lunes, 20 de marzo de 2017

Pensando en Alfredo Correa de Andreis y en memoria de todos los lideres sociales asesinados.


Si tuviésemos que hacer un minuto de silencio por los líderes asesinados en el 2017 tendríamos que hacerlo, al menos,  durante 17 minutos, si lo tuviésemos que hacerlo por los líderes asesinados en el 2016 tendríamos que quedarnos mínimo 120 minutos en silencio, si lo tuviésemos que hacer por los líderes muertos a lo largo del conflicto, nos tendríamos que quedar callados para toda la vida: eso es lo que quieren los violentos  gsl

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Hace 18 años, más o menos, trabajábamos en  el desarrollo de la Misión Rural en todo el país. Teníamos grupos de coordinación en las distintas regiones. Gente del más alto nivel académico, compromiso con el país y toda la honestidad del mundo. En el caribe la suerte nos acompañó de forma especial. Allí estaba Alfredo Correa de Andreis y su bacanería, simpatía y conocimiento nos hizo sentirnos amigos.

La última vez que lo ví caminaba alegre por la Feria Internacional de Libro de Bogota. Inocente como muchos de los que han sido asesinados en este país. En ese momento desplegó sobre mi toda la alegría Caribe, la euforia de un encuentro fortuito me llenó de entusiasmo en medio de sus abrazos de gigantón que, para mi corta estatura, eran algo así como la invasión de la fraternidad costeña a esta timidez cachaca-patoja que no sabe que hacer con tanta calidez y expresividad. Me despedí de él y vi como desaparecía en medio de libreros, estudiantes de primaria y compradores de libros. La imagen de aquel día, seria la ultima que tendría de Alfredo.

Un día a través de un amigo en común supe que estaba preso y como muchos inocentes no sabía porqué. Se había metido en la boca del monstruo, pensando seguramente que  no cerraría sus fauces. Pero, como a muchos, lo traicionó el optimismo que tantas veces nos hace sentir que las cosas en este país se pueden cambiar. Eso creo que el creía. Los hombres buenos suelen equivocarse.

Hablamos desde la cárcel. La conversación fue corta pero optimista. Me dijo que no tenía nada que ver con nada de lo que decían. Y yo no dude en creerle. Era imposible pensar algo en contra de Alfredo. Me dijo que saldría pronto pero que no creía que las cosas se hubieran resuelto y que había peligro. Me dijo tambien que esperaba que nos viéramos y que agradecía el  libro que le había enviado: "Palabras de paz" discurso de los premio Nobel al recibir el premio. Tambien me dijo que había enviado una carta al presidente Uribe.

No recuerdo cuanto tiempo pasó, estaba en el Hotel Zuana de Santa Marta. Asistía yo a un evento con el Consejo Noruego en el que ellos ofrecían apoyo para los desplazados y las victimas.
De pronto escuché que nuestro amigo común, gritaba ¡no puede ser! no puede ser! y al otro lado de la línea telefónica alguien, que no supe quien era, le decia que acababan de asesinar a Alfredo en Barranquilla. Era septiembre del 2004. Las dos y media de la tarde si la memoria no me traiciona.  Un fiscal de Cartagena le había acusado meses antes del delito de rebelión. Un absurdo, un despropósito, Estoy seguro que el torpe fiscal confundió rebeldía con rebelión.

Un crimen inaudito. Un asesinato más de la inocencia. Un crimen más en la impunidad. Pienso en Alfredo, en el último abrazo que me regaló. Estoy seguro que algún imbécil lo condenó por su alegría, por su capacidad de abrazar, de reír duro, de alegrar la vida. Por ser caribe, por hablar, por soñar con un país libre: eso algunos no lo perdonan y tienen montado un paredón en cada esquina, una fosa común en cada pueblo y todo el terror del mundo en cada rincón.

Duele el miedo que logran producir  los asesinos de inocentes. Duele, tanto como ese miedo, la frialdad como el poder cuenta cada uno de los caídos por las balas asesinas. Duele el dolor de la familia de las victimas como también la inmensa impotencia que, como ciudadanos, tenemos ante la injusticia. Abruma la ligereza de los medios y las declaraciones de los distintos poderes frente al crimen diario de líderes inocentes. La vida diaria transcurre en medio de la seguridad que deja una estela larga de muertes.

El asesinato de Alfredo Correa fue uno más de los crímenes horribles que cometen los que solo tienen como argumentos el asesinato. Alfredo nos acompañó 1997 en la Misión Rural como coordinador de la región del caribe y siempre mostró la más alta preocupación por su región así como su  gran capacidad de análisis.

Rechazamos, repudio  el asesinato de nuestro amigo y queremos expresar a todo el país nuestro pesar por haber perdido a un buen hombre, necesario para estos tiempos de barbarie, y necesario en épocas en donde la aridez de los análisis no deja ver lo que sucede.

La justicia no solo cojea sino que nunca llega. Están matando la inteligencia y todo lo que nos queda es debatir sobre lo que los políticos desean para poder mantenerse en el poder.

Nos conmueve el dolor de su esposa y su hija. También que no podamos hacer nada. La protesta y el llanto no son suficientes. Abruma la mentira, la trampa, la sagacidad con la que los más fanáticos y crueles asesinos están socavando el futuro y presente de nosotros y los que vienen. No queremos politizar la muerte de un amigo. Tampoco que sea bandera de ninguna causa. No creo en las banderas y la muerte que produce su defensa. No deseo que el dolor de una muerte se vuelva bandera de nadie.

Estoy en contra de toda violencia y pienso que no existe ninguna razón para matar ni para morir por ella.