Cuando pensábamos
que el único virus que podría trastocar nuestras vidas seria uno digital y que este
después de expandirse a todos los computadores y dispositivos tecnológicos nos dejaría
incomunicados e inútiles laboralmente, aparece el coronavirus y nos coge indefensos, y por lo tanto llenos de miedos
que estaban allí pero que no queríamos ver. Miedo al peligro de no saber dónde está
el peligro. Miedo al enemigo invisible pero rapaz. Miedo a que las respuestas
que nos tenían preparadas fueran inútiles. Miedo a nuestra ignorancia, a lo inútil
de nuestro conocimiento ante lo accidental.
Es decir, estamos
en un inmenso mar de ignorancia sobre lo que es necesario hacer de forma eficaz,
en casos, que como este, aparecen de manera espontánea y se expanden de manera más veloz que
nuestra capacidad para explicarnos lo que sucede.
En un intento,
producido por el confinamiento, de explicármelo a mí mismo, busco huellas,
referentes que permitan, desde una metáfora, acercarme a alguna interpretación. No es nada fácil. Aparece el
dilema de siempre: o te aferras a la cruz hasta convertirte en mártir o confías,
también ciegamente, a que la razón científica te saque del infierno. Todo se
presenta así como un sarcasmo de los dioses, convertido en castigo por la egolatría
de nosotros mismos. Hemos fracasado queriéndonos convertir a nosotros mismos en
dioses.
Buscando
alimentar este texto, fui y volví por el
cine, por películas que había visto y que, sin la intención de ser
premonitorias o metáforas de algo, me fueran útiles para mirar desde allí lo
que sucede. No encontré una mejor cercanía con lo que sucede o sucederá que el Ángel
exterminador de Luis Buñuel. Aunque el encierro ha sido tratado por muchos,
creo que Agatha Christie los hace en alguna novela que no recuerdo su título, también
Marco Ferreri en la Gran comilona da pistas para llegar a nosotros mismos, creo
que esta de Buñuel saca a la superficie lo que somos. Nos pone frente al espejo
y nos deja ver el lado oscuro de nosotros mismos. Vean el Ángel exterminador o repítanla.
El virus como un ángel exterminador que, como ángel, desnudará lo que hemos
construido como sistema de vida, y como exterminador luchará para cobrar el máximo
número de víctimas.
La otra escena
que volvió a mi memoria con el encierro fue la de Lot y las estatuas de sal y
es útil, no tanto, por lo parecido que tenga el asunto de Sodoma y el momento actual,
sino más bien, por la fuerza de advertencia que tendría el cumplimiento de la
orden de no mirar para atrás en ese caso y el de no salir ahora. Nos toca quedarnos
quietos como en aquel juego infantil que al grito de alguno terminaba uno tieso,
duro como estatua. Es el encerramiento, tanto como el exilio, modos de castigo,
que en este caso debemos disfrutar sin ser nuestra culpa.
Es el
encerramiento, podría afirmarlo, el uso más eficaz del miedo como mecanismo de
control, miedo a ser excluido como enfermo y en tal razón, contagioso, y miedo a morir por la enfermedad. Miedo a la escasez
y a la pobreza, al no tener con que
comprar lo que necesitas para sobrevivir. Miedo a convertirte en víctima y también
en complaciente moral con decisiones que te favorecen a ti y no a todos.
La
incertidumbre nos llena de interrogantes: ¿el confinamiento nos convierte en
estatuas? ¿O solo reduce nuestro deseo infinito de movernos? ¿Coarta nuestra
libertad? o nos da señales para entender que la libertad que teníamos, aquella
de movernos a toda velocidad para todo lado y sin detenernos, era una libertad tramposa,
de ficción. Una libertad absurda que te permite comprar lo que no necesitas y
te convierte en consumidor compulsivo de deseos creados por la publicidad.
¿Pero puede existir
un ángel exterminador o ese ángel es solo el espejo de lo que somos?
Este encierro
no puede ser entendido como casa por cárcel, sino más bien, como el escenario
ideal para pensar lo que tú eres o en lo que te han convertido. Algo así como
un ser que tienes la llave para entrar y salir del mercado, cargado de basura que
no se podrá reciclar , y que si lo hace, es para alimentar con objetos
distintos ese basurero infinito en lo que el sistema económico ha convertido el
planeta. Quedarse en casa es una oportunidad para poner el freno. Entrar en el
mundo real, ese mundo del que te sacaron aquellos que, desde los distintos
poderes, han convertido la vida en una competencia absurda, en donde el egoísmo
es la fuente de todas nuestras acciones y la acumulación nuestra razón de vida.
Francisco de Quevedo era preciso en su pregunta hace ya 500 años ¿quién hace de
piedras pan sin ser el dios verdadero? Don dinero. Respuesta que se convirtió
en religión en las sociedades actuales.
El sistema nos
está pidiendo mesura después de al menos dos siglos de suplicarnos desmesura en
el consumo, nos piden solidaridad después de siglos educándonos en el egoísmo a
ultranza. Nos llenaron de centros y calles comerciales y ahora nos piden que
solo salgamos por alimentos y medicinas, es decir por lo necesario. No se
desvanece el sistema pero los valores que estaban empujándolo van a quedar cuestionados
ante la evidencia de que eran valores creados por la necesidad de vender y por
la idea descabellada de que es el consumo lo que da impulso a la economía. Nos
piden prudencia con la información después de habernos empujado a un mundo
digital, virtual en donde circula de forma avasalladora todo tipo de
información y nos la piden cuando ya estamos acostumbrados a estar desinformados.
Es posible que la incapacidad de los gobiernos para actuar de forma rápida, haya
nacido de momentos de duda sobre la
misma existencia del coronavirus actual. Pudieron haber pensad que todo era un
fake news nacido en las fauces del enemigo político.
Somos estatuas
saladas pero con la posibilidad de convertirnos en aventureros inmóviles, como
lo decía Borges, no sé si previendo esto, o simplemente como una invitación a
quedarnos en casa, abrir un buen libro y viajar brincando de página en página,
suspirando, riendo, llorando en fin imaginando que somos libres. Siento que la literatura
crea la sensación de ser libres y con eso la misma jaula para permanecer
presos.
Pero ¿Porque ha sucedido ahora en pleno siglo XXI?
cuando el mismo sistema nos había manipulado para creer que estábamos muy cerca
de la felicidad. ¿Porque con esa capacidad de destrucción? ¿Solo para
demostrarnos lo impotente que es el sistema?
Tres
cuestiones aparecieron en este encierro para advertirme en donde está el
problema:
Una de esas
cuestiones que entiendo como clave de nuestro miedo actual, es el absoluto desconocimiento
de nuestro cuerpo, nacido este, de la
torpe manera como la educación puso todos los esfuerzos, para que pasáramos 15
años en la escolaridad institucional y no lo conociéramos. Siempre hubo temores de que lo conociéramos:
la genitalidad oculta fue bandera de la represión
sobre lo que nos escondieron, el eros, es decir la vida. Fue absurdo para mí
ese largo recorrido por la escuela esforzando la mente y abandonando el cuerpo. Podría
afirmar que el cuerpo como territorio fue negado y ahora cuando intento saber
que reacción podría tener ese cuerpo de un enemigo externo, no sé cómo
funcionan mis pulmones. La brutal educación a la que hemos sido sometidos, siempre
pensando en cosas distintas a nosotros mismos, esa educación que separa de
forma tajante mente y cuerpo y que privilegia el trabajo como fin último, nos
deja ahora, en medio de la crisis, como náufragos en el torbellino de nuestra
propia sangre.
La segunda cuestión y no menos importante, es la desaparición
del estado de bienestar de manos de quienes han gobernado y el progresivo e incontenible proceso de privatización
de los derechos básicos: salud, alimentación, vivienda y educación. Nos encontramos,
en este extraño momento, en medio de la zozobra, intentando montar un sistema público
de salud a toda carrera, cuando ya lo habíamos vendido y convertido en un
negocio despojado, de ese interés público y estratégico, que es la salud de los
habitantes de un país. Pero la ola neoliberal de los noventa primero hizo todo
el esfuerzo, con éxito, por demostrar
que el Estado no podía administrar la salud para luego venderlo al peor postor.
La tercera cuestión
es el egoísmo e individualismo como valor
supremo de la vida social. Te convirtieron en consumidor, te dieron todos los créditos
posibles para comprar cosas innecesarias y te pusieron a competir con los demás en una
lucha en donde todos perdimos. Todos nos escondemos en nosotros mismos como en
una trinchera para derrotar al otro. Nos hemos convertido en nuestra propia
arma contra los demás. Estamos encarcelados en nuestro ego y de vez en cuando,
como en estos momentos, sacamos la cabeza y vemos más gente y queremos convertirnos
en algo que ya no somos, que abandonamos hace mucho tiempo, en seres solidarios,
cuando en verdad lo que nos empuja es el miedo a quedarnos solos, sin nadie que
nos de la limosna o el trabajo que
negamos al foráneo o al pobre.
Guillermo
Solarte Lindo