El poder político: las cinco derechas, la izquierda parlamentaria y el muro de Colombia
Guillermo Solarte Lindo, Pacifistas sin fronteras
La ciudadanía camina y desobediente marcha indignada, se mueve, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos, niños y niñas, padres y madres con sus hijos, indígenas, negros, animalistas, ecologistas, LGBTI, católicos y cristianos. Hay expresiones de rechazo, dolor, decepción con todos ustedes, los políticos. Ganas inmensas de transformación. La ciudadanía pacífica, sin violencia, no está pidiendo nada distinto a una renovación de la clase política. No son bandas de gente mala que busca crear el caos, por una razón sencilla: el caos ya existía. Fue creado por ustedes. O para ser más precisos, la batalla entre los políticos es la fábrica de la miseria que nos rodea. Miserias no únicamente económicas, sino también morales, nacidas muchas veces en ese matrimonio perverso de ustedes con intereses privados, legales e ilegales. Ustedes deben aceptar que su resiliencia como casta esta soportada en esas alianzas que perturban la democracia y son la plataforma de la indignidad de ustedes y la indignación de los demás.
El origen de ese caos está en la indignación contra la élite política, contra el presidente, casi siempre puesto por ustedes, en componendas y manipulaciones mediáticas que trasgreden todas las reglas mínimas de la ética, de eso todos estamos indignados. Del engaño, que es construido de manera sagaz por Uds. con trampa. Por eso la resistencia civil tenderá a crecer. La indignación es con la forma como han gobernado, cogobernado o han ejercido una oposición inútil por su incapacidad para solucionar los problemas urgentes de la sociedad y por la corrupción.
Desde un punto de vista práctico la gente piensa que la solución a la corrupción, en manos de la casta política, será como darle el dulce preferido a un niño, a una niña, es como darle un arma no convencional al ESMAD y ordenarle que despeje la vía. El niño comerá el caramelo y el policía disparará el arma. La violencia del ESMAD contra la población civil es reflejo exacto de la violencia generalizada que vivimos y por la cual mueren tantos inocentes, tantos líderes sociales, culturales que creyendo que están luchando son acribillados por balas que Uds. mismos saben quién las dispara y porque razón.
Esa casta política devorará con sagacidad todos los límites que se les impongan para robar, por una simple razón: es el dinero para su reelección lo que está en juego. La corrupción es al poder lo que la gasolina al avión. Eso me decía una joven en la marcha. Los 12 millones de personas que votaron en la consulta contra la corrupción están indignados porque no se hizo nada, o peor, lo que se hizo fue para que todo quedara igual. La resiliencia cínica de la casta está en la eficacia con la que usa el dinero de la corrupción. La forma legal de robarse los impuestos, la forma legal de aprobar el presupuesto. El ajuste a los procesos de contratación que anuncian es un espejismo para perpetuar el clientelismo, el amiguismo, el derechismo y la vulgar manera de gobernarnos.
La muerte de jóvenes en muchos sitios de Colombia, en Bogotá, Nariño, Cauca, Cali, Chocó da cuenta del deterioro de la democracia, pero también de la incapacidad de la clase política para resolver los problemas que agobian a la ciudadanía. Así mismo de la sagacidad de esa casta política para vender de manera eficaz la ilusión de vivir en una democracia. Una clase política que ha construido de manera lenta pero segura nuestro propio muro de Berlín. Un muro levantado en sus propias confrontaciones políticas, casi siempre miserables, en donde han logrado partir en dos la realidad colombiana e incitan a todos a hacer parte del supuesto lado bueno del muro. Un muro de mediocridad política alimentado con torpeza, estupidez y al cual se le inyecta poco a poco en trinos gotitas de odio impulsados por los medios de manipulación grandes responsables de que ese muro se fortalezca, se levante cada mañana un metro más de la mano de noticieros y programas de opinión vendidos como noticias y espacios neutrales. Es posible que la caída de ese muro se esté construyendo a marchas ciudadanas, pero, esas mismas marchas al intentar negociar con los arquitectos del muro no logren sino reforzar los cimientos del mismo.
Hace ya tanto tiempo que la afirmación: “quien no cambia todo, no cambia nada” era parte del activismo de las miles de marchas que, desde la década de los sesenta, impulsaron cambios culturales que fueron aprovechados por los políticos oportunistas de aquel entonces. Eso volverá a pasar si, esos cambios culturales, no están alimentados por una forma radicalmente distinta de hacer y entender la política. Los autoritarismos de todo tipo nacen en las mismas entrañas de la democracia representativa y el deterioro de esta se ha edificado poco a poco de la mano del electoralismo. El cambio en las formas de hacer la política adquiere tanta importancia o más que las formas de pensar la política. La competencia electoral ha convertido a la izquierda en un grupo minoritario que poco o ninguna incidencia real tiene sobre los cambios que son necesarios para avanzar. Diría, con el mejor de los ánimos, que existe una izquierda tibia que se ha acercado tanto a las formas tradicionales de hacer política que en las campañas electorales las diferencias con la derecha democrática son tan escazas que parecen inexistentes. Es posible que el debate que más interesa promover no sea cuál es la diferencia entre lo que llaman izquierda y derecha, sino más bien, el debate sobre qué es lo que quiere, eso que de forma confusa, difusa y torpe, se reconoce en este momento como izquierda. Agregaría que, en lo personal, lo que más me interesa es lograr derrumbar ese muro de odios creados y alimentados por los políticos y los medios.
Las personas que marchan quieren trabajar y lo quieren hacer en condiciones justas. Pero también saben que es urgente cambiar las formas de hacer la política para lograrlo. Los viejos y las viejas quieren una pensión y las jóvenes un trabajo digno. Pero saben que con la clase política actual no lo lograrán La vida de la familia, su estabilidad y su dignidad dependen en gran medida de tener los recursos mínimos para la subsistencia. La renta mínima para vivir o morir dignamente. No es una cuestión de comunistas pidiendo más de lo que el sistema puede darles. Es gente común y corriente que hace esfuerzos inmensos por vivir decentemente.
La ciudadanía se manifiesta porque tiene claro que lo que se necesita es una ley contra la desigualdad y la distribución de la riqueza y no una ley de crecimiento económico que reproducirá con éxito el modelo económico que ha sido un fracaso aquí, allá y más allá. Llevamos décadas de crecimiento más o menos constante, y así mismo de una mayor concentración de la riqueza que nos grita, nos muestra con hechos que el crecimiento no ha significado igualdad, sino al contrario, hay menos ricos con más dinero y más pobres con menos. Los sesudos economistas del establecimiento repiten como loros que el manejo de la macro economía ha generado estabilidad, sostenibilidad, decían hace poco, resiliencia dicen ahora; es posible que eso haya pasado pero con una desigualdad absurda, violenta. ¿Es tan difícil para ustedes los políticos entender la desigualdad en Colombia llevada al extremo es violenta?
La ciudadanía al marchar está diciendo con claridad que todo ese discurso del modelo económico exitoso no es cierto, que no morimos de hambre, pero sí de desnutrición, de pésima atención en salud, de una informalidad laboral rapaz que no deja respirar, de pésima educación, de la destrucción. Uds. harán legal dos formas de destrucción de la naturaleza: la fumigación con glifosato y el fracking.
La marcha desea cambiar el sistema educativo para que más gente tenga acceso a la educación de calidad. La ciudadanía exige una educación digna. No son vagos capando clase. Son en muchos casos estudiantes pidiendo más dinero para ampliar los cupos y la calidad de la universidad. Son estudiantes deseando que haya más estudiantes y menos corrupción. La calidad de la educación universitaria en Colombia esta mediada por un hecho atroz: la juventud de familias pobres sólo puede acceder, en un alto porcentaje, a universidades de baja calidad y se presenta un inmenso dilema social: o amplias los cupos a las universidades públicas y mejoras su calidad, o sometes a los que menos tienen, a una situación de discriminación educativa y laboral degradante.
La gente exige salud de calidad y paga por ello y por esa razón quiere que la salud sea la que merece porque la está pagando. Quieren una salud digna. Y esto es mejor atención, en menor tiempo de espera. Piden las desobedientes cosas sencillas como ampliar la atención de las mejores clínicas a personas de bajos recursos y mejorar el suministro de los medicamentos sin que medien tutelas para lograrlo. Ampliar la cobertura de calidad a las personas mayores, largas filas de ancianas esperan por una atención deshumanizada. No son cosas imposibles, se trata básicamente de racionalizar el sistema en beneficio de los que no tienen o tienen muy poco.
Las mujeres quieren ser respetadas, quieren no solo igualdad de oportunidades de trabajo, o igualdad salarial. Quieren cambiar la estructura patriarcal que las somete, algunas brutalmente, a otras sutilmente. Piden libertad, saben que sin ella no hay dignidad. Quieren luchar al lado de los pobres porque ellas son las más pobres de todo el sistema, luchar al lado de los discriminados porque ellas son las que sufren la mayor discriminación, luchan al lado de indígenas, negras y campesinas por ser ellas las que han sido objeto de las peores violencias de la guerra y de la economía.
La ciudadanía quiere que el poder político cambie, pero sabe con certeza que también debe cambiar el poder económico. La democracia es el encuentro de lo justo en esa relación de lo económico con lo político. Pero no que cambien solo de actitud, no, la gente que camina, los desobedientes, no creen en Uds. y saben que es necesario, urgente dar una giro radical a ese liderazgo anacrónico y fracasado que conduce este país.
Exigen todas y todos que haya una conciencia empresarial que cree trabajo digno. Una conciencia empresarial que reinvierta la acumulación desmedida en beneficio de la ciudadanía, del país. Una clase empresarial que busque el beneficio de todas y que esté dispuesta a luchar por todos, por una razón también simple: si hay justicia social todos ganan más, por otra simple razón: hay estabilidad nacida en la tranquilidad de sentirse responsable. La clase empresarial tiene que ser digna de su riqueza de lo contrario esta riqueza será el producto de la explotación injusta de los recursos del país. Una clase empresarial rentista es enemiga de la democracia como sistema político que garantiza la justicia social y la distribución equitativa de la riqueza producida por todos.
Comer bien, tener agua potable, servicios públicos de calidad son condiciones para tener una vida digna. Los padres de familia no están pidiendo limosna, están exigiendo que se establezcan oportunidades claras para lograr el alimento de sus hijos. Es simple entender esto. La vida digna de las personas está relacionada con una buena alimentación y los gobiernos tienen herramientas para solucionar ese problema tan dramático de la desnutrición y la mala alimentación. Es un hecho insólito que el país importe alimentos que siempre estuvo en capacidad de producir. Es injusto con los campesinos que se les someta a una competencia desigual con países ricos. Además de insólito es estúpido importar alimentos, si, es simple, porque es más rentable socialmente, culturalmente, políticamente mucho más, producirlos aquí.
Está indignada también por el incumplimiento de lo pactado, de los acuerdos con indígenas, campesinos, afrocolombianos, estudiantes, con la guerrilla y está indignada porque el Estado es una delegación que esa ciudadanía hace para administrar los recursos, para crear bienestar, no para la guerra. Pagamos impuestos para que sean invertidos en las necesidades de la sociedad, no únicamente en las necesidades de la burocracia o del Estado, es indignante los salarios de quienes nos representan, y lo es porque un sólo congresista o alto ejecutivo del Estado puede ganar y pensionarse con lo que ganan cerca de 35 personas, trabajadores de salario mínimo que son la inmensa mayoría. Pero también gana cifras absurdas los rectores de las universidades, los gerentes de las empresas de los más ricos, las estrellas de la farándula y del periodismo. Sí, es también escandaloso que eso suceda, porque para que eso suceda otras tienen que ganar el mínimo, otras deben ser explotadas. La gente está indignada de que los líderes de la sociedad se llenen los bolsillos de forma desmesurada sin luchar o sin importarles que participan en la ampliación de la brecha entre los que más ganan y los que no ganan ni para terminar el mes.
Es indignante que una fuerza represiva como el ESMAD tenga más presupuesto que la ciencia en Colombia y que el ministerio de defensa tenga más presupuesto que el de cultura, medio ambiente, agricultura, trabajo, mujer, deportes juntos. De eso estamos indignados todos, todas. El incumplimiento por parte del Estado de lo pactado es un hecho que va en contravía de la ética mínima que se exige al gobernante de turno y eso produce indignación y esa indignación se expresa pacíficamente en las calles. Es una explosión ciudadana que busca no solo respuestas a los problemas económicos sino también una actitud honesta de quienes gobiernan. La honestidad es también cumplir lo pactado, es asimismo no mentir y claro no robar. La desobediencia civil no nace en las aulas de clase de unos jóvenes privilegiados tampoco es el resultado de ignorantes que no quieren trabajar, nace de la indignación.
La ciudadanía está indignada por el asesinato continuo de líderes sociales, de niños y niñas, de ex guerrilleros en proceso de reincorporación, de mujeres y niñas violadas o sometidas a la prostitución, del más oscuro acto de inhumanidad como lo que llaman falsos positivos, los desobedientes están indignados de ver gente que deambula por la calle sin ningún derecho, abandonado a la buena de Dios. Y lo está, porque siente, esa ciudadanía, que la delegación que ha hecho en sus gobernantes no ha sido efectiva para solucionar los problemas, al contrario se agravan día a día. La indignación ciudadana con el número de muertes violentas nace del miedo a que el Estado termine por aceptar que eso es natural y mire para otro lado buscando el culpable en la ciudadanía.
Los
políticos de la elite saben, muy bien, que la gente que marcha está indignada,
y deben saber también que la peor respuesta a esa indignación es ir en contra
la indignación misma. La ciudadanía se indigna cuando los altos funcionarios,
empleados a los que se les paga con recursos de la misma ciudadanía, tienen
respuestas indignas de políticos que los representa.
El dialogo entre los políticos y esa ciudadanía tendría razón de ser si se hace sobre la raíz misma del problema: la dignidad de la ciudadanía. Eso no será así porque el poder político es indigno de ese diálogo. El camino del dialogo está lleno de vacíos éticos nacidos en el poder político, no en la ciudadanía. Los desobedientes quieren el poder político, no quieren ser representados por ese mismo poder político que, por siglos, hizo que las instituciones como el Congreso del que Uds. hacen parte fueran la máquina de la injusticia social y la desigualdad: como la ley de crecimiento recién aprobada, como la destrucción de la naturaleza por explotación violenta como el fracking o la deforestación, o la fumigación con glifosato, o la extracción descontrolada e ilegal de nuestros minerales, por la aceptación permanente y solapada de los crímenes de líderes sociales, la permisividad con la violencia machista, patriarcal, por la explotación infantil, y muchas cosas más, no menos indignantes, como el manejo de nuestras relaciones internacionales o el matrimonio perverso entre medios de comunicación y poder económico.
Las razones de la indignación están unidas a la práctica políticas que ellos, los políticos utilizan, también al sistema de pactos que establecen con otros poderes para encontrar lo que llaman gobernabilidad, que es el debilitamiento de la democracia por la desconfianza en la representación, es decir en la casta política. mismos, y por el engaño que supone tranzar con los más fuertes para seguir gobernando a los más débiles. Los atropellos a la confianza depositada, la ruptura de esa confianza, y la traición a los principios fundamentales de la democracia, son las claves de interpretación para conocer el fracaso de la política. El país no puede seguir siendo liderado por una clase política anacrónica que no propone nada distinto a su propia perpetuación a través de la reelección continua de líderes de papel inflados en los medios y cuyo mesianismo decadente repite, como si fuera la ninfa eco, el discurso nacido hace ya siglos.
Todos ellos quieren ser el freno del movimiento social. Todos temen que de allí emerjan las voces de una nueva inteligencia, de un nuevo liderazgo difícil de cooptar por la máquina de la mentira montada por los mismos de siempre y, convertida en mensajes digitales de una confrontación corrompida entre ellos mismos. Es necesario sacar la basura que hay debajo del tapete del poder. Negociar con el poder es dejar la basura escondida, y eso es algo que solo favorece al poder mismo.