Desapruebo lo que toma pero defenderé
hasta la muerte su derecho a tomarlo...
Voltaire citado por Thomas Szasz
El narcotraficante como el gran problema de Colombia podría
ser una mentira. Para ser más precisos, un
conjunto de mentiras sustentadas más por el afán de solucionar por la vía
represiva el llamado problema de la droga, o para esconder otros, que una política coherente sobre el
uso o abuso de lo que ya satanizado se denomina genéricamente de esa forma.
El fracaso de la lucha contra el narcotrafico en Colombia se puede medir en la ineficacia de todas y cada una de las medidas que se han tomado. Fumigar, reprimir, extraditar, son acciones represivas que no acaban con lo que llaman el mal, sino que por el contrario, ha logrado mejorar la capacidad de resiliencia de aquellos que se dedican a narcotraficar. Hemos fumigado un numero indeterminado de hectáreas, hemos establecido oleadas represivas hacia campesinos que cultivan la coca y hemos extraditado una inmensa cantidad de supuestos narcotraficantes, y el problema sigue allí. Siempre en la agenda, siempre en los medios, siempre tomado como bandera por políticos obedientes de todas las tendencias. siempre detrás del tema académicos que explican con exceso de voluntarismo la raíz, que ellos dicen haber encontrado, de un asunto que escapa a la racionalidad científico técnica de la misma manera que el dolor desaparece al inyectarse una buena dosis de morfina.
Si la extradición fuera la solución es claro que es una salida muy parcial, casi que inocua por los efectos que ha tenido sobre el problema. Exportar presos sólo habla de la incapacidad de la administración de justicia nuestra o de la coptacion de esta por parte de políticos corruptos.. Es una falacia decir que fumigación, extradición y represión son la salida, cuando esto lo hemos hecho de forma obediente durante décadas y allí esta presente el problema, robusto, fortalecido por la impotencia de las políticas que luchan contra él, y riendo a carcajadas de la torpeza de las autoridades.
El fracaso de la lucha contra el narcotrafico en Colombia se puede medir en la ineficacia de todas y cada una de las medidas que se han tomado. Fumigar, reprimir, extraditar, son acciones represivas que no acaban con lo que llaman el mal, sino que por el contrario, ha logrado mejorar la capacidad de resiliencia de aquellos que se dedican a narcotraficar. Hemos fumigado un numero indeterminado de hectáreas, hemos establecido oleadas represivas hacia campesinos que cultivan la coca y hemos extraditado una inmensa cantidad de supuestos narcotraficantes, y el problema sigue allí. Siempre en la agenda, siempre en los medios, siempre tomado como bandera por políticos obedientes de todas las tendencias. siempre detrás del tema académicos que explican con exceso de voluntarismo la raíz, que ellos dicen haber encontrado, de un asunto que escapa a la racionalidad científico técnica de la misma manera que el dolor desaparece al inyectarse una buena dosis de morfina.
Si la extradición fuera la solución es claro que es una salida muy parcial, casi que inocua por los efectos que ha tenido sobre el problema. Exportar presos sólo habla de la incapacidad de la administración de justicia nuestra o de la coptacion de esta por parte de políticos corruptos.. Es una falacia decir que fumigación, extradición y represión son la salida, cuando esto lo hemos hecho de forma obediente durante décadas y allí esta presente el problema, robusto, fortalecido por la impotencia de las políticas que luchan contra él, y riendo a carcajadas de la torpeza de las autoridades.
No es descubrimiento
reseñar otra falacia del poder. Centrado en un conjunto de mensajes
publicitarios, el asunto de las drogas, ha terminado por convertirse en un oscuro
objeto para la comprensión del ciudadano normal. La política antidrogas ha creado tal confusión y enredado la madeja, de tal manera, que en el
presente se pueden confundir cosas tan dispares como: el tráfico de drogas con
la drogadicción, el uso de substancias con el abuso, los pequeños productores
con los narcotraficantes, las guerrillas con los narcos, las substancias
naturales con las químicas, las drogas llamadas duras con las blandas y el adicto con el consumidor. La confusión
crece cuando en lo cotidiano podemos llamar drogadicto a un ciudadano que
consume marihuana y delincuente a alguien que se la vende.
Aumenta esa confusión en el plano de la vida diaria cuando podemos pedir cárcel y hasta pena de muerte para un traficante y conmiseración y tratamiento para nuestro hijo que la consume, inmensa es así mismo la confusión generada al afirmar que la coca mata sabiendo a ciencia cierta que lo que puede ser peligroso, si se abusa de ella, es la cocaína. Es penoso escuchar a muchos expertos o profesores advertir sin sonrojarse que el camino a la heroína nace con el consumo de yerba. La publicidad en contra de la marihuana, por ejemplo, muchas veces promueve sutilmente la idea de que el uso de la cannabis llevara a un abismo repleto de jeringas y asesinatos.Nada mas falso.
Aumenta esa confusión en el plano de la vida diaria cuando podemos pedir cárcel y hasta pena de muerte para un traficante y conmiseración y tratamiento para nuestro hijo que la consume, inmensa es así mismo la confusión generada al afirmar que la coca mata sabiendo a ciencia cierta que lo que puede ser peligroso, si se abusa de ella, es la cocaína. Es penoso escuchar a muchos expertos o profesores advertir sin sonrojarse que el camino a la heroína nace con el consumo de yerba. La publicidad en contra de la marihuana, por ejemplo, muchas veces promueve sutilmente la idea de que el uso de la cannabis llevara a un abismo repleto de jeringas y asesinatos.Nada mas falso.
Un ciudadano de a pie
se puede preguntar cómo, en todo caso,
es legítimo solicitar la extradición de
un narcotraficante tercermundista hacia USA
pero no la de un comerciante mayorista de los países consumidores hacia
la periferia. También se podría
interrogar como es mucho más delito cultivar una hectárea de amapola en
Colombia o Afganistán que lavar el valor de mil hectáreas en alguno de los
bancos de la cadena financiera. No deja de ser una alucinación del poder el
hecho de orientar el castigo hacia los países productores y dejar como
intocables aquellas mafias que al mezclarse con el poder político aquí y allí
definen políticas y estrategias para una supuesta lucha que no tiene fin, por
una razón: no lo puede tener, es una error que durará muchas décadas más, quizás siglos
Está claro que sobre la base de los intereses de estado, de un solo estado,
se entreteje una cruzada medieval contra los herejes que han sido localizados
en el tercer mundo. Las drogas son objeto de las más inverosímiles leyendas:
todas matan, lo cual es mentira, todas crean adicción, también mentira, el
consumo de una conduce de forma irremediable al consumo de otra más fuerte, una
mentira más y la última de las mentiras, de los que mienten por oficio: la
legalización de la marihuana para uso medicinal traerá un aumento en el consumo
de la yerba. Algo así como si la utilización de la morfina con fines
terapéuticos hubiese aumentado el consumo del opio.
De igual forma los
defensores de la legalización son objeto de la más absurda de las
satanizaciones. Sobraría decir que sobre estos últimos es mayor el repudio si
proceden de los países productores. En un país europeo o aun en USA, no se
podría identificar a un ciudadano pro
legalización como aliado del narcotráfico cosa que es muy fácil que suceda en
países como Colombia en donde la guerra de las drogas ha sido empujada por una
estrategia mediática de condena de todos aquellos que por una u otra razón
preferimos el camino de la legalización al de la guerra frontal con fumigación
y militarización, entre otras razones por la mas importannte: el fracaso.
La llamada guerra contra las drogas es, además de la fatal
fumigación,y de la permanente extradición, una de las más amplias y decididas campañas de demonización de los
países productores, su declaración de indeseables y el debilitamiento de su
soberanía que se ha visto disminuida de la misma manera que un delincuente ve
restringida su libertad por la sola
declaración de sospecha.
La condena de todos los ciudadanos de los países productores
se refleja en las exigencias cada vez más discriminatorias para obtener una
visa y, peor aún, un permiso de trabajo en las naciones del norte. No estaría lejos
de ser cierto que la condena se ha incrementado desde el llamado síndrome once
de septiembre. Y esto ha sucedido en tanto país productor en el que habitan
grupos calificados como terroristas y que además tienen relación con el
narcotráfico. El caso colombiano ha llevado a identificar los problemas de
otros países como la colombianización de Méjico o de Venezuela. El estigma hace
referencia a relación de la violencia con las mafias, con el poder político o la
existencia de poderosos carteles de la cocaína. Pero si el modelo colombiano de
la mafia es muy cercano al de la mafia estadunidense, ¿por qué nunca lo llamamos la
norteamericanización de Colombia?
Dejemos de lado la falacia de la guerra contra las drogas y
vayamos a lo más profundo del asunto que
estaría en la pregunta sobre ¿qué es lo que incita al consumo de
substancias que substraen temporalmente de la realidad?
Sin embargo por el
sendero de la publicidad se genera un
efecto contrario: el ciudadano, en este caso el consumidor, naufraga en un
océano de mentiras que pretenden educar cuando lo que producen es la confusión.
Confusión que nace de la misma idea de la guerra contra las drogas que, al centrar
sus acciones en el castigo o penalización, vacía de contenido el problema real
y lo enfrenta con armas o campañas publicitarias que nunca han logrado
responder a la pregunta clave a la que me refería: ¿qué es lo que incita al
consumo de substancias que substraen temporalmente de la realidad?
Si el individuo se abre a experiencias que suponen rupturas
con la vida real, ausencias de sentido, búsquedas de caminos alternativos a lo
que en principio lo agobia o rutiniza, lo haría, en todo caso, en uso de su
libertad y esta, en la medida que no violente a otros, no podría ser limitada
por una prohibición nacida desde una moral ajena a él o que vaya en contra de
sus propios principios o deseos. Este sería el debate a promover: las
substancias definidas como drogas son antes que otra cosa un asunto cultural.
Que estén legalizadas o no son aspectos que se relacionan con la política, así
como es tema político el hecho de que las soluciones se busquen por el camino de la represión o por el de la
educación.
Algunos, sobre todo los prohibicionistas, encontrarían en
esto una apología al abuso pero más bien
podían entenderlo como una defensa de la libertad personal, por lo demás,
establecida en todas las constituciones de lo que llaman mundo civilizado, sin
la cual sería difícil establecer los límites en los cuales los poderes pueden o
no inmiscuirse en las decisiones que afectan al individuo.Es paradójico que, en el pais que ha declarado la guerra contra las drogas, la compra de armas y su uso sea legal. Y bien, todos sabemos que es mas letal un balaso en la cabeza que un golpe de cocaína. El que usa las armas y las compra, tiene dos opciones, o las dispara contra el mismo o las dispara contra los demas.El mercado de armas ha crecido en USA asi tambien el de drogas.
La historia de las substancias muestran que han sido
transportadas de los lugares más insólitos hacia las metrópolis con fines, por
supuesto, comerciales pero diría que el interés por el consumo hunde sus raíces
más profundas en lo que anotaba con anterioridad: interés de ampliar las
fronteras de la percepción pero también lucha tenaz contra la rutinizacion
impuesta por la vida laboral, estudiantil, o por la destrucción y minimización
de lo humano en las guerras. No es casual que los ejércitos hayan sido usuarios
continuos de drogas para sacar adelante la tragedia de matar o la espera de ser
asesinado.
Es imposible desconocer la relación entre uso de estas substancias y cultura. Están prendidas con el
cordón umbilical de las tradiciones, no necesariamente milenarias y se podría
decir que son alimento de los imaginarios de los pueblos que las usan. Su presencia ha sido permanente y es tan
imposible imaginar sociedades o culturas sin substancias psicoactivas como sociedades o comunidades sin dioses.
En las mismas circunstancias se podrían encontrar aquellos cuya tradición no solo acepta el uso
de substancias alucinógenas o embriagantes, muchísimas culturas no
occidentales, sino también, aquellos que en el campo de lo que se
denomina genéricamente como cultura occidental han asumido otras opciones p.e
el alcohol, como medios para ausentarse o los barbitúricos para encontrar
fuentes o salidas a sus propias tragedias
Pero de igual manera que, algunas substancias, en ciertas culturas están ligadas a ritos religiosos, en
el caso de las culturas occidentales las substancias legales (Tabaco o Alcohol)
e ilegales (éxtasis o cocaína) construyen sus propios ritos o ritualizaciones
no menos religiosos que aquellos.
Muchos grupos o tribus urbanas, en el uso de tales substancias, edifican solidos lazos
de complicidad que los identifica. En algunos casos, no en todos, estos grupos
llegan a lo delincuencial y en otros casos
son solo comparsas de un carnaval financiado por el capital. Son, no
únicamente parte de la tragedia, sino también de la fiesta.
Convertidos en inmensos negocios, elcohol, barbitúricos y
tabaco son producidos bajo marcas registradas que no pocas veces son
multinacionales que crean y amplían la necesidad de su consumo a través de los
medios, principalmente la televisión, un espacio mágico de la publicidad
para el control y la inducción a ese
mundo feliz del consumo. Sobra decir que
los propietarios de los medios son en muchos casos los mismos de las
mismas multinacionales que producen las drogas permitidas. Alcohol, tabaco,
barbitúricos y publicidad.
Pero ¿que puede haber detrás de la guerra al tabaco o al
alcohol? ¿De qué manera la guerra contra las drogas introduce en el mundo del
alcohol y del tabaco dosis duras de discriminación, de hipocresía y represión? ¿De
qué manera las campañas contra el tabaco, promocionado hasta hace poco en todos
los medios, son parte de la doble moral del poder? ¿En qué sentido, el poder
empuja las campañas contra sus drogas preferidas con el propósito de no
enturbiar su lucha contra las llamadas drogas duras?
Todas las campañas hacen parte de una estrategia integral
que reduce al individuo y plantea un
paraíso inmaculado, en donde somos libres, en la medida en que seamos sanos, sin
vicios, sin cosas porqué sonrojarnos. En el trasfondo o en los entretelones de todo,
está una fuerte corriente del higienismo que castiga por igual al que consume
tabaco, acude a la prostitución, es homosexual o desea alimentarse como se le
da la gana. Si cualquier ciudadano se detiene y mira pausadamente lo que sucede
con el tabaco, sólo la torpeza le impedirá preguntarse, porque el tabaco circula
legalmente si produce muchísimas más muertes que la cocaína o la marihuana. ¿No
es posible pensar en que la etiqueta de advertencia sobre las cajetillas
del tabaco podrían ser un reflejo contundente de la doble moral que desde la
ley dice: mátese pero es un asunto suyo? ¿Por qué en este caso sí el consumidor
se puede matar y en otros no?
No estoy en contra del tabaco de la misma manera que no
estoy en contra de aquellos que lo consumen. Pero entonces, ¿por qué uno puede
elegir morir de cáncer producto de una sobredosis de tabaco pero no de un paro cardiaco producto de una
sobredosis de cocaína?
¿En qué medida los miles de muertos producidos en las euforias alcohólicas, en las lagunas etílicas, son más humanos que aquellos que se producen por el camino de las alucinaciones o el éxtasis? No puede existir algo más claro que la manipulación que el poder está haciendo con las drogas para legitimar una ofensiva hipócrita. La guerra de las drogas es, además, la guerra perfecta: no hay muertos en el ejército que ataca, es el uso legal de la guerra química, se hace para salvar la humanidad, es una misión humanitaria etc.
¿En qué medida los miles de muertos producidos en las euforias alcohólicas, en las lagunas etílicas, son más humanos que aquellos que se producen por el camino de las alucinaciones o el éxtasis? No puede existir algo más claro que la manipulación que el poder está haciendo con las drogas para legitimar una ofensiva hipócrita. La guerra de las drogas es, además, la guerra perfecta: no hay muertos en el ejército que ataca, es el uso legal de la guerra química, se hace para salvar la humanidad, es una misión humanitaria etc.
Por otro lado, es evidente que substancias como el cannabis
son ya parte de esa cultura moderna y que el dilema de su legalización seria
solo cuestión de pocos años. Visto en el tiempo el problema que hace solo 30
años era de traficantes tercermundistas ha sido desplazado y la producción y
consumo de la yerba se hace en medio de márgenes amplios de permisividad en los países del norte,
especialmente USA, en donde los 40 o 50 millones de consumidores ( esporádicos
o no) se autoabastecen y aplicando técnicas más depuradas logran productos de
mayor calidad, es decir más eficaces para el objetivo, situarse, aunque sea por
instantes, en un contexto distinto, por fuera del consumo inducido por la
publicidad. No es aventurado afirmar que con lo que se denomina drogas duras
pueda suceder lo mismo. El tiempo lo dirá.
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