la ciudadanía ha
descubierto y ha quitado la máscara del farsante.
El optimismo permite creer que la ciudadanía inicia un camino distinto al de los partidos e ideologías tradicionales. Romperá el velo que cubre al farsante y votará por el que menos mienta y tendrá conciencia de que lo que importa, como dice algún mensaje callejero, es lo que tu, como ciudadanía haces los 364 días restantes.
El optimismo permite creer que la ciudadanía inicia un camino distinto al de los partidos e ideologías tradicionales. Romperá el velo que cubre al farsante y votará por el que menos mienta y tendrá conciencia de que lo que importa, como dice algún mensaje callejero, es lo que tu, como ciudadanía haces los 364 días restantes.
La política al
incorporarse al trabajo del ciudadano se desprofesionaliza y alienta un cambio:
antes que saber de política estamos siendo invitados a hacer política, es
decir, trabajar por lo que es del interés de todos y decidir por nosotros
mismos sobre los asuntos que nos afectan. Esto plantea un problema adicional
que los movimientos sociales y culturales deben estar atentos: el político
profesional se mimetiza entre los movimientos e iza sus propias banderas con
nombre de ciudadanía. Es profesional de la política y erudito de los discursos
de moda.
Es posible que en
política, así como también, en muchísimas facetas de la vida, ser profano sea una virtud a rescatar.
Entiendo, por profano (perdonen los teólogos y algunos académicos del rigor)
aquel que, estando lejos del conocimiento aceptado como cierto e infalible,
lucha por lograr su propio entendimiento de las cosas.
Aquel que usa la inteligencia, talvez la que proviene del corazón, en la creación de pequeñas fisuras a lo que es aceptado como políticamente correcto. Ese que está en capacidad de leer las mentiras y descubrir al mentiroso. Es el que usa, esa misma inteligencia, para actuar a favor de las transformaciones necesarias y que en búsqueda incesante de justicia, puede preguntarse y responderse continuamente sobre lo que Porto Alegre acuñó como otro mundo es posible. Otra Colombia es posible, otra ciudad es posible y lo será siempre y cuando otra política sea posible, otra educación sea posible.
Aquel que usa la inteligencia, talvez la que proviene del corazón, en la creación de pequeñas fisuras a lo que es aceptado como políticamente correcto. Ese que está en capacidad de leer las mentiras y descubrir al mentiroso. Es el que usa, esa misma inteligencia, para actuar a favor de las transformaciones necesarias y que en búsqueda incesante de justicia, puede preguntarse y responderse continuamente sobre lo que Porto Alegre acuñó como otro mundo es posible. Otra Colombia es posible, otra ciudad es posible y lo será siempre y cuando otra política sea posible, otra educación sea posible.
Ser profano y por
lo tanto rebelde, es algo así como poder interrogar, preguntar, oponerse a la
idea de que ya lo sabemos todo y que por lo tanto es cuestión de aplicar los
instrumentos más adecuados. Es abrir la posibilidad de hablar por nosotros
mismos e impedir que aquellos que están navegando por las certezas de la
tecnocracia (académica y estatal) hablen por todos. No dejar que hablemos todos
parece ser la decisión tomada. Hablar, o en otros términos, comunicar y
comunicarnos es la mayor de las reivindicaciones, y como de seres humanos se
trata, la tarea no es otra cosa que una tarea política, es decir una tarea de
todos.
Diría en fin, que ser profano, no creyente de la mentira política
que inunda el alma epocal de esta lugar llamado Colombia, es la única actitud que nos otorga ese status de ciudadano, con
sus derechos y deberes, sin los cuales una sociedad es como una caja vacía a la
cual le podemos ir metiendo leyes, instituciones, planes, -en eso somos
expertos- mariposas amarillas de Gabo o
los cóndores obesos de Botero, o el contoneo de
Shakira o una selección Colombia ganadora o, a Nairo y Rigoberto en el
podio, y ella, la sociedad, seguirá
sonando hueca.
Es el respeto a derechos y deberes lo que
finalmente da a cada sociedad un talante cultural fuerte, es ese juego
indisoluble entre lo que merecemos y lo que hacemos por lograrlo lo que da
sentido a la política. La cultura es
desde esta perspectiva expresión política de lo que somos y también es en este
sentido construcción permanente de una identidad en ebullición, en conflicto.
Para el político la mas de las veces la cultura es identidad para manipular y
vender ideas, lograr votos y crear o recrear conceptos tan viejos y manidos
como la patria.
El patriotismo y el
nacionalismo, agentes de gran parte de nuestras tragedias humanas, parecen
querer resucitar de mano de las nuevas derechas originadas en el neoliberalismo
de los ochentas. También en los populismos de todo tipo. Su éxito radica,
aunque suene a paradoja, en el desastre económico y social generado por el
mismo modelo de los ochenta. El mismo modelo que empujó lo que Carlos B
Gutiérrez[1]
llamó la despolitización del ciudadano, en este caso de manos de los técnicos y
los políticos de profesión. Este proceso de despolitización creado en las arcas
de los neos vació de sentido y de militantes no solo a partidos sino también
despojó a la ciudadanía de su carácter activo.
Todo este escenario fue
construido con el apoyo de los medios que hicieron de la política otro de los
males de consumo. El ciudadano vuelto espectador fue victima del camaleón que
podía ejercer su rol o su representación sin necesidad de responder a sus
organizaciones políticas o sindicales de base. Los medios fueron no sólo
promotores de la política de la imagen sino que también se lucran ampliamente
de las campañas políticas. La política como un importante negocio: allí esta el
capital rondando su ejercicio e imponiendo sus intereses. Una de las
instituciones más poderosas que hace parte de este escenario de despolitización
es el lobby que no es otra cosa que los grupos de interés presionando a sus
elegidos o, para ser precisos, cobrando el voto.
La propia dinámica muestra
como, la opinión de un político, cambia a la luz de cada uno de los negocios que
maneja como poder. A manera de ejemplo: un político podría presentarse como
socialista en las políticas de salud y como militarista en las de seguridad.
También podría ser de izquierda en la política educativa y de derechas en la de
transporte. Se dan casos en los que los políticos defienden su sentido social y
promueven la privatización de los servicios públicos. Aquel que impulsa lo
tratados de libre comercio en contra de los pequeños productores puede ser
socialista y de derecha. El camaleón
actúa para esconder lo que es y lograr lo que desea. Prometen lo mismo con
palabras distintas, y es por esto que parte del triunfo sobre el camaleón es no
hablar el mismo lenguaje. Los tránsfugas se mecen con las mismas palabras.
Es posible que el
primer tránsito que nos vemos obligados a realizar sea el de pasar de ser considerados habitantes de un
territorio a ser ciudadanos. Tránsito por lo demás bastante difícil, traumático,
en donde algunos deberían despojarse de
los privilegios, otros de las verdades inmutables, otros de las armas y muchos
políticos de la piel que los mimetiza y valora el transfuguismo como una
virtud. No es un tránsito pasivo, derivado de pequeñas concesiones de los
poderes, es más bien un tránsito animado por lo que mas adelante llamo
recordando a Camus, una insurrección armoniosa. Un transito despojado del
mimetismo de los políticos de profesión y su andar de camaleones, un transito
hacia una revolución pacifista, es decir,
hacia la libertad.
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