El mundo actual es ante
todo un escenario de conflictos y por lo tanto un escenario político. Su más
fuerte característica es el dominio de un sólo modelo de vida que respaldado
por la fuerza militar más grande que ha existido en la historia, se expande de
forma permanente ampliando sus fronteras y eliminando opciones hasta reducir el
horizonte de todos a una sola forma de sociedad: aquella que pretende conjugar
a la perfección la democracia liberal y el mercado, como fuentes de la
igualdad, la libertad y el desarrollo de las naciones.
El acomodamiento de esa
fuerza en la época de crisis arrastra no solo a la economía sino también la
política. La militarización de esta
última viene acompañada de medidas económicas dirigidas a subsanar la crisis
provocada por la ambición de unos pocos y la fragilidad del sistema para
controlar los desvíos o las dinámicas perversas y corruptas nacidas de lo que
los adalides del sistema no identifican como libertinaje empresarial.
Pero este triunfo de
una sola versión del ideal político no pervive ajeno a la frustración de muchos
con las opciones que desde el otro lado, la izquierda, llegaron al poder por el
camino de las revoluciones. Tampoco es ajeno a la in- mensa capacidad de los
países de la órbita capitalista para vender su modelo como el único capaz de
conducir el planeta entero por el sendero del desarrollo. O quizás, tampoco lo
es a la incapacidad creativa de los que se oponen a pensar por fuera de la idea
dominante. Triunfa la idea o si se prefiere la ideología del mercado también de
la mano de que las crisis irán apareciendo sin poder evitarlo. La periodicidad
de las crisis también se acepta como una deviación del modelo. ¿Pero todos sabemos
que el ajuste de la crisis en Estados Unidos deber ser compartida aunque las
ganancias de la mayor economía no se repartan? ¿Qué tan cierta podría ser la
analogía con aquella idea ambientalista de que el aleteo de una mariposa podría
producir un ciclón en otras partes? ¿La emisión de un dólar por el banco
central de USA produce un maremoto en las economías más débiles?
Ahora, la tensión que
en algún momento tomó nombre de Guerra Fría y evolucionó hasta lo que se llamó
La Caída del Muro, desapareció paulatinamente en medio de la más exitosa
propaganda que logró eliminar de tajo la pluralidad política, creando una idea
de centro en el que todo cabe y un escenario mundial dominado por la inevitable
globalización. ¿Qué tan posible sea que se construya otra guerra fría que
permita un cierto equilibrio favorable a occidente ante la potencia China?
Pero si la idea
política que domina es el centro, la idea geopolítica es la existencia de un
Norte altamente desarrollado y democrático, y un Sur que se balancea entre el
autoritarismo y la pobreza, la fragilidad del Estado y su impotencia ante la
fuerza de lo ilegal. Pero ¿es el centro una abstracción política o solo el
dominio de las ideas con- servadoras que al ser puestas en el mercado político
como el equilibrio renuevan su capacidad para captar electores? Estas imágenes
de la política son mundiales y Colombia no escapa a ellas. Están presentes y
son de fácil identificación. En general la tesis que podría surgir de este
libro tiene dos grandes y seguramente, frágiles columnas: uno, la política, que
fue en su momento ideología se ha transformado en imagen. Y dos, hoy en día la
política es, antes que nada o por sobre todo, comunicación. Comunicación de una
ilusión, de una promesa, de un discurso. Comercialización eficaz de una
expectativa.
En general, en un plano
mundial, la política se relaciona de manera estrecha con la idea de un mercado:
de información, de votos, de ideas, de mensajes, de íconos, de imágenes, de
influencias, de espacios mediáticos. Si la sociedad es una plaza de mercado, la
política es uno de los productos que circulan con mayor intensidad, y ella es
lenguaje de comunicación entre ciudadanos y de estos con políticos,
instituciones y el Estado. Un lenguaje de transacciones, un lenguaje
estratégico, un lenguaje común, ese es el propósito último de la política
actual: que todos hablemos lo mismo.
Los medios y con
bastante fuerza Internet cumplen con eficacia ese propósito. Algunas señas,
pesimistas para unos, optimistas para otros, muestran que la sociedad transita
hacia una cibersociedad, y que en ese ciberespacio suceden los cambios
culturales más fuertes de la historia humana. Cambios políticos, económicos,
sociales pero sobre todo culturales. Internet es de alguna manera la ruta hacia
la utopía tecnocrática. ¿Sera algo así como la imprenta en su época?
Es posible, pero el
desarrollo de las redes sociales convierte la política en un alegato en donde
predomina, el mensaje por encima del discurso, la imagen por encima de la
imaginación, el insulto o la descalificación por encima del argumento. El
diálogo social sobre la política, se reduce en la Red, a la
confrontación sin argumentos o a lo que Umberto Eco llamó la máquina de fango,
en donde cualquiera de nosotros debe tener la capacidad de asimilar el peor de
los insultos o la más destructiva de las mentiras. No es el propósito de este
escrito profundizar en este mundo internetiano, pero vale la pena dejar en el
aire una reflexión: la red es ya un reflejo del mercado y de la democracia
liberal, el que más tiene poder más alcance tendrá, y por lo tanto más
capacidad de manipulación política y más seguidores, verdaderos o falsos, harán
parte de su mundo de líder de papel, efímero y sin partido político.
Alguien diría,
seguramente, un intelectual periodista o un periodista publicista, que la
historia no ha muerto que se hace virtual y así, sobre esta frase se escribiría
el próximo best seller. Esa virtualidad o digitalización ¿no es acaso una
consecuencia previsible de lo que es la tecnologización de la vida?
La política, y con algo menos de candor, el
discurso, se difumina en frases de impacto, se hace en eslóganes publicitarios
que producen en el hombre y la mujer de la calle el resultado esperado por los que
son titiriteros de la sociedades actuales: los publicistas.
Ágiles hombres de negocios que todo lo que tocan lo vuelve producto.
Inteligentes profesionales de la reducción impuesta por los espacios
mediáticos. Si no se puede decir en una frase es innombrable. La razón: para el
mercado mediático es demasiado costoso.
Este gran mercado es
asimismo un espacio de confrontación en donde, todavía hoy, la palabra es, en
general, el arma utilizada. La palabra hecha promesa, la palabra hecha mentira,
la palabra hecha información y por lo tanto bien de consumo. De estas ideas
trata este texto, en parte.
También se trata de la
política como sistema, es decir, de la democracia como régimen único, pero en
el caso de Colombia, se presenta como idea central la postergación continua,
histórica de esa democracia. O lo que podría llamarse la ilusión democrática
como escena política y las razones o estrategias que han sido utilizadas para
hacer del régimen político un escenario en donde la política es la música para
los camaleones.
El escenario político
colombiano y también el latinoamericano da señales para el desarrollo de una
democracia sin partidos o lo que podría parecer menos dramático: una democracia
de movimientos que construidos desde los intereses de la ciudadanía renueven y
acerquen la política a la vida diaria y a la solución de los problemas que
agobian a la población. Si esto es así, la pregunta que salta a la vista es
¿cuál es el papel de las organizaciones políticas tradicionales, de izquierda y
derecha en ese escenario? Rota la idea de un partido único de dos cabezas ¿no
podemos transitar felices hacia el fragmento? Liberada la ciudadanía de los
partidos políticos ¿cuál es la forma inteligente de hacer política? ¿ Supone
esto una inmensa oportunidad para que las comunidades asuman su propio
liderazgo y transiten hacia una política edificada desde abajo y no desde
izquierda derecha?
Aunque, es cierta la
idea expuesta por Daniel Bell cita do
por Anthony Giddens en el 2002, de que «en la época contemporánea, las naciones
se han vuelto demasiado pequeñas para resolver los grandes problemas, y demasiado grandes para resolver los
pequeños» también es cierto que existen diferencias sustanciales entre las
naciones del sur y las del norte. La brecha de pobreza ha ampliado la tecnológica
y científica y el intercambio desigual entre estos es cada vez más acentuado.
La política no puede ser la misma en el sur o en el norte, en oriente u
occidente, el sistema político no puede ser el mismo, el modelo no puede ser el
mismo. La democracia no puede ser la misma. Tampoco la sociedad y claro menos
aun el Estado.
Políticamente el mundo
es un escenario de desigualdades y, lo que algunos entienden por sueño
democrático, es algo que puede fácilmente convertirse en una pesadilla que no
alcanzamos a entender. Las últimas guerras en defensa de la democracia parecen
la más cínica de las paradojas. Todavía no se encuentran razones, al menos
democráticas, para arrasar un pueblo o cultura en defensa de ideales de
libertad e igualdad.
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