domingo, 12 de enero de 2020

Desobediecnia civil:¿ Para donde irá la marcha?


¿Para donde ira la marcha?

Hace muy poco, en tiempos del gobierno de Santos,  y en medio de la beligerancia de la oposición, uno de los líderes políticos de un partido de derecha  justificaba, con cierto cinismo, que lo que ellos estaban promoviendo era la  resistencia civil, concepto teñido de mentiras que  promocionaban como Estado de opinión, otro de los líderes de ese  partido acompañó la convocatoria haciendo referencia al “Deber de la desobediencia civil” de Henry David Thoreau, y digo que cinismo porque no habría nada más opuesto al pensamiento de Thoreau que los ideales de ese partido político, y eso,  ellos bien lo sabían.

Bueno, ahora un tiempo después, la resistencia civil vuelve al ruedo quitándole el tinte aquel de Estado de opinión y marcada claramente por  la desobediencia civil. Y esta desobediencia no es otra cosa que actuar frente al gobierno en búsqueda de algo que se considera, no solo necesario, sino también justo. No es un acto partidista ni mucho menos violento. Ni de derechas ni  de izquierdas, no es una revolución burguesa ni tampoco  proletaria. En esencia son desobedientes cuyo fuerza proviene de la indignación.  Es la expresión pública de un desencanto, de un rechazo, de una decepción,  pero también la búsqueda de un cambio necesario. 

Muchas veces las acciones de  desobediencia civil se desencadenan por hechos concretos que dan claves para entender que, lo que desean los del gobierno, va en contravía de la tranquilidad, el bienestar  y  vida misma de quienes desobedecen. La explosión social nace de un hecho que la provoca, en Chile por ejemplo, fue el precio del pasaje del metro, pero la dimensión de esa explosión y su radicalización emanan de una acumulación de razones, diversas cultural y socialmente  y plurales políticamente, en Paris por las pensiones, en Barcelona por la independencia o no  de Cataluña, en Londres a favor o contra el BREXIT 

En Colombia gran parte de esa explosión se produce por hechos que han creado una fuerte indignación: el asesinato de los líderes sociales, el bombardeo y muerte de menores en Caquetá, la fosa común encontrada en Dabeiba, el presupuesto de la universidad pública, el incumplimiento de lo acordado con las FARC, con los indígenas, y un etcétera largo que hace que a  esa explosión se hayan sumado una infinidad de movimientos de resistencia no vinculados a los partidos políticos de derecha o izquierda. Cuando afirmo esto no quiero decir que la desobediencia no tenga un fuerte componente de pensamiento de izquierda, en tanto movimiento social lo tiene,  con exigencias filiales a una nueva izquierda más amplia en su base y menos tradicional, más abierta, mas ecologista, feminista y libertaria, menos parlamentarista y también menos mesiánica y populista,  y más cercana a la democracia participativa.

A diferencia de algunas personas amigas, creo que la desobediencia civil no es una movilización liderada por partidos políticos, casi siempre decididos a convertir esa desobediencia en votos, sean de derecha o izquierda. La entiendo mejor si me refiero a ella como  una movilización que se nutre de la infinidad de movimientos sociales que, a su vez, se hacen resilientes desde lo local, lo barrial, lo veredal y por supuesto lo virtual. Hablaría de la sociedad en red o de la trama de la cultura.  Es más, existen antes, mucho antes que las marchas mismas y se fortalecen en dinámicas territoriales que son alimentadas de la confianza construida día a día y cara a cara.

Una movilización social  alimentada de desobediencia civil busca, precisamente, cambiar las dinámicas de la política y crear otra política, un nuevo lenguaje, un orden político nacido de la participación y no de la representación o en otras palabras: en una representación sometida a la participación y vigilada por ella. Un proceso político abierto a las miles de opciones locales y a todas las expresiones culturales que nacen y resisten en los microterritorios, en términos muy amplios, podría afirmar, que se buscan representaciones cercanas a las ideas de la ciudadanía organizada según sus propios intereses. Se busca romper los liderazgos individuales y mesiánicos por liderazgos colectivos que sumen inteligencia, diversifiquen el lenguaje,  amplíen los límites, debiliten los dogmas y acojan como su bandera la libertad.

No se trataría de que los viejos partidos, de izquierda y derecha metan, en sus programas políticos, líneas que recojan las expectativas de los movimientos sociales, se trata, al menos desde mi punto de vista, que emerjan nuevas organizaciones políticas estructuradas desde lo local, desde abajo, desde la diversidad, desde la pluralidad y no desde la ideologías unidimensionales. Se trataría de cambiar el Estado, o sea, el poder, desde las formas culturales presentes en los territorios. Construir o reconstruir una democracia alimentada de las emociones, sentimientos de todos hombres y mujeres. Es difícil, tanto como intentar armar un puzzle sin figura, un puzzle blanco, pero no es imposible, toca esforzar la imaginación y dejar de pedir, al que no va a dar lo que se necesita, porque no lo tiene.

Es desobedecer para que los que gobiernan miren desde abajo hacia arriba y no al contrario. Cambiar las formas de hacer la política y no sólo las formas  de empaquetar la política. Podría afirmar, para dejar tranquilos a algunos críticos de la cuestión libertaria, que no se trataría, al menos por ahora, de acabar con el Estado sino más bien de transformarlo desde abajo, desde lo local, es abrir el  sendero de la libertad y transitar de la infinidad de dictaduras locales de todo tipo, que hay en el territorio colombiano y que dan cuanta del triunfo del miedo,  a democracias vivas, activas en donde se haya perdido ese miedo que inmoviliza: el miedo a la libertad. 

Es,  si me lo permiten, una movilización cultural, transgresora de la corrección política,  que expresa el rechazo a una democracia representativa, en donde no hay representación de todas, y que se ha constituido como una plataforma de poder político insuficiente, limitada, restringida por los intereses de los partidos en alianza con los conglomerados económicos. Una democracia discursivamente vacía o llena de promesas falsas y de la promesa de una esperanza nacida en el vientre del monstruo.