Mucho más dramático que la carrera armamentista que no
es detenida por aquellos con poder para hacerlo, está la falta de sensibilidad de los países
más poderosos, sobre el hambre en el planeta. Ellos, que invierten centenares
de miles de millones de dólares en armas, son los mismos que venden armas a los países con hambre para defenderse de
unos enemigos que muchas veces no existen.
La estrategia de guerra permanente, lo de Siria no es nuevo, o de guerra a
punto de iniciarse, crea el ambiente de inseguridad planetaria, que es usada
por los productores de armas para mantener ese mercado, legal e ilegal de altísima rentabilidad. La
venta de armas es un gran negocio y de él se lucran las democracias más sólidas
del mundo. Esto más que una paradoja es una tragedia mundial.
Hay cinismo y crueldad en los líderes de esas
democracias desarrolladas. La idea de impulsar parte del desarrollo con la
industria militar no deja de ser una fatal decisión. La militarización del
planeta esta en marcha. Una marcha fúnebre vendida como seguridad y una mentira
agazapada en las entrañas de la democracia.
Un Submarino tipo Tridente puede llegar a costar 1,600 millones de dólares y un
Misil tipo Crucero o
Pershing II 7’000,000 de dólares, dinero suficiente para rescatar de la miseria un cordón suburbano o barrio pobre de cualquier ciudad latinoamericana.
1 Submarino
nuclear, 2,400 millones de dólares
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=
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Comida
durante un mes para 53
millones de niños |
Hay cerca de 250 millones de
niños esclavos entre 5 y 14 años. No
puede ser legal que las tres personas más ricas del mundo posean una fortuna
superior al producto interno bruto de los 48 países más pobres y que la mitad
de la población mundial viva con menos de un dólar al día. Que sólo con lo que
gastan los ciudadanos del norte en perfumes, 13 mil millones de dólares, se
pueda solucionar el problema sanitario de la población en la miseria. No puede
ser legal que 30 millones de personas
mueran de hambre al año, en este planeta de la abundancia. Pues bien, es legal dirán algunos, sí, pero absolutamente
injusto y si la ley está basada en este tipo de obscenidades es urgente
cambiarla.
Mucho más que el imperio de la ley vendido como lo políticamente correcto nos
urge imaginar sociedades justas con gobiernos legítimos. Quizás un imperio de
la justicia que garantice que la ley no viole los principios más elementales de
lo que es justo. Una ley nacida en el seno de instituciones ilegitimas es
una comedia, de la misma manera que una
democracia sin justicia es un sin sentido: como un ciego moviéndose al filo de
la navaja, al borde del abismo o caminando con una bomba de tiempo en nuestro
bolso.
La paz no es la ausencia de guerra, es el logro de
sociedades justas y dispuestas a creer en el destino pacifista de la humanidad.
Como afirma José Saramago:
“Sin paz, sin
una paz auténtica, justa y respetuosa, no habrá derechos humanos. Y sin
derechos humanos -todos ellos, uno por uno- la democracia nunca será más que un
sarcasmo, una ofensa a la razón, una tomadura de pelo. Los que estamos aquí
somos una parte de la nueva potencia mundial. Asumimos nuestras
responsabilidades. Vamos a luchar con el corazón y el cerebro, con la voluntad
y la ilusión. Sabemos que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo
peor. Ellos (no necesito ahora decir sus nombres) han elegido lo peor. Nosotros
hemos elegido lo mejor.”
El mundo hay que cambiarlo y es posible que la única
manera de hacerlo tenga que ver con el cambio radical del pensamiento que lo ha orientado o lo ha construido
de esa manera. Aquel pensamiento que condujo a hacer de cada sociedad un estado
armado y de cada ciudadano un soldado en potencia. Ese pensamiento que, todavía
hoy, empuja con desafuero la idea de que es mejor ser soldado y siervo y que fomenta
la desigualdad como fuente de la vida en común.
Oponerse al dominio de una visión del hombre como
defensor de un estado bélico, es decir como militar, es más sensato que esperar
a que ese mismo estado libere al hombre de esa esclavitud. La objeción de
conciencia es un derecho individuad inalienable. Negarse a pagar impuestos para
las armas es una obligación moral que todos los ciudadanos del mundo deberían
asumir como compromiso radical. Los jóvenes y los niños deben tener la
posibilidad de negarse a ser utilizados por ejércitos legales o ilegales.
La lucha contra la idea de lo
militar como fuente de todo orden es la más humana de las luchas. La idea de
las armas como el argumento último de toda convivencia pacífica es, aun hoy, el
rezago más salvaje de lo que somos. La guerra es siempre promovida por
intereses económicos que prevalecen en el fondo de todos los ejércitos.
Decir no a la guerra es oponerse a la idea de un mundo
militarizado, esclavizado por las armas y amenazado de forma permanente,
encadenado por la idea bélica de que en algún momento se desatará una guerra
mundial y que sólo la fuerza de nuestras armas nos liberará.
Nunca existió Irak como potencia nuclear que amenazaba
la estabilidad del planeta. Las razones de bombardear el Líbano son las mismas
que para invadir Irak. Las mismas que se utilizaron para Vietnam, las que se
utilizarán para Corea. Las que se tienen dispuestas para Irán. Una guerra
desenfrenada contra los civiles y escudada en una mentira de amenaza contra la
democracia. Una farsa dramática en la que sólo mueren inocentes.
No me quiero escabullir en el laberinto de las palabras
para expresar la más rotunda condena contra el más grande de los ejércitos, que
cuenta con la máquina más poderosa de muerte jamás inventada. Tampoco quisiera
navegar por el mar de las ambigüedades y no dejar claro que es un imperio va en
total contravía de un pensamiento pacifista, pero tampoco, quisiera pasar por
alto que ese mismo poder único se sustenta en la condescendencia de los otros
estados poderosos de la tierra.
¿Pero cuál es el ejército contra el que se quieren
defender los países del norte? ¿Hasta dónde quieren llevar su carrera
armamentista y su esquizofrenia bélica? ¿No es suficiente toda la capacidad de
destrucción instalada para garantizar su propia seguridad? ¿Es que acaso esa
carrera se justifica en la mutua desconfianza entre ellos mismos, los países
del norte?
El pensamiento militar no puede seguir siendo la
fuente de la vida. Este pensamiento es la madre de las violencias. Es una
paradoja vendida en los medios con todo éxito. Metido en las escuelas al resaltar, por encima de todo, a
aquellos llamados héroes, que en general han dejado una estela de sangre para
llegar a sus cimas. Ese pensamiento militar que se ha metido en las casas con
la tele invasión y que ha creado una idea de violencia legitima que nos abruma
día a día. Que nos asfixia y nos convoca a la aceptación de la violencia y la
muerte como un recurso para la solución de nuestros conflictos o la defensa de
nuestras ideas.
Desmilitarizar la vida, es
urgente quitarle a ella el camuflaje que le pusieron los defensores acérrimos
de intereses obscuros. Amputar de las mentes la idea de que un arma es la
última o primera de las salidas. Abolir todas las penas de muerte, desde las
que se producen por la indiferencia de los países ricos que condena a millones
de seres a morir de hambre hasta aquellas mentes que piensan que matando al que
mata acaba con el crimen. O que asesinar puede llegar a crear justicia.
Podrá pensarse que ir en contra de la guerra de forma pacifista
es una herejía militar y lo es. Escapar al dominio del pensamiento militar es sólo
posible para los herejes de ese dominio. Para todos aquellos que pensamos que
la lucha por sobrevivir no es una lucha a muerte, que no tiene sentido condenar
a muerte a millares, millones de seres humanos por la sola idea de que las
armas les van a dar la libertad. Sólo un estado desmilitarizado será un estado
que de garantías ciertas de libertad.
Las guerras de invasión que inundan el mundo de estos
comienzos de milenio son la prueba una vez más de que la institución que domina
al mundo es el ejército y su exponencial crecimiento del presupuesto
armamentista.
El estado nunca será de derecho si, para imponer la
justicia, tiene que tener a sus ciudadanos con un arma en la espalda. Bajo la
amenaza permanente no se puede edificar un mundo justo. La justicia no se
respalda con armas. Sólo los derechos darán al ciudadano un mundo en paz.
En
febrero de 2003, la revista Time realizó una encuesta mundial. Preguntaba qué
países representaban la mayor amenaza para el mundo. 82% de encuestados
respondió que EEUU.
Estados Unidos ha sido el mayor
suministrador de armas en 1998-2002, con el 41% de las entregas totales.
Rusia, en segundo lugar, sumó el 22% de las transferencias totales de armas.
SIPRI
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