Bastante lejano a una concepción de la cultura como espectáculo, este texto intenta mostrar como las raíces mismas de
nuestra cultura bogotana parecen nacer en esa forma de ocupar el espacio. Una
forma de conquista en la que la naturaleza, generosa, como en ningún lado,
pareciera ser el enemigo a vencer y a reducir. Desaparición de bellos y sonoros
riachuelos que descendían de los cielos, contaminación visual del paisaje hasta
asfixiarlo de publicidad, un bello río convertido en cloaca, dos ríos, convertidos
en cloacas, tres ríos convertidos en cloacas, nubes inmensas de humo ocupan el
lugar de esas bellas nubes que anunciaban desde los cerros la lluvia que
alimentaba la sabana de vida y aire puro.
El rastro dejado sobre la sabana es consecuencia de una cultura de la
depredación y la especulación sin fin. No pocas veces alimentada por filosofías
desarrollistas que prometieron el cielo y fueron dibujando una estructura
espacial tan distante de lo que llaman la estructura ecológica principal que
solo nos queda la nostalgia de lo que este territorio fue y no volverá a ser.
Una cultura de la invasión que despojó de este suelo a las comunidades
indígenas que la habitaban sin aprender de ellas la vida amigable que ellos
tenían en su relación con la madre naturaleza. La cultura de la depredación y
la conquista dejo la sabana en manos de urbanistas, constructores y
especuladores que hicieron un lucrativo negocio de lo que era de todos y que
aglutinados en circulo o sitiando la institucionalidad trazaron planes y
proyectos urbanísticos que dieron al traste con una posible utopía de lugares
privilegiados.
La imagen de esa conquista puede verse con claridad en esta cartografía
de la anti ecología. Un anti poema del verde que te quiero verde y de la
insensatez que dictó que había que acabar con el agua, con los espejos
naturales que adornaron por siglos de siglos estas tierras con las quebradas
que como decía, descendían alegres desde los cerros. En la parte inferior del mapa, la cloaca del rio Bogotá en donde la promesa política de poder nadar allí en 8 años, puede ser sólo un sueño demagógico muy difícil de cumplir.
La naturaleza, asolada o despreciada, no fue el punto de partida de proyectistas
urbanos, urbanistas o expertos. La ocupación se hizo sobre la base de modelos
foráneos que llegaron a asentarse como la habían hecho en sus lugares de
origen. El territorio fue cuadriculado como pequeñas celdas que daban a la
ciudad su similitud con las urbes europeas, fue el criterio y la racionalidad
foránea la que impuso el modelo,
estableció los parámetros y la dinámica actual, así fue desde un comienzo y así
siguió siendo por siglos. Aun hoy sobre las tendencias euro americanas de la
construcción queremos seguir avanzando o renovando re destruyendo.
La sabana que pudo haber sido un tesoro de la naturaleza y de la vida en
comunidad fue haciéndose hostil con sus habitantes y dominada por la lógica
burocrática e industrial ha logrado transformarse en un jardín de flores
exportadas, cubiertas de plástico y depredadora de sus propios recursos. Nadie, de los que la han gobernado, ha producido hechos realmente transformadores que permitan restaurar los destruido. Cabe decirlo: Bogotá se tragó varios pequeños poblados, destruyéndolos, convirtiéndolos en barrios de estrato 1, 2, 3 sin un fututo distinto a ser barrios dormitorios, en donde su habitantes, duermen la pesadilla del miedo y la incertidumbre. Sacar los ríos de debajo del pavimento, dejar de llamarlos caños y recuperarlos para la vida urbana, es obligación del depredador. Restaurar los humedales que fueron rellenos de tierra para convertirlos en propiedad privada y para luego venderlos por metro cuadrado es un desafío a la inteligencia de quienes prometen sin cumplir o cumplen sin pensar.
Nota: Los que han gobernado han logrado convertir sus sueños en la pesadilla del ciudadano. la reducción del espacio publico y del espacio de vivienda ha estado aparejada de la reducción de la movilidad. La promesa de un metro que solucione este problema es mentirosa. todos han mentido. Una línea de metro que atraviesa la ciudad y se convierte en la solución es tan mentirosa como aquella de llenarla de buses rojos para acabar con el problema. Se necesitan como todos lo saben una red de líneas de metro que construirla tardará, al menos dos décadas. A la ciudad le pasa con el metro lo que al país con la paz, han sido temas electorales para meterle miedo a la ciudadanía.
El
Animal Bogotano
Aislado muchas veces por los límites que
establece la discriminación,
la segregación espacial o la estratificación ficticia de los servicios públicos
el animal bogotano transita rápidamente de la periferia al centro retornando o
escapando en la tarde noche a su hogar
dormitorio para ser cobijado por la televisión. El centro al que llegan
1.500.000 día es el mismo centro que se vacía en la noche para ser otra vez el
lugar de habitación de 150.000
Ese mismo animal que cruza desprevenido la
frontera impuesta por sus propios temores, es prevenido, su actitud de
desconfianza nace del peligro permanente en el que se mete cuando por una razón
u otra sale de su espacio. No se siente seguro. No muchos saben que cerca de
2.000.00o de los que van y vienen y se cruzan con él, están desempleados, subempleados
o están a punto de ser despedidos por la legislación laboral más cruenta del
planeta. Sabe que los servicios no son públicos y que en cualquier momento se
apagara la luz, se cerrara el grifo de la llave o no tendrá con que comer en un
país de abundancias. Sabe también que los políticos, burócratas y tantos mas
,viven de él.
No se siente un explotado, es el desamparo y
la impotencia lo que le confirma día a día que está solo en medio de 8 millones de
seres humanos que recorren, transitan su propia vida contaminada por la
incertidumbre y el miedo. Su círculo se cierra en medio de angustias
cotidianas, su mirada busca de forma incisiva el encuentro de otra, de otros
ojos que al tropezar con los suyos le hablen, le digan que no es el único.
Lo asusta, espanta su muy frágil tranquilidad.
Atraviesa la ciudad, camina y el temor le hace apretar las manos en los
bolsillos, por la carrera trece, por la decima, por la séptima. Su suspicacia
se agranda con el movimiento de alguien que sin querer se le acerca. Su corazón palpita
aceleradamente a cualquier roce fortuito en el Transmilenio, en la buseta.
Tantas veces al subirse a un taxi teme no saber si acaba de trepar en un paseo
mortal. Un aventurero indispuesto por su aventura obligada. Observa y es
observado.
La calle se abre y cierra repleta de gente que
va y vuelve trazando sobre la urbe una cartografía indescifrable para el
experto, el técnico, el antropólogo, el sociólogo, un punto de asombro que
disfruta la imaginación del artista que lee detenidamente las imperceptibles
simbologías que agrietan con fuerza el discurso oficial tanto del buro tecnócrata como del investigador
académico atrapado o limitado en su falso rigor, el del dato y el antecedente,
el del contexto y el circulo vicioso de la teoría urbana.