Cuando entré al lugar vi que la
imagen se movía lentamente, se agachaba, se contorsionaba. Pese a la distancia
que había entre ella y el espejo, se podía ver con toda claridad el sudor:
gotitas que bajaban y subían por los vellos rubios del cuerpo ya cansado de
Carmen. Ella era consciente de toda su belleza y por esa razón la danza ante un
espejo se convertía en un acto erótico sin comparaciones. No estaba sola, a su
lado un hermoso dóberman miraba atento. Guardián de la belleza.
De pronto Carmen gritaba como
para confirmar que la vida era solo la suma de momentos intensos, o se quedaba
en silencio, buscando respuestas en el olor que expelía su cuerpo. Ella era la
estética expuesta a las pasiones, la lujuria de un rito o el deseo incontenible
por hacer sentir a los demás que estaba viva y que eso era un acto de heroísmo:
ella era una heroína.
El poder expresar en la danza su
humanidad plena había sido el mayor descubrimiento; el placer producido por el
baile era para Carmen mucho más grande que el encontrado en el acto sexual, y
por esa razón nunca paraba de bailar: en la casa, en las aulas, en el cine,
haciendo el amor o solo caminando… Ella bailaba.
Siempre acompañaba su danza con
ruidos producidos en la búsqueda de un acercamiento a su animalidad, y estos
sonidos, sacados desde el fondo de su garganta, hacían recordar aquello que
Octavio Paz escribiera pensando en Sade “…
en la vida erótica de todos los días los participantes imitan los rugidos,
relinchos, arrullos y gemidos de toda suerte de animales”. Y pensando en Carmen
se podría decir con toda certeza que ella danzaba como una potranca, bailaba
como un colibrí, se movía como una gacela en celo, y olía como el mejor caballo
de carreras. Carmen, viviendo, había descubierto que es mejor ser una bella
potranca que un triste ser humano, y también por eso imitaba a la perfección el
relincho.
Antes de iniciar sus
presentaciones, Carmen buscaba llegar a un orgasmo que la descargara de aquella
energía que, consumiéndola de forma lenta, no dejaba que sus poderosas fuerzas
internas se expresaran libremente. Para ella la libertad plena no era otra cosa
que el vacío fugaz dejado por el orgasmo. Esa lucha que libraba Carmen, antes
de cualquier presentación, se había convertido en el sentido de su vida. Desde
el primer orgasmo, cuando era una niña de trece años, había entendido que lo
que se producía en el cerebro no estaba desligado de lo que sucedía en su
vagina; esa conexión natural entre la razón y el placer la convirtió en la
militante más radical del hedonismo.
—¡señoras y señores, ladies and
gentlemen, mesdames et messieurs!, lo que ustedes van a vivir será total: la
brisa y el ciclón, el hambre y la gula, el hastío y la necesidad, el deseo y la
represión, el dolor pleno y su cura total. Reirán, llorarán, gritarán…
Carmen, cubierta con ropa del
desierto, quería crear la sensación de soledad, de sed no satisfecha, de oasis,
de ilusión óptica. Apareció en el escenario como un espejismo; exactamente como
ella lo había querido. Dio un paso adelante y produjo el silencio que los
espíritus necesitan para el encuentro. Su presencia inmensa agotaba todo el
espacio, el escenario no era suficiente: ni el teatro, ni la ciudad, ni el
corazón. Hizo un movimiento rápido y brusco y quedó inmóvil como una serpiente
a punto de picar. Miró hacia un hombre que estaba en primera fila, giró, dio la
espalda al público mientras movía suavemente el culo y se acariciaba los senos,
cayó al piso, miró por varios segundos al techo y cuando hubo un gran silencio,
de repente, gritó:
You know you're a cute little heartbreaker Foxy lady
You know you're a sweet little lovemaker
Foxy lady I
El volumen de la música subió, la
guitarra de Hendrix cubrió todos los rincones y después en la voz negra del
dios se escuchó Foxy lady. Carmen, atenta, dio un gran salto, abrió las piernas
en el aire y volvió a caer. Durante el salto se había quitado el turbante que
cubría su hermosa cabellera, y esta, ya suelta, se movía como la crin de un
Pegaso hembra que, inventado por Carmen, ocupó la escena. Minutos después,
cuando se escuchaba el sonido de todas las respiraciones y se percibía el olor
de todos los deseos, sus manos iniciaron un lento recorrido por su cuerpo y
fueron descubriendo, de arriba hacia abajo, primero los brazos, largos y
delgados como los de un pulpo; luego el torso y la cintura; el pubis; las
piernas; los pies. La totalidad se hizo presente.
No era solo una mujer: era la
belleza. Un encuentro fugaz que dejaba ver la felicidad producida por el cuerpo
liberado del vestido, del pudor, de la moral. Carmen, buscando la vida, empezó
una larga y profunda caricia por su sexo, primero con un dedo y luego con toda
la mano, como si el deseo fuera a escapar. Cerró los ojos y casi por la fuerza
y deseo de las representaciones, todos lo hicimos al mismo tiempo.
Durante un largo momento nos
encontramos solos, como buscándonos en los impulsos, como sintiéndonos en el
hombre, como creyéndonos dioses. Después, todo fue quietud y silencio. Al abrir
los ojos vi el cuerpo desnudo que, inerte, parecía cercano al cadáver… Pero era
solo vida. Carmen respiraba lentamente, el movimiento de su estómago dejaba
percibir la calma nacida en el furor de la danza, el sudor que la bañaba
producía los espejismos del oasis
y el deseo de querer tocarla. Me acerqué y acaricié sus pies, sucios por el polvo de las tablas. El impulso de poseerla me hizo creer que lo hacía, me incliné y besé su boca, bajé hacia su sexo y, cuando me detuve a besar sus hermosos senos, Carmen empezó a moverse como empujada por sus instintos. Sus movimientos fueron tomando ritmo y convirtiéndose en danza, la música volvió a sonar y el negro gritó:
y el deseo de querer tocarla. Me acerqué y acaricié sus pies, sucios por el polvo de las tablas. El impulso de poseerla me hizo creer que lo hacía, me incliné y besé su boca, bajé hacia su sexo y, cuando me detuve a besar sus hermosos senos, Carmen empezó a moverse como empujada por sus instintos. Sus movimientos fueron tomando ritmo y convirtiéndose en danza, la música volvió a sonar y el negro gritó:
—There must be some way out of
here!
Rápidamente Carmen se paró y sus
movimientos volvieron a inundarlo todo. Los olores a semen, a castañas, a coño
húmedo y a saliva penetraron todo el espacio. El aire se volvió aroma de
excitación, las aletas de la nariz se abrieron y cerraron al compás de las
convulsiones provocadas por el ritmo de la música y el compás de la danza.
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