domingo, 6 de diciembre de 2015

Mensaje en la botella





















Guillermo Solarte Lindo*

No eran más de las siete de la mañana. Hacía frío. Caminaba a paso lento y por instantes pensé que no podría subir la ligera inclinación que me llevaría hasta lo que hace cerca de 40 años fue la Ciudad de Hierro del Parque Nacional. Me detuve en el mapa de Colombia y recordé por segundos mi sorpresa infantil cuando lo vi por primera vez, tenía doce años y mirándolo sentí que Colombia existía, que no era una mentira de los libros de historia.
Los puestos de frutas empezaban a abrir. El olor a naranjas me hizo volver de nuevo al pasado. Las cáscaras que estaban tiradas en el piso eran las mismas que los soldados de la preguerra pelaban delante de sus novias. El olor del soldado de aquella época era naranjal. Despejé la mente de recuerdos y caminé hacia el Rio Arzobispo. Lo vi descender lleno de ilusiones, transparente, límpido. Raudo y sin tropiezos arrastraba hacia Teusaquillo algo de los cerros.

En uno de los meandros estaba ella. Recostada sobre  una cuna de hojas humedecidas mostraba la cabeza. Tenía medio cuerpo afuera y el otro sumergido en las frías aguas recién bajadas del páramo. Su cuerpo, siendo pequeño, rompía el río en dos corrientes bien dispares. Eso fue lo que atrajo mi mirada y lo que provocó mi acercamiento y mi curiosidad. Descendí hasta la orilla, despacio, con algún temor que aceleraba los latidos del corazón. Puse el pie derecho en una pequeña piedra que estaba muy cerca de ella y me incliné, estiré la mano derecha y la toqué, estaba fría, helada, no sabía cuántos años podría tener pero la primera sensación fue que tendría unos 20 años.


El corcho con la que había sido taponada estaba roto y la humedad había hecho crecer musgo de un verde intenso en casi todo el cuerpo. Después de varios intentos, que hice con mucho cuidado para que no se rompiera, logré sacarla. La miré detenidamente y fui de nuevo a la orilla del río y la lavé. Le quite  el musgo y alguna hoja que, aferrada a su cuerpo, no permitía ver lo que había en su interior. Había en su interior un papel que a primera vista estaba bien conservado. Empujé el corcho y después de una larga batalla logré que fuera hacia el fondo. La incliné boca abajo y saque el papel que estaba intacto. Lo leí:

Por la ciudad libre de Chapinero
Chapinero 1968
Busquemos hasta encontrarlos nuevos dioses, diosas, musas, ninfas. Creemos nuevos relatos y leyendas sin héroes, sin paraísos perdidos. Sin tierras prometidas, sin discursos. Lleguemos a narraciones propias y sin historiadores oficiales. Desnudando nuestro Eros escondido en los medios de comunicación y los lenguajes publicitarios. Abramos las puertas cerradas por la razón sacralizada. Por la verdad publicada. En contra del lenguaje del viceversa, del esto o todo lo contrario. Del centro político que vende como cierta la idea de que allí cabemos todos. De la trampa política de la ciudadanía. Las letanías de los líderes que ocultan en medio de hipocresías y suaves canciones el debacle del sistema democrático.
Los políticos que usan las campañas como espejos de marras: para atraer incautos hacia ese centro que no existe pero se traga todo. Hasta la ultima de las izquierdas ingenuas. Más pola y menos polo. El centro es agujero negro y glotón de aquellos que pensando en el poder caen como narciso en la fuente engañosa de las realizaciones y los logros. Del éxito electoral. Promovamos la creación de fuerzas contrarias, de pensares al revés y del nado del salmón que mas que una propuesta es un sentido de vida. Evitemos las propuestas. Esa es una tarea que nos imponen los optimistas moderados. Desde el norte.
Deslicémonos en silencio en nuestros propios laberintos. Cabalguemos de la mano de los poetas y pintores por paisajes iluminados por la pasión. Antes que reunirnos unámonos. Antes que hablar cantemos. Antes que hacer soñemos. Antes que soñar vivamos. Antes que dormir despertemos. Sin despertadores, sin horas puntuales, sin darle cuerda al reloj. Volvamos al cantar del gallo. Al mensaje en las botellas. A las teas olorosas de neme. Al sembrado citadino de árboles frutales. Al  trabajo sin salario. La tierra para el que no la trabaje, el cielo para los pecadores. Repartamos varitas mágicas en todas las escuelas públicas, a los niños, no a los profesores. No queremos  ser mascotas del poder. No queremos más canciones de cunas publicadas en los titulares de las prensas.
Montemos salas de cirugía pública a corazón abierto. Creemos sitios sagrados para la complicidad, la mutualidad y la amistad. Camas de agua para los desleales. Los ladrones de confianza y los usurpadores. Máquinas de vapor para todos aquellos que se quieren montar al tren, al barco, a la cama, a la cicla, al zepelín que va en dirección contraria. No queremos mas ciclorrutas ahora queremos ciclas para todos y todas. No queremos mas parques ahora queremos emisoras, salarios de desempleo. No queremos más ejércitos, queremos sillas mecedoras en la puerta de la calle. No queremos mas medios de comunicación queremos más comunicación.
Tampoco queremos más impuestos. Promovemos la insumisión impositiva. Nos declaramos insumisos a todos los guerreros y a todos los imperios. Sobre todo al de las razones de Estado. Por un Estado de izquierdo. Porque las luces de la vida inunden de alegría las caras de los niños y las niñas de la calle. Rompamos las cadenas de la moral y la prudencia. Más valen los cien pájaros volando que uno en la mano. No nos engañan. Usemos la punta de la lengua para decir el secreto que guardamos. La punta de los pies para no despertar la malicia. El dedo meñique para mostrar las ganas. Construyamos una escalera al cielo. Una muy chiquita para no llegar nunca.
Fernando López García.
Nunca había escuchado ese nombre a pesar de lo común. Tenía amigos de nombre Fernando, otros tantos de apellido López y García. No supe nunca si era un seudónimo. Tomé la botella e introduje de nuevo el mensaje y la coloqué, ya sin tapa, en el sitio donde la había encontrado. Me alejé . Subí a paso lento hasta la Ciudad de Hierro y quedé dormido.

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