jueves, 12 de octubre de 2017

Bogota: La ecosofía de la depredación



Bastante lejano a una concepción de la cultura como espectáculo, este texto intenta mostrar como las raíces mismas de nuestra cultura bogotana parecen nacer en esa forma de ocupar el espacio. Una forma de conquista en la que la naturaleza, generosa, como en ningún lado, pareciera ser el enemigo a vencer y a reducir. Desaparición de bellos y sonoros riachuelos que descendían de los cielos, contaminación visual del paisaje hasta asfixiarlo de publicidad, un bello río convertido en cloaca, dos ríos, convertidos en cloacas, tres ríos convertidos en cloacas, nubes inmensas de humo ocupan el lugar de esas bellas nubes que anunciaban desde los cerros la lluvia que alimentaba la sabana de vida y aire puro. 
El rastro dejado sobre la sabana es consecuencia de una cultura de la depredación y la especulación sin fin. No pocas veces alimentada por filosofías desarrollistas que prometieron el cielo y fueron dibujando una estructura espacial tan distante de lo que llaman la estructura ecológica principal que solo nos queda la nostalgia de lo que este territorio  fue y no volverá a ser.
Una cultura de la invasión que despojó de este suelo a las comunidades indígenas que la habitaban sin aprender de ellas la vida amigable que ellos tenían en su relación con la madre naturaleza. La cultura de la depredación y la conquista dejo la sabana en manos de urbanistas, constructores y especuladores que hicieron un lucrativo negocio de lo que era de todos y que aglutinados en circulo o sitiando la institucionalidad trazaron planes y proyectos urbanísticos que dieron al traste con una posible utopía de lugares privilegiados.
La imagen de esa conquista puede verse con claridad en esta cartografía de la anti ecología. Un anti poema del verde que te quiero verde y de la insensatez que dictó que había que acabar con el agua, con los espejos naturales que adornaron por siglos de siglos estas tierras con las quebradas que como decía, descendían alegres desde los cerros. En la parte inferior del mapa, la cloaca del rio Bogotá en donde la promesa política de poder nadar allí en 8 años, puede ser sólo un sueño demagógico muy difícil de cumplir.

La naturaleza, asolada o despreciada, no fue el punto de partida de proyectistas urbanos, urbanistas o expertos. La ocupación se hizo sobre la base de modelos foráneos que llegaron a asentarse como la habían hecho en sus lugares de origen. El territorio fue cuadriculado como pequeñas celdas que daban a la ciudad su similitud con las urbes europeas, fue el criterio y la racionalidad foránea la que  impuso el modelo, estableció los parámetros y la dinámica actual, así fue desde un comienzo y así siguió siendo por siglos. Aun hoy sobre las tendencias euro americanas de la construcción queremos seguir avanzando o renovando re destruyendo.
La sabana que pudo haber sido un tesoro de la naturaleza y de la vida en comunidad fue haciéndose hostil con sus habitantes y dominada por la lógica burocrática e industrial ha logrado transformarse en un jardín de flores exportadas, cubiertas de plástico y depredadora de sus propios recursos. Nadie, de los que la han gobernado, ha producido hechos realmente transformadores que permitan restaurar los destruido. Cabe decirlo: Bogotá se tragó varios pequeños poblados, destruyéndolos, convirtiéndolos en barrios de estrato 1, 2, 3 sin un fututo distinto a ser barrios dormitorios, en donde su habitantes, duermen la pesadilla del miedo y la incertidumbre. Sacar los ríos de debajo del pavimento, dejar de llamarlos caños y recuperarlos para la vida urbana, es obligación del depredador. Restaurar los humedales que fueron rellenos de tierra para convertirlos en propiedad privada y para luego venderlos por metro cuadrado es un desafío a la inteligencia de quienes prometen sin cumplir o cumplen sin pensar.
Nota: Los que han gobernado han logrado convertir sus sueños en la pesadilla del ciudadano. la reducción del espacio publico y del espacio de vivienda ha estado aparejada de la reducción de la movilidad. La promesa de un metro que solucione este problema es mentirosa. todos han mentido. Una línea de metro que atraviesa la ciudad y se convierte en la solución es tan mentirosa como aquella de llenarla de buses rojos para acabar con el problema. Se necesitan como todos lo saben una red de líneas de metro que construirla tardará, al menos dos décadas. A la ciudad le pasa con el metro lo que al país con la paz, han sido temas electorales para meterle miedo a la ciudadanía.

El Animal Bogotano

Aislado muchas veces por los límites que establece la discriminación, la segregación espacial o la estratificación ficticia de los servicios públicos el animal bogotano transita rápidamente de la periferia al centro retornando o escapando en la tarde noche  a su hogar dormitorio para ser cobijado por la televisión. El centro al que llegan 1.500.000 día es el mismo centro que se vacía en la noche para ser otra vez el lugar de habitación de 150.000

Ese mismo animal que cruza desprevenido la frontera impuesta por sus propios temores, es prevenido, su actitud de desconfianza nace del peligro permanente en el que se mete cuando por una razón u otra sale de su espacio. No se siente seguro. No muchos saben que cerca de 2.000.00o de los que van y vienen y se cruzan con él, están desempleados, subempleados o están a punto de ser despedidos por la legislación laboral más cruenta del planeta. Sabe que los servicios no son públicos y que en cualquier momento se apagara la luz, se cerrara el grifo de la llave o no tendrá con que comer en un país de abundancias. Sabe también que los políticos, burócratas y tantos mas ,viven de él. 

No se siente un explotado, es el desamparo y la impotencia lo que le confirma día a día que está solo en medio de 8 millones de seres humanos que recorren, transitan su propia vida contaminada por la incertidumbre y el miedo. Su círculo se cierra en medio de angustias cotidianas, su mirada busca de forma incisiva el encuentro de otra, de otros ojos que al tropezar con los suyos le hablen, le digan que no es el único.

Lo asusta, espanta su muy frágil tranquilidad. Atraviesa la ciudad, camina y el temor le hace apretar las manos en los bolsillos, por la carrera trece, por la decima, por la séptima. Su suspicacia se agranda con el movimiento de alguien que sin querer  se le acerca. Su corazón palpita aceleradamente a cualquier roce fortuito en el Transmilenio, en la buseta. Tantas veces al subirse a un taxi teme no saber si acaba de trepar en un paseo mortal. Un aventurero indispuesto por su aventura obligada. Observa y es observado.  

La calle se abre y cierra repleta de gente que va y vuelve trazando sobre la urbe una cartografía indescifrable para el experto, el técnico, el antropólogo, el sociólogo, un punto de asombro que disfruta la imaginación del artista que lee detenidamente las imperceptibles simbologías que agrietan con fuerza el discurso oficial tanto del  buro tecnócrata como del investigador académico atrapado o limitado en su falso rigor, el del dato y el antecedente, el del contexto y el circulo vicioso de la teoría urbana.