viernes, 19 de mayo de 2017

Las bolas de intelectuales, tecnócratas y algun científico



INTELECTUALES, TECNÓCRATAS Y ALGÚN CIENTÍFICO


Siempre será difícil saber con precisión cuáles son las fronteras que en Colombia separan a intelectuales, científicos y tecnócratas. Aún más difícil podría ser indagar cuál ha sido el papel de estos en la construcción de la sociedad colombiana, y resulta bastante más aventurado, reflexionar sobre el papel que deberían cumplir en el futuro o en la solución de los problemas que agobian al país en este momento de su historia. O en lo que está de moda: el postconflicto

Intelectuales, tecnócratas y científicos son grupos bastante heterogéneos cuyo origen o sentido de pertenencia a tal o cual grupo es más bien un asunto de los estudiosos de las élites de una sociedad. Es decir, que su existencia como grupo no es más que una ilusión o ambición teórica o mediática o periodística. En Colombia los tres se fusionan y, en no muy pocas ocasiones, encuentran sus territorios de expresión o comunicación en las faldas del poder. El de los medios, el de los grupos económicos, el de los poderes políticos, de izquierda y derecha,  el de las universidades de elite ancladas como un barco pirata que va y vuelve sobre el mundo de los conceptos paridos en otros lugares. Ruedan la bola, ruedan las bolas.

En nuestro país intelectuales y tecnócratas son parte, o mejor, comparten las mismas responsabilidades y son, además, grupos que no alcanzan a ser protagonistas de su propia historia más allá de las fronteras de su país o aún más precisamente, de sus regiones. En los días que corren, intelectuales y tecnócratas son aliados que no se conocen, solo por Facebook o Tweet, tiran la piedra y esconden la mano, unos como consultores, los otros como profesores, aunque en muchas ocasiones es la tecnocracia la que ocupa en las universidades de elite públicas y privadas,  un espacio de mayor reconocimiento que los propios intelectuales. Los intelectuales colombianos no producen textos de relevancia internacional, son provincianos que se entrelazan a través de columnas de medios privados que los buscan, para dar a su medio algo más que frivolidad. Hay confusión y, los periodistas  ocupan un espacio que no merecen: están siendo identificados como intelectuales los columnistas que opinan en medios masivos, opinadores de la agenda coyuntural impuesta  por la noticia.

En corto: podría decirse que este es un país de profesores y tecnócratas. Un país con profesores de filosofía y sin filósofos, de profesores de sociología sin sociólogos, de profesores de economía sin economistas, escritores que no escriben, intelectuales que no son intelectuales,  muchos de ellos arrepentidos de sus orígenes de izquierda y navegando por las aguas mansas de la transpolítica. Sus caminos se cruzan en el laberinto de los problemas colombianos. Ellos y ellas son fuente de pensamiento para los periódicos, de la misma manera que lo son para los planes de desarrollo de los distintos gobiernos. Acuden raudos a las instancias del poder tecno político cuando son llamados a dar las claves de los diagnósticos y son despreciados para dar las soluciones. Intelectuales y tecnócratas discuten, entre muros, los últimos textos de los teóricos: franceses unos, norteamericanos otros, y desde allí extrapolan, re contextualizan, son eco perdido de los deseos políticos de otros lados.

Así ha sido a lo largo de la historia: un proceso permanente de importación de ideas e ideales anglo franceses, de métodos y herramientas originadas en otros lados, de banderas teñidas de moda, unos buceando en las ideas de izquierda, otros en las de derecha han contribuido si no a construir este régimen de injusticias, sí a legitimar la infinita maraña de interpretación de lo que somos.
No siempre ha sido así. En otras épocas los intelectuales se hacían a la izquierda y buscaban refugio ideológico o lo construían en partidos cuya promesa política era la revolución. Ya no hay ni promesa política ni revolución.  Esto no quiere decir que antes la derecha no tenía un ejército de intelectuales que alimentaban su mapa ideológico, lo que se entendería mejor es que existe una idea generalizada de que todo intelectual es de izquierda, cosa bastante equivocada y que ha permitido que algunos intelectuales de tendencias poco claras sean identificados como revolucionarios, lo que ha hecho un flaco favor a la misma idea de revolución. 
Pero intelectuales, tecnócratas y científicos siempre han jugado un papel en los entretelones de la democracia limitada en la que estamos inmersos. Han existido en medio del cinismo político y lo han potenciado, han permanecido incólumes ante aspectos claves de la realidad nacional como la corrupción y/o la concentración de la riqueza, han sido críticos de ellos mismos y en batallas verbales han pasado de defensores de los intereses de todos a defensores a ultranza de sus propios privilegios.

La idea de un intelectual militante y comprometido ( obligatoriamente pensador que escribe para mass alla de los lectores de prensa) no arraigó no sólo porque era una idea sin atractivos sino y principalmente porque el intelectual y tecnócrata, se encuentran mejor navegando en las aguas mansas de una democracia constitucional de papel que en las conflictivas de una ruptura con el establecimiento. Aunque algunos han girado hacia la derechización es mucho más preciso hablar de la centralización de intelectuales y tecnócratas, ellos ven con mayor espectro argumental el defender el centro y con ello la democracia liberal, es decir, el Estado de Derecho por encima de la sociedad justa. Las luchas y los compromisos han sido cambiados por la elocuencia argumentativa de los discursos con el drama de ser discursos de moda y por lo tanto efímeros. Es por eso que aun los medios más conservadores les dan cabida como parte de la oferta del periódico o canal. No se preocupen hay excepciones, muy pocas.

Nuestros intelectuales no han construido una opción política. Su continuo balanceo entre la izquierda y la derecha los muestra como un péndulo inasible que juega a no pararse en ningún lado que los comprometa. Son, en su gran mayoría, militantes de una transpolítica que fundamenta su crítica en los discursos modernistas que se  han teñido con el ideal de la libertad, la igualdad y la fraternidad, trío sobre el cual basan todas sus aspiraciones políticas. La angustia del postconflicto se convierte poco a poco en un alegato al que le faltan intelectuales que orienten no a lector del periódico sino al país. Que den sentido a la ambición política desmesurada de los que tiene en sus manos el presupuesto.

La intelectualidad es un grupo heterogéneo. Escribe y a través de este acto, exorciza las penas de su propia pasividad. Una intelectualidad que como diría un amigo, habermasea, después de haber marxificado, freudinizado o weberanizado. Algunos han terminado escribiendo para las revistas de farándula, otro son avezados columnistas de las revistas del poder. Los lenguajes al uso así como los discursos son eficazmente divulgados en los territorios del dominio académico. Diría para ser preciso y evitar confusiones: no todo el que escribe, bien o mal, es intelectual de la misma manera que no todo el que corre es atleta.

Ellos y ellas, triunfan en el sentido de que la reflexión ha sido sustituida por la opinión personal  o la parodia, y el pensamiento por la cita erudita: el nuestro es un tiempo de intérpretes no de creadores, y sin embargo todas las condiciones de esta realidad espoleada por la crisis incitan a las fuerzas de la creación. El debate político sucede en medio de una falta sustantiva de diálogo entre las ideas. Dialogan los autores, sumidos en muchos casos en su solemnidad y erudición y escondidos en lo que ha terminado por entenderse como tolerancia, es decir, soportar a los demás. No se puede pedir a intelectuales, tecnócratas y científicos mucho más de lo que están dispuestos a dar. En una sociedad como la colombiana y se podría decir que en la América mal llamada Latina (no todos somos latinos), estos grupos son privilegiados ciudadanos que luchan por su libertad mientras muchos todavía están luchando por la comida.

 Muchos pelean por la libertad de cátedra cuando miles de ciudadanos no tienen cupo ni lo tendrán en la universidad pública.  Algunos se hacen llamar periodistas y toman la bandera de la libertad de expresión como si fuese el único ideal que tenemos. También han jugado, los intelectuales,  un papel en los vericuetos de la guerra. Muchos toman partido: unos son guerreristas, otros prefieren una supuesta neutralidad, otros se mueven con complacencia en los círculos del poder, de los poderes, algunos más prefieren encerrarse en las aulas de las universidades, camuflados de investigadores dibujando con su tinta el mapa de la historia.
La odisea pasiva del intelectual es continuamente cuestionada por el activismo de algunos, casi todos menores de cuarenta, que se vinculan a la protesta social o hacen parte de grupos que, conservando bases de lo que podría decirse o entenderse como izquierda, se movilizan para lograr los cambios. Aventureros inmóviles, diría recordando a Borges. 

Una de las vanguardias, como ya afirmaba,  de la intelectualidad en el país es la editorial, a través de la cual unos pocos columnistas re- interpretan las necesidades de la población, re- interpretan los movimientos políticos y re- construyen, aparentemente los imaginarios de no todos, sino de algunos colombianos con las capacidades económicas y ocupacionales necesarias para acceder a estas opiniones. Pero si las columnas de opinión fuesen el reflejo o mostrasen el nivel de nuestra intelectualidad, no pasaríamos de ser un país de la sin vergüenza. Del simplismo ausente de sentido común y repleto de argumentos vacíos. Busca ser el titular del periódico ante su incapacidad de ser una vanguardia libertaria, un aporte a la humanidad, mínimo, pero a la humanidad.

Es tal el caso, que la derecha y la izquierda se desmarcan impunemente, entre los afanes de la prosa perfeccionada en miles de correcciones,  sobre la importancia de temas que deben ser pedaleados desde la oposición y la certeza.  Colombia configura un modo de pensamiento único forjado a punta de columnas en donde ellos y ellas dialogan entre ellos y disputan lo que llaman lecturabilidad o ese territorio de preferencia construido por la clase media urbana, blanca y rosada, límpida e higiénica siempre la moda que va elevando al altar de lo políticamente correcto desde las diferencias sexuales hasta el vegetarianismo, veganismo y demás  ismos que la farándula aprecia sin medida.

 Todo parece forjarse en la intelectualidad de clase media, en el politólogo de bolsillo que comprende la realidad, la analiza, la desbarata y tras esta labor, toma su café, té o en algunos casos mate, y continua; por momentos, si la opinión del editor es tal que puede hallarse dentro de sus mismos pensamientos ‘cuelga el link’ en Facebook, una frase corta de la editorial en Twitter y una vez más continua. 

La labor de la oposición es así, darse un lugar, luchar por un lugar, si bien un tanto amparado por las suertes de los medios, desamparado frente a la credibilidad. Personajes como Antonio Caballero desde su gastada acidez, sin remedio,  o William Ospina, dando tumbos, María Isabel Rueda repicando de forma oral y escrita un guion soso que naufraga en el “que estará pensando” cuando no piensa, solo habla. Gurisatti diva de derecha envejecida de forma prematura, alardea del énfasis de la misma forma que otros lo hace de la corrección política.Daniel Samper Ospina, por ejemplo, quien en un estilo muy del ilustre Fernando Vallejo, intenta arrastrar las dignidades y los principios de una Colombia que parece no tenerlos, o tenerlos refundidos. El mismo Vallejo que sin poder ubicarse se acoge a la blanda imposturología  que transitó hacia el poder, convirtiéndose en una más de las diversiones. 

Editorialistas todos y todas que, en  sus constantes pataditas al hígado, critican tanto el perfume de la senadora, como el turbante de la otra, como la gordura del ministro y la hediondez del procurador, la mentira del uribismo- arribismo, la posverdad de ellos mismos ( ahora todos hablan de ella, como parte de la verdad creada).Sus voces y  plumas cumplen tan fielmente aquel refrán que le da la función de arma… tal vez una corto punzante, con la cual pareciera no sólo querer desahogarse, sino demostrar a carne abierta que aquellos lejanos políticos que juegan con las dinámicas de 44 millones de personas diariamente, son tan sudorosos, malolientes y humanos como el resto del país; como si quisieran demostrar que nada de esto es un castigo divino. Al menos eso quiero pensar.

 Tener la opción de hablar del lado de los ganadores, desde la supuesta intelectualidad sugiere una seguridad en la escritura que constituye una reafirmación de los crecientes y siempre crecientes porcentajes de colombianos que la sustentan. Finalmente si por las estadísticas fueran tener 74, 85, 91 por ciento de los votos en la sistematización electoral, pues bien podría pensarse que en esa misma cantidad serán leídas las editoriales que personajes  como Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria y el infaltable Plinio Apuleyo Mendoza. Da miedo. Estos tres  son algo más que derechistas, resultaron ser una suerte de asesores políticos para las maromas del uribismo reelegido, y además la sustentación del mismo. Vieron a la Corte Suprema de Justicia como una villana al negar otro mandato, y plantean las funciones de la democracia tan maleables como la popularidad de Marbel. Su diatriba deja ver la poca necesidad de cuestionar, y la facilidad de adjetivar positivamente hecho tras hecho, decisión tras decisión del pasado mandatario, y un tanto del presente para así corroborar con pertinencia y buena escritura la buena suerte del tercer país más feliz del mundo. Vulgares y enfáticos maestros de la mentira.

Sin embargo, en ambos lados se encuentran las transposiciones de la política colombiana. Si por un lado es posible encontrar un discurso unificado pero poco sensato de parte de la oficialidad, que en lo corrido de los últimos años resultó ser una derecha a ultranza, sostenida únicamente por las columnas de lo económico y lo tradicional, también es cierto que la oposición se pierde en el laberinto del minotauro tomando cada planteamiento un camino diferente, y en la mayoría de las veces sellado para lograr matar y acceder al monstruo. Todo editor quiere demostrar su poder interpretativo, quiere traducir a menudo las palabras grandilocuentes de un Estado sin razón, sin embargo, el traductor tiene la capacidad de mentir, engañar, tergiversar, y por tal ser ladino, poder encontrar en medio de una fortaleza o debilidad de los gobiernos la vinculación con temas menos importantes o de afectos más personales y construir diatribas que desdibujen más la pintura de lo que intentan denunciar. Los auto llamados intelectuales, ellas y ellos, de   derecha, como de  izquierda colombianos tienen la posibilidad de crear adhesiones o desapegos, pero más allá sus denuncias son parte del juego, del juego tecnocrático, de la burguesía sin burgos, y la oligarquía sin oligarcas, de un pueblo eso sí, con hambres, hambre de justicia, hambre de pan, hambre de sostenimiento, hambre de verdad, hambre de memoria, y las páginas de los diarios y los links en Facebook no llenan ninguna de estas.