viernes, 14 de febrero de 2020

En Colombia, los desobedientes, hombres y mujeres, buscan en las calles la democracia perdida



Guillermo Solarte Lindo
Pacifistas sin fronteras

“En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones”. Julio Cortázar

La ciudadanía camina y desobediente marcha indignada, se mueve, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos, niños y niñas, padres y madres con sus hijos, indígenas, negros, animalistas, ecologistas, LGBTI, católicos y cristianos. Hay expresiones de rechazo, dolor, decepción con todos los políticos. Ganas inmensas de transformación. La marcha pacífica, sin violencia, está pidiendo la  renovación de la clase política. No son bandas de gente mala, ni jóvenes de la clase media, ni la pequeña burguesía privilegiada que buscan crear el caos, por una razón sencilla: el caos ya existía. O para ser más precisos, la batalla entre los políticos, en medio de insultos y mentiras, es la fábrica de la miseria que nos rodea. Miserias no únicamente económicas, sino también morales, nacidas muchas veces en ese matrimonio perverso de la élite política con intereses privados, legales e ilegales. Ellos políticos y políticas deben aceptar que su poder como elite está soportado en esas alianzas que perturban la democracia y son la plataforma de la indignidad de ellos y la indignación de los demás.

 El origen de ese caos está en la indignación con el sistema democrático, también  con el presidente, casi siempre puesto por esa élite en componendas y manipulaciones mediáticas que trasgreden todas las reglas mínimas de la ética, de eso todos estamos indignados. Del engaño, que es construido de manera sagaz por el poder político con trampa. Por eso la resistencia civil tenderá a crecer. La indignación es con la forma como han gobernado, cogobernado o han ejercido una oposición inútil por su incapacidad para solucionar los problemas urgentes de la sociedad y por la corrupción. Aumenta esa indignación como consecuencia del cinismo político que pretende esconder el malestar ciudadano en acusaciones torpes e insensatas como las infiltraciones de gobiernos extranjeros. Si alguna infiltración ha sufrido los movimientos sociales en marcha es el del malestar nacido en la violencia, en la pobreza, en la desigualdad, en la corrupción. En la total desconfianza con los políticos y también en el repudio hacia la estrategia de esos mismos políticos de animar el odio entre opuestos, de jugar con las emociones, de usar el miedo como eje de dominación, en palabras de Lipovetsky, el descontento “Viene de dos factores de fondo. Primero, una situación nueva de inseguridad generalizada frente a la cual no hay soluciones claras. Segundo, la gente ya no confía en los partidos tradicionales porque está descontenta desde hace tiempo por muchas cosas. La política ya no le ofrece esperanzas. El agotamiento del debate político ha traído furia y ha traído odio. Cuando fracasan las organizaciones de intermediación, lo que queda es el individuo. Y sus reacciones inmediatas”

Desde un punto de vista práctico la gente piensa que dejar la solución a la corrupción, en manos de la elite política, será como darle el dulce preferido a un niño o a una niña o como darle un arma no convencional a los Escuadrones Móviles Antidisturbios ESMAD de la policía y ordenarle que despeje la vía. El niño comerá el caramelo y el policía disparará el arma. La violencia del ESMAD contra la población civil es reflejo exacto de la violencia generalizada que vivimos y por la cual mueren tantos inocentes, tantos líderes sociales, culturales que creyendo que están luchando son acribillados por balas que el poder político sabe quién las dispara y porque razón.
La violencia en este caso, como en muchos más, es la impotencia de la política para solucionar los problemas. De esa incapacidad de la política para solucionar los problemas nace lo que el mismo Lipovetsky afirma: “La gente se siente insegura por todo. Globalización. Inseguridad urbana. Bolsonaro fue elegido en gran medida porque prometió que iba a acabar con la violencia en las calles de Brasil. Inseguridad identitaria. Inseguridad ante la inmigración. Inseguridad medioambiental. Inseguridad sanitaria y alimentaria. Vivimos en una cultura de la ansiedad.”

Agregaría que uno de las claves para comprender la razón de la movilización en todas partes, o lo que podría llamar la globalización de la protesta social, es la decepción con los políticos que los representa y, con el descubrimiento por parte de la gente, de que el poder ha utilizado el miedo como la más eficaz de las armas para perpetuarse. Esa elite política ha promovido un miedo y ha divulgado con éxito la idea de un apocalipsis permanente para ejercer el control sobre el voto, es decir sobre el poder derivado de la representación legitima, es posible que ese sea el drama mayor de la democracia liberal como único sistema posible de gobierno.  El miedo tiende a producir dos efectos favorables a la sostenibilidad del sistema político establecido como natural: Por un lado, la incertidumbre y aunque parezca contradictorio, o reflejo de esa incertidumbre la apatía. Los políticos son enemigos de las marchas porque son una muestra real de acción contra el miedo y la apatía.  Los movimientos sociales cooptados por los políticos terminan siendo responsables de la sostenibilidad del sistema político y por lo tanto del sistema económico. Los movimientos deben crear sus propias plataformas, aislarse de la toxicidad política de los políticos tradicionales y claro deben: competir y ganar, no hay otra forma.

Las alianzas posibles con la elite o con políticos arrepentidos, no pueden existir en la carrera electoral, en el proceso de competencia, los representantes de las marchas deben llegar al poder con su propia fuerza y desde su fuerza y su potencia social establecer diálogos para conformar gobiernos acordes con los ideales de cada grupo, colectivo, red social, comunidad, o ciudadanía independiente no politizada pero defraudada por el resultado final de la gestión de esa élite política.
En Colombia parte de la protesta se origina en que la ciudadanía sabe con certeza que esa elite política devorará con sagacidad todos los límites que se les impongan para robar, por una simple razón: la corrupción es el dinero para su reelección. Eso es lo que está en juego. La corrupción es al poder lo que la gasolina al avión me decía una joven en la marcha.  Los 12 millones de personas que votaron en la consulta contra la corrupción están indignados porque no se hizo nada, o peor, lo que se hizo fue para que todo quedara igual. La resiliencia cínica de la casta está en la eficacia con la que usa el dinero de la corrupción. La forma legal de robarse los impuestos, la forma legal de aprobar el presupuesto, para luego apropiárselo a través de sutiles artimañas de asignación o de supuestos concursos entre amigos mediados muchas veces por fiducias u organismos internacionales que les hacen el juego. El ajuste a los procesos de contratación que anuncian, es un espejismo para perpetuar el clientelismo, el amiguismo, el derechismo y la vulgar manera de gobernarnos. Está claro que en un país en donde la corrupción es pare de la política y asimismo de la cultura burocrática las licitaciones las ganan los abogados no los técnicos, son ganadas en lobby ante el poder y no en competencia honesta.

Todas las personas que marchan quieren trabajar y lo quieren hacer en condiciones justas. Los viejos y las viejas quieren una pensión y las jóvenes un trabajo digno. Nuestras campesinas y campesinos no tienen una pensión y mueren arrinconados por la vejes y la enfermedad o expulsados de sus pequeñas fincas por la violencia, política y económica, y convertidos en mendigos o trabajadores de la calle sin derechos de ningún tipo.
La vida de la familia, su estabilidad y su dignidad dependen en gran medida de tener los recursos mínimos para la subsistencia. La renta mínima para vivir o morir dignamente. No es una cuestión de comunistas pidiendo más de lo que el sistema puede darles. Es gente común y corriente que hace esfuerzos inmensos por vivir decentemente.
Se manifiesta porque tiene claro que lo que se necesita es una ley contra la desigualdad y la distribución de la riqueza, y no una ley de crecimiento económico que reproducirá con éxito el modelo que ha sido un fracaso aquí, allá y más allá. Llevamos décadas de crecimiento más o menos constante, y así mismo de una mayor concentración de la riqueza que nos grita, nos muestra con hechos que el crecimiento no ha significado igualdad, sino al contrario, hay menos ricos con más dinero y más pobres con menos. Los sesudos economistas del establecimiento repiten como loros que el manejo de la macro economía ha generado estabilidad, sostenibilidad, decían hace poco, resiliencia dicen ahora; es posible que eso haya pasado pero con una desigualdad absurda, violenta. ¿Es tan difícil entender que la desigualdad en Colombia llevada al extremo es violenta?

La protesta está diciendo con claridad que todo ese discurso del modelo económico exitoso no es cierto, que no nos morimos de hambre, pero sí de desnutrición, de pésima atención en salud, de una informalidad laboral rapaz que no deja respirar, de educación de mala calidad  de la destrucción de los ecosistemas. Las cinco derechas y la izquierda parlamentaria convierten en legal todas formas de destrucción de la naturaleza: la fumigación con glifosato, el fracking, la deforestación, el transporte público de gasolina, la explotación del petróleo hasta su terminación, la ganadería extensiva o la agricultura industrial del monocultivo. La emisión de gases de efecto invernadero o la defensa de los páramos, es cuestión de un grupo  de jóvenes locos que cree en el apocalipsis y también en la igualdad de género y en la sensibilidad y el afecto de los animales. Lo que sucedió en Australia, la muerte masiva de animales inocentes, es una advertencia para todos y también una razón más de aquellos animalistas que nos han advertido que el dolor de las otras especies es nuestro propio dolor, porque la vida no es un derecho solo de la especie humana. Los que participan en la aprobación de las leyes no son los padres de la desigualdad, son algo peor, son los que dan legitimidad a esa desigualdad. Allí está el germen de la indignación vuelven leyes las razones del malestar. La paradoja de la desigualdad es que es legitimada por las leyes en las que participan los que votan a favor y los que votan en contra o se ausentan en la votación.

Algunos políticos de la extrema derecha dicen que los del paro son los nuevos comunistas y que habría que acabarlos. Para otros cuantos, de esa extrema izquierda rancia, son burgueses románticos que anteponen luchas falseadas a la lucha de clase. Sin darse cuenta, ambos, que la cuestión humana, vista con el lente viejo, se verá opaca, sucia como una sombra. El malestar de aquí se une al malestar en múltiples puntos del mundo y los une la crisis inmensa de la democracia liberal y los líderes políticos que la han llevado por el sendero de la corrupción al precipicio. La trampa nace de un contrasentido: Los representantes políticos, congresistas y demás, han elaborado con su propia torpeza la herramienta más eficaz para el final de esa democracia liberal: su permanente reelección.
Esperpentos que nadie conoce legitimando su reproducción política. Viejos camaleones de la política que llevan más de una década gestionando el caos y las crisis permanentes y conteniendo con leyes narcóticas, aletargantes, ese malestar que ahora se expresa en la calle. No por una, sino por múltiples razones. Pero los que marchan, en su inmensa mayoría, son políticos y políticas sin partido. Son una voluntad colectiva en proceso de convertirse en una organización para cambiar la política misma.
La marcha desea cambiar el sistema educativo para que más gente tenga acceso a la educación de calidad. Saben que sin cambiar el sistema educativo la situación seguirá igual. Exige una educación digna. No son vagos que no desean ir clase., como afirmaría una política de derechas, Son en muchos casos estudiantes pidiendo más dinero para ampliar los cupos y la calidad de la universidad. Son estudiantes deseando que haya más estudiantes y menos corrupción.

La calidad de la educación universitaria en Colombia esta mediada por un hecho atroz: la juventud de familias pobres sólo puede acceder, en un alto porcentaje, a universidades de baja calidad y se presenta un inmenso dilema social: o amplias los cupos a las universidades públicas y mejoras su calidad, o sometes a los que menos tienen, a una situación de discriminación educativa y laboral degradante. Cambiar las universidades de élite y abrirlas a jóvenes sin recursos. Los que conocemos las universidades privadas  sabemos que son una fábrica de dinero que también debe ser redistribuido por el camino de mayores cupos gratuitos para la juventud nacida en la pobreza, en las entrañas de la desigualdad. No se trata de estatizar la educación universitaria, que sería un desastre, se trata de que ellas, como organizaciones privadas responsables de la educación, se conviertan en espacios de redistribución de la riqueza y no de reproducción de la desigualdad.
La marcha demanda salud de calidad y la gente paga por ello y por esa razón quiere que la salud sea la que merece y protesta porque la está pagando. Quieren una salud digna. Y esto es   mejor atención, en menor tiempo de espera. Piden las desobedientes, mujeres y hombres, cosas sencillas como ampliar la atención de las mejores clínicas a personas de bajos recursos y mejorar el suministro de los medicamentos sin que medien tutelas para lograrlo. Ampliar la cobertura de calidad a las personas mayores, largas filas de ancianas esperan por una atención deshumanizada. No son cosas imposibles, se trata básicamente de racionalizar el sistema en beneficio de los que no tienen o tienen muy poco. El desamparo de las personas con problemas de aprendizaje es grave, muy grave y es peor, mucho peor, en las familias más pobres. La salud debe dejar de ser una fábrica de tutelas contra el sistema para que responda por lo que es su obligación. No son enfermos de izquierda contra médicos de derecha. Son ciudadanos que luchan por el derecho a la salud, pero también por el derecho a la ciudad...

Las mujeres quieren ser respetadas, quieren igualdad de oportunidades de trabajo, o igualdad salarial pero no solamente eso, también cambiar la estructura patriarcal que las somete, a algunas brutalmente, a otras sutilmente. Piden libertad, saben que sin ella no hay dignidad. Quieren luchar al lado de los pobres porque ellas son las más pobres de todo el sistema, luchar al lado de los discriminados porque ellas son las que sufren la mayor discriminación, luchan al lado de indígenas, negras y campesinas por ser ellas las que han sido objeto de las peores violencias de la guerra y de la economía.
Exige que el poder político cambie, pero sabe con certeza que también debe hacerlo el poder económico. La democracia es el encuentro de lo justo en esa relación de lo económico con lo político. Pero que cambien no solo de actitud, la gente que camina, los desobedientes, mujeres y hombres, no creen en los políticos y saben que es necesario, urgente dar un giro radical a ese liderazgo anacrónico y fracasado que conduce este país. Saben y por eso marchan que es urgente una transición política que reconozca que es necesario ampliar la democracia y también limpiarla, echar un poco de vaho sobre el cristal de la política y frotarlo hasta que quede reluciente, transparente y repetir la operación todas las veces que sea necesario, las elites políticas deben aceptar, sin artimañas, que esa transición es obligatoria, que la desconfianza hacia ellos nace de su comportamiento por años, décadas, siglos. La idea de romper el bipartidismo con partidos nacidos de las entrañas de los partidos tradicionales fue un engaño contra el que se rebela el ciudadano de pie. Se transitó a un multipartidismo falso.

Exigen todas y todos que haya una conciencia empresarial que cree trabajo digno. Una conciencia empresarial que reinvierta la acumulación desmedida en beneficio de la clase menos favorecida, del país. Una clase empresarial que busque el beneficio de todas y que esté dispuesta a luchar por todos, por una razón también simple: si hay justicia social todos ganan más, por otra simple razón: hay estabilidad nacida en la tranquilidad de sentirse responsable. La clase empresarial tiene que ser digna de su riqueza de lo contrario esta riqueza será el producto de la explotación injusta de los recursos del país. Una clase empresarial rentista es enemiga de la democracia como sistema político que garantiza la justicia social y la distribución equitativa de la riqueza producida por todos. Deben entender que pagar los impuestos justos es una inversión. La mejor de todas. El embeleco del crecimiento medido por el PIB no es indicador que garantice distribución de la riqueza, al contrario, se ha convertido en un indicador de concentración de la riqueza, de malestar. Que nos digan que la meta es el aumento de ese PIB, es una bomba que explota y que saca a la gente a la calle, pues el resultado de ese crecimiento continuo muestra que crecemos, pero no mejoramos. Es simple, es sentido común.

 El Premio Nobel de Economía de 2001, Joseph E. Stiglitz, nos advierte en uno de sus artículos de El País que  “Si solo nos concentramos en el bienestar material (por ejemplo, en la producción de bienes, más que en la salud, la educación y el medio ambiente), nuestra visión se vuelve distorsionada [...]. Nos volvemos más materialistas”, escribía en ese periódico, en su artículo Más allá del PIB, ... “Es hora de retirar los indicadores como el PIB”, ha escrito más recientemente en The Guardian, a la vista de las tres crisis a las que se enfrenta el mundo: la climática, la de la desigualdad y la de la democracia. “Si medimos lo incorrecto, haremos lo incorrecto. Y debe quedar claro que, a pesar de los aumentos en el PIB, a pesar de que la crisis de 2008 se dejó muy atrás, no todo está bien. Vemos esto en el descontento político que se propaga por tantos países avanzados”

Comer bien, tener agua potable, servicios públicos de calidad son condiciones para tener una vida digna. Los padres de familia no están pidiendo limosna, están exigiendo que se establezcan oportunidades claras para lograr el alimento de sus hijos. Es simple entender esto. La vida digna de las personas está relacionada con una buena alimentación y los gobiernos tienen herramientas para solucionar ese problema tan dramático de la desnutrición y la mala alimentación. Niñas y niños con hambre es una vergüenza política en un país de abundancia. Es un hecho insólito que el país importe los alimentos que siempre estuvo en capacidad de producir. Es injusto con los campesinos que se les someta a una competencia desigual con países ricos o con agroindustrias de monocultivos que arrasa poco a poco la agricultura familiar. Además de insólito es estúpido importar alimentos, es simple de entender, porque producir los alimentos es más rentable socialmente, culturalmente, políticamente mucho más rentable producirlos aquí. Producir alimentos es crear cohesión social, sostenibilidad de las familias campesinas, seguridad alimentaria, comida sana, convivencia pacífica.

El pueblo está indignado por el incumplimiento de lo pactado, de los acuerdos con indígenas, campesinos, afrocolombianos, estudiantes, con la guerrilla y está indignada porque el Estado es una delegación que esa ciudadanía hace para administrar los recursos, para crear bienestar, no para la guerra. Somos, con Estados Unidos, el país del hemisferio que mayor porcentaje del PIB gasta en armamento y también somos el país en que, por décadas, esa inversión ha sido inútil para controlar las violencias múltiples y diversas que ocupan el territorio. Todos sabemos que la fuerza bruta no es la solución a los problemas de violencia, pero los gobiernos insisten en invertir en armamento y en fuerza militar. El militarismo se agotó como estrategia para garantizar la seguridad interna. El inmenso animal militar creado y alimentado con los impuestos se escapa al control real de la política y ha creado un mundo propio en donde todo es válido para auto sostenerse. El ejército convertido en el guardaespaldas de la democracia es una tara que arrastra la democracia liberal desde hace un buen periodo de su historia. Una democracia armada hasta los dientes es un enemigo de la democracia misma, de la vida y de la naturaleza. La máquina militar produce y reproduce tantos factores en contra de la naturaleza que son factor determinante del cambio climático, De esa relación entre armamentismo y cambio climático poco se habla, pero se marcha sabiendo que eso es una parte sustancial del problema de los políticos no pudieron resolver.

Los políticos actuales son la amenaza mayor a la democracia. Unos porque si y otros porque no. Unos por su silencio y otros por su beligerancia y locuacidad inútiles. Y todos por los pactos y las agendas ocultas. Por esa doble vida, por esa doble personalidad porque todos, en conjunto, de día son la oveja y por la noche el lobo que se devora las libertades y la justicia de todos los que marchan, marchamos.
Todos pagamos impuestos para que sean invertidos en las necesidades de la sociedad, no únicamente en las necesidades de la burocracia o del Estado, es indignante los salarios de quienes nos representan, y lo es porque un sólo congresista o alto ejecutivo del Estado puede ganar y pensionarse con lo que ganan cerca de 35 personas, trabajadores de salario mínimo que son la inmensa mayoría. Pero también gana cifras absurdas los rectores de las universidades, los gerentes de las empresas de los más ricos, las estrellas de la farándula y del periodismo. Sí, es también escandaloso que eso suceda, porque para que eso suceda otras tienen que ganar el mínimo, otras deben ser explotadas. La gente está indignada de que los líderes de la sociedad se llenen los bolsillos de forma desmesurada sin luchar o sin importarles que participan en la ampliación de la brecha entre los que más ganan y los que no ganan ni para terminar el mes. 

Es indignante que una fuerza represiva como el ESMAD tenga más presupuesto que la ciencia en Colombia, pero también lo es que el ministerio de defensa tenga más presupuesto que el de cultura, medio ambiente, agricultura, trabajo, mujer, deportes juntos. De eso estamos indignados todos, todas.
 El incumplimiento por parte del Estado de lo pactado es un hecho que va en contravía de la ética mínima que se exige al gobernante de turno y eso produce indignación y esa indignación se expresa pacíficamente en las calles. Es una explosión ciudadana que busca respuestas a los problemas económicos y también busca una actitud honesta de quienes gobiernan. La honestidad es también cumplir lo pactado, es asimismo no mentir y claro, no robar. La desobediencia civil no nace en las aulas de clase de unos jóvenes privilegiados, tampoco es el resultado de ignorantes que no quieren trabajar, nace de la indignación. La construcción de la democracia debe surgir de la confianza con política rota hace décadas largas por las agendas ocultas negociadas entre  los políticos con el único propósito de permanecer en el poder.
Hay indignación por el asesinato continuo de líderes sociales, de niños y niñas, de ex guerrilleros en proceso de reincorporación, de mujeres y niñas violadas o sometidas a la prostitución, del más oscuro acto de inhumanidad como lo que llaman falsos positivos, los desobedientes, hombres y mujeres, están indignados de ver gente que deambula por la calle sin ningún derecho, abandonado a la buena de Dios. Y lo está, porque siente que la delegación que ha hecho en sus gobernantes no ha sido efectiva para solucionar los problemas, al contrario, se agravan día a día. La indignación ciudadana con el número de muertes violentas nace del miedo a que el Estado termine por aceptar que eso es natural y mire para otro lado buscando el culpable en la ciudadanía. Los políticos saben que las víctimas del conflicto armado ha sido la población civil, los desparecidos, desplazados, secuestrados, asesinados son civiles a los que los convirtieron en responsables de la guerra. Los acusaron de hacer parte de algunos de los bandos en confrontación y hacia ellos, hombres y mujeres se dirigió la violencia.

Los políticos de la elite saben, muy bien, que la gente que marcha está indignada, y deben saber también que la peor respuesta a esa indignación es ir en contra la indignación misma.  Nos indignamos cuando los altos funcionarios, empleados a los que se les paga con recursos públicos tienen respuestas indignas de políticos que se supone los representa. El dialogo con la clase política tendría razón de ser si se hace sobre la raíz misma del problema: la dignidad de la ciudadanía. Eso no será así porque el poder político es indigno de ese diálogo. El camino del dialogo está lleno de vacíos éticos nacidos en el poder político. De su forma continua del engaño y la mentira como recurso eficaz para mantenerse en el poder.
Los desobedientes, mujeres y hombres, quieren el poder político, no quieren ser representados por  ese mismo poder político que, por siglos, hizo que las instituciones como el Congreso fueran la máquina de la injusticia social y la desigualdad:  como la ley de crecimiento recién aprobada, como la destrucción de la naturaleza por explotación violenta como el fracking o la deforestación, o la fumigación con glifosato, o la extracción descontrolada e ilegal  de nuestros minerales, como  la aceptación permanente y solapada de los crímenes de líderes sociales o la permisividad con la violencia machista, patriarcal, como  la explotación infantil, y muchas cosas más, no menos indignantes, como el manejo de nuestras relaciones internacionales o el matrimonio perverso entre medios de comunicación y poder económico.

Las razones de la indignación están unidas a la práctica política que la élite utiliza, al sistema de pactos que establecen con otros poderes para encontrar lo que llaman gobernabilidad, que es el debilitamiento de la democracia por la desconfianza en la representación, y por el engaño que supone tranzar con los más fuertes para seguir gobernando a los más débiles. Los atropellos a la confianza depositada, la ruptura de esa confianza, y la traición a los principios fundamentales de la democracia, son las claves de interpretación para conocer el fracaso de la política. La elite ha cometido uno de los delitos más peligrosos en política: el abuso de confianza.

El país no puede seguir siendo liderado por una clase política anacrónica que no propone nada distinto a su propia perpetuación que hace a través de la reelección continua de líderes de papel inflados en los medios y cuyo mesianismo decadente repite, como si fuera la ninfa eco, el discurso nacido hace ya siglos. Todos los líderes de la política tradicional quieren ser el freno del movimiento social. Todos temen que de allí emerjan las voces de una nueva inteligencia, de un nuevo liderazgo difícil de cooptar por la máquina de la mentira montada por la red de políticos de siempre y que, convertida en mensajes digitales de una confrontación entre los mismos, construye a su favor una confrontación falsa que no permite sacar la basura que hay debajo del tapete del poder. Negociar con el poder es dejar la basura escondida, y eso es algo que solo los favorece.


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