Guillermo Solarte Lindo
El sueño de la
democracia produce monstruos. Ella, hija de la razón moderna, no es otra cosa
que una ilusión en manos de los menos decentes de la vida pública: los políticos.
Casi todos locuaces esperpentos de la inteligencia que se mueven sagaces entre
los ciudadanos buscando votos, haciendo promesas y perpetuando el statu quo que
los beneficia. La diferencia entre unos y otros es muy poca o no existe. Aman
el poder y esa es la única de sus razones para existir. Viven para él, sueñan
con él y cuando no lo tienen o lo pierden están dispuestos a todo para tenerlo
o recuperarlo. Se balancean entre una derecha mediocre y una izquierda
anacrónica.
Los políticos de la
ciudad buscan asiduamente el consenso entre ellos, entre sus
facciones, y lo hacen con la esperanza de que al lograrlo, eliminan la posibilidad de que haya diferencias. Es
sutil: si todos dicen lo mismo, la competencia se reduce a capacidad para
comprar o negociar los votos. El voto adquiere así su carácter de mercancía. Y
si todos lo pueden comprar pues todos lo pueden vender. El mercadeo de voto va
desde un precio mínimo, transporte y comida hasta el puesto de trabajo o la
promesa de un contrato. Muchas veces en conversaciones con algunos políticos su
cinismo sobre este asunto es dramático: ¡así
es en todas partes! es la respuesta. La ética que puede ser entendida con
el escenario ideal en donde deberían moverse ha sido abandonada y la doble
moral reina en medio de la total mediocridad. La unidad que buscan la hacen
desde esa doble moral.




Varias razones y de distintos matices y colores son parte de
ese escenario de lo mediocre:
Uno: Los políticos
de siempre han logrado que solo vote la gente que vota por ellos. La abstención
llega a la mitad del potencial electoral y con apenas el 25 % o 30 % de ese
potencial un político de la casta asume el poder. Gobierna sin la gran mayoría.
Es decir, gobierna para la minoría, para su partido o para su alianza, es lo
mismo y lucha para que eso sea exitoso. Así garantiza que se reproduzca la
mentira.
Dos: La ciudad, o
su desarrollo no es el propósito del gobierno. La pérdida de visión colectiva
de ciudad transforma la política en una acción del político de turno. Sino no
existe una visión compartida, esa visión, necesaria para gobernar, se
transforma en la visión del ganador, que no es lo mismo, por más que el político
de turno intente hacerla pasar por la visión colectiva. Otra mentira que al
legitimarse en las elecciones se convierte en uno de los ejes del mal de la
ciudad.
Tres: Los políticos
que emergen como opciones son los mismos y su estrategia es igual a los que
dominan el escenario político de la ciudad. La derecha, o lo que llaman la
derecha, y la izquierda, o lo que llaman la izquierda, se camuflan en un nuevo
mar de siglas y avales que esconden gran parte de la fragilidad democrática.
Liberales, conservadores y la izquierda se esconden en empresas electorales
como Partido Liberal, Partido Conservador, Cambio Radical, Centro Democrático, Partido
Verde o Polo Democrático.
Cuatro: Los espacios
políticos son dominados por los mismos de siempre que, en esencia, podrían ser
definidos por la tonada de la canción de marras son: brutos, ciegos y
sordomudos. Todos están de acuerdo en que hay que erradicar la pobreza,
disminuir el desempleo, mejorar la calidad de la educación, cuidar el medio
ambiente, garantizar la seguridad, luchar contra la corrupción y todos y cada
uno, cuando han estado en su momento en
el poder no han hecho nada.
Cinco: Las
elecciones las han convertido en una competencia en donde el que más dinero
invierte más posibilidades tendrá de ganar. Más posibilidades de comprar votos,
más capacidad de engaño, mas acceso a los medios de comunicación, más visitas a
los barrios para engañar a nuevo electores o para mantener engañados a los que
ya votaron por ellos. Su estrategia está clara: ediles, concejales,
representantes, senadores hacen parte de la cadena de reproducción de la
mentira. Son la red que sustenta y reproduce la mentira y por lo tanto la mediocridad
y la corrupción.
Seis: Los políticos
de la casta asumen la polarización como una estrategia. Entre más polarizados
estén los que votan, mayor será la posibilidad de que sigan votando por ellos.
El debate político se restringe a la acusación o defensa de asuntos banales,
frívolos que no tiene nada que ver con la realidad del desastre que conduce a la
ciudad a su estancamiento total. Es decir a la aceptación colectiva de que la
ciudad no tiene futuro.

PD. La ciudad
necesita de urgencia una mutación política que haga posible el tránsito hacia
una ciudad democrática, en donde, las ideas de todos, sean la base fundamental
sobre la que se construya el futuro. Es necesaria una movilización cultural que
transforme la mentalidad de la ciudadanía y logre sobre ponerse de forma
inteligente a la trampa tejida con sagacidad por aquellos que han creado un
escenario político sub desarrollado, anti democrático, cerrado y decadente.
Bellas imágenes, excelente blog
ResponderBorrartodas las ciudades son ajenas y caoticas, y con los mismos problemas. en las aldeas o ciudades intermedias esta afincado un micropoder ecnonomico. popayan no ha llegado al capitalismo. alli hay una casta de apellidos intocables q se turnan el poder hace 200 anios. que unido a un sentimiento catolico fuerte es un coctel ideal para que se reproduzca esta plaga de politiqueros, devoradores de almas inocentes.
ResponderBorrarpedro comparto tu comentario. Gracias
Borrartodas las ciudades son ajenas y caoticas, y con los mismos problemas. en las aldeas o ciudades intermedias esta afincado un micropoder ecnonomico. popayan no ha llegado al capitalismo. alli hay una casta de apellidos intocables q se turnan el poder hace 200 anios. que unido a un sentimiento catolico fuerte es un coctel ideal para que se reproduzca esta plaga de politiqueros, devoradores de almas inocentes.
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