Segundo relato realizado con mujeres desplazadas. Fueron 20 entrevistas que iré publicando aquí.
Me llamo Nora Morales. Vengo de un pueblo que se llamaba Solita, un municipio
del Caquetá. Era un pueblo común y corriente. Pequeño y muy pacífico. Tenía
unas 200 casitas, casi todas de madera. Había un colegio y un puesto de salud.
Las calles no eran pavimentadas pero tenían gravilla. Mi casa era grande, toda
de madera, con piso de cemento. No había alcalde ni policía, pero sí personero.
Al pueblo lo atravesaban los ríos Putumayo y Caquetá.
Nosotros vivíamos de la agricultura, en una
finquita propia, de cinco hectáreas. Bueno, la finquita la estábamos pagando.
Sembrábamos maíz, plátano, yuca. Teníamos animales, gallinas, patos y piscos.
Yo era feliz en eso, porque mis padres fueron campesinos y yo también soy
campesina. Acá en Bogotá no me faltan los gatos y los perros. Uno siempre vive
apegado a las costumbres, a los animales. En ese pueblo todos éramos amigos. En
Solita tuve a mi primera hija, la otra hija la tuve en Florencia. Éramos
felices. Con mi esposo llevamos 18 años de feliz convivencia. Salíamos el día domingo
con los niños, porque era el único día que le quedaba a uno libre, ya que entre
semana estaba uno dedicado al trabajo.
Éramos felices hasta cuando entró la
guerrilla en 1998. Entraron de particulares. Cuando nos dimos cuenta, estaban
en la vereda. Empezaron a pedir vacuna a los más grandes, pero después le
pidieron a todo el mundo. A nosotros nos dijeron que tocaba colaborarles porque
ellos iban a organizar la seguridad de la gente. Nosotros les dijimos que no
teníamos plata para ayudarles y entonces nos dijeron que iban a empezar a
reclutar a los niños y niñas más grandes como forma de pago. Y ahí sí nos dio
mucho miedo porque nosotros teníamos dos niñas. Un día, mi marido estaba
tomando cerveza en el pueblo y llegaron cuatro señores. Lo llevaron a una playa
y lo pusieron boca abajo, le dijeron que tenía que colaborar y entregar a las
dos muchachas grandes. Por eso nos tocó irnos sin que nadie se diera cuenta.
Salimos a las doce de la noche. Yo estaba embarazada. Cuando llegamos a Solita,
los guerrilleros nos preguntaron que para dónde íbamos porque allá nadie puede
salir sin permiso. Mi marido dijo que yo estaba de parto, ese fue el pretexto.
Nos fuimos rumbo a Florencia.
Esto ya lo estaban haciendo con otra gente.
Anotaban a los niños mayores de las familias. Ellos tenían voceros en el pueblo
que les contaban qué estaba pasando. Si uno no entregaba a los hijos, días
después aparecían muertos sin saber quién había sido. Nosotros estuvimos de
buenas.
En Florencia nos metimos en una invasión de
desplazados, pero empezaron a decir que nosotros éramos guerrilleros. En ese
momento no teníamos ningún certificado. Al final la alcaldesa nos dio un carnet
de desplazados, pero antes mi marido tuvo que regresar a Solita y pedir una
carta al Personero y por medio de esa carta logramos el carnet. Allá estuvimos
como seis meses. La guerrilla empezó a mandar boletas a la junta de acción
comunal diciendo que iban a perseguir a todos los desplazados, que si no nos
íbamos iban a acabar con toda la familia. El mismo presidente de la acción
comunal nos aconsejó que nos viniéramos para Bogotá y nos tocó dejar el
lotecito.
Llegamos a Bogotá. Los primeros días nos
ayudaron pero después no teníamos con qué comer, nos tocó pedir limosna. Y
pensar que allá todo lo regalaban, un plátano, una yuca. Pero gracias a Dios
eso se superó. Hablamos con la Personería y nos ayudaron con el arriendo, y
luego empezamos con el trajín de la ciudad, mi marido en este momento no está
trabajando, tiene un problema muy grande. Se metió con unos sobrinos, acá en
Bogotá, a trabajar en un local que habían tomado en arriendo, querían poner un
billar. Resulta que ese sitio había sido
una olla. Mi marido no tenía ni idea, a él sólo lo habían llamado para que les
ayudara a pintar el sitio. Los muchachos salieron a mediodía a almorzar y
cuando ellos se fueron llegaron los de la Sijín y se lo llevaron preso. Él
llevaba apenas dos días trabajando con ellos. En este momento está en la cárcel
Modelo; los muchachos no fueron a presentar papeles ni nada por miedo a que los
cogieran también. Una hermana, la mamá de los sobrinos le dijo a mi marido que
para que a los muchachos no los culparan por la droga que habían encontrado en
el local, se culpara él; le prometió que le ponía abogado y que además le
pasaba $30.000 mensuales para que nosotros estuviéramos bien. Ella le dijo:
“Usted sale más ligero y deja sanos a los muchachos. Mire que ellos son jóvenes
y no han vivido nada”. Yo no estaba de acuerdo pero ella, que era su hermana,
lo convenció, le dijo que el abogado pedía $600.000 pero que no se preocupara
que ella daba toda la plata que fuera. Y hasta el momento nos han dejado solos.
Eso fue hace dos meses. Yo no me explico por qué nos hicieron esto. A mí nunca
me dieron ni un peso. Los policías además acusaron a mi marido de un montón de
cosas, y él lo único que tenía en el bolsillo eran $35.000 para pagar unos
recibos que le habían dejado. Los policías que se lo llevaron cargado le
metieron en el bolsillo papeletas de basuco y marihuana. El local queda en Chapinero,
en la calle 66 con 13.
En este momento estoy viviendo en una casita
que nos dio la Red de Solidaridad. Hice un curso de confecciones por medio de
la Fundación Compartir, donde capacitan a las madres desplazadas. Después
trabajé cuatro meses en una casa, me sacaron y me quedaron debiendo dos
quincenas. Los hijos están estudiando en el barrio San Bernardino. Yo briego
mucho por la comida, se van con pan y chocolate y aunque sea arroz y papa les
doy. La finca que teníamos la cogió el dueño, mi marido la estaba pagando a
plazos y como era amigo del que la vendió le dijo que cuando terminara de pagar
le daba los papeles. Y ni se sabe. El lote de Florencia igualmente se perdió.
Llevo acá en Bogotá cinco años de mucha pobreza. La Red nos ayudó con una casita
que a los dos días se nos inundó porque no tenía alcantarillado, cuando llueve
se nos mete toda el agua negra. Esa casa nos la dieron con la tutela y era
supuestamente la vivienda digna. La casa no nos la dieron, nos prestaron la
plata y cada vez que llueve nos toca estar pendientes y empezar a sacar y
encaramar los corotos. Esa es mi situación.
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