martes, 26 de mayo de 2015

Grito de Alerta (uno)

En los tiempos que corren y cuando oleadas de seres humanos del sur intentan trepar los muros de las fronteras impuestas por la feliz globalización, solo nos queda recordar que hace algo así como  quinientos años, comenzando lo que llaman modernidad, la cosa era al revés. De la mano de las ambiciones de los imperios europeos se ampliaron las fronteras a la fuerza y en épocas que llamaron de conquistas fueron borrando con armas, vestigios antiquísimos de ricas civilizaciones, huellas de culturas valiosas para la comprensión de lo que somos.
Los europeos de aquel entonces cargaban barcos con africanos para someterlos a la esclavitud y explotarlos para obtener de su trabajo la riqueza con la que se construyeron imperios. Extrajeron y explotan actualmente al África pero ven naufragar y morir a cientos de ciudadanos africanos en las costas de la opulencia decadente.
 
En el inicio del siglo pasado y a mediados del mismo, también, oleadas inmensas de seres humanos en ese entonces europeos, zarpaban hacia el sur colonial exiliados de la miseria y el hambre en medio de tambores de guerra (de la primera y segunda, de la guerra civil española) que implacables anunciaban la persecución. Fueron acogidos
 
Hombres y mujeres del sur con nombres y apellidos en lenguas propias de la Europa llamada civilizada (franceses de Africa, españoles de América, ingleses de Asia)  merodean hoy  en las costas, en las fronteras terrestres y aéreas,  esperando que alguna puerta entreabierta deje una luz de entusiasmo para seguir viviendo. Las imágenes de barcos que se hunden con miles de seres humanos en las heladas aguas de los océanos son reflejo fiel de la insensatez del poder. Los cadáveres de hombres y mujeres atrapados en contenedores  de camiones no se alejan de nuestra memoria. Los campos de refugiados fronterizos que escapan al sonar de las sirenas de los bombardeos, son actuales. En lo local los millones de desterrados tocan la puerta de su propia casa y nadie les abre. La sordera nacional solo la rompen los políticos, de derecha y de izquierda, que ya tienen identificados a los millones de desplazados como potenciales votantes.
 
Son otros y otras que  en sus mismas naciones han sido expulsados de sus tierras por las ambiciones de los guerreristas, de los terratenientes, de los poderes económicos. Igual que aquellos que en las fronteras norteñas esperan una mínima seña de razón, un ligero intersticio para romper las barreras impuestas por la misma idea moderna de democracia, los nuestros encuentran cerradas con fuerza las puertas de la justicia y son expulsados a la mayor empresa generadora de empleo de la época neoliberal: la calle.
Miles, millones de desterrados buscan la patria que les contaron tenían en la infancia. Millones de niños se arrullan al zumbido de los carros en las calles bogotanas, mejicanas, africanas, asiáticas, los mismos millones de niños que cambiaron el tablero de la escuela por la caja de productos elaborados por niños explotados en todas partes. La cadena de la miseria se expande eficazmente de la mano de lo que llaman el mercado neo libre, una cosa brutal que esconde en sus propias entrañas el germen del mal. La guerra está aquí y significa muerte, hambre, destierro, violación, crueldad, es ella la expresión más ruin de lo humano.
 
Ahora, en el año 2015  de este milenio, en donde lo frecuente  es la violación legal de los derechos de los ciudadanos del sur, los territorios de la integración son solo espejismos. Ilusiones ópticas creadas para la sumisión económica, política y cultural. Los acuerdos para tal integración surgen en el seno de las multinacionales y de ellas se desprenden así mismo las reglas que orientan el juego global de las economías y las desigualdades.
 
Muchos todavía vemos como una alucinación del norte aquella necesidad impuesta de competir, cuando sabemos a ciencia cierta que correr en búsqueda del bienestar es bastante distinto a correr en búsqueda de la riqueza. Todavía parece imposible, hacer entender a todos aquellos que empujan con entusiasmo infantil la competencia, que para vivir no necesitamos comprarlo todo. Un espíritu renovado de éticas comunitarias que reorienten a los políticos, se hace urgente en estos días de la incertidumbre belicista.
 
¿Será que la guerra es parte de la estrategia? La guerra sucia y lo que se denomina corrupción, que es sinónimo de poder, reinan en todo lado. La aceptación de la violencia como forma de vida está en la raíz más profunda de nuestra desgracia. La vinculación de la política a  la ilegalidad poco a poco ha minado la esperanza en lo democrático. La defensa armada de la democracia ha deslegitimado la esencia misma de ese sistema político: el respeto a los derechos humanos.
 
Muchos de los que mueven los hilos han hechos leyes injustas y las han  puesto en manos de los policías que no hacen otra cosa que defender lo injusto. No es el imperio de la justicia es el de la ley que campea produciendo mas pobreza y sirviendo de trinchera a los que se benefician de la suerte de ser parte de ese monopolio que tanto se defiende: el monopolio de la fuerza. Seguimos algunos ingenuos creyendo que el único monopolio que vale la pena sostener es el de la inteligencia. Esa inteligencia que traza la belleza del mundo, la misma que da a la vida el sentido de lo humano. Esa inteligencia que inventa todos los días la vida y que nos hace menos violentos, menos avaros, menos ruines
 
Como diría Monterroso, el pequeño y hermoso guatemalteco: cuando despertamos el dinosaurio ya no estaba. No había desaparecido: solo no estaba. El monstruo algunas veces parece dormido, otras dopado, pero siempre esta en sala de la casa esperando, encima del tapete en el que se encuentra la llave, en donde esta escondida la palabra, en donde se esconde la libertad. Nos han empujado a transitar de una sociedad cuya perplejidad y asombro provenía de la imaginación a una sociedad sumida en el terror que proviene de la sin razón.
 
Así se organiza lo que podría ser la más cruel de las paradojas: ante la imposibilidad de ser razonables nos imponen la urgencia de ser irracionales. El buen salvaje se esconde todavía en los escaparates armamentistas de las potencias que promueven al mismo tiempo la paz como la guerra. La libertad como la esclavitud. La democracia como las dictaduras. La polución como la descontaminación. La explotación insensata de la naturaleza y el equilibrio ecológico.
 
Frágil como todas las mentiras, las promesas liberales de la igualdad, la fraternidad y la libertad, se desmoronan en medio de los abismos más grandes de desigualdades, fuertes censuras e insolidaridades que han vuelto añicos la esperada hermandad entre los seres humanos.

Los laberintos lingüísticos edificados para controlar las resistencias, las actitudes y los corazones revolucionarios también muestran su fuerza invasora. El miedo a perder lo poco que se tiene ha construido más egoísmo. El miedo a todo, se ha convertido en la fuerza que orienta la política. La promesa política de todos los que quieren gobernar está orientada a mentir: no tenga miedo, yo le garantizo lo poco que tiene.

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