jueves, 14 de septiembre de 2023

Abajo las armas: La rebelión soñada por el Bien Común

 

Abajo las armas: La rebelión soñada por el Bien Común  

Guillermo Solarte Lindo

Director

Pacifistas sin Fronteras

  Abajo las armas es un libro publicado por la Editorial Alvarelllos y la Fundación Cultura de paz.  Es la suma de 32 miradas distintas sobre una pregunta orientadora: ¿Dónde está el pacifismo?

Una cuestión provocadora, en donde las  respuestas de los 32 expertos, militantes, investigadores, líderes pacifistas y analistas de la geopolítica de la guerra, constituyen un texto de gran valor pedagógico, en tanto que,  es análisis y síntesis de las distintas corrientes del pacifismo, de su corta historia, de sus intervenciones más significativas y de algunas de las tesis que fundamentan el movimiento  por la paz como acción directa y el pacifismo como una forma de pensar o paradigma para enfrentar  la guerra.

En el trasfondo de algunos de los 32 textos subyacen las ideas que han sido bandera del pacifismo a lo largo de su historia, que se alimentan de las ideas de grandes líderes y mártires pacifistas: Gandhi y Luther King y muchos de los ganadores del Premio Nobel de paz, algunos bien merecidos, otros no tanto. 

El título del libro:  Abajo las armas, al tiempo que es un grito de alerta, es un homenaje a quien fuera la primera mujer en ganar el Premio Nobel de la paz, Bertha von Suttner. Abajo las armas es el título de su novela en donde el personaje central es una mujer que lucha por ideales pacifistas al tiempo que vincula valores que promueven la igualdad de derechos de las mujeres. Podría encontrarse en Martha, el personaje central de la novela, lazos con la autora y puentes con el feminismo, con los valores bandera de la lucha de la mujer por la igualdad.

Tres grandes enunciados sintéticos   podrían destacarse a manera de hipótesis   de lo que subyace en este valioso libro y que es   la suma de todas:  Las perspectivas, las expectativas, las iniciativas, las singularidades.

 El primero de esos enunciados no podía ser otro que la Vigencia del Pacifismo:  de sus ideales, sus banderas, sus valores y   del deseo profundo que nutría, lo que en el Foro Social Mundial de Portoalegre se expresó como: “Otro Mundo es posible”. Un ideal que todos los pacifistas, en sus distintas corrientes, compartirían y aceptarían como un horizonte de lucha, de resistencia, de movilización.   Pero, ¿cuál sería el aporte del pacifismo a ese “otro mundo posible”?

Indudablemente, la persistencia en la lucha contra la guerra y la radicalidad o, si se prefiere, la rebelión contra la guerra como mecanismo de solución de conflictos y el armamentismo como soporte de la guerra misma. Guerra siempre presente en la historia, muchas veces justificada por los estados llamados democráticos que han sido promotores de una intensa narrativa de guerra acogida por los medios masivos.

 Diría en palabras de Ana Barrero, en su texto incluido en el libro, que: “Se están imponiendo narrativas militaristas, narrativas que contribuyen a la espectacularizacion y normalización de la guerra. Y, a la vez, se está estigmatizando, criticando y atacando a las personas que defienden que la paz solo puede conseguirse por medios pacíficos”.

 El punto clave para la comprensión de esta tensión o conflicto entre aquellos que abogan por la lucha pacifista en contra de la guerra y los que la favorecen, es que estos últimos   tienen el poder: económico, mediático, militar, un poder hegemónico total.   

La persistencia en la lucha contra la violencia, contra las guerras, ha sido un valor sin igual que alimentó a los pacifistas cuando más cruda se hacía la confrontación, y más débil la política como medio para la solución de los conflictos. El siglo XX, cien años de confrontaciones bélicas, cien años de desarrollos tecnológicos para matar, cien años de una carrera armamentista sin precedentes de la que emergió con fuerza el pacifismo y se construyó la oposición más humana que podría construirse: la oposición a la guerra como espacio en donde se legitima el asesinato, el genocidio, el desplazamiento de millones de personas de su lugar de vida. El siglo XX fue el siglo de la militarización de la política.

Millones de muertos, decenas de millones de muertos civiles llenaron los campos de Europa y vincularon otros territorios en lo que se dio en llamar la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Es una historia reciente de la que los pacifistas aprendieron que era necesario abrir la lucha en contra de la guerra hasta encontrar los argumentos para enlazar el pacifismo a las razones últimas de los conflictos que la humanidad no había podido solucionar:   La desigualdad, la miseria de millones, el hambre, el odio, la depredación de la naturaleza, la discriminación, el racismo.

Los problemas abruman, pero, podría afirmar de la mano de Ingerbor Brenes, en su texto incluido en nuestro libro con el sugestivo título de ¿Armas para construir la paz?  Qué ingenuidad. “Ceder al pesimismo y a la apatía no nos llevará a ninguna parte.  No podemos permitir la destrucción de la humanidad y nuestro hermoso planeta… Parece obvio que no podemos seguir abusando de los recursos del mundo… el excesivo gasto militar no puede proporcionarnos la seguridad que deseamos…”  

Sí, es evidente que la paradoja militarista es, además de una ingenuidad, la peor de las muestras de la irracionalidad del poder: armarnos hasta los dientes para defender la democracia, los derechos, la libertad.  El pacifismo está vigente porque sobre sus espaldas pesa la idea de que la lucha por el Bien Común es la más humana de las luchas. Una carrera armamentista avalada desde norte como una idea fracasada de la persuasión en donde en palabras de Garry Jacobs: “El gasto militar anual asciende a dos billones de dólares, pero las armas no pueden impedir las sequías, las inundaciones o detener la subida del nivel del mar” tampoco podrán reducir los niveles de desigualdad, la explotación desmesurada de los recursos no renovable, o disminuir el hambre o detener un virus como el covid-19. Pero, ¿Si el armamentismo no es útil para la solución de los problemas que agobian a la humanidad para que son útiles? El argumento de que así se garantiza la seguridad es quizá la paradoja humana más grande: aumentan las muertes violentas, el desplazamiento y el hambre.

Muchos de los autores presentes en Abajo las armas coinciden que el pacifismo es una movilización planetaria, internacional, que tiene un horizonte político incluyente y unos principios radicales que se abre a otros movimientos fecundados por múltiples razones y valores.

Podría surgir de la lectura que hago de los distintos textos un segundo enunciado hipotético: El pacifismo es una movilización cultural diversa, plural, que se revitaliza en el análisis crítico de la realidad dominada por el militarismo, la desigualdad, y un sistema de valores contrario al Bien Común y al respeto por la naturaleza. Algo queda de las propuestas de Immanuel Kant en su texto de la Paz Perpetua, al que hacen referencia algunos de los 32 autores. Destacaría de ellos tres que se han perdido en la maraña burocrática internacional y en la fuerza indeseable del Consejo de Seguridad de ONU:  la cooperación internacional, la abolición de la guerra y el desarrollo de un orden mundial basado en principios ético-políticos obligantes para todos los Estados. Un fracaso a la luz de lo que sucede, pero asimismo un desafío para los pacifistas.  

Creo que estaríamos de acuerdo todas las personas que hemos hecho parte de la oportuna convocatoria de Manuel Dios, y la Fundación Cultura de Paz, en que la educación es una de las claves de transformación de nosotros como individuos, y de la democracia como sistema político que garantiza la convivencia pacífica, el diálogo, los acuerdos como ejes de esa convivencia.

Pero la política que alimenta la democracia debe ser la acción. Las movilizaciones como estrategia cooperada de incidencia frente a los gobiernos, a los conglomerados económicos, a los organismos internacionales, garantes de los derechos de todas, pero  que se han ido burocratizando,  y en los que, muchas veces, la ciudadanía no encuentra el respaldo necesario para erradicar la torpe necesidad del uso de la fuerza para lograr lo que la política no alcanza: la paz continua, la paz permanente, la paz total, la paz perpetua, la paz humana  como horizontes de vida hacia los que hay que transitar.

El tercer enunciado hipotético que nace de mi lectura es que el pacifismo es una ecuación en proceso de complementación. Una ecuación que, en el momento actual, tiene como soporte transversal la Comunicación y en donde el Pacifismo, el Feminismo y el Ecologismo dan potencia y energía crítica a la diversidad de movimientos sociales que lo componen. Fuerza para enfrentar los distintos monstruos, enemigos de la vida y la democracia en el planeta: la corrupción, el armamentismo, las guerras, la depredación, el extractivismo, la desigualdad, el patriarcalismo.

 La ecuación P+F+E/ C = Paz   se presenta como una suma de esos tres ejes fundamentales de la lucha ciudadana, soportadas por la comunicación. La ecuación podría ser entendida como el mejor dispositivo para dinamizar la democracia como sistema político y el calentamiento social, entendido como una fuerza de energías múltiples que no están dispuestas al silencio y que combaten otro de los monstruos que alientan las guerras: La mentira, el mundo de la posverdad al que se refiere Karen Marón y para el que en su texto da claves de comprensión.

El lector del libro Abajo las Armas lo puede enfrentar como un dispositivo en donde encontrará palabras, conceptos para elaborar su propia resistencia lingüística. Diversidad de mantras pacifistas que animen la movilización y la acción como medios de incidencia política y la participación con sentido vinculante para cambiar.   Se puede entender y asumir como un manifiesto pacifista que debe llegar en primer lugar a las escuelas, a los organismos internacionales, a los medios de comunicación.

 

No quiero terminar este escrito sin hacer referencia a una de las guerras, quizá la más sucia de todas las guerras y que ha sufrido mi país, Colombia. La guerra contra las drogas. Una confrontación declarada en los años 70 en la que convergen todos los monstruos a los que hacía referencia: Violencia, corrupción, militarismo, armamentismo, depredación, mentira.  Una guerra en donde el campo de batalla, de confrontación militar, se trasladó a los países productores de marihuana, cocaína y heroína y, en donde, las acciones militares se dirigieron en un altísimo porcentaje a las pequeñas parcelas, criminalizando a los campesinos y esparciendo glifosato, un veneno químico prohibido en muchos países y restringido en otros. Una guerra irracional que no detuvo el problema y, por el contrario, fortaleció, diversificó y amplió las redes criminales, la alianza de estas con los distintos gobiernos y multiplicó por miles las transacciones financieras de blanqueo y de inversiones con dinero originado en el narcotráfico. No todo sigue igual, todo sigue peor.  

Para los pacifistas, este tipo de guerras han sido opacadas o escondidas y los resultados, muchas veces, han alcanzado niveles de violencia poco mediatizados, o teñidos con la mentira más grande que traslada la responsabilidad a los países productores, también los muertos y la estigmatización, la condena de inocentes ciudadanos que ven restringida la libertad de movilización por el estigma que lleva ser originario de un país productor.

Esta guerra ha supuesto un deterioro de la democracia colombiana, en tanto que:  el dinero del narcotráfico permeó la política, incrementó el armamentismo del país, su militarización y un presupuesto militar desmesurado, al tiempo que sostiene uno de los más grandes ejércitos de América Latina.

El prólogo de Federico Mayor y el epílogo de Manuel Dios, amigos pacifistas españoles que ha caminado juntos por un periodo largo de tiempo, parecen coincidir en algo esencial sobre las guerras que están presentes. El pacifismo ha cambiado y debe seguir haciéndolo, se ha diversificado, se alimenta de otros sentidos. De muchos fracasos emergen otro tipo de acciones, otros tipos de lucha, otro tipo de interacción: una comunicación más rápida, más informada, un diálogo permanente, continuo. El pacifismo también se ha trasladado a la ciberpolítica. Tiene el desafío de ser contundente en las redes.

Recogería la pregunta de Mayor Zaragoza en el prólogo: ¿Cuántos acontecimientos nocivos podrían evitarse si se hubiera hablado a tiempo?