jueves, 10 de mayo de 2018

LAS FLORES MUERTAS


                                                                               

La puerta estaba abierta. Desde la habitación salía un  fuerte olor a café. Paulina hablaba por teléfono y  sus gestos  permitían concluir que el interlocutor, al otro lado de la línea,  la alegraba. Después de unos minutos de reír,  bajó lentamente el auricular del teléfono negro y  lo colgó. La cita había sido acordada.

Esa  noche a las siete tendría que encontrarse con su amor secreto  y estaba segura de que el lugar elegido, aunque no le gustaba, y la razón del encuentro no habrían podido ser mejores. Mientras pensaba en  lo que  sucedería,  se miró en el espejo y  durante un largo rato recordó imágenes de su infancia y cosas que  le gustaban: el poema Azul de Rubén Dario, la película El Piano, el sabor de los chocolates recibidos con amor, el mar azul del balneario mexicano de Cancun  en el que nunca había estado pero en el que había prometido pasar la luna de miel. Recordó  los pocos hombres que había amado y sintió con  intensidad que la aventura que estaba dispuesta a correr, aunque podría ser lo que su familia llamaba una equivocación, sería lo mejor que le había sucedido en sus veinticinco años de vida.

Girò y  recorrió con su mirada la habitación en la que vivía desde niña: en el florero, las rosas rojas que Carlos le había regalado,  empezaban a marchitarse, se dirigió a ellas y en gesto de compasión les cambió el agua. En las paredes vió las réplicas de los cuadros que ella siempre había soñado tener y reflexionó sobre lo triste que era una copia: algo así como aceptar no poder realizar  un deseo o una satisfacción no alcanzada. 

¿ Sería esto lo que sentió Van Gogh y que lo hizo luchar con la pintura hasta hacerlo suicidar ? ¿Acaso era esa búsqueda el origen de la neurosis que todos decían había sufrido el pintor  holandés ?  Se emocionó cuando recordó la película  Sueños, de Kurosawa , que con precisión mostraba , o ¿animaba?, su pintura preferida. Miró hacia la biblioteca y vio lo que quería : Cartas a Theo.

Sintió que la copia que tenía de Los Girasoles y que ocupaba toda la pared principal de la sala, aunque era bastante buena, la dejaba triste. Igual que  cuando veía un animal disecado; fue hacia el armario con la intención de encontrar el vestido adecuado. Se sorprendió al ver la cantidad de ropa que había coleccionado y de la preponderancia del azul: más de la mitad del ropero estaba entre el color  cielo y el tono de sus ojos. Rió pensando en su vanidad pero se tranquilizó al sentirla como un derecho al que era estupido renunciar. Se quitó la blusa que llevaba puesta y el pantalón, que se enredó en las botas, se las quitó e hizo lo mismo con  el sostén. Se miró desnuda y así eligió lo que llevaría puesto en su cita. Sabía con certeza que Carlos cambiaba la mirada cuendo la veía con la minifalda y las medias azul oscuras, con las que él  le había dicho que  parecia una flor: el más hermoso de los girasoles. Se puso el pañuelo amarillo en el cuello y volvió a réir. Desde que había escuchado que el amarillo traía suerte,  usaba alguna prenda de ese color. Fue corriendo hacia la salida  preocupada porque se le hacía un poco tarde, pero le tocó volver al recordar que no se había echado  su perfume preferido. Lo hizo y salió despidiendo un delicioso olor mezcla de menta, que le daba frescura, anís, que le permitia embriagar, y café, que tenía el don de mantener despierto a Carlos y eso a ella le producía una gran sensación de seguridad.

La ciudad  en el mes de diciembre estaba sola. La gente acostumbraba a salir de vacaciones y era una época precisa para enamorarse o para recordar: Paulina vivía ambas cosas de forma intensa y mientras viajaba en dirección sur, eso fue lo que hizo: recordar cada paso y minuto de su romance  y aumentar su amor por Carlos hasta sentir el miedo que produce el amor perfecto. La angustia, que provenía de ese miedo, la hacía acelerar el carro hasta alcanzar la máxima velocidad. Miró por los tres espejos y no vio ningún carro, aceleró y bajó por la calle 82. Frenó bruscamente en el semáforo de la carrera once , subió el volumen del radio y cantó con Mick Jagger : and you can send me dead flowers every morning, send me dead flowers by the mail, send me dead flowers to my wedding and I won t forget to put roses on your grave....

El café de la carrera quince con ochenta y tres estaba casi vacío, contó sólo cinco mesas ocupadas  y confirmó lo que suponía desde hacía unos dos años cuando había dejado de ir a ese sitio: un lugar que había deseado ser bohemio y con pretenciones intelectuales se convirtió en el lugar de encuentro de una especie de tecno-burocracia de nivel medio, soltó una carcajada al pensar en un cisne muerto y recordó por instantes todo lo que su papá le narró era el Bogotá de los cincuenta entrados los sesenta.

 Miró al fondo y ubicó a Carlos , estaba sentado en la última mesa con el propósito de siempre: poder ver quien entraba. Alzaron la mano al mismo tiempo y la alegría hizo que acelerara el paso y que él se levantara del asiento. Se abrazaron y  besaron hasta que la joven camarera les preguntó si deseaban algo. Carlos contestó que sí, que a Paulina  intensamente, y ella le golpeó suavemente con el pie en signo de complicidad y reproche.

 Pidieron media botella de vino tinto. Conversaron un largo rato sobre cosas sucedidas a ella durante los tres meses en los que no se habían visto: le contó cómo había sufrido pensando que él la hubiera abandonado; los libros leídos buscando los motivos por los que un amante abandona al otro en pleno amor, y como en ninguno pudo encontrar un silencio de tres meses sin explicaciones, le dijo tambien porque decidió dedicarse a la pintura buscando en cada pincelada el olvido que nunca llegó. Lo miró a los ojos y después de tomarle la mano derecha que él tenía sobre la mesa le preguntó que había pasado. Carlos apretó la fría mano de Paulina y sintiendo que una catarata de emociones se le venía encima se puso la mano izquierda en la frente, la bajó lentamente y con los dedos índice y pulgar se apretó los ojos cerrados  intentando detener las lágrimas, pero no pudo. La felicidad no se puede detener - pensó - y lloró de alegría por instantes y en silencio antes de narrar su historia: ... "desde aquel día que contaste con amor intenso lo que producían los Girasoles en tu corazón no dejé de soñar la posibilidad de regalarte la dicha que mereces, más aún, creo que tu deseo me envolvió en el embrujo de una aventura que se tornó en pasión y desde ese entonces, viajé entre sueños y aviones a los campos que inspiraron a Van Gogh y sentado por horas y días frente a las amarillas flores, tu imagen, que iba y venía como una nube sobre mi vida, me hizo prometer que te traería de aquellos lejanos lugares de los Países Bajos un ramo que te atara a mí para siempre. Viajé, y en el viaje descubrí el valor inmenso de los sueños que se gestan junto a ti -la miró- y vio que de aquellos bellos ojos bajaban aguas azules que le hicieron apretarle las manos diciéndole: "te los traje" Estiró una gran caja que tenía aculta debajo de la mesa y se la entregó. Al abrirla, el lienzo, de un poco más de cien años, despidió no solo el esplendor de sus colores, sino también el de los olores que la confundieron y la metieron para siempre en la ficción que Carlos, hecho amores, había inventado para ella.

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