Este escrito nace
del asombro y de la estupefacción. Del asombro por la incertidumbre politica en la que
se encuentra el país y que hace pensar que cualquier paso que demos será hacia el abismo. De la estupefaccion por el exito del mensaje politico pesimista centrado en la idea de derrotar al enemigo y no de construir un escenario favorable a la vida, discursos politicos en donde la acusacion remplaza las ideas y la beligerancia sustituye la razon. En politica cambiar de actitud no significa cambiar de ideas, pero si no tienes ninguna idea, cambiar de actitud no conviene electoralmente. Si no tienes ideas es muy posible que lo que necesites es armar un ejercito de defensores de la beligerancia y hacer de ella una fuente inagotable de votos.
Aunque es vieja esa
intención personal de escribir solo para allanar mi propia incertidumbre debo
decir que, en el caso de la política colombiana, nació en el 2001 cuando con el
apoyo de Fernando Bernal, sociólogo y en ese entonces director académico de la
ESAP, coordine Misión la Política en Colombia, compile el material y edite los
dos tomos que publicamos con el apoyo de la Escuela Superior de Administración
Publica ESAP.
En parte creo que
las hipótesis que intento precisar aquí ya estaban germinando en ese entonces y
como todo en mi vida política, se encadena a una idea que allí ya expresaba y que ahora rescato en otras
palabras: las elites políticas en Colombia, tanto las de derecha como las de
izquierda, están desconectadas de la ciudadanía y su naufragio es el resultado
de ese divorcio. Diría, con el propósito de acercarme a la situación actual: esta crisis nace allí y la
abstención no muestra una cosa distinta a ese divorcio entre elites políticas y
ciudadanía. Otro descubrimiento
en ese entonces fue que la política ante todo es comunicación y que esa
comunicación es permanente. La expresión última de la política es mediática.
Más adelante intentare volver sobre este tema.
No es fácil
explicar porque razón la inmensa mayoría no vota y se abstuvo en el plebiscito por la paz, (que fue un campo de batalla por los votos del 2108) : es decir, unos pocos han dicho si 18 %
y otros pocos han dicho no 18. 3 % y políticamente esto lo que muestra es que la inmensa mayoría les dijo no a los
políticos de la elite que lideraron a codazos la posibilidad de terminar la
guerra, pero también les dijo no a los medios de comunicación que buscando, en
muchos casos no debilitar su financiación, declararon una neutralidad que en el
caso de la paz no tiene fundamento, y
también, la abstención, le dijo no a las encuestas, esa otra forma de gobernar
por muestras y sin discurso ni responsabilidad
que se ha impuesto en la política.


La complejidad de
esa relación entre poder legal e ilegal no es fácil de cartografiar pero quiero
dejar en el aire tres puntos por cuanto creo que se han expresado en este falso
dilema del sí y el no.
Esa relación se expresa de forma clara y evidente en los
territorios y en ellos se entrelaza con la violencia de forma distinta según sea quien domina en
el territorio. La ocupación del territorio por parte de actores de la violencia
se refleja en la votación o, si quieren escucharlo expresado de otra forma, las
minorías armadas y elite política del lugar, ejercen en el territorio la presión
necesaria para que su minoría triunfe: esos 18 % de ambas partes
Las elites
políticas regionales conservan la minoría intacta para gobernar en medio del
miedo. El dilema del sí y el no, muestra que el miedo ha sido repartido
democráticamente, a partes iguales. Un miedo repartido territorialmente en
donde la masacre, el secuestro, el destierro ha sido fuente permanente de
sumisión.


Pero otro asunto, no despreciable de nuestra realidad,
es haber dejado la Constitución y al
país, en manos de abogados y políticos. Negociantes de futuros ajenos. Haber canjeado, sin ningún rubor, la justicia
por las leyes producidas por lo oscuros intereses de quienes ganan las
elecciones, pero no nos representan. Por aquellos que montados en las
instituciones del Estado han ido poco a poco haciendo de la política un
ejercicio de la mentira. El germen de la violencia, mucho más allá de la
injusticia social, radica en la capacidad de la elite política, de derecha e
izquierda, para convertir todas las
soluciones en un banquete de corrupción. El triunfo de los políticos es el
fracaso de la Constitución, ellos de forma sistemática y egoísta han hecho de
la carta su propio salvavidas. La mentira es la forma presente de la demagogia
populista que arrastra hacia el abismo a muchos países a través de un lenguaje
del miedo. Lenguaje que ha establecido un reino de la mentira que al circular
de forma masiva no necesita argumentos ni fuentes, solo necesita circular sin obstáculos
y allí, los medios juegan un papel cruel basado en la supuesta neutralidad. Desde
un punto estrictamente ético no es lo mismo poner una cámara o un micrófono a un
mentiroso que a alguien honesto. El megáfono que le han puesto a Popeye es
muestra elocuente de una parte de ese escenario.
La relación de la
elite política con la ilegalidad no se limita a su vínculo con el narcotráfico,
también se expresa en asuntos como: a. la ilegalidad de la propiedad de la
tierra, la apropiación indebida de baldíos, usurpación de la propiedad de
desplazados, el altísimo índice de concentración de la tierra y la riqueza, b.
la apropiación del presupuesto público y la utilización del mismo como fuente
de financiación de la permanentes de re elecciones que se estructuran como
forma de ejercer el poder c. la explotación de los recursos naturales desde la
ilegalidad que permite el progresivo deterioro de la naturaleza y facilita la
financiación de la máquina de la guerra g. La gestión oscura del presupuesto y
su vinculación con los votos que ha roto en mil pedazos la alcancía de las regalías.
La elite política,
de izquierda y derecha, se ha convertido
en el mayor obstáculo a la convivencia. Son los creadores de escenarios de
confrontación nacidos en sus propios desprecios y no en el bien común. Si la
política es algo así como la piel de una sociedad, el poder corrupto, beligerante, idiota
carcome esa piel de forma lenta e irreversible. No podemos cambiar sin cambiar
esa elite, ese es un tránsito obligado
ahora que intentamos, en medio de la mediocridad política, imaginar otro país.


La razones para que
el 18 % de la población haya dicho no en
un plebiscito para terminar la guerra, que es el principal problema de Colombia
y haya triunfado, es el espejo exacto de la democracia que hemos mantenido y
hemos fortalecido: la democracia de la abstención, que es la democracia de una
inmensa ciudadanía silenciosa que no está enganchada a la idea de la participación.
Las razones son
múltiples. La mayoría silenciosa, la que ha triunfado con su negativa a votar,
no es una mayoría apática por su ignorancia. Es posible que muchos de ellos
hayan sabido leer mejor la realidad o también que la gran mayoría de esa mayoría
silenciosa no encuentre en las elites políticas de derecha e izquierda alguien
en quien confiar. Rota la confianza cualquier cosa puede pasar. Cualquier
acusación puede hacerse o cualquier mentira puede tener éxito.
La crisis creada
por el No es la misma crisis en la que el Si estaba parado: la crisis de las
elites políticas de todas las tendencias que, a lo largo de su polarización,
habían gastado el poco capital político que les quedaba. Esta sería un tercera hipótesis y explica como la paz, a la cual
todos queremos llegar, se ve obstaculizada por el deterioro y decadencia de la
elite política y también por su incapacidad de comunicar algo que debe ser
entendido como un bien común: la
convivencia pacífica, la paz como bien común no está ligada a interés
del poder sino más bien a la ciudadanía activa.
Las relaciones del
poder (legal ilegal) siempre se fortalecen con el triunfo de alguno de los
partidos conducidos por las elites. Ese triunfo supone la re encarnación
permanente de los líderes de esos partidos y con ello la resurrección del
régimen. Es una paradoja, pero, de la derrota de uno surge un nuevo aire para
ese régimen que naufraga y que recibe siempre un salvavidas electoral. No es
aventurado pensar que estamos en un momento en donde la paz, ese bien común, en
manos de las elites, está abriendo un pequeño o gran espacio a nuevas ideas, a
nuevas organizaciones que parecen dar señales de que la metáfora
Izquierda-derecha ya no es suficiente, tampoco que los dilemas que la elite
estableció para permanecer en el poder
sean los que muevan el futuro de la ciudadanía.

