La puerta estaba abierta. Desde la habitación salía un fuerte olor a café. Paulina hablaba por teléfono y sus gestos permitían concluir que
el interlocutor, al otro lado de la línea, la alegraba. Después de unos minutos de reír, bajó lentamente el auricular del teléfono
negro y lo colgó. La cita había sido
acordada.
Esa noche a las siete
tendría que encontrarse con su amor secreto
y estaba segura de que el lugar elegido, aunque no le gustaba, y la
razón del encuentro no habrían podido ser mejores. Mientras pensaba en lo que
sucedería, se miró en el espejo
y durante un largo rato recordó imágenes
de su infancia y cosas que le gustaban:
el poema Azul de Rubén Dario, la película El Piano, el sabor de los chocolates
recibidos con amor, el mar azul del balneario mexicano de Cancun en el que
nunca había estado pero en el que había prometido pasar la luna de miel.
Recordó los pocos hombres que había amado y
sintió con intensidad que la aventura
que estaba dispuesta a correr, aunque podría ser lo que su familia llamaba una
equivocación, sería lo mejor que le había sucedido en sus veinticinco años de
vida.
Girò y recorrió con su
mirada la habitación en la que vivía desde niña: en el florero, las rosas rojas
que Carlos le había regalado, empezaban a marchitarse, se dirigió a ellas y en
gesto de compasión les cambió el agua. En las paredes vió las réplicas de los
cuadros que ella siempre había soñado tener y reflexionó sobre lo triste que
era una copia: algo así como aceptar no poder realizar un deseo o una satisfacción no alcanzada.
¿
Sería esto lo que sentió Van Gogh y que lo hizo luchar con la pintura hasta
hacerlo suicidar ? ¿Acaso era esa búsqueda el origen de la neurosis que todos
decían había sufrido el pintor holandés
? Se emocionó cuando recordó la
película Sueños, de Kurosawa , que con
precisión mostraba , o ¿animaba?, su pintura preferida. Miró hacia la biblioteca
y vio lo que quería : Cartas a Theo.
Sintió que la copia que tenía de Los Girasoles y que ocupaba
toda la pared principal de la sala, aunque era bastante buena, la dejaba
triste. Igual que cuando veía un animal
disecado; fue hacia el armario con la intención de encontrar el vestido adecuado.
Se sorprendió al ver la cantidad de ropa que había coleccionado y de la
preponderancia del azul: más de la mitad del ropero estaba entre el color cielo y el tono de sus ojos. Rió pensando en
su vanidad pero se tranquilizó al sentirla como un derecho al que era estupido
renunciar. Se quitó la blusa que llevaba puesta y el pantalón, que se enredó en
las botas, se las quitó e hizo lo mismo con
el sostén. Se miró desnuda y así eligió lo que llevaría puesto en su cita.
Sabía con certeza que Carlos cambiaba la mirada cuendo la veía con la minifalda
y las medias azul oscuras, con las que él
le había dicho que parecia una flor:
el más hermoso de los girasoles. Se puso el pañuelo amarillo en el cuello y
volvió a réir. Desde que había escuchado que el amarillo traía suerte, usaba alguna prenda de ese color. Fue
corriendo hacia la salida preocupada
porque se le hacía un poco tarde, pero le tocó volver al recordar que no se había
echado su perfume preferido. Lo hizo y
salió despidiendo un delicioso olor mezcla de menta, que le daba frescura,
anís, que le permitia embriagar, y café, que tenía el don de mantener despierto
a Carlos y eso a ella le producía una gran sensación de seguridad.
La ciudad en el mes de
diciembre estaba sola. La gente acostumbraba a salir de vacaciones y era una
época precisa para enamorarse o para recordar: Paulina vivía ambas cosas de forma
intensa y mientras viajaba en dirección sur, eso fue lo que hizo: recordar cada
paso y minuto de su romance y aumentar
su amor por Carlos hasta sentir el miedo que produce el amor perfecto. La angustia, que
provenía de ese miedo, la hacía acelerar el carro hasta alcanzar la máxima
velocidad. Miró por los tres espejos y no vio ningún carro, aceleró y bajó por
la calle 82. Frenó
bruscamente en el semáforo de la carrera once , subió el volumen del radio y
cantó con Mick Jagger : and you can send
me dead flowers every morning, send me dead flowers by the mail, send me dead
flowers to my wedding and I won t forget to put roses on your grave....
El café de la carrera quince con ochenta y tres estaba casi
vacío, contó sólo cinco mesas ocupadas y
confirmó lo que suponía desde hacía unos dos años cuando había dejado de ir a
ese sitio: un lugar que había deseado ser bohemio y con pretenciones intelectuales
se convirtió en el lugar de encuentro de una especie de tecno-burocracia de
nivel medio, soltó una carcajada al pensar en un cisne muerto y recordó por
instantes todo lo que su papá le narró era el Bogotá de los cincuenta entrados
los sesenta.
Miró al fondo y ubicó a Carlos , estaba sentado en la última mesa
con el propósito de siempre: poder ver quien entraba. Alzaron la mano al mismo
tiempo y la alegría hizo que acelerara el paso y que él se levantara del
asiento. Se abrazaron y besaron hasta
que la joven camarera les preguntó si deseaban algo. Carlos contestó que sí,
que a Paulina intensamente, y ella le
golpeó suavemente con el pie en signo de complicidad y reproche.
Pidieron media
botella de vino tinto. Conversaron un largo rato sobre cosas sucedidas a ella
durante los tres meses en los que no se habían visto: le contó cómo había sufrido
pensando que él la hubiera abandonado; los libros leídos buscando los motivos
por los que un amante abandona al otro en pleno amor, y como en ninguno pudo
encontrar un silencio de tres meses sin explicaciones, le dijo tambien porque decidió
dedicarse a la pintura buscando en cada pincelada el olvido que nunca llegó. Lo
miró a los ojos y después de tomarle la mano derecha que él tenía sobre la mesa
le preguntó que había pasado. Carlos apretó la fría mano de Paulina y
sintiendo que una catarata de emociones se le venía encima se puso la mano
izquierda en la frente, la bajó lentamente y con los dedos índice
y pulgar se apretó los ojos cerrados intentando detener las lágrimas, pero
no pudo. La felicidad no se puede detener - pensó - y lloró de alegría por
instantes y en silencio antes de narrar su historia: ... "desde aquel día
que contaste con amor intenso lo que producían los Girasoles en tu corazón no
dejé de soñar la posibilidad de regalarte la dicha que mereces, más aún, creo
que tu deseo me envolvió en el embrujo de una aventura que se tornó en pasión y
desde ese entonces, viajé entre sueños y aviones a los campos que inspiraron a
Van Gogh y sentado por horas y días frente a las amarillas flores, tu imagen,
que iba y venía como una nube sobre mi vida, me hizo prometer que te traería de
aquellos lejanos lugares de los Países Bajos un ramo que te atara a mí para
siempre. Viajé, y en el viaje descubrí el valor inmenso de los sueños que se
gestan junto a ti -la miró- y vio que de aquellos bellos ojos bajaban aguas azules que
le hicieron apretarle las manos diciéndole: "te los traje" Estiró una gran
caja que tenía aculta debajo de la mesa y se la entregó. Al abrirla, el lienzo,
de un poco más de cien años, despidió no solo el esplendor de sus colores, sino
también el de los olores que la confundieron y la metieron para siempre en la
ficción que Carlos, hecho amores, había
inventado para ella.
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