lunes, 17 de junio de 2019

Si no entregaba a los hijos, días después ellos aparecían muertos”. Solita, Caquetá


Segundo relato realizado con mujeres desplazadas. Fueron 20 entrevistas que iré publicando aquí.

Me llamo Nora Morales. Vengo de un  pueblo que se llamaba Solita, un municipio del Caquetá. Era un pueblo común y corriente. Pequeño y muy pacífico. Tenía unas 200 casitas, casi todas de madera. Había un colegio y un puesto de salud. Las calles no eran pavimentadas pero tenían gravilla. Mi casa era grande, toda de madera, con piso de cemento. No había alcalde ni policía, pero sí personero. Al pueblo lo atravesaban los ríos Putumayo y Caquetá.

Nosotros vivíamos de la agricultura, en una finquita propia, de cinco hectáreas. Bueno, la finquita la estábamos pagando. Sembrábamos maíz, plátano, yuca. Teníamos animales, gallinas, patos y piscos. Yo era feliz en eso, porque mis padres fueron campesinos y yo también soy campesina. Acá en Bogotá no me faltan los gatos y los perros. Uno siempre vive apegado a las costumbres, a los animales. En ese pueblo todos éramos amigos. En Solita tuve a mi primera hija, la otra hija la tuve en Florencia. Éramos felices. Con mi esposo llevamos 18 años de feliz convivencia. Salíamos el día domingo con los niños, porque era el único día que le quedaba a uno libre, ya que entre semana estaba uno dedicado al trabajo.

Éramos felices hasta cuando entró la guerrilla en 1998. Entraron de particulares. Cuando nos dimos cuenta, estaban en la vereda. Empezaron a pedir vacuna a los más grandes, pero después le pidieron a todo el mundo. A nosotros nos dijeron que tocaba colaborarles porque ellos iban a organizar la seguridad de la gente. Nosotros les dijimos que no teníamos plata para ayudarles y entonces nos dijeron que iban a empezar a reclutar a los niños y niñas más grandes como forma de pago. Y ahí sí nos dio mucho miedo porque nosotros teníamos dos niñas. Un día, mi marido estaba tomando cerveza en el pueblo y llegaron cuatro señores. Lo llevaron a una playa y lo pusieron boca abajo, le dijeron que tenía que colaborar y entregar a las dos muchachas grandes. Por eso nos tocó irnos sin que nadie se diera cuenta. Salimos a las doce de la noche. Yo estaba embarazada. Cuando llegamos a Solita, los guerrilleros nos preguntaron que para dónde íbamos porque allá nadie puede salir sin permiso. Mi marido dijo que yo estaba de parto, ese fue el pretexto. Nos fuimos rumbo a Florencia.

Esto ya lo estaban haciendo con otra gente. Anotaban a los niños mayores de las familias. Ellos tenían voceros en el pueblo que les contaban qué estaba pasando. Si uno no entregaba a los hijos, días después aparecían muertos sin saber quién había sido. Nosotros estuvimos de buenas.

En Florencia nos metimos en una invasión de desplazados, pero empezaron a decir que nosotros éramos guerrilleros. En ese momento no teníamos ningún certificado. Al final la alcaldesa nos dio un carnet de desplazados, pero antes mi marido tuvo que regresar a Solita y pedir una carta al Personero y por medio de esa carta logramos el carnet. Allá estuvimos como seis meses. La guerrilla empezó a mandar boletas a la junta de acción comunal diciendo que iban a perseguir a todos los desplazados, que si no nos íbamos iban a acabar con toda la familia. El mismo presidente de la acción comunal nos aconsejó que nos viniéramos para Bogotá y nos tocó dejar el lotecito.

Llegamos a Bogotá. Los primeros días nos ayudaron pero después no teníamos con qué comer, nos tocó pedir limosna. Y pensar que allá todo lo regalaban, un plátano, una yuca. Pero gracias a Dios eso se superó. Hablamos con la Personería y nos ayudaron con el arriendo, y luego empezamos con el trajín de la ciudad, mi marido en este momento no está trabajando, tiene un problema muy grande. Se metió con unos sobrinos, acá en Bogotá, a trabajar en un local que habían tomado en arriendo, querían poner un billar.  Resulta que ese sitio había sido una olla. Mi marido no tenía ni idea, a él sólo lo habían llamado para que les ayudara a pintar el sitio. Los muchachos salieron a mediodía a almorzar y cuando ellos se fueron llegaron los de la Sijín y se lo llevaron preso. Él llevaba apenas dos días trabajando con ellos. En este momento está en la cárcel Modelo; los muchachos no fueron a presentar papeles ni nada por miedo a que los cogieran también. Una hermana, la mamá de los sobrinos le dijo a mi marido que para que a los muchachos no los culparan por la droga que habían encontrado en el local, se culpara él; le prometió que le ponía abogado y que además le pasaba $30.000 mensuales para que nosotros estuviéramos bien. Ella le dijo: “Usted sale más ligero y deja sanos a los muchachos. Mire que ellos son jóvenes y no han vivido nada”. Yo no estaba de acuerdo pero ella, que era su hermana, lo convenció, le dijo que el abogado pedía $600.000 pero que no se preocupara que ella daba toda la plata que fuera. Y hasta el momento nos han dejado solos. Eso fue hace dos meses. Yo no me explico por qué nos hicieron esto. A mí nunca me dieron ni un peso. Los policías además acusaron a mi marido de un montón de cosas, y él lo único que tenía en el bolsillo eran $35.000 para pagar unos recibos que le habían dejado. Los policías que se lo llevaron cargado le metieron en el bolsillo papeletas de basuco y marihuana. El local queda en Chapinero, en la calle 66 con 13.

En este momento estoy viviendo en una casita que nos dio la Red de Solidaridad. Hice un curso de confecciones por medio de la Fundación Compartir, donde capacitan a las madres desplazadas. Después trabajé cuatro meses en una casa, me sacaron y me quedaron debiendo dos quincenas. Los hijos están estudiando en el barrio San Bernardino. Yo briego mucho por la comida, se van con pan y chocolate y aunque sea arroz y papa les doy. La finca que teníamos la cogió el dueño, mi marido la estaba pagando a plazos y como era amigo del que la vendió le dijo que cuando terminara de pagar le daba los papeles. Y ni se sabe. El lote de Florencia igualmente se perdió. Llevo acá en Bogotá cinco años de mucha pobreza. La Red nos ayudó con una casita que a los dos días se nos inundó porque no tenía alcantarillado, cuando llueve se nos mete toda el agua negra. Esa casa nos la dieron con la tutela y era supuestamente la vivienda digna. La casa no nos la dieron, nos prestaron la plata y cada vez que llueve nos toca estar pendientes y empezar a sacar y encaramar los corotos. Esa es mi situación.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario