Resulta inquietante la reacción de unos y otros ante la violación
de Claudia Morales. El alegato en las redes termina con señalamientos que
desdibujan la importancia de la denuncia, el silencio de los poderosos
pareciera una complicidad con él, como lo nombró la periodista, y la extrema
pasividad de las autoridades de justicia es, de todo lo que sucede, lo más preocupante. Pero una sociedad en donde
la conciencia de lo justo parece haberse evaporado en la polarización política es
bueno recordar que: En todo secreto hay un enigma, cuando este secreto es un
delito le corresponde a la justicia resolver ese enigma, no a la víctima.
Está claro que, la denuncia hecha por ella,
indica varias cosas que hacen parte de la cultura del poder en Colombia. ¿Puede
entenderse la decisión de Claudia Morales por fuera de esa cultura del poder? Resulta que no es posible. Y no lo es por
cuanto desde ese poder se han establecido códigos infranqueables de secreto
similares a los de las mafias más criminales. Códigos que por lo demás establecen
una sólida estrategia del miedo que garantiza, no sólo la impunidad para el
victimario, sea asesino, violador o corrupto sino que también exige a la
víctima, un nivel de sumisión a ese poder que culmina con lo que el poderoso
busca: el silencio, y el dolor y sufrimiento de la víctima en ese silencio que la
desgarra.
Para aquellas personas que
gritan que Morales debe hablar se les olvida que el poder en Colombia no sólo
es corrupto sino que también viola todas las fronteras de la ética y la moral.
Podría decirse que el poder no tiene una frontera ética. El poder ha violado de
forma sistemática la ley y lo ha hecho
impunemente. Todos lo sabemos también que: De la misma manera que los poderes
ilegales penetraron la legalidad; la institucionalidad pública y privada, ha
sido sometida a todo tipo de procesos de violación de la ley. Eso es preciso y
las estadísticas muestran con claridad los niveles de impunidad en los que nos
movemos así como la libertad de muchos de aquellos con poder que pueden pagar
un buen abogado, es decir uno malo que conozca y sea exitoso en burlar la ley.
Todos sabemos, al
menos, los que perdemos el tiempo reflexionando sobre estos asuntos culturales,
que esa cultura del poder está fuertemente cobijada por un sistema patriarcal
permisivo y promotor de esas prácticas que se reproducen de forma exitosa en el
sistema educativo, en la familia y a través de los medios de comunicación. No
es para nada sutil, la manera como los medios introducen la aceptación de la
violencia masculina como expresión natural de lo que somos. Tampoco es sutil la
forma como esos medios hacen del cuerpo femenino una mercancía desechable,
canjeable, comprable proyectando también una idea bastante aceptada y promovida
por esos mismos poderes: la mujer está en venta.
Es en ese macabro
panorama que se mueve la idea de que Claudia Morales digo o no diga quién es el
que la violó. Ella, es cierto, tiene el derecho a ese silencio y a guardar ese
secreto y hay muchas razones para que ella lo haga. Entre esas su miedo
razonable en tanto que como periodista conoce bien el manejo que hace el poder
de estas situaciones cuando afecta a alguien de las elites.
En la balanza, una
mujer sola frente a ese poder saldrá perdiendo además de vapuleada por el mismo
poder, es decir, por su violador. Pero de igual manera que ella tiene ese
derecho al silencio, la autoridad de justicia tiene el deber de investigar para
conocer y castigar al culpable. Creo que, la pasividad de la justica o la
policía o la fiscalía, sabiendo que se ha cometido ese delito, es perjudicial
para el bien común. No podríamos, en este caso, caer en otra trampa elaborada exitosamente por el poder mafioso: si no hay denuncia no
habrá responsable, si no hay ladrón no hay robo, si no hay pruebas no hay
delito y tampoco criminal. No olvidemos que borrar las pruebas, eliminar testigos,
postergar procesos es estrategia exitosa del poder mafioso.
Esta es una oscura práctica
que, en este país, ha servido para ocultar asuntos monstruosos, unos
relacionados con el poder económico, otros con el poder político y otros con el
poder mediático, también con el poder religioso. La tragedia de Claudia
Morales, quiero llamarla tragedia porque
así lo siento, su experiencia vivida, radica también en el hecho, nada
despreciable, de que el violador está
relacionado o hace parte de alguno de esos tres poderes y en todos o en uno su
fuerza es tan grande que podría arrastrar a otros que desde esos poderes han violado mujeres protegiéndose
con el escudo de impunidad que ese poder
le garantiza. Otra práctica común es el silencio solidario que los miembros del
poder suelen tener en estos casos.
Frente a algunas
opiniones que claman que ella debería decir quién es el violador o también de
aquellos que afirman que ella no debía haber denunciado sino era
capaz decir el nombre, diría que ella actuó en consecuencia con lo que la
justicia debería hacer en el marco de su responsabilidad. Denunciar un delito
de esta magnitud es un aporte para aclararlo, la justicia debe actuar debe
haber una investigación liderada por la administración de justicia. Pienso que
es más inteligente pedir que la justicia actúe y por lo tanto asuma esa
responsabilidad que pedirle a la mujer violada que acuse en ese marco del poder
mafioso a un miembro respetable de ese oscuro poder que en las próximas
elecciones se reproducirá exitosamente.
El caso de Claudia
Morales no puede desaparecer de los medios como noticia pasada, tampoco debe
desaparecer de las agendas electorales. Ella sola contra el poder mafioso será víctima
de una catarata de acusaciones, de manipulaciones, de calumnias y demandas que
terminara convirtiéndola en una
delincuente que agobia al poder. Es mejor pedirle a la fiscalía que actué
honestamente, sin usar o dejarse usar, por los abogados del poder mafioso, que
exigirle a Morales que diga quien fue.
Este es un caso que no puede ser entendido
como un escándalo que se diluye poco a poco de la agenda pública (eso es lo que
quiere el poder mafioso sino que tiene
que ser incorporado al debate nacional a
manera de ejemplo y para saber si la justicia puede o no funcionar. La
polémica en las redes y en los medios no es suficiente, ni tampoco es esa
polémica, una muestra de que estamos en una democracia que permite el debate. La
democracia existe en la medida que existe justicia. Es necesario estar atentos
al manejo que el violador con poder querrá hacer: enfrentarse a la víctima y no
a la justicia así garantizará su triunfo.
No he conocido la situación que mencionas pero me preocupa tanto como si el delito hubiera sido cometido en mi propio país porque lamentablemente también aquí estamos incluidos dentro del mismo espectro sociológico.
ResponderBorrarGracias, Susana por leerme. Creo que no solo es una situación nuestra, es una cuestión fuertemente unida a una cultura del poder que ha ido poco a poco debilitando la cosa política.
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