jueves, 12 de agosto de 2021

Cosas claras: queremos el chocolate, no mas miermelada


 Uno: Las movilizaciones sociales del 21 N, el 28 A y el 19 M y las que vienen  se conectan y se alimentan de sí mismas. Se entrelazan con lo que está sucediendo en el mundo desde hace ya unos años y responden a un mismo sentimiento: la indignación con el poder, con la política, con la democracia.

Dos: Colombia es un escenario de violencias múltiples originadas en la inmensa desigualdad, la impunidad, la corrupción, la ilegalidad  y la desconexión de los políticos con  esa vasta  diversidad que marcha y cuyo sentimiento puede estar sintetizado en una de los carteles que acompañaba la movilización: Nos robaron  hasta el miedo.

Tres: El gobierno pareciera haberse puesto la mascarilla en los ojos. No sólo utilizando la fuerza sino que, también, produjo una paradoja que no sabe qué hacer con ella: ha impulsado la indignación de muchos que sin estar en la marcha la apoyan. ¿Acaso piensa que los jóvenes que marchan no tienen hermanas, madres, abuelas que sus lazos de afectos terminan cuando salen de casa?

Cuatro: Las madres, padres, abuelas, abuelos, saben que allí están sus hijas, sus nietas, sus sobrinas jóvenes buscando nuevas formas de hacer la política, de cambiarla. No se ha dado cuenta el gobierno ni los políticos de ambos lados de la grieta  que las cosas no volverán a ser lo mismo y, quizá por esa razón, su insensatez se dirige a destruirlas.

Cuatro: El monopolio de la información dejó de estar  en manos de los empresarios que compraron los medios. Como afirmó uno de ellos al comprar El Espectador: “Los medios de comunicación son como un revólver, que cuando uno lo necesita, lo saca y dispara” ¿y que están disparando los medios en este momento?

Cinco: Las movilizaciones muestran  que cada indignado tiene un medio en la mano y que su capacidad para registrar los hechos de forma directa y divulgarlos  masivamente, en vivo,  establece una cadena de solidaridad  con los que son objeto de violencia y de rechazo con los que producen esa violencia.  Los titulares de los grandes medios pierden fuerza. La batalla de la comunicación sobre las movilizaciones la perdió el poder; se avecina la muerte de los medios como organización empresarial estructurada para divulgar información y construir opinión.

Seis: La falta de comprensión de lo que sucede, por parte del poder, enfoca tanto las críticas como la represión de forma equivocada. No podría alguien explicarle que mucho más que un estallido o una explosión cultural que ya cambió muchas cosas,  es una revolución cultural que no puede ser negociada. Que no necesita ser negociada con el Estado. Alguien le puede explicar al poder que está usando la violencia contra si mismo?

Siete: Los políticos intentaran, en las próximas elecciones, domesticar las movilizaciones. Buscaran, en sus discursos, promover la idea de renovación o construcción de la democracia. Reformas políticas que, en sus manos, solo servirán para reproducir, empeorando la situación.  El electoralismo se ira autodestruyendo, desmantelándose así mismo, pisando sus propias minas explosivas. Buscando pactos imposibles, llenos de mentiras para conducir a la ciudadanía al dilema falso de siempre: votamos por este o contra este.

Ocho: Las reformas tributarias con fin redistributivo son una farsa .Cada año, los políticos escondidos en sus curules como en la trinchera de la corrupción, reparten el presupuesto, se ríen de la ciudadanía. Saben que tienen un conducto legal y secreto por donde se escapan los recursos y retornan a quienes aprobaron la reforma.

 

miércoles, 9 de junio de 2021

Uy Festival, festival del miedo, Teusaquillo sin miedo



Este año vuelve el Uy Festival, festival del miedo, 

 Hablaremos de la pandemia, del miedo de los niños, del feminicidio, de los jóvenes en marcha, siete circulos del miedo, en siete puntos de la localidad. Sera trnsmitido en vivo por Facebook live

Presentaremos la encuesta sobre el miedo en la localidad, Los arboles del miedo desarollados en 7 lugares, el resultado del concurso de fotografia,


Los miedos que nos acechan

·         No es fácil ser valiente. Tampoco es fácil esquivar los miedos que nos acechan,  que los acechan. Aquellos miedos que nos han acompañado por años. Por noches. Los que muchas veces, convertidos en pesadillas, no nos dejan tranquilos. Desde el miedo a levantarnos cualquier mañana hasta el miedo a la muerte súbita. El miedo a la amenaza. A ser asesinado por pensar, por hablar, por rebelarse. El miedo al hambre, a perder el trabajo, a la enfermedad. Al latir acelerado del corazón.

·         Miedos que hacen de nosotros seres vulnerables. Tantas veces despojados por la fuerza de lo poco que tenemos. Tantas veces declarados enemigos sin motivo alguno. Tantas otras convertidos en verdugos del amigo. Somos frágiles seres que nacemos con miedos que poco a poco dominamos y otros que se convierten en obsesiones permanentes, en fobias irracionales, incomprensibles.

·         El miedo a ser víctima de los violentos. El miedo a la catástrofe a punto de suceder. A ser traicionado. El miedo a la cárcel y a la libertad. A la frágil felicidad y a la desgracia. A los fantasmas de la noche que no nos dejan dormir. El miedo al exilio y al no retorno. A la sospecha, al dedo que nos señala, al sicario, al ladrón, al jefe, al profesor, al policía, al paramilitar, al guerrillero, al soldado. A que te declaren sospechoso o cómplice. El miedo a la guerra, al enemigo, a las masacres. A las minas asesinas. A los autoritarismos de todo tipo. A las dictaduras de todo tipo.

martes, 20 de abril de 2021

De qué hablamos cuando afirmamos que algo está pasando

 El mundo actual es ante todo un escenario de conflictos y por lo tanto un escenario político. Su más fuerte característica es el dominio de un sólo modelo de vida que respaldado por la fuerza militar más grande que ha existido en la historia, se expande de forma permanente ampliando sus fronteras y eliminando opciones hasta reducir el horizonte de todos a una sola forma de sociedad: aquella que pretende conjugar a la perfección la democracia liberal y el mercado, como fuentes de la igualdad, la libertad y el desarrollo de las naciones. El acomodamiento de esa fuerza en la época de crisis arrastra no solo a la economía sino también la política. 

La militarización de esta ultima viene acompañada de medidas económicas dirigidas a subsanar la crisis provocada por la ambición de unos pocos y la fragilidad del sistema para controlar los desvíos o las dinámicas perversas y corruptas nacidas de lo que los adalides del sistema no identifican como libertinaje empresarial. Pero este triunfo de una sola versión del ideal político no pervive ajeno a la frustración de muchos con las opciones que desde el otro lado, la izquierda, llegaron al poder por el camino de las revoluciones. Tampoco es ajeno a la inmensa capacidad de los países de la órbita capitalista para vender su modelo como el único capaz de conducir el planeta entero por el sendero del desarrollo. O quizás, tampoco lo es a la incapacidad creativa de los que se oponen a pensar por fuera de la idea dominante. 

Triunfa la idea o  si se prefiere la ideología del mercado también de la mano de que las crisis irán apareciendo sin poder evitarlo. La periodicidad de las crisis también se acepta como una desviación del modelo. ¿Pero todos sabemos que el ajuste de la crisis en Estados Unidos deber ser compartida aunque las ganancias de la mayor economía no se repartan? ¿Qué tan cierta podría ser la analogía con aquella idea ambientalista de que el aleteo de una mariposa podría producir un ciclón en otras partes?¿La emisión de un dólar por el banco central de USA produce un maremoto en las economías más débiles? 

Ahora, la tensión que en algún momento tomó nombre de Guerra Fría y evolucionó hasta lo que se llamó La Caída del Muro, desapareció paulatinamente en medio de la más exitosa propaganda que logró eliminar de tajo la pluralidad política, creando una idea de centro en el que todo cabe y un escenario mundial dominado por la inevitable globalización. ¿Qué tan posible sea que se construya otra guerra fría que permita un cierto equilibrio favorable a occidente ante la potencia China? Pero si la idea política que domina es el centro, la idea geopolítica es la existencia de un Norte altamente desarrollado y democrático, y un Sur que se balancea entre el autoritarismo y la pobreza, la fragilidad del Estado y su impotencia ante la fuerza de lo ilegal. 

Pero ¿es el centro una abstracción política o solo el dominio de las ideas conservadoras que al ser puestas en el mercado político como el equilibrio renuevan su capacidad para captar electores? Estas imágenes de la política son mundiales y Colombia no escapa a ellas. Están presentes y son de fácil identificación. En general la tesis que podría surgir de este libro tiene dos grandes y seguramente, frágiles columnas: uno, 11 Política para camaleones la política, que fue en su momento ideología se ha transformado en imagen. Y dos, hoy en día la política es, antes que nada o por sobre todo, comunicación. Comunicación de una ilusión, de una promesa, de un discurso. Comercialización eficaz de una expectativa. En general, en un plano mundial, la política se relaciona de manera estrecha con la idea de un mercado: de información, de votos, de ideas, de mensajes, de íconos, de imágenes, de influencias, de espacios mediáticos. Si la sociedad es una plaza de mercado, la política es uno de los productos que circulan con mayor intensidad, y ella es lenguaje de comunicación entre ciudadanos y de estos con políticos, instituciones y el Estado. 

Un lenguaje de transacciones, un lenguaje estratégico, un lenguaje común, ese es el propósito último de la política actual: que todos hablemos lo mismo. Los medios y con bastante fuerza Internet cumplen con eficacia ese propósito. Algunas señas, pesimistas para unos, optimistas para otros, muestran que la sociedad transita hacia una cibersociedad, y que en ese ciberespacio suceden los cambios culturales más fuertes de la historia humana. Cambios políticos, económicos, sociales pero sobre todo culturales. Internet es de alguna manera la ruta hacia la utopía tecnocrática. ¿Sera algo así como la imprenta en su época? Alguien diría, seguramente, un intelectual periodista o un periodista publicista, que la historia no ha muerto que se hace virtual y así, sobre esta frase se escribiría el próximo best seller. Esa virtualidad o digitalización ¿no es acaso una consecuencia previsible de lo que es la tecnologización de la vida? 

La política, y con algo menos de candor, el discurso, se difumina en frases de impacto, se hace en eslóganes publicitarios que producen en el hombre y la mujer de la calle el resultado esperado por los que son titiriteros de la sociedades actuales: los publicistas. Ágiles hombres de negocios que todo lo que tocan lo vuelve producto. Inteligentes profesionales de la reducción impuesta por los espacios mediáticos. Si no se puede decir en una frase es innombrable. La razón: para el mercado es demasiado costoso. Este gran mercado es asimismo un espacio de confrontación en donde, todavía hoy, la palabra es, en general, el arma utilizada. La palabra hecha promesa, la palabra hecha mentira, la palabra hecha información y por lo tanto bien de consumo. 

También se trata de la política como sistema, es decir, de la democracia como régimen único, pero en el caso de Colombia, se presenta como idea central la postergación continua, histórica de esa democracia. O lo que podría llamarse la ilusión democrática como escena política y las razones o estrategias que han sido utilizadas para hacer del régimen político un escenario en donde la política es la música para los camaleones. El escenario político colombiano y también el latinoamericano da señales para el desarrollo de una democracia sin partidos o lo que podría parecer menos dramático: una democracia de movimientos que construidos desde los intereses de la ciudadanía renueven y acerquen la política a la vida diaria y a la solución de los problemas que agobian a la población. Si esto es así la pregunta que salta a la vista es ¿cuál es el papel de las organizaciones políticas tradicionales, de izquierda y derecha en ese escenario? 

Rota la idea de un partido único de dos cabezas no podemos transitar felices hacia el fragmento? Aunque, es cierta la idea expuesta por Daniel Bell citado por Anthony Giddens en el 2002, de que «en la época contemporánea, las naciones se han vuelto demasiado pequeñas para resolver los grandes problemas, y demasiado grandes para resolver los pequeños» también es cierto que existen diferencias sustanciales entre las naciones del sur y las del norte. La brecha de pobreza ha ampliado la tecnológica y científica y el intercambio desigual entre estos es cada vez más acentuado. La política no puede ser la misma en el sur o en el norte, en oriente u occidente, el sistema político no puede ser el mismo, el modelo no puede ser el mismo. La democracia no puede ser la misma. Tampoco la sociedad y claro menos aun el Estado. Políticamente el mundo es un escenario de desigualdades y, lo que algunos entienden por sueño democrático, es algo que puede fácilmente convertirse en una pesadilla que no alcanzamos a entender. Las últimas guerras en defensa de la democracia parecen la más cínica de las paradojas. Todavía no se encuentran razones, al menos democráticas, para arrasar un pueblo o cultura en defensa de ideales de libertad e igualdad.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Educar para la vida, una revuelta cultural.

 

Guillermo Solarte Lindo

Mi madre le decía a mi padre yo soy creyente y el respondía, yo soy dudante. Atahualpa Yupanqui

 

Con la  pandemia vivimos tiempos difíciles, sorprendentes. Aprendimos tantas cosas que, como especie, debemos salir fortalecidos. Ahora sabemos con mucha precisión que es necesario ordenar las tres palabras de la canción de marras, que orientaron por años la vida: salud, dinero y amor. Barajar de nuevo estas tres cartas es obligación humana, descartar o cambiar una de ellas será el dilema que tendremos que resolver como especie.

La pandemia ha logrado enseñarnos que es posible sobrevivir con el dinero justo siempre y cuando estemos rodeados de amor, y también, esta experiencia es testimonio certero de que los problemas del cuerpo y de la mente se sobrellevan de una mejor manera si el amor nos llena de optimismo y entusiasmo para salir adelante. El virus es un paso para una revolución cultural sin precedentes. Una revolución que permita situar en el peldaño más bajo de esa escalera al cielo, que es nuestra vida, al dinero y, a la ambición, como la fuentes en la que hemos obligado a beber a niñas, niños y jóvenes.

En el siglo XIII la voz del Arcipreste de Hita, poeta español, percibía con gran precisión lo que el dinero estaba construyendo. Dice el de Hita “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; al torpe hace discreto y hombre de respetar; hace correr al cojo y al mudo le hace hablar; el que no tiene manos bien lo quiere tomar /Y si tienes dinero tendrás consolación, placeres y alegrías y del Papa ración, comprarás Paraíso, ganarás la salvación; donde hay mucho dinero hay mucha bendición./ el crea los priores, los obispos, los abades, arzobispos, doctores, patriarcas, potestades, a los clérigos necios da muchas dignidades, de verdad hace mentiras, de mentiras hace verdades…” y más “En resumen lo digo, entiéndelo mejor: el dinero es del mundo el gran agitador, hace señor al siervo y siervo hace al señor; toda cosa del siglo se hace por su amor”

Y también hace unos 500 años, cuando el dinero marcaba para siempre el horizonte de la vida, otro poeta español escribía un poema satírico sobre ese poderosísimo artificio para el intercambio y la acumulación. Dice el poema o se pregunta el poeta Quevedo algo que como premonición fue preciso y como tragedia también: “¿Quién hace de piedras pan sin ser el Dios verdadero?” El dinero.

Que el dinero se haya convertido en elixir fatal para la vida no es su culpa. Es una compleja trama a su favor montada por los especuladores y promovida sutilmente por la educación como proceso que favorece su acumulación. Ser útil se convirtió en tener capacidad de acumulación. Desde su aparición como moneda hasta su inminente desaparición como papel moneda han transcurrido varios siglos. Un medio creado para el intercambio se fue convirtiendo en un fin para la vida: si lo tengo soy feliz y si no lo tengo, seré un pobre ser humano objeto de la peor de las discriminaciones. Está tan arraigado en nuestra cultura que es muy difícil pensar que en otros 500 años esto haya desaparecido de la faz de la tierra.

 ¿Pero entonces de que llenaremos nuestra ambición?

Góngora otro poeta amigo de la sátira, también español, nos dejó hace los mismos 500 años líneas agudas para comprender lo que por aquella época estaba pasando con ese invento:

“Todo se vende este día, Todo el dinero lo iguala: la corte vende su gala, la guerra su valentía; hasta la sabiduría, vende la universidad ¡Verdad!”

Después de estar confinados más de lo deseado, sabemos ahora, como seres humanos e individuos conscientes, que la velocidad fue un laberinto sin salida en el que te metieron para alcanzar metas, muchas veces innecesarias, vanas ilusiones de un éxito inútil. Correr detrás del dinero dejando atrás la importancia de las grandes pequeñas cosas que te rodean, ha sido torpe, como individuo y como especie. Es quitar tiempo a la felicidad.

Cambiar las listas de compras por una lista de valores y emociones que potencien tus ganas de vivir se convertiría en un gran desafío pedagógico. Desenredar la confusión creada por el mercado y descubrir qué es lo que te hace feliz, y en cuál de las listas (mercado o valores) debes situarlo, puede ser el dilema diario que te libere de esa ambición inútil de acumular objetos innecesarios y hacerlo solo por la idea de que al tenerlos has alcanzado parte de lo que deseabas como ser humano. Olvidamos lo que es necesario y empezamos, sin saberlo, una carrera por obtener lo fútil, lo inútil, lo baladí, tanto que nuestras casas se han ido convirtiendo en museos basurales que muestran, con locuacidad, que vivimos o hemos construido pequeños palacetes de lo superficial.

Si un día, alguno de esos días dados a la aventura casera de no hacer nada, y sometido al opio de la comodidad, decides marcar con un punto rojo las cosas que te rodean y que no son necesarias, sabrás con certeza que muchas de ellas no debieron haber salido nunca del almacén; este ejercicio de pedagogía en la acción daría como resultado miles de casas, millones de ellas invadidas de puntos rojos que podrían convertirse en una pandemia mundial a favor de la ecología, de la naturaleza y en contra del consumo de objetos inútiles que nunca te podrán llenar de satisfacción por una sencilla razón: fueron elaborados para eso, para encadenarte a la ecuación falsa de que el consumismo es el motor de la economía.

Es posible que en la pospandemia tengamos que actuar con más valores y con menos ímpetu en la acumulación de dinero o de divisas. La tarea de convertirnos en humanos amables, amorosos y sin odio es el más inmenso desafío educativo. La muralla edificada con valores egoístas debe ser demolida con la fuerza de voluntad de aquellas que han logrado comprender lo que la vida enseña: la armonía con la naturaleza es también la base de tu propia armonía.

Abandonar instantes de felicidad a cambio de tener dinero para comprar instantes de felicidad es la mayor paradoja tejida por la especie en contra de la especie misma.

Podría entenderse que la especie copiando a otras especies como las abejas o las hormigas creó sus propias colmenas en donde la miel ha sido remplazada por la ambición ciega, y alimentada por la ausencia del respeto hacia las demás especies y por la violencia hacia la propia.

Pareciera que estamos obligados a escapar de la felicidad, huir de lo bello para alcanzar la violencia que lo abraza todo y que se ha convertido en el rasgo más común de los seres humanos. En esta carrera loca en la que estábamos metidos no hemos encontrado lo que buscábamos sencillamente porque no sabíamos que estábamos buscando. Hay algo, una señal, una luz que nos indica que estábamos equivocados y también una advertencia: lo peor que nos puede pasar es pensar que no lo estábamos. Este año pandemical es la señal más grande de que la vida de la especie también está en peligro. Si uno de los mejores inventos humanos, la ciencia, no sirve para conservar nuestra vida y la de la naturaleza, habrá caído en la menos deseada de las contradicciones. Acercar ciencia a felicidad tendrá que ser un esfuerzo inagotable y permanente por darle el sentido de lo humano que necesita para convertirse en fuente de vida. Desmilitarizarla, entonces debería convertirse en un mantra humano constante.

El embelesamiento con la capacidad de compra obnubiló nuestra mirada, hasta hacernos creer que la vida en el planeta era solo un producto de nuestra lucha económica por sobrevivir, es decir, que nosotros como especie estábamos construyendo nuestra casa cuando en realidad la estábamos destruyendo. Solamente en medio del desorden y la destrucción, podemos entender cómo, poco a poco, destruimos la vida, nuestro hábitat y el de los otros seres vivos.

De la misma manera que nos hacemos humanos en nuestro diálogo con los otros seres humanos, nos humanizamos con el respeto por las otras especies y la naturaleza misma. Hay en esto un grito de alerta que nos muestra de que tamaño es el error de matar, o exterminar otras especies y una tensión fuerte al saber que al hacerlo nos autodestruimos.

Si nuestra inteligencia no facilita la compresión de esta ecuación de la vida ninguna otra ecuación podrá ser resuelta, ni entendida, ni desarrollada. Todas las ecuaciones están sujetas a la comprensión precisa de esta. El equilibro vital depende en gran medida de la potencia de la transformación que necesitamos para volver a empezar. No desde cero, pero si desde lo máximo: los valores que orienta la educación.

Un sociólogo español, Carlos Moya, lúcido él, afirmaba que el opio del pueblo ya no era la religión sino la comodidad y en parte el humo de ese opio cubre con una capa espesa y adorminante, adjetivo que tiene tendencia a dominar a través del adormecimiento, la vida de tantos, que todos, casi sin excepción buscábamos en ella el paraíso que la religión prometía. La ilusión de tenerlo todo había remplazado el deseo de luchar por uno mismo.

Los políticos de la mano de la comunicación han convertido la pandemia en una macrotendencia, la del miedo, que reinará por muchos años sin cuestionamientos y, así mismo, por muchos años será la fuente de inspiración de todo tipo de controles, de autoritarismos y por supuesto, será la tendencia dominante para pensar la economía y exacerbar una vez, la idea de que es el crecimiento lo que nos protegerá del miedo a la pobreza que ya invade el corazón de muchos y que en la batalla por un planeta limpio y contra el cambio climático triunfará una vez más si no hacemos nada.

El confinamiento obligado dejará en los espíritus del cambio, de las transformaciones, un deseo inmenso de salir a la calle. Será parte de esa liberación necesaria ante la angustia de estar preso sin ninguna razón. Salir a la calle será un acto político contra los políticos, un acto de recuperación de lo democrático como sentido de vida, como lugar de encuentro y por lo tanto como espacio de lucha por la vida de todas las especies, no de confrontación política entre aquellos que dicen escribir con la mano derecha y tener el corazón a la izquierda, y aquellos que afirman escribir con la mano izquierda y tener la sangre azul de las verdades irrefutables.

La pandemia obliga a abrir los ojos de la especie en su camino por sobrevivir y, deja en el aire la sensación de que, si paramos la máquina de fabricar dinero para comprar cosas inútiles, la naturaleza respirará y dejará ver con fuerza que su capacidad de resiliencia es mayor, mucho mayor que el ímpetu de esta especie por destruirla.

Si el siglo XIX fue el de la política, el XX de la economía, el XXI tiene que ser el de la ecología, es decir, el siglo de la vida. Es necesaria la transición hacia la ecología como fuente de nuestras acciones y de los valores de la vida que está unida de manera ineludible a la revolución cultural necesaria en la pospandemia. La humanidad grita con fuerza por su madre la naturaleza, fuente de todas las riquezas y de la supervivencia misma. Los poderes no pueden seguir ciegos y sordos. La educación para la vida debe elevar el listón de aquellos que quieren liderar a la sociedad. La responsabilidad es de todos, sí, pero especialmente deben responder aquellos que desde el poder han tomado decisiones en contravía de la vida.

Debemos temblar de horror al pensar en el siglo pasado y en las dos confrontaciones mundiales y las otras tantas locales. Únicamente la manipulación de la memoria en favor del poder violento permite que las mismas cosas se repitan y que la raíz del mal de guerra quede en el olvido. La razón de que las cosas malas se repitan está, en gran parte, en el uso que el poder hace de la educación como fuente de olvido y no de memoria. La reconciliación con nosotros mismos, con la naturaleza no puede estar unida al olvido de lo que hemos sido como especie. Pero no es de la fuente del pesimismo de la que debemos beber como tampoco es con los ojos tapados por el olvido como debemos actuar.

La educación para la vida es la recuperación de lo bueno y lo bello, escondido con éxito por los modelos económicos y políticos autodestructivos. Aquellos que nos dieron las señas equivocadas y que hicieron, del camino por el que la especie debía andar feliz, un sendero minado con ilusiones falsas. Sabemos que un paseo lento por la historia humana nos deja ver con optimismo que siempre en épocas de grandes convulsiones, de crisis y de guerra, en muchos rincones del planeta se abren ventanas de sensatez, se levantan voces de amor y aparecen hombres y mujeres que se niegan a pensar que matar o destruir sea la única respuesta.

También sabemos que a los humanos nos une el lenguaje. De su mano la inteligencia se desarrolla, avanza y construye. Como humanos somos posibilidad de comunicación, de interacción, de intercambio. Nos hacemos humanos en nuestra relación con los otros y con ellos ampliamos el sentido de la vida. Sólo en el diálogo entre seres se podría descubrir una sociedad pacifista. Una sociedad sin violencia. Se puede afirmar que esa sociedad no ha existido nunca, pero no poderlo soñar es tan inhumano como creer que la violencia es la única salida; que el dolor producido en la guerra y el horror son superados con el tiempo; que la víctima y su tragedia se diluyen en el olvido; que la resignación ante la muerte de inocentes es renuncia a una sociedad pacífica. No podemos seguir creyendo que la muerte violenta por armas o por hambre, o ahora por pandemia, de tantos seres humanos sea humana. Aceptarlo es eliminar de tajo la posibilidad de vivir humanamente.

Si el mundo es maravilloso, no es el resultado de nuestro esfuerzo por lograrlo, es más bien la ilación con esa misteriosa resiliencia de la naturaleza que muestra con contundencia que nuestra torpeza y estupidez no es suficiente para acabar con ella. Si los hombres luchan por la justicia, esa lucha debe ser ecologista. La dignidad humana está por encima de cualquier opción de lucha. El respeto por la vida de un solo individuo es el respeto por la humanidad y el respeto a la naturaleza y a los otros seres vivos es parte inseparable de esa dignidad.

El fracaso en la conservación de la dignidad humana es un fracaso político. Nace de la imposición de las ideas de unos sobre otros, de los intereses de unos sobre otros, de la actitud política de considerar a los demás, a otras comunidades y a otras culturas, de menor valor. El no reconocimiento de otras culturas es ya un hecho que atenta contra la dignidad humana; de ese no reconocimiento brota el germen del genocidio, de allí también nace la idea de sometimiento.

Sí: la lucha por la supervivencia puede ser superada por la defensa radical de la vida. De ella, de esa defensa activa, ecologista, feminista y pacifista brota el optimismo por la especie humana. Sabemos que el hombre y la mujer son aliados de la vida, así mismo, sabemos que la ambición derrota continuamente a la sensatez, que ella es fuente permanente de odios y enemistades, que el mundo oscuro de las ambiciones poluciona con más éxito del deseado el espíritu de los hombres y de los estados. Que el estado patriarcal y la sociedad construida de su mano deben ser diluidos hasta la desaparición como una estrategia necesaria para enfrentar el desafío de hacer de la pospandemia un mundo justo pensado desde el bien común.

Un poeta colombiano, Sibius, que debía ser recordado con admiración, de nombre Federico, como el español Lorca y que fue asesinado en un pueblo colombiano llamado también Granada, como el lugar de fusilamiento del español, escribió algo que permanece en la memoria desde hace cerca de 50 años y que, en este tiempo de la pandemia, parece una advertencia para la especie “O te salvas por un pelo o por un pelo te hundes, de ti depende que el hilo de donde cuelga tu vida se vuelva grueso y se alargue o se adelgace y se corte”.

La poesía y con ella todas las artes y sus infinitas formas nacidas en la cultura de pueblos milenarios, de culturas tejidas de la mano de las comunidades, son esperanza en el proceso de renovación de la vida como valor supremo. El arte, como alma de la cultura, debe entrar a hacer parte fundamental de las aulas y espacios de educación, de la familia. Es necesaria la música como alimento de la ensoñación de la misma forma que la pintura o la poesía. Abrir las puertas de la escuela a las artes es convertir la enseñanza en una fiesta. Es pensar que los planes de estudio o el currículo son una partitura para la libertad y que todos avanzan en un coro unido por la vida.

Habría que mirar con total atención crítica el presupuesto educativo que habla de la ambición como fuente de éxito. Allí podríamos encontrar muchos de los males que nos ahogan. Allí pueden también estar las claves para la comprensión de algo que nos enmudece: la competencia entre seres humanos no sólo deja muchos derrotados, sino una inmensa cantidad que no llegan a ninguna meta: millones mueren de hambre en países del sur, millones mueren violentamente en confrontaciones inútiles en medio del terror y del odio, muchos se suicidan creyendo que la muerte es mejor que la vida, millones están sumidos en la miseria para que unos pocos millares disfruten el paraíso artificial construido por el dinero.