¿Para donde ira la
marcha?
Hace muy poco, en
tiempos del gobierno de Santos, y en
medio de la beligerancia de la oposición, uno de los líderes políticos de un
partido de derecha justificaba, con
cierto cinismo, que lo que ellos estaban promoviendo era la resistencia civil, concepto teñido de mentiras
que promocionaban como Estado de
opinión, otro de los líderes de ese partido acompañó la convocatoria haciendo
referencia al “Deber de la desobediencia civil” de Henry David Thoreau, y digo
que cinismo porque no habría nada más opuesto al pensamiento de Thoreau que los
ideales de ese partido político, y eso, ellos bien lo sabían.
Bueno, ahora un tiempo
después, la resistencia civil vuelve al ruedo quitándole el tinte aquel de
Estado de opinión y marcada claramente por
la desobediencia civil. Y esta desobediencia no es otra cosa que actuar
frente al gobierno en búsqueda de algo que se considera, no solo necesario,
sino también justo. No es un acto partidista ni mucho menos violento. Ni de
derechas ni de izquierdas, no es una
revolución burguesa ni tampoco proletaria.
En esencia son desobedientes cuyo fuerza proviene de la indignación. Es la expresión pública de un desencanto, de
un rechazo, de una decepción, pero
también la búsqueda de un cambio necesario.
Muchas veces las
acciones de desobediencia civil se
desencadenan por hechos concretos que dan claves para entender que, lo que
desean los del gobierno, va en contravía de la tranquilidad, el bienestar y vida
misma de quienes desobedecen. La explosión social nace de un hecho que la
provoca, en Chile por ejemplo, fue el precio del pasaje del metro, pero la
dimensión de esa explosión y su radicalización emanan de una acumulación de
razones, diversas cultural y socialmente
y plurales políticamente, en Paris por las pensiones, en Barcelona por
la independencia o no de Cataluña, en
Londres a favor o contra el BREXIT
En Colombia gran parte
de esa explosión se produce por hechos que han creado una fuerte indignación: el
asesinato de los líderes sociales, el bombardeo y muerte de menores en Caquetá,
la fosa común encontrada en Dabeiba, el presupuesto de la universidad pública,
el incumplimiento de lo acordado con las FARC, con los indígenas, y un etcétera
largo que hace que a esa explosión se
hayan sumado una infinidad de movimientos de resistencia no vinculados a los
partidos políticos de derecha o izquierda. Cuando afirmo esto no quiero decir
que la desobediencia no tenga un fuerte componente de pensamiento de izquierda,
en tanto movimiento social lo tiene, con
exigencias filiales a una nueva izquierda más amplia en su base y menos
tradicional, más abierta, mas ecologista, feminista y libertaria, menos
parlamentarista y también menos mesiánica y populista, y más cercana a la democracia participativa.
A diferencia de algunas
personas amigas, creo que la desobediencia civil no es una movilización
liderada por partidos políticos, casi siempre decididos a convertir esa
desobediencia en votos, sean de derecha o izquierda. La entiendo mejor si me
refiero a ella como una movilización que
se nutre de la infinidad de movimientos sociales que, a su vez, se hacen resilientes
desde lo local, lo barrial, lo veredal y por supuesto lo virtual. Hablaría de
la sociedad en red o de la trama de la cultura. Es más, existen antes, mucho antes que las
marchas mismas y se fortalecen en dinámicas territoriales que son alimentadas
de la confianza construida día a día y cara a cara.
Una movilización social
alimentada de desobediencia civil busca,
precisamente, cambiar las dinámicas de la política y crear otra política, un
nuevo lenguaje, un orden político nacido de la participación y no de la
representación o en otras palabras: en una representación sometida a la
participación y vigilada por ella. Un proceso político abierto a las miles de
opciones locales y a todas las expresiones culturales que nacen y resisten en los
microterritorios, en términos muy amplios, podría afirmar, que se buscan
representaciones cercanas a las ideas de la ciudadanía organizada según sus
propios intereses. Se busca romper los liderazgos individuales y mesiánicos por
liderazgos colectivos que sumen inteligencia, diversifiquen el lenguaje, amplíen los límites, debiliten los dogmas y
acojan como su bandera la libertad.
No se trataría de que
los viejos partidos, de izquierda y derecha metan, en sus programas políticos,
líneas que recojan las expectativas de los movimientos sociales, se trata, al
menos desde mi punto de vista, que emerjan nuevas organizaciones políticas estructuradas
desde lo local, desde abajo, desde la diversidad, desde la pluralidad y no
desde la ideologías unidimensionales. Se trataría de cambiar el Estado, o sea,
el poder, desde las formas culturales presentes en los territorios. Construir o
reconstruir una democracia alimentada de las emociones, sentimientos de todos
hombres y mujeres. Es difícil, tanto como intentar armar un puzzle sin figura,
un puzzle blanco, pero no es imposible, toca esforzar la imaginación y dejar de
pedir, al que no va a dar lo que se necesita, porque no lo tiene.
Es desobedecer para que
los que gobiernan miren desde abajo hacia arriba y no al contrario. Cambiar las
formas de hacer la política y no sólo las formas de empaquetar la política. Podría afirmar,
para dejar tranquilos a algunos críticos de la cuestión libertaria, que no se
trataría, al menos por ahora, de acabar con el Estado sino más bien de
transformarlo desde abajo, desde lo local, es abrir el sendero de la libertad y transitar de la
infinidad de dictaduras locales de todo tipo, que hay en el territorio
colombiano y que dan cuanta del triunfo del miedo, a democracias vivas, activas en donde se haya
perdido ese miedo que inmoviliza: el miedo a la libertad.
Es, si me lo permiten, una movilización cultural,
transgresora de la corrección política, que expresa el rechazo a una democracia
representativa, en donde no hay representación de todas, y que se ha
constituido como una plataforma de poder político insuficiente, limitada,
restringida por los intereses de los partidos en alianza con los conglomerados
económicos. Una democracia discursivamente vacía o llena de promesas falsas y
de la promesa de una esperanza nacida en el vientre del monstruo.