sábado, 12 de mayo de 2018

Moscas en la casa, el olor de la democracia colombiana


No sé si esta metáfora, moscas en la casa, convertida en canción sea un invento de la barranquillera Shakira,   la expresión la conocí por ella, hace ya cerca de 20 años cuando ocupaba todas las emisoras nacionales, mucho antes de que se convirtiera en rubia. Ahora en vísperas de las elecciones presidenciales encuentro esa figura, “moscas en la casa”, precisa para describir lo que puede pasar si no las espantamos. Algunos animalistas radicales me podrán criticar por el uso de esta analogía en contra de las inofensivas moscas pero no encontré algo mejor. 
Limpiar la casa de moscas y la democracia de políticos mediocres, es algo que todos desearíamos, a nadie le gusta comer rodeado de ellas, tampoco estar fumigando por todos los rincones intentando acabarlas sabiendo que su capacidad de reproducción y resilencia de moscas y políticos, es fabulosa. Pero es difícil lograrlo, por no decir imposible, cuando los medios de comunicación se convierten en lavaderos de imagen o se cargan de una supuesta neutralidad o imparcialidad que facilita que los políticos se renueven o se reproduzcan como moscas. Para ellos, los políticos elegidos, existe una extraña figura, la inmunidad, que ha permitido que los políticos se burlen de todo el mundo y especialmente de la justicia: cuando llegan a presidentes el fuero los protege, la comisión de acusaciones los absuelve y los medios los legitiman. Simple.
Otro asunto que funciona como anzuelo eficaz es el lenguaje que usan cuando se ven atraídos por una buena idea; la acogen hasta destruirla, la ensucian hasta que pierde su sentido, la convierten en promesa inalcanzable o en publicidad: las ideas de libertad o justicia social u honestidad o desarrollo rural, educación o derechos humanos, son buenas ideas que circulan en las elecciones pero ya destrozadas por ellos. Todas las ideas como los principios pierden sentido cuando las toma un político y las convierte en su lema electoral. La honestidad de un político desvirtúa la idea de honestidad de la misma manera que sucede con la idea de impunidad o la del cambio climático o la de la seguridad. Tengo la sospecha de que si todos proponen acabar con la corrupción o la impunidad estas dejan de tener la importancia política y pueden convertirse en un lugar común desprovisto de sentido. La historia muestra que para muchos, casi todos los políticos, su escudo protector es algo así como: no todo lo inmoral es ilegal y sobre este escudo protector se han construido tantas fechorías legales que el sentido democrático y los principios morales que debían ser piso de su legitimidad se han perdido, aquí, allá y acullá.
Los políticos se han parado en las ideas básicas o principios de la democracia hasta convertirla en algo indeseable, oscuro, sucio, algo que produce miedo pero, de forma incomprensible, entre más la ensucian más garantizada está su reelección. La razón última de esto, está en que ellos y ellas, se han apropiado de la inmensa torta del presupuesto, que no es otra cosa que el dinero de toda la ciudadanía.
 La capacidad de engaño que tienen los políticos corruptos, deshonestos. es algo parecida a la que tienen las moscas para escapar cuando intentas por algún mecanismo atraparlas o matarlas. Escapan en el preciso momento. Cuando ya estas a punto de hacerlo, vuelan y desaparecen con estrategias muy conocidas en Colombia, pero que no son exclusivo de nuestro escenario, frases lapidarias como: fue a mis espaldas, me pueden investigar, siempre he sido un hombre honesto, es una persecución política, creo en la justicia de mi país, los demandaré por acusaciones falsas 
Con estas respuestas bien mediatizadas y un buen abogado, es decir sin escrúpulos, los políticos desaparecen en medio de la impunidad, que no es otra cosa que la complicidad que tienen entre ellos y de ellos con los otros poderes para salvarse, para permanecer. No todos ni todas, es cierto, pero sin ánimo de generar apocalipsis falsos, en un 25 %, más o menos, de los políticos recién elegidos al congreso, no están parados en la torta del presupuesto y son, por ahora, inocentes amigos de la honestidad que podrían llegar a caer en la trampa sino se alejan de esa torta. 
En Colombia, por ejemplo, elegir presidente es elegir a quien va a partir la torta, y entre este y el grupo de moscas paradas en la torta, existe una relación de supervivencia que es bien conocida por ambos. La alianzas entre ese 75 % de corruptos se construyen para que el presidente, que es quien parte la torta, les dé a ellos un pedazo tan grande como ha sido su aporte en votos, una de las formas de hacerlo es nombrar ministros y directores de instituciones que manejan gran parte de la torta. Muchas, y no pocas veces, la repartición se hace por el camino de algunos organismos internacionales especializados en administrar los recursos del Estado, es decir, nuestros impuestos convertidos en el presupuesto y administrados por la burocracia internacional.
Lo que resulta, al menos insultante para nuestra inteligencia colectiva, es que entre todos les financiamos con nuestro impuestos, su elección, su reelección, su impunidad, su violencia, su complicidad con la ilegalidad. Cuando les devuelven el dinero por voto alcanzado, cuando por cuestiones supuestamente democráticas los financiamos, estamos también pagando con nuestro dinero las miles formas de corrupción que ese 75 % restante, es decir los que están parados en el presupuesto, logran en votos. Cuando usted ve una valla publicitaria que le molesta. Cuando por la televisión ve publicidad política mediocre o despreciable, usted la está pagando. Cuando usted ve o escucha campañas dirigidas a incentivar el odio, usted la está pagando. 
También cuando una empresa privada apoya de forma invisible a un candidato no está fortaleciendo la democracia, está invirtiendo. Pero invierte para que usted compre más de sus productos, aumente sus ganancias y ellos puedan apostarle al candidato que reproduzca con éxito el esquema. No todas la empresas privadas, pero si las suficientes para que la democracia este metida de forma permanente en sala de cuidados intensivos.
Existe una tendencia política que hace camino con fuerza y que se deriva de esta situación dramática: ser honesto es el valor supremo del político, y puede serlo, pero no resulta muy práctico elegir muchos “honestos” pero mediocres representantes que, por el sólo hecho de ser mediocres son deshonestos, y por lo tanto inútiles adalides de esa honestidad que promueven. Para ser representante es obligatorio ser honesto pero es imprescindible ser inteligente, estudioso de la cultura, de la política y la economía y por supuesto un defensor radical de la libertad y la democracia y los derechos humanos.
La idea de que muchos políticos honestos compran votos para poder realizar su promesa política de salvar la patria de la corrupción o de la violencia es la paradoja suprema. Quizás el ejemplo más dramático políticamente, fue la compra de la reelección por Uribe, por supuesto que allí no se originó la corrupción ni tampoco el soborno como algo políticamente correcto, pero la carga de desconfianza que producen este tipo de acciones a nivel social debía ser   tan grande como el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña presidencial de Samper. Lo fuerte de estos dos procesos radica en la ilegitimidad con la que cargó, en ambos casos, a la presidencia de la república institución que como cabeza del gobierno debía ser ejemplar.  Odebrecht es otro hito de lo que sucede en una democracia moralmente débil o, para ser más preciso, una democracia en donde las elites tanto políticas como económicas han aceptado que cualquier proceso de negociación o elección, está o puede estar mediado por el dinero. 
Todo esto ha dado lugar a lo que Bauman llama el pánico moral. O también el miedo que deriva de ello, es decir, ese escenario de pánico moral termina favoreciendo a los que lo construyeron; los políticos y sus estrategias publicitarias para que el miedo les permita manipular las emociones de la ciudadanía confundida por la mentira. 
La idea de inyectar miedo a la sociedad, aunque no es nueva, si se ha coinvertido en estrategia de los distinto discursos políticos. Hay miedos que son propios de la derecha y los hay también de la izquierda, los hay, así mismo, de los grupos políticos que promueven distintos ideales. Pero el miedo a ser gobernado por un enemigo de la sociedad, o del bienestar o de la libertad o de la paz o del medio ambiente, son miedos fundacionales de ese pánico moral y que al ser incorporados en las agendas electorales por los candidatos construyen una democracia emocional centrada en la idea primaria de lo bueno y lo malo.

El dilema o amenaza de: si no nos eligen les ira peor.
Ese 75 % de los políticos mediocres, alcanza el triunfo a pesar de deteriorar la democracia, si, es así y no es fuerte la expresión, lo hacen impunemente a través de la estrategia quizás más perversa, por ser eficaz: el dilema falso que opera de manera sin igual en las elecciones, cada cuatro años. Construir dilemas falsos ocupa ahora el espacio que ocupaba la promesa política o el eslogan publicitario. Lo dilemas falsos polarizan la sociedad de una forma sucia pero exitosa para ellos.
No creo que estar polarizado este mal o bien, sólo que polarizar la sociedad a partir de mentiras es peligroso. También lo es hacerlo a partir de promesas imposibles de cumplir en 4 años. Una cosa es un discusión política sobre la ideología de uno u otro y otra bastante peligrosa es la polarización entendida como una confrontación publica o batalla verbal, muchas veces mentirosa, que busca en la competición electoral derrotar o vencer a toda costa, por encima del interés general e identificando a los demás como enemigos de bandera. Ese tipo de polarización hace pensar en el club de fans o en los hooligans de equipos de futbol, o en aquellos que fanáticamente defienden el nazismo o el estalinismo. Cuando esto sucede, es decir cuando la polarización conducida de forma premeditada a la confrontación y a la silenciamiento del otro, o su muerte, física o simbólica ocupa un escenario electoral, estamos cerca de la tragedia política donde la mentira es la reina dominante del escenario. Otra cosa es la polémica o el dialogo crítico, estos, si no están basados en la mentira son el alimento de la democracia, son la clave del disenso inteligente.
Miremos un dilema que teniendo referente de apariencia cierta domina el escenario electoral colombiano y que se sostiene sobre la idea de un antagonismo necesario para reducir la competencia a solo dos posiciones opuestas.Lo quiero plantear de esta forma:

Tenemos que elegir entre dos escenarios: nos convertimos en una dictadura castrochavista o en una democracia corrupta y narco paramilitar. Sí, es dramático, pero sobre todo mediocre, la democracia convertida en dilema falso y la ciudadanía empujada a decidir sobre ese dilema, en donde ella es la que pierde, es decir, nosotros perdemos cuando votamos pensando en el falso dilema. Los dos polos opuestos, es decir la polarización basada en mentiras, se benefician al someter la democracia a ese dilema: todo queda reducido a la batalla entre ellos, aun siendo el dilema falso.
 Las dos patas del dilema tienen referentes de fuerza: Maduro y Uribe y ellos hacen parte de algo que, por décadas ha sido tradición de la política en Latinoamérica: el patriarca, el caudillo. Su obsesión por el poder se convirtió, en ambos, como la única razón de la política y dos emociones básicas, casi primarias son utilizadas para consolidar su permanencia en ese poder: El amor a la patria,  salvar a la patria del dominio imperial para Maduro es lo mismo que salvarla del socialismo del siglo XXI  para Uribe no importa lo que se tenga que hacer para lograrlo,  sea la fuerza, la mentira, la amenaza, la censura o la corrupción, cualquier cosa están dispuestos a hacer para salvar la patria del fantasma creado por ellos. Ese amor patriótico, no se puede entender sin el sentimiento de hacer parte de un pueblo y, es a ese   pueblo como protagonista, al que se dirigen de forma permanente y engañosa a través de un dialogo publico falso que tanto Maduro como Uribe utilizan para satisfacer la idea de populismo que no es otra cosa que hacer pensar que las cosas para ese pueblo serán mejores si ellos están en el poder. 
Ambos, Uribe, y Maduro, están atados a la idea de salvación y así se corresponden con lo mesiánico, son mesías elegidos por el pueblo para salvar la patria con una locuacidad boyante de promesas populistas y saben, los dos, que entre menos tenga el pueblo, entre más pobre e ignorante, más promesas tendrán credibilidad y mayor será la posibilidad de perpetuarse en el poder. No es extraño que la razón última del éxito de estos personajes sea el fracaso de las instituciones políticas y también de forma extrema, en el caso venezolano, un poco menos en el caso colombiano, el fracaso del modelo económico que no logra dar respuesta a la necesidades de ese pueblo que los eligió. Hacen parte de lo que alguien llamo “liderazgo carismático con un fuerte componente emocional” en donde el miedo cumple el papel de aglutinador de odios y cobija de forma eficaz todo el espectro político.
El antagonismo de Uribe Maduro ha sido trasladado por el primero y con el incomprensible apoyo de los medios de comunicación al territorio colombiano y al escenario electoral y su estrategia de identificar a su posible mayor contrincante como castrochavista parece darle los réditos políticos que esperaba. Recojo lo escrito con anterioridad pues no encuentro mejores palabras para decirlo: “… la estrategia fue y sigue siendo el introducir un lenguaje y poner al ciudadano a fijar una posición ante un dilema falso.
Es mayor la fuerza del dilema para manipular que el poder de unas palabras que si bien es cierto conectan con la emoción, alcanzan éxito cuando hacen parte un dilema. Veamos, la palabra Castrochavismo por sí sola no alcanza a ser más que una torpeza producto del deseo de manipulación pero, si la relacionas con las FARC y por este camino con la negociación que se desarrollaba, el dilema queda armado y el miedo establecido. El dilema exitoso quedo rondando en la mente de muchos:”Ud. prefiere que Colombia se convierta en una dictadura castrochavista o prefiere que siga siendo una democracia”.
Ahora bien, construido el dilema falso hay tres cosas esenciales para que logre su objetivo: a) situar en un lado a los buenos y en otro a los malos, b) lograr que los medios incluyan a los defensores del dilema falso en sus espacios en aras de su derecho a la libre opinión y c) Lograr que quienes aceptan el dilema falso como verdadero tengan un alto nivel de radicalización o si se prefiere de fanatismo. No deja de asomarse a mi memoria la idea que a manera de chiste funciona muy bien en esto casos de fanatismo militante: “que el pueblo siempre apoya al partido, porque cualquiera que forma parte del pueblo y se oponga al partido queda inmediatamente fuera del pueblo”
Si bien es cierto que el dilema es propuesto por Uribe es divulgado por los medios, radio, televisión y prensa, hasta tomar una fuerza tan grande que habla del bajo nivel de desarrollo político de la sociedad colombiana. La obsesión de Uribe por deslegitimar a Santos, por su desobediencia, la enlaza con una acusación inaudita: que uno de los representantes más tradicionales de la elite bogotana, con un pasado político entre liberal y neoliberal, con gran cercanía a USA sea identificado como castrochavista, es decir militante de la causa Cubana y del llamado socialismo del siglo XXI.
La estrategia de Uribe(caudillo populista de derecha)  parece haber cumplido su cometido en dos sentidos: por un lado arrastra el desprestigio de Maduro(caudillo populista de izquierda)  a Petro e invisibiliza electoralmente los riesgos de un tercer gobierno Uribe en cuerpo ajeno, es decir en cabeza de Duque, que muchos identifican como el segundo escenario: una democracia militarizada y corrupta, con fuertes lazos con el paramilitarismo y garante de la impunidad de Uribe, quien  tiene dos cosas bastante claras: la democracia electoral es una competencia y por lo tanto su participación y la de su partido,  tiene como horizonte el triunfo y los electores, mucho antes que decidir basados en argumentos o programas, fundamentan su decisión en emociones tales como el odio, la fidelidad con su líder, o como decía anteriormente el amor a la patria, a la familia y a la propiedad. 
Uribe buscó con Juan Manuel Santos algo igual a lo que busca con Duque: que gobernara a su nombre y no lo logró, desarrollando desde el momento que se produjo la ruptura, una campaña exitosa de desprestigio sin importar cuál era el costo político, económico y social para el país. Fue una guerra frontal, persistente, obcecada y caudillista contra el gobierno, que poco a poco fue deteriorando la imagen de Santos y dejando claro que la intención había sido gobernar en cuerpo ajeno. La guerra del caudillo de derechas se extendió a los demás poderes y la estrategia de deslegitimar las instituciones de justicia se convirtió en una punta de lanza de la batalla. Una guerra ciega y sucia que, en cada acción, pasaba por encima del interés general, por ejemplo, el de la paz, y dejaba ver con claridad las intenciones de retoma del poder, tanto del ejecutivo en cabeza del presidente como del legislativo en cabeza de su partido, el centro democrático. No es necesario ser muy inteligente para constatar que la estrategia es estrangular la justicia con la tenaza ejecutivo-legislativa y minimizar el riesgo de que todas las investigaciones que existen en su contra sigan su camino. 
Una fenomenal estrategia de obstaculización de la justica que, alcanzo a entender, finalizaría cuando este caudillo logre su mayor cometido: limpiar su imagen. Lograr un punto final en la cadena de acusaciones, sospechas, lazos con la delincuencia y paramilitarismo. No se trataría de tomarse el palacio de justicia para borrar las huellas que lo unen con lo ilegal sino más bien, entrar al palacio de justicia de mano de los votos para, ya estando en el interior, cambiar la ley a su acomodo. Está claro, en este caso, que el voto es la mejor manera de acabar con la democracia. Y lo es, en el sentido de que todas las decisiones que se tomen con el respaldo del voto son legítimas. Se produce así lo que llamaría: la paradoja de la democracia. La morbosa terquedad de la lucha de Uribe contra Santos y así contra el Acuerdo de paz, recuerda la persistente batalla de Pablo Escobar contra el Estado y también  aquella frase que hiciera tanta carrera: prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en USA. 
 Vuelvo al escenario electoral de 2018, las dos personas, candidatos, Duque y Petro, que son identificadas con Maduro y Uribe deben tomar el camino de la libertad y romper ese lazo, hacerlo trizas y no risas de forma radical o jugarán un juego en donde todos perderán, incluido el que gane.
Parecería fácil para Petro romper con Maduro pues las señales que emite no son de solidaridad con el régimen encabezado por el venezolano, cada vez se convierten en critica radical, tampoco las concepciones políticas del colombiano y el venezolano, son las mismas, el proyecto tanto de Chávez como Maduro son proyectos militaristas atados de forma indisoluble a los militares venezolanos. El de Petro no.
 Si es el caso de Uribe, su cercanía al ejército y su política de seguridad obligan a Duque a tener un proyecto militarista y en eso el riesgo para Duque es estar entre dos tenazas asfixiantes: Uribe y la militarización, que no es la llegada de un gobierno militar, es la militarización de la política, es, entre otras cosas, la consideración de que el ejército es el guardaespaldas del poder ejecutivo. Eso no es cosa distinta a la politización de las fuerzas armadas, y claro, para esto es necesario garantizar un fuerte presupuesto militar que una el poder ejecutivo con el poder militar. También la cercanía de Uribe con multitud de procesos cercanos a la ilegalidad y observables en los muchos procesos legales en su contra, proyectan la imagen que, un tercer gobierno suyo, será una fuerte confrontación, esta vez desde el poder, con la justicia. Lo que ha afirmado Duque que su estrategia es ser presidente y Uribe presidente del congreso no es otra cosa que apretar la tenaza contra las cortes y contra el acuerdo de paz...
Todos sabemos el carácter populista de Uribe y Maduro y también la larga historia de gobiernos populistas en América Latina, desde el peronismo argentino, el varguismo brasileño, el cardenismo en Méjico, el fujimorismo peruano, el mismo Chávez, el corto periodo populista de Rojas Pinilla en Colombia hasta los neopopulismos actuales   de todos los matices de izquierda y derecha y si medimos con la misma vara a Duque y Petro su talante y muchas de sus `promesas tienen huellas de ese populismo latinoamericano que es, entre otras cosas, la manera como la democracia se ha desarrollado en América Latina  cuando el poder militar asumió el poder.
 Todos podemos identificar con claridad el talante de Petro y su origen político, diría que social demócrata, y también diría que en América Latina, esa tendencia social demócrata, ha sido populista desde siempre. Todos podemos identificar el carácter sumiso de Duque y su disposición a que esa sumisión lo conduzca a la presidencia. Algo así como la colombianización del fujimorismo peruano. Petro no tiene partido es decir, se responde sólo así mismo, y Duque llegará a responderle a un partido que habla solo un idioma: lo que diga Uribe. Petro vive para él sólo y Duque vive para Uribe. Petro no es de la ultra izquierda y Duque no parece ser de la ultraderecha, pero la imagen que están vendiendo de cada uno es exactamente esa: ¿Porque?  Pues porque se corresponden con el dilema falso en el que estamos metidos, valga decir entre dos miedos. Y hace dominante la idea de que, o es uno de ellos dos, o no hay nadie más. Cosa falsa que fortalece la idea de una democracia electoral basada en la competecia cada cuatro años y cada vez mas vacia de partidos politicos u organizaciones politicas serias, facil de manejar a traves de encuestas y medios de comunicacion aferrados al poder economico.

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