De las cosas que nos persiguen y que no podemos escapar
Difícil de pensar y por eso mismo inquietante es el tema de
la familia. Hace cerca de 50 años el texto que suponía una revolución del
pensamiento en torno a la familia fue el que David Cooper tituló la Muerte
de la familia y, el texto era revolucionario, en tanto ponía sobre la mesa algo que podría
ser considerado por muchos un plato difícil de tragar: La crítica de una
institución considerada por muchos sagrada.
La sagrada familia,
que era entendida como el soporte de todas la cohesiones sociales y culturales,
no podía ser vista o criticada como un mecanismo reproductor de todas la taras
que arrastra la socialización o si se prefiere la aculturación del individuo o,
más allá, su domesticación. Podría pensar que muchos de los limites que se
establecen a la libertad nacen en el seno o en la entrañas de lo familiar. No
solo en la forma, es decir su estructura, jerarquizada y patriarcal, (padre,
madre, hijos,) sino también en la sutil manera de reproducir la concepción del
poder y por lo tanto los limites mismos a la libertad.
Podría decir que hemos transitado desde el pesimismo
inteligente de Cooper al optimismo ingenuo de aquellos que piensan que una apertura de la
familia a formas distintas de parejas, como las del mismo sexo, serían un
avance y que este avance podría llegar a significar alguna ruptura con el
modelo dominante de familia. El establecimiento de reglas dirigidas a aceptar
que parejas del mismo sexo sean reconocidas legalmente no significa que se
avance en los cambios que, en esa institución, la familia, deban producirse.
Como tampoco el hecho de una adopción libre, sea aceptada legalmente, significa
que los roles familiares cambien, al
contrario, ambas cosas, matrimonio y adopción, podrían llegar a
significar una consolidación de la familia como pilar de la construcción social
y cultural. O el resurgimiento de ella como pilar fundamental de la economía
capitalista.
Y también como núcleo esencial de la reproducción social y
cultural que por siglos ha sido su función. Antes sin televisión y ahora con
ella, la familia se las arregla para no cambiar su rol, cambiando en algo su
composición. ¿Hay algún cambio real en el poder familiar por el hecho de ser
hombre-mujer, hombre-hombre mujer-mujer? Siempre aparece el hijo, menor de
edad, como el objeto total del control
de esa pareja que, por hecho biológico o adoptivo, poseen (una veces de forma responsable y otras no) a otro ser
humano que por azar llega a ese espacio de poderes bien establecidos y de
violencias sutiles aceptadas.
¿Se estará produciendo
una contrarrevolución sin anticonceptivos?
Madre Lennon
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