Creo que fue Gabo aquel que dijo
que en Colombia la clase alta quería ser inglesa, la media americana y la baja
mejicana. Creo también que el ministro de hacienda pensando en la clase media
americana argumenta que la clase media colombiana debe pagar tantos o más
impuestos que la de USA, y así en ese debate de las reformas tributarias nos
meten cada tanto para ajustar el modelo, como suelen decir los economistas de
siempre. Aceitar la máquina de la gobernanza macroeconómica es la meta.
No sé qué es peor, si dejar el
país en manos de abogados utilitaristas, dejarlo en manos de los políticos corruptos o
en la de economistas, amigos leales del
rentismo. Es igual o peor que dejar la paz en manos de congresistas. Este
texto tiene dos patas: lo económico visto con la lupa de un profano y la paz
desde un corazón pacifista.
Si la paz no es liderada por la
ciudadanía irá poco a poco convirtiéndose en otra guerra o conflicto armado,
como la han llamado algunos estos últimos 60 años, o también como lo han negado
otros. Sabemos porque lo hemos vivido, que hubo acuerdos para terminar la
violencia y fracasaron. Somos un país de posconflictos fracasados, en términos
de víctimas, podría decir, para provocar algo de inquietud, que ha habido más
víctimas después de cada acuerdo, es decir en los posconflictos, que en la
guerra misma. Así es.
Habría que ser más
precisos y decir que no ha parado la confrontación armada. El posconflicto,
iniciado en el 57, después del pacto de liberales y conservadores y del turno
en el poder de cada partido, dejó tantos muertos o más que la misma violencia;
después, en el 91 con la nueva constitución, se inicia otro posconflicto lleno
de muertos y víctimas, tantos o más que en el posconflicto anterior, lo mismo
sucedió con el posconflicto derivado de lo que se llamó el pacto de
Ralito, ahora llegamos al acuerdo de paz
con FARC y ya avanzamos sin ninguna misericordia en el número de muertos y
víctimas. Para muchos analistas la conclusión de estos fracasos ha sido lo que
denominan la no ocupación del territorio por parte del Estado, para otros, la
idea dominate es que los posconflictos anteriores se hicieron a medias, no incluyeron a
todas las fuerzas en conflicto, y así podemos definir hipótesis que concluyen de
forma rotunda en una realidad: hemos fracasado. Nosotros no, es la elite politica la responsable de que no se haya logrado nunca consolidar la paz ,y lo será , esa misma elite, que este posconflicto, culmine de igual manera que los anteriores.
Hemos sido una de las democracias
más violentas de occidente, donde la
población civil ha sido la más afectada, a casi todos nosotros, de alguna
manera, nos ha tocado llevar en el alma algún dolor provocado por los
violentos, pero no nos engañemos, nosotros no somos una cultura violenta, somos
una democracia en crisis permanente, con incapacidad manifiesta para la
solución de los problemas que agobian pero con una versatilidad inmensa para
fabricar leyes que en apariencia arreglan esos problemas, o los diluyen o los
esconden. La debilidad de la ley nace en la legitimidad de las instituciones
que las crean, eso escuché a un amigo filosofo en medio de una discusión sobre porque
fracasamos ese día extendimos la discusión hasta un punto que, en ese momento quisimos
resaltar llamándolo “la conciencia de lo justo” que no sería otra cosa que la
ausencia de capacidad crítica de aquellos que tienen algún tipo de poder para
defender lo justo por encima de cualquier cosa, aun de la misma ley cuando esta
es injusta.
Los líderes políticos no han
sabido conducir el país por la senda de la convivencia pacífica, o en otras
palabras, quizás más precisas: sus intereses han estado siempre y a lo largo de
los siglos por encima del bien común. Estremece ver las cifras o si se prefiere
el rastro de dolor y miedo, en este territorio. Pero enmudece el silencio o la
mentira de tantos otros sobre ese drama profundo que vivieron y viven
muchísimos colombianos, hombres y mujeres, niños y niñas y tantos jóvenes que
deambulan por las calles pidiendo dinero para sobrevivir en un país que
insisten, los políticos de la corrupción y el crimen, en llamar patria. La
conciencia de lo justo en aquellos que detentan algún poder político desapareció,
se esfumó se la tragó el afán de lucro.
Allí puede estar una de las razones de que, en medio del entusiasmo generado en mí
por el acuerdo con las FARC, nació un inmenso miedo de que este posconflicto,
sea tan, o más dramático que los otros a los que hice alusión, y lo siento así,
porque han aprendido a matar con más precisión y mayor impunidad. Porque las
ordenes se dan desde lugares más oscuros y diversos y delincuenciales. No
quiero llenarlos de estadísticas de la muerte, en todo caso, en este país la
muerte va en un coche mucho más rápido que las estadísticas: mientras
incorporamos un muerto a la base de datos del crimen, ya se están produciendo
otros más a una velocidad espeluznante. En eso que llamo conciencia de los
justo y la relación de esto con el
acuerdo de paz con Farc está claro que lo único verdaderamente humano es la defensa, si quieren ponerlos en términos
meramente pragmáticos, del descenso de muertos y victimas de todo tipo. Eso
dicen todas las cifras oficiales y no oficiales, nacionales e internacionales. Así es.
No creo que la discusión,
entonces, sea sobre indicadores
económicos y sociales. El manejo de la economía siempre ha sido el mismo:
eficaz en la contención de una revuelta social y también exitosa, en el logro
de una estabilidad económica que alcanza a ocultar la inmensa desigualdad
social. Algunos cínicos de la tecnocracia han terminado por denominar de forma
exitosa este fenómeno, algo así, como “tenemos
una buena gobernanza macroeconómica” otros de forma afanosa casi gritan del
éxito de eso que llaman “la resilencia económica.” Si no fuera por la pobreza
eterna y la angustia en la que vive un alto porcentaje de la ciudadanía, rural
y urbana, podría uno reír del uso de ese lenguaje, casi que perfecto, para
ocultar lo que sucede, lo que ha venido sucediendo por décadas.
Lo que nos han dejado cada cuatro
años en lo económico es muy parecido, con ligeras diferencias, que se notan un
poco más marcadas a largo plazo: en 20 o 30 años han cambiado algunos
indicadores económicos y sociales tan poco que apenas se nota. En Cauca muy
poco, en Choco y la Guajira casi nada. En los cinturones de miseria de las
grandes ciudades se puede ver el tamaño del crecimiento o para precisar: el
tipo de distribución de la riqueza generada por años de extracción de petróleo
y minerales y de lo que llaman la financiarización de la economía, que puede
entenderse a partir de algo simple: la banca es como una alcancía que Ud. va llenando
con su dinero, y que de vez en cuando la mira, la tantea y siente que progresa,
de pronto un día Ud. va a sacar su dinero y está vacía, reclama y le dicen, que
no se preocupe que está en otro lado seguro. Unos meses después lee un titular
de prensa que dice que hay crisis y la banca quebró pero que no se preocupe que
todos, es decir, el Estado, responderá. Puede Ud. no creerlo, pero así es. Una
excelente explicación sobre esto la pueden ver en clave de humor en este programa
inglés:
De esto se puede escribir tanto y
podríamos llegar al fondo de un pozo en donde estarían las ruinas de muchos y el tesoro, con todo
nuestro dinero, convertido en fondos que nuestro propio dinero rescata de quiebra en quiebra o si prefieren de crisis en
crisis. No es este espacio el lugar para
hacer este análisis, pero dejo en el aire, una cuestión que está detrás de
nuestro estancamiento económico desde hace décadas. Dejo en claro otra de mis posiciones
radicales: si el crecimiento no soluciona la desigualdad estamos estancados o más
bien estamos enfangados.
Este es un panorama que se
renueva feliz cada cuatro años de la mano de las promesas que los políticos
construyen para vender ilusiones a partir de otra premisa: “la economía no tiene que ser
exitosa debe parecerlo”. O como decían los cínicos de no sé cuándo: la economía
va bien y el país va mal. Esos economistas del éxito tiene claro algo que es
realmente falaz: se trata de crear optimismo. Una buena manera de hacer esto
es, por ejemplo, la re conceptualización y ¿qué es esto? En corto y en tono humor: pobreza es no tener
con que comer, pobreza multidimensional es lo mismo pero feliz.
En síntesis lo económico y social
sigue igual con ligeras variaciones y la política tradicional se ha deteriorado
de tal manera que es muy difícil saber si vamos hacia un abismo o el abismo son
ellos, o peor aún: nos han hecho creer que debemos disfrutar la caída, ¡morir
riendo! A eso se limita la promesa de felicidad, y a otra que se convierte en
la mayor de las paradojas democráticas: defiende lo que no tienes.
Los colombianos, igual que Sisifo, cargamos con la tragedia circular y eterna de la guerra, porque ésta es un gran negocio para las élites que os dominan, y lo peor, el pueblo elige y reelige a esas élites que perpetúan su miseria y los llevan a pelear y a morir en las perpetuas guerras.
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