jueves, 25 de junio de 2015

QUE LOS QUE MATAN SE MUERAN DE MIEDO [1] Esta vez en Siria


Mucho más dramático que la carrera armamentista que no es detenida por aquellos con poder para hacerlo,  está la falta de sensibilidad de los países más poderosos, sobre el hambre en el planeta. Ellos, que invierten centenares de miles de millones de dólares en armas, son los  mismos que venden armas  a los países con hambre para defenderse de unos enemigos que muchas veces no existen.

La estrategia de guerra permanente, lo de Siria no es nuevo,  o de guerra a punto de iniciarse, crea el ambiente de inseguridad planetaria, que es usada por los productores de armas para mantener ese mercado, legal e ilegal de altísima rentabilidad. La venta de armas es un gran negocio y de él se lucran las democracias más sólidas del mundo. Esto más que una paradoja es una tragedia mundial.

Hay cinismo y crueldad en los líderes de esas democracias desarrolladas. La idea de impulsar parte del desarrollo con la industria militar no deja de ser una fatal decisión. La militarización del planeta esta en marcha. Una marcha fúnebre vendida como seguridad y una mentira agazapada en las entrañas de la democracia.

Un Submarino tipo Tridente puede llegar a costar  1,600 millones de dólares y un
Misil tipo Crucero o Pershing II 7’000,000 de dólares, dinero suficiente  para rescatar de la miseria un cordón suburbano  o barrio pobre  de cualquier ciudad latinoamericana.


Cada año se gasta en el mundo cerca de un billón de dólares (un millón de millones) en armamentos, tanto convencionales como nucleares. La cifra mundial de gastos bélicos aumenta aproximadamente en 3% cada año.

El año 2002 aumentó en un 6% en términos reales, hasta los actuales 794.000 millones de dólares. Los países que más gastan -Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Francia y China- suman el 62% del gasto total mundial. Casi tres cuartos del incremento del 2002 vinieron de Estados Unidos, que aumentó el gasto militar en un 10% en respuesta a los atentados del 11 de septiembre del 2001. Los Estados Unidos contabilizan ahora el 43% del gasto militar mundial. SIPRI





   

      
1 Submarino nuclear, 2,400 millones de dólares
=
Comida durante un mes para 53
millones de niños


Hay cerca de 250 millones de niños esclavos entre 5 y 14 años.  No puede ser legal que las tres personas más ricas del mundo posean una fortuna superior al producto interno bruto de los 48 países más pobres y que la mitad de la población mundial viva con menos de un dólar al día. Que sólo con lo que gastan los ciudadanos del norte en perfumes, 13 mil millones de dólares, se pueda solucionar el problema sanitario de la población en la miseria. No puede ser  legal que 30 millones de personas mueran de hambre al año, en este planeta de la abundancia. Pues bien,  es legal dirán algunos, sí, pero absolutamente injusto y si la ley está basada en este tipo de obscenidades es urgente cambiarla.

Mucho más que el imperio de la ley  vendido como lo políticamente correcto nos urge imaginar sociedades justas con gobiernos legítimos. Quizás un imperio de la justicia que garantice que la ley no viole los principios más elementales de lo que es justo. Una ley nacida en el seno de instituciones ilegitimas es una  comedia, de la misma manera que una democracia sin justicia es un sin sentido: como un ciego moviéndose al filo de la navaja, al borde del abismo o caminando con una bomba de tiempo en nuestro bolso.

La paz no es la ausencia de guerra, es el logro de sociedades justas y dispuestas a creer en el destino pacifista de la humanidad. Como afirma José Saramago:

 “Sin paz, sin una paz auténtica, justa y respetuosa, no habrá derechos humanos. Y sin derechos humanos -todos ellos, uno por uno- la democracia nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la razón, una tomadura de pelo. Los que estamos aquí somos una parte de la nueva potencia mundial. Asumimos nuestras responsabilidades. Vamos a luchar con el corazón y el cerebro, con la voluntad y la ilusión. Sabemos que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ellos (no necesito ahora decir sus nombres) han elegido lo peor. Nosotros hemos elegido lo mejor.”

El mundo hay que cambiarlo y es posible que la única manera de hacerlo tenga que ver con el cambio radical  del pensamiento que lo ha orientado o lo ha construido de esa manera. Aquel pensamiento que condujo a hacer de cada sociedad un estado armado y de cada ciudadano un soldado en potencia. Ese pensamiento que, todavía hoy, empuja con desafuero la idea de que es mejor ser soldado y siervo y que fomenta la desigualdad como fuente de la vida en común.

Oponerse al dominio de una visión del hombre como defensor de un estado bélico, es decir como militar, es más sensato que esperar a que ese mismo estado libere al hombre de esa esclavitud. La objeción de conciencia es un derecho individuad inalienable. Negarse a pagar impuestos para las armas es una obligación moral que todos los ciudadanos del mundo deberían asumir como compromiso radical. Los jóvenes y los niños deben tener la posibilidad de negarse a ser utilizados por ejércitos legales o ilegales.

La lucha contra la idea de lo militar como fuente de todo orden es la más humana de las luchas. La idea de las armas como el argumento último de toda convivencia pacífica es, aun hoy, el rezago más salvaje de lo que somos. La guerra es siempre promovida por intereses económicos que prevalecen en el fondo de todos los ejércitos.

Decir no a la guerra es oponerse a la idea de un mundo militarizado, esclavizado por las armas y amenazado de forma permanente, encadenado por la idea bélica de que en algún momento se desatará una guerra mundial y que sólo la fuerza de nuestras armas nos liberará.

Nunca existió Irak como potencia nuclear que amenazaba la estabilidad del planeta. Las razones de bombardear el Líbano son las mismas que para invadir Irak. Las mismas que se utilizaron para Vietnam, las que se utilizarán para Corea. Las que se tienen dispuestas para Irán. Una guerra desenfrenada contra los civiles y escudada en una mentira de amenaza contra la democracia. Una farsa dramática en la que sólo mueren inocentes.

No me quiero  escabullir en el laberinto de las palabras para expresar la más rotunda condena contra el más grande de los ejércitos, que cuenta con la máquina más poderosa de muerte jamás inventada. Tampoco quisiera navegar por el mar de las ambigüedades y no dejar claro que es un imperio va en total contravía de un pensamiento pacifista, pero tampoco, quisiera pasar por alto que ese mismo poder único se sustenta en la condescendencia de los otros estados poderosos de la tierra.

¿Pero cuál es el ejército contra el que se quieren defender los países del norte? ¿Hasta dónde quieren llevar su carrera armamentista y su esquizofrenia bélica? ¿No es suficiente toda la capacidad de destrucción instalada para garantizar su propia seguridad? ¿Es que acaso esa carrera se justifica en la mutua desconfianza entre ellos mismos, los países del norte?

El pensamiento militar no puede seguir siendo la fuente de la vida. Este pensamiento es la madre de las violencias. Es una paradoja vendida en los medios con todo éxito. Metido en las  escuelas al resaltar, por encima de todo, a aquellos llamados héroes, que en general han dejado una estela de sangre para llegar a sus cimas. Ese pensamiento militar que se ha metido en las casas con la tele invasión y que ha creado una idea de violencia legitima que nos abruma día a día. Que nos asfixia y nos convoca a la aceptación de la violencia y la muerte como un recurso para la solución de nuestros conflictos o la defensa de nuestras ideas.

Desmilitarizar la vida, es urgente quitarle a ella el camuflaje que le pusieron los defensores acérrimos de intereses obscuros. Amputar de las mentes la idea de que un arma es la última o primera de las salidas. Abolir todas las penas de muerte, desde las que se producen por la indiferencia de los países ricos que condena a millones de seres a morir de hambre hasta aquellas mentes que piensan que matando al que mata acaba con el crimen. O que asesinar puede llegar a crear justicia.

Podrá pensarse que ir en contra de la guerra de forma pacifista es una herejía militar y lo es. Escapar al dominio del pensamiento militar es sólo posible para los herejes de ese dominio. Para todos aquellos que pensamos que la lucha por sobrevivir no es una lucha a muerte, que no tiene sentido condenar a muerte a millares, millones de seres humanos por la sola idea de que las armas les van a dar la libertad. Sólo un estado desmilitarizado será un estado que de garantías ciertas de libertad.

Las guerras de invasión que inundan el mundo de estos comienzos de milenio son la prueba una vez más de que la institución que domina al mundo es el ejército y su exponencial crecimiento del presupuesto armamentista.

El estado nunca será de derecho si, para imponer la justicia, tiene que tener a sus ciudadanos con un arma en la espalda. Bajo la amenaza permanente no se puede edificar un mundo justo. La justicia no se respalda con armas. Sólo los derechos darán al ciudadano un mundo en paz.


En febrero de 2003, la revista Time realizó una encuesta mundial. Preguntaba qué países representaban la mayor amenaza para el mundo. 82% de encuestados respondió que EEUU.

Estados Unidos ha sido el mayor suministrador de armas en 1998-2002, con el 41% de las entregas totales. Rusia, en segundo lugar, sumó el 22% de las transferencias totales de armas. SIPRI






[1] Frase de Sabina de la canción  Noches de Boda

martes, 16 de junio de 2015

EN MEDIO DEL SILENCIO

Los medios en un globo inflado con dinero


Un fuerte halo de silencio cobija con bastante eficacia lo que han llamado la revolución de las comunicaciones. Aunque parezca paradójico, el diluvio de información poluciona y asfixia la posibilidad de una comunicación libre de la misma manera que encierra entre sus cuatro paredes un único sentido de libertad de expresión, y teje un pensamiento sumiso a los dictados del poder, del militarismo y del dinero.


No solo la libertad de prensa se ve restringida por las censuras sino que también la comunicación es prisionera de los sentidos y valores impuestos desde el pensamiento único. En esencia, me refiero a éste en su expresión más simple, existe solo una opción económica: el capitalismo, y de la mano de ella solo una opción política: la democracia liberal y por lo tanto una sola estrategia: la globalización.
Es desde esta perspectiva que se hace comprensible un mercado de la información que se estructura y rige por los más crudos intereses mercantilistas e impone criterios de rentabilidad a los medios dominado por grandes grupos económicos. Se abren espacios de comunicación comercial  con el solo propósito de informar sobre esa verdad establecida, sobre aquello que declaran como de interés común pero ese mismo es definido y estructurado técnicamente por sus protagonistas: el poder de los medios y por los medios del poder.

Las alianzas o mejor, la compra de los medios de comunicación por los grandes grupos económicos indican con bastante precisión cómo la información y su divulgación se ha convertido en uno de los negocios más rentable de la era de la globalización. En Colombia y América Latina no ha sucedido nada distinto a la pauta marcada por los países del norte: no solo se consolidan las compras por los grupos económicos de los medios masivos sino que también, los grandes imperios de la telecomunicación mundial empujan la privatización de la telefonía y logran a través de sus inversiones el manejo de la comunicación en todo su espectro: escrito, oral,  visual y lo llamado virtual. La estrategia nace de una realidad contundente: la información y los medios para su circulación son, en la "sociedad de la comunicación" el más preciado de los artículos de consumo y en este sentido solo las leyes del mercado pueden regularlo, estandarizarlo, masificarlo, banalizarlo y por supuesto controlarlo.

Es decir, se estandariza la información, todos informan de lo mismo, se banaliza, todos son medios acríticos, se masifica; el poder económico que es dueño de todos los medios  amplía por este camino no solo la cobertura sino también la publicidad de los productos de los patrocinadores que son los mismos dueños de los medios,  y se controla. Todos hacen circular las mismas ideas, principalmente aquella de que no existe otro tipo de sociedad posible por fuera de la actual: globalizada, capitalista y occidental. ¿Pero que puede significar esto?

En primer lugar, la comunicación se viene rápidamente convirtiendo en el más estratégico y lucrativo de los negocios pero también en uno de los de más difícil lectura puesto que en él colisiona de la manera más fuerte el interés común y el privado imponiendo este último sus propios intereses y sus prioridades. La información y la comunicación se fusionan en la más potente díada que irradia hacia la ciudadanía una particular  visión cultural, política y económica favorecida y potenciada por la tecnología.

En segundo lugar, la tecnología informática es utilizada en el mismo sentido. Los grandes desarrollos no son usados en beneficio de la comunidad sino que por el contrario el monopolio cierra las puertas para producir el control desde la tecnología. Es así que Internet que sería la expresión última de la fusión de lo escrito, lo visual y lo oral es regida por los mismos criterios del mercado que absorbe velozmente las pocas manifestaciones de comunicación alternativa que podrían producirse desde el uso libre de la red. Aunque existen algunos optimismos en cuanto a que, la red es ahora espacio de libertad o de democratización de la información, no se podría afirmar con certeza que esto seguirá siendo así. La razón no es otra que la veloz tendencia a ampliar el número de usuarios o consumidores de la red, el número de enredados pasara de 700 millones en el 2001 a 2895 millones para el 2015, convirtiendo a la red en el más grande mercado que jamás haya existido. Si esto es así, terminará siendo regida por la misma lógica del mercado, haciendo que perdure o sea visible lo que es rentable o aquellos que tengan capacidad tecnológica y financiera para permanecer.

Allí está entonces que la guerra en la red o el mercado virtual tendrá las mismas características que el mercado globalizado: dominio de lo financiero especulativo, grandes fusiones de las empresas virtuales, orientación desde los países del norte del sentido de la comunicación global y sobre todo la velocidad como valor exacerbado de lo que debe ser la vida humana, siendo esta el valor supremo en la red y ella depende en gran medida de los avances tecnológicos que están en manos de los monopolios informáticos del software y del hardware. Estos datos muestran que estamos entrando no solo en una revolución más intensa y amplia que la revolución industrial, sino quizás estamos en los primeros pasos para una monstruosa mutación cultural que apenas deja ver la punta de la nariz.

Si la televisión era el medio que imponía las pautas, la red, su velocidad e  interconectividad y la interactividad empiezan su dominio imperante. Ya todos los medios están en la red y así la red será el mass media de los medios.

En tercer lugar, la velocidad con que se presentan los hechos esconde tras de sí una realidad artificial que parece ser tan cierta que produce la sensación de verdad, de incuestionabilidad, de irreversibilidad. La posibilidad de conocer lo que sucede ha sido desplazada por la urgencia de las transmisiones, por la velocidad en que se llega al sitio de la noticia y por la superficialidad que exige el costo de los espacios. 

Todo aquello que puede ser de interés público es fragmentado a favor de los que pautan la publicidad. Es a través de esta que se dictan las pautas para la organización misma de la estructura de los noticieros televisivos, de los diarios, de las revistas y de programas radiales. Se podría afirmar que la estructura se unifica y por este camino el sentido mismo de la comunicación: los titulares, los flashes informativos, las interrupciones, los minutos de final feliz parecen ser libretos escritos por las telenovelistas más sagaces que desde lo más cínica de las banalizaciones venden la tragedia como algo que ya sucedió. Detrás de la noticia cobran cada vez mayor importancia y salario los estrategas de ventas por encima de los periodistas-comunicadores, especie que tiende a desaparecer en la dinámica del mercado.

En cuarto lugar y como síntoma generalizado abruma por su contundencia un sentido espectacular de lo que interesa: la realidad no es un espectáculo pero la estrategia para  venderla en los medios es clara: volver un espectáculo desde la intimidad hasta la muerte. La información como objeto de consumo se caracteriza por su poder de seducción y este encuentra su raíz más potente en la transformación de ella en espectáculo. Desde la vida íntima hasta el asesinato, pasando por la corrupción del poder, o las carreras electorales encuentran en los estrategas de la comunicación el lenguaje preciso para hacer la mutación que el mercado, la competencia exige: las luces  que encandilan, las cámaras que captan la superficie y la acción de los reporteros como vendedores de realidades efímeras. Luces, cámara y acción animadas por un director oculto en lo más secreto de los medios, con un guión escrito con las premisas impuestas por el lenguaje  publicitario. Una acción que tiene un propósito revolucionario es convertida en espectáculo: la toma de la embajada de la republica dominicana  en Bogotá parece haber cumplido el ciclo completo. Fue noticia, ya es película, ya es ficción, ya es espectáculo. La acción represiva y de corte fascista de Fujimori en la toma de la embajada japonesa se descarga de su real sentido y transforma al villano en héroe, después los mismos medios convierten con el propósito de vender a su  mismo héroe en el villano que necesitaban para seguir vendiendo. El recorrido lento de las cámaras sobre la escena de los muertos y las ruinas de las bombas del narcotráfico convertía en terroristas a aquellos que las mismas cámaras habían convertido en héroes de la riqueza. Los apelativos utilizados para los capos de la mafia fueron saliendo poco a poco de las pantallas y de las leyendas: el padrino, el robin hood, el hombre que ascendió de la nada. Todo parece cumplir el ciclo, pero no solo de la mano de los medios, también las editoriales acechan la venta masiva de la tragedia y los productores de cine van detrás olfateando guiones que puedan ser rentables bajo los mismos criterios. No quiero poner en duda la calidad literaria de algunas novelas o películas que nacen de la tragedia de Medellín, pero el destino final, o fatal es el mismo: vender.

Por lo demás es evidente que la tragedia es entendida como noticia solo en el instante que sucede, cuando es espectáculo,  y deja de serlo rápidamente al convertir como urgente solo lo que puede ser visto en el instante. Lo que sucede después de las tragedias, masacres, terremotos, accidentes, inundaciones deja de ser importante por el sentido mismo que se le da a la comunicación: se trata de transmitir lo inmediato no importa que la sociedad este incomunicada.

En el caso de la televisión, medio todavía reinante, perdido el sentido analítico, la transmisión en directo de lo trágico, de lo violento, de lo obsceno se convierte en la esencia de lo informado. La carrera veloz por llegar al sitio en el momento exacto vuelve al periodista un tecnócrata de la información desprovisto de imaginación y de reflexión crítica sobre lo que acontece. Sigue con fe ciega el dictado de una imagen vale más que mil  palabras y su pobre discurso se diluye entre la fuerza de la imagen. El periodista del medio televisivo ya no es un comunicador es un informante de lo que el rating dicta como comercial, es decir, aquello que sorprende, que golpea como flash la mirada del ciudadano convertido en televidente, actor pasivo de lo que acontece en sus propias narices.

El truco de apariencia compleja es simple: velocidad en la transmisión,  puntualidad en el horario, efimeridad en la noticia, contundencia de imágenes, publicidad manipuladora y como resultado un inmensa manipulación  de la muerte, la guerra y la tragedia humana  a favor de la publicidad de los productos. La televisión como medio dominante impone ritmos y sentidos a los demás medios. Es la reina del ajedrez que tiene la libertad de ocupar todos los espacios y moverse en todas las direcciones. Reina que manipula la imagen de la mujer y la reduce a piernas, tetas y culos que amortiguan el impacto de la muerte desde una frivolidad que raya en lo porno. El televidente percibe en medio de la velocidad mentada las hermosas piernas de una mujer que vende en la cúspide de la transmisión de un noticiero la idea de encontrarnos en un mundo feliz, artificialmente feliz. No es lo virtual lo que domina como argumentarían muchos, es lo superficial, lo banal que ya ocupo como la publicidad toda la comunicación. Valga la aclaración que no es un ataque frontal a la belleza femenina o masculina sino a la utilización de esta como marca registrada.

Alguien afirmaba con precisión que los medios y especialmente la televisión, son medios de venta. Potentes máquinas de comercialización que reducen al ciudadano a consumidor. En Colombia los medios de venta en manos del monopolio cumplen con eficacia su papel. ¿Pero qué es lo que están vendiendo? En primer lugar y como fuente de todo la idea de que la solución a los problemas sociales y económicos que padece el país es el mercado, que este se autorregula y que por lo tanto cualquier intervención del estado o resistencia de la sociedad va en contravía de una lógica que tiene dos potentes raíces: la primera y más profunda seria aquella en donde se impone la idea de que la cámara es el lápiz que escribe la historia verdadera, los más afiebrados por este virus ya hondean la bandera del triunfo de la imagen sobre los escrito y por este sendero anuncian desde hace rato la desaparición del libro, otros los más complacientes ajustan los diarios al dominio de la imagen e intentan, inútilmente, la transformación de los diarios en el programa de televisión que debe ser leído, visto, los domingos el diario se convierte así mismo en revista, en donde es la imagen y la diagramación lo que domina.

Contraria notas para algo posterior
Casi en la época de las alquimias múltiples y cuando las magias eran el alma del conocimiento, sacaron a la venta en el mercado de las ilusiones la máquina, el aparato que convertía, como la Ninfa Eco, todo en  repetición. Su invento patentado y por lo tanto nacido con dueño, fue la caja de resonancia. El inventor de aquel artefacto no fue Mercurio, mensajero de los dioses o dios de la comunicación. Tampoco el invento nació con el Ciudadano Kane de la mano de la genialidad de Wells. Aunque casi.

El invento tiene algo de parecido a las cajas de aquellos primeros hombres de la imagen, que se paraban en el Parque de Santander y tomaban las fotos y las ilustraban  con corazones y leyendas del amor en rosa. La magia de foto agüita era la caja de resonancia perfecta, casi magnética. En ella quedamos atrapados para siempre muchos colombianos y casi todos los bogotanos. Así estamos con la prensa actual: atrapados en medio de los corazones rosas y las balas.

Como calco de ellos, de los fotógrafos del agua, los Cano crean la primera de las cajas de resonancia: El Espectador. Un poco más tarde los Santos deciden crear la caja de resonancia más grande de la historia del país, El Tiempo. Las distintas familias de las regiones no se quieren quedar atrás y surgen, el Colombiano de los Gómez, el País de los Lloreda, el Siglo de los Gómez, el Vanguardia Liberal de los Galvis; La Prensa de la casa Pastrana fracasa en medio de su generosidad verbal. Alternativa creada por los alternativos de los medios, sucumbe en medio de la propuesta social demócrata y la mala administración. La Voz que pareciera querer recuperar el sentido de la comunicación se embadurno con el paleomarxismo y quedó reducida como las demás a propaganda
Cargaron así de banderas rojas y azules la comunicación que se llamó de masas y en adelante todos fuimos informados como eso, como masa. No como ciudadanos, como  habitantes de un territorio fuimos empujados por estas empresas a ser sumisos de la información que emanaba desde el poder bicolor, con el lenguaje que ellos hablaban y que por lo general era lenguaje importado, traducido desde los ideales de una democracia liberal que fue convirtiéndose de la mano de los medios en el imaginario demo populista que orienta esa amalgama pegajosa en la que se transformó la política en Colombia.

Todos ellos, incipiente burguesía, incipiente empresariado, incipiente periodismo, incipiente tecno intelectualidad, ligados a los partidos políticos, habían sentido que el poder sin medios era un medio poder o un poder sin voz, y emprendieron la carrera de ser “la voz de todos”. La historia de los medios impresos en este país está pegada con la historia de las familias políticas que han gobernado las regiones, las ciudades y la nación o patria como esta dado en llamarla ahora. Hacer resistencia lingüística antes que una falacia es una obligación mediática.

Por eso y no por otra cosa la figura de caja de resonancia es perfecta. Ella dice lo que ha sido el manejo de la información. Ella descubre en su exacta dimensión el sentido de la realidad mediática colombiana. Cajas de resonancia de todos los poderes, por ser ellos su origen. Caja de resonancia de los partidos porque en ellos se idearon. Caja de resonancia de los poderes económicos puesto que de ellos emana la publicidad, cuyo monto en presupuesto anual es más o menos 1600 millones de dólares, inmensa torta a repartir. Y se la reparten. Entre los canales privados y las revistas de farándula, la prensa de bi –opinión y las cadenas radiales de los grupos la torta se reparte para volver al lugar de origen, a la burguesía empresarial, antes, y ahora, en medio de todas las fusiones, al sector financiero. El dinero retoma el curso de la especulación, como los medios se vuelven especulación informativa.

Pero  además, en este sentido, son caja de resonancia de las cuatro agencias internacionales que monopolizan la información. Cuatro-megacombinados en news (AP, UPI, Reuter y France Press) controlan con sus casi cuarenta millones de palabras diarias el grueso de la información noticiosa que circula por el mundo, de acuerdo con Antonio Pasquali. Éstas  concentran la emisión de noticias y son resonancia del fantasma de la frivolidad de la concepción mercantilista de la información y también resonancia de todo lo que acontece desde el final de la historia cantado por ese mago del best seller que es Fujuyama. Los medios repicaron con ardor el final de la utopía burocratizada de la URSS y desde ese instante ampliaron y expandieron la idea de que lo único posible era el mercado: Que la derecha y el centro eran lo políticamente correcto.




Esto ha traído cambios profundos en la concepción del periodismo y de los medios escritos. Cerrada la opinión al público o despojada de sentidos, el debate de lo que acontece se ha visto desplazado; solo queda la información objetiva, la verdad nacida de la información contrastada, el testimonio como pilar de lo que algunos llaman ciencias de la información y las crónicas y reportajes como estilo que delimita con supuesta precisión lo que sucede. Esto también ha traído aparejada la idea de que la calidad de un medio está en la veracidad de las fuentes, de la rapidez con la que accedes a ellas, de la velocidad con que trasmites, de la actualidad y de cómo las muestras dejando de lado cada vez más el análisis y la crítica. Los medios en Colombia son medios creadores de imaginarios ajenos a la vida misma, e incrustados en las formas de pensar de periodistas y columnistas (casi todos ubicados en lo políticamente correcto) que es lo que aceptan los propietarios de los mismos. La isla de algunas columnas criticas solo muestra la estrategia de los dueños para vender la otra ilusión que está en la base del negocio: la libertad de prensa.


viernes, 5 de junio de 2015

ALUCINACIONES DEL PODER




Desapruebo lo que toma pero defenderé hasta la muerte su derecho a tomarlo...
Voltaire citado por Thomas Szasz

El narcotraficante como el gran problema de Colombia podría ser  una mentira. Para ser más precisos, un conjunto de mentiras sustentadas más por el afán de solucionar por la vía represiva el llamado problema de la droga, o para esconder otros,  que una política coherente sobre el uso o abuso de lo que ya satanizado se denomina genéricamente de esa forma.

El fracaso de la lucha contra el narcotrafico en Colombia se puede medir en la ineficacia de todas y cada una de las medidas que se han tomado. Fumigar, reprimir, extraditar, son acciones represivas   que no acaban con lo que llaman el mal, sino que por el contrario, ha  logrado mejorar la capacidad de resiliencia de aquellos que se dedican a narcotraficar. Hemos fumigado un numero indeterminado de hectáreas, hemos establecido oleadas represivas hacia campesinos que cultivan la coca y hemos extraditado una inmensa cantidad de supuestos narcotraficantes, y el problema sigue allí. Siempre en la agenda, siempre en los medios, siempre tomado como bandera  por políticos obedientes  de todas las tendencias. siempre detrás del tema académicos que explican con exceso de voluntarismo la raíz, que ellos dicen haber encontrado, de un asunto que escapa a la racionalidad científico técnica de la misma manera que el dolor desaparece al inyectarse una buena dosis de morfina.

Si la extradición fuera  la solución es claro que es una salida muy parcial, casi que inocua por los efectos que ha tenido sobre el problema. Exportar presos sólo habla de la incapacidad de la administración de justicia nuestra o de la coptacion de esta por parte de políticos corruptos.. Es una falacia decir que fumigación, extradición y represión son la salida, cuando esto  lo hemos hecho de forma obediente durante décadas y allí esta presente el problema, robusto, fortalecido por la impotencia de las políticas que luchan contra él, y riendo a carcajadas de la torpeza de las autoridades.

 No es descubrimiento reseñar otra falacia del poder. Centrado en  un conjunto de mensajes publicitarios, el asunto de las drogas, ha terminado por convertirse en un oscuro objeto para la comprensión del ciudadano normal. La política antidrogas ha  creado tal confusión y enredado la madeja, de tal manera, que en el presente se pueden confundir cosas tan dispares como: el tráfico de drogas con la drogadicción, el uso de substancias con el abuso, los pequeños productores con los narcotraficantes, las guerrillas con los narcos, las substancias naturales con las químicas, las drogas llamadas duras con las blandas y  el adicto con el consumidor. La confusión crece cuando en lo cotidiano podemos llamar drogadicto a un ciudadano que consume marihuana y delincuente a alguien que se la vende.

Aumenta esa confusión en el plano de la vida diaria cuando podemos pedir cárcel y hasta pena de muerte para un traficante y conmiseración y tratamiento para nuestro hijo que la consume, inmensa es así mismo la confusión generada al afirmar que la coca mata sabiendo a ciencia cierta que lo que puede ser peligroso, si se abusa de ella, es la cocaína. Es penoso escuchar a muchos expertos o profesores advertir sin sonrojarse que el camino a la heroína nace con el consumo de yerba. La publicidad en contra de la marihuana, por ejemplo, muchas veces promueve sutilmente la idea de que el uso de la cannabis llevara a un abismo repleto de jeringas y asesinatos.Nada mas falso.

Un ciudadano de a pie se puede  preguntar cómo, en todo caso, es legítimo  solicitar la extradición de un narcotraficante tercermundista hacia USA  pero no la de un comerciante mayorista de los países consumidores hacia la periferia. También se podría interrogar como es mucho más delito cultivar una hectárea de amapola en Colombia o Afganistán que lavar el valor de mil hectáreas en alguno de los bancos de la cadena financiera. No deja de ser una alucinación del poder el hecho de orientar el castigo hacia los países productores y dejar como intocables aquellas mafias que al mezclarse con el poder político aquí y allí definen políticas y estrategias para una supuesta lucha que no tiene fin, por una razón:  no lo puede tener, es una error que durará muchas décadas más, quizás siglos

Está claro que sobre la base de los intereses de estado, de un solo estado, se entreteje una cruzada medieval contra los herejes que han sido localizados en el tercer mundo. Las drogas son objeto de las más inverosímiles leyendas: todas matan, lo cual es mentira, todas crean adicción, también mentira, el consumo de una conduce de forma irremediable al consumo de otra más fuerte, una mentira más y la última de las mentiras, de los que mienten por oficio: la legalización de la marihuana para uso medicinal traerá un aumento en el consumo de la yerba. Algo así como si la utilización de la morfina con fines terapéuticos hubiese aumentado el consumo del opio.

De igual forma los defensores de la legalización son objeto de la más absurda de las satanizaciones. Sobraría decir que sobre estos últimos  es mayor el repudio si proceden de los países productores. En un país europeo o aun en USA, no se podría identificar a un ciudadano  pro legalización como aliado del narcotráfico cosa que es muy fácil que suceda en países como Colombia en donde la guerra de las drogas ha sido empujada por una estrategia mediática de condena de todos aquellos que por una u otra razón preferimos el camino de la legalización al de la guerra frontal con fumigación y militarización, entre otras razones por la mas importannte: el fracaso.

La llamada guerra contra las drogas es, además de la fatal fumigación,y de la permanente extradición, una de las más amplias y decididas campañas de demonización de los países productores, su declaración de indeseables y el debilitamiento de su soberanía que se ha visto disminuida de la misma manera que un delincuente ve restringida  su libertad por la sola declaración de sospecha. 

La condena de todos los ciudadanos de los países productores se refleja en las exigencias cada vez más discriminatorias para obtener una visa y, peor aún, un permiso de trabajo en las naciones del norte. No estaría lejos de ser cierto que la condena se ha incrementado desde el llamado síndrome once de septiembre. Y esto ha sucedido en tanto país productor en el que habitan grupos calificados como terroristas y que además tienen relación con el narcotráfico. El caso colombiano ha llevado a identificar los problemas de otros países como la colombianización de Méjico o de Venezuela. El estigma hace referencia a relación de la violencia con las mafias, con el poder político o la existencia de poderosos carteles de la cocaína. Pero si el modelo colombiano de la mafia es muy cercano al de la mafia estadunidense, ¿por qué nunca lo llamamos la norteamericanización de Colombia? 

Dejemos de lado la falacia de la guerra contra las drogas y vayamos a lo más profundo del asunto que  estaría en la pregunta sobre ¿qué es lo que incita al consumo de substancias que substraen temporalmente de la realidad?

Es urgente hacer una distinción de partida: una cosa es el uso de cualquier substancia, química o natural, y otra es el abuso de esa misma. La distancia que hay entre una cosa y otra es la misma que podría encontrarse entre comer para satisfacer el hambre y comer de gula. Si se entra al asunto de las drogas, o mejor, de las sustancias psicoactivas, sin valoraciones que enturbien u opaquen el cristal con el que deben ser miradas, es muy posible que la política sobre las drogas tenga que ser  una política de educación, es decir, hacer compresible el problema para la mayoría y no de represión, es decir castigar al que las utiliza.
Sin embargo  por el sendero de la publicidad  se genera un efecto contrario: el ciudadano, en este caso el consumidor, naufraga en un océano de mentiras que pretenden educar cuando lo que producen es la confusión. Confusión que nace de la misma  idea de la guerra contra las drogas que, al centrar sus acciones en el castigo o penalización, vacía de contenido el problema real y lo enfrenta con armas o campañas publicitarias que nunca han logrado responder a la pregunta clave a la que me refería: ¿qué es lo que incita al consumo de substancias que substraen temporalmente de la realidad?


Si el individuo se abre a experiencias que suponen rupturas con la vida real, ausencias de sentido, búsquedas de caminos alternativos a lo que en principio lo agobia o rutiniza, lo haría, en todo caso, en uso de su libertad y esta, en la medida que no violente a otros, no podría ser limitada por una prohibición nacida desde una moral ajena a él o que vaya en contra de sus propios principios o deseos. Este sería el debate a promover: las substancias definidas como drogas son antes que otra cosa un asunto cultural. Que estén legalizadas o no son aspectos que se relacionan con la política, así como es tema político el hecho de que las soluciones se busquen  por el camino de la represión o por el de la educación. 

Algunos, sobre todo los prohibicionistas, encontrarían en esto una apología al abuso pero  más bien podían entenderlo como una defensa de la libertad personal, por lo demás, establecida en todas las constituciones de lo que llaman mundo civilizado, sin la cual sería difícil establecer los límites en los cuales los poderes pueden o no inmiscuirse en las decisiones que afectan al individuo.Es paradójico que, en el pais que ha declarado la guerra contra las drogas, la compra de armas y su uso sea legal. Y bien, todos sabemos que es mas letal un balaso en la cabeza que un golpe de cocaína. El que usa las armas y las compra, tiene dos opciones, o las dispara contra el mismo o las dispara contra los demas.El mercado de armas ha crecido en USA asi tambien el de drogas.


La historia de las substancias muestran que han sido transportadas de los lugares más insólitos hacia las metrópolis con fines, por supuesto, comerciales pero diría que el interés por el consumo hunde sus raíces más profundas en lo que anotaba con anterioridad: interés de ampliar las fronteras de la percepción pero también lucha tenaz contra la rutinizacion impuesta por la vida laboral, estudiantil, o por la destrucción y minimización de lo humano en las guerras. No es casual que los ejércitos hayan sido usuarios continuos de drogas para sacar adelante la tragedia de matar o la espera de ser asesinado.

Es imposible desconocer la relación entre uso de estas  substancias y cultura. Están prendidas con el cordón umbilical de las tradiciones, no necesariamente milenarias y se podría decir que son alimento de los imaginarios de los pueblos que las usan.  Su presencia ha sido permanente y es tan imposible imaginar sociedades o culturas sin substancias psicoactivas  como sociedades o comunidades sin dioses. 

En las mismas circunstancias se podrían encontrar  aquellos cuya tradición no solo acepta el uso de substancias alucinógenas o embriagantes, muchísimas culturas no occidentales,  sino también,  aquellos que en el campo de lo que se denomina genéricamente como cultura occidental han asumido otras opciones p.e el alcohol, como medios para ausentarse o los barbitúricos para encontrar fuentes o salidas a sus propias tragedias 

Pero de igual manera que, algunas substancias, en ciertas  culturas están ligadas a ritos religiosos, en el caso de las culturas occidentales las substancias legales (Tabaco o Alcohol) e ilegales (éxtasis o cocaína) construyen sus propios ritos o ritualizaciones no menos religiosos que aquellos.

Muchos grupos o tribus urbanas, en el uso  de tales substancias, edifican solidos lazos de complicidad que los identifica. En algunos casos, no en todos, estos grupos llegan a lo delincuencial y en otros casos  son solo comparsas de un carnaval financiado por el capital. Son, no únicamente parte de la tragedia, sino también de la fiesta.

Convertidos en inmensos negocios, elcohol, barbitúricos y tabaco son producidos bajo marcas registradas que no pocas veces son multinacionales que crean y amplían la necesidad de su consumo a través de los medios, principalmente la televisión, un espacio mágico de la publicidad para  el control y la inducción a ese mundo feliz del consumo. Sobra decir que  los propietarios de los medios son en muchos casos los mismos de las mismas multinacionales que producen las drogas permitidas. Alcohol, tabaco, barbitúricos y publicidad. 

Pero ¿que puede haber detrás de la guerra al tabaco o al alcohol? ¿De qué manera la guerra contra las drogas introduce en el mundo del alcohol y del tabaco dosis duras de discriminación, de hipocresía y represión? ¿De qué manera las campañas contra el tabaco, promocionado hasta hace poco en todos los medios, son parte de la doble moral del poder? ¿En qué sentido, el poder empuja las campañas contra sus drogas preferidas con el propósito de no enturbiar su lucha contra las llamadas drogas duras? 

Todas las campañas hacen parte de una estrategia integral que reduce al individuo  y plantea un paraíso inmaculado, en donde somos libres, en la medida en que seamos sanos, sin vicios, sin cosas porqué sonrojarnos. En el trasfondo o en los  entretelones de todo, está una fuerte corriente del higienismo que castiga por igual al que consume tabaco, acude a la prostitución, es homosexual o desea alimentarse como se le da la gana. Si cualquier ciudadano se detiene y mira pausadamente lo que sucede con el tabaco, sólo la torpeza le impedirá preguntarse, porque el tabaco circula legalmente si produce muchísimas más muertes que la cocaína o la marihuana. ¿No es posible pensar en que  la  etiqueta de advertencia sobre las cajetillas del tabaco podrían ser un reflejo contundente de la doble moral que desde la ley dice: mátese pero es un asunto suyo? ¿Por qué en este caso sí el consumidor se puede matar  y en otros no?

No estoy en contra del tabaco de la misma manera que no estoy en contra de aquellos que lo consumen. Pero entonces, ¿por qué uno puede elegir morir de cáncer producto de una sobredosis de tabaco  pero no de un paro cardiaco producto de una sobredosis de cocaína?

¿En qué medida los miles de muertos producidos en las euforias alcohólicas, en las lagunas etílicas, son más humanos que aquellos que se producen por el camino de las alucinaciones o el éxtasis? No puede existir algo más claro que la manipulación que el poder está haciendo con las drogas para legitimar  una ofensiva hipócrita. La guerra de las drogas es, además, la guerra perfecta: no hay muertos en el ejército que ataca, es el uso legal de la guerra química, se hace para salvar la humanidad, es una misión humanitaria etc.
 
 Por otro lado, es evidente que substancias como el cannabis son ya parte de esa cultura moderna y que el dilema de su legalización seria solo cuestión de pocos años. Visto en el tiempo el problema que hace solo 30 años era de traficantes tercermundistas ha sido desplazado y la producción y consumo de la yerba se hace en medio de márgenes amplios  de permisividad en los países del norte, especialmente USA, en donde los 40 o 50 millones de consumidores ( esporádicos o no) se autoabastecen y aplicando técnicas más depuradas logran productos de mayor calidad, es decir más eficaces para el objetivo, situarse, aunque sea por instantes, en un contexto distinto, por fuera del consumo inducido por la publicidad. No es aventurado afirmar que con lo que se denomina drogas duras pueda suceder lo mismo. El tiempo lo dirá.