sábado, 30 de julio de 2016

¿Otro izquierda es posible?

Nota introductoria

Leo con atención este texto publicado hace un tiempo largo y encuentro referentes precisos a lo que estoy pensando hoy, desde y sobre  la política. Una advertencia al lector paciente: todo proceso político está ligado de forma indisoluble al miedo y al papel que este juega en la comunicación política. El miedo se ha ido convirtiendo poco a poco en dispositivo de control que tienen todas las elites sobre sus correligionarios, militantes, o seguidores ciegos. No creo que en esto existan las diferencias tradicionales que hacen parte del juego del poder ( izquierda-centro-derecha) todos por igual incorporan, en su discurso, algún miedo que pueda tener rentabilidad electoral.

Todos están inmersos en la promoción de una especie de pánico moral en donde, la beligerancia de todos opaca la seriedad de lo que de forma repetida bautizan y rebautizan, desde hace años, como cruzada contra la corrupción o lucha contra la corrupción, de igual manera todos alzan un coro moralista que busca votantes en ese mar inmenso de la abstención y  de la votación con miedo. 

Todos juegan al estigma como mecanismo de exclusión de los demás, y todos también alzan voces que, en coro, hacen pensar en las iglesias y la promoción de  otro de los miedos mas antiguos y siempre presente, miedo cósmico, que esta en la base de todos los miedos; miedo a Dios  que convirtieron en miedo oficial, diría Bauman, a perder lo poco que han logrado como amplia clase media. La izquierda nuestra   como la derecha han convertido el miedo en ideología que hace que la ciudadanía se pierda de nuevo en aquel drama de la democracia: votar en contra de alguien.
Bueno, escribo sobre  la política desde la izquierda. Sobre principios que están en la base de ese pensamiento pero que, al despojarme de las banderas, me permiten cierta libertad de expresión. Republico esta entrada al blog después de una marcha que mostró una rara paradoja: se puede marchar sin miedo aunque este sea el que empuja todas las marchas.
Otra izquierda es posible

Alguien me podrá acusar de escribir un Panfleto contra el Polo o contra la izquierda, parodiando, con la acusación,  el título de aquel Panfleto contra el Todo de Fernando Savater, un escritor evolucionado hacia lo políticamente correcto. Pero  diría  que no, que no puedo ser tan pretensioso ni tan ingenuo. Que la acusación carece de imaginación.

La tentación de escribir sobre la izquierda siempre surge cuando se piensa que, en momentos estratégicos del país, alguien debe decir algo de las opciones políticas no tradicionales y lo debe decir desde fuera de los partidos.

Este texto puede tener visos de sermón pero es inevitable en una sociedad política plagada de religiosidad. Santos y santones de todos los pelambres,  edificando su altar, es la imagen que persigue a cualquiera que pretenda escribir sobre política. Todos están en el altar y créanme, hay que bajarlos de allí y soplarles al oído lo tanto que están equivocados y tambien decirles como desmontar la fabrica de mentiras que construyeron voto a voto.

Los viejos sobre valoran las canas y los jóvenes hacen los mismo con el ímpetu. El valor de las canas como capital cultural y político reduce la imaginación a una razón desmesurada, conciliada  y paradójicamente, enclenque. Los políticos como los futbolistas y los toreros deberían retirarse antes de los 40 me decía una joven amiga cansada de las canas y repleta de ganas.

Pero en medio de los comentarios eclesiásticos que pueden derivarse desde unos grupos supuestamente radicales, les digo, tanto a viejos como a jóvenes, con algo de irreverencia que este panfleto ladra pero no muerde. Así que tranquilos. Su status no corre peligro. Su ansiada estabilidad seguirá incólume y como diría un amigo español: lo mío es tejer no hacer jerséis.

Ni ser elegidos ni ser nombrados

Otro izquierda  es posible pero en la medida que otra política sea posible. Otro lenguaje sea posible. Otra comunicación sea posible. Y claro, siempre y cuando aquellos que tienen pretensiones de poder dejen de lado su interés exclusivamente particular y entren de lleno y sin ignorancias en la creación de un escenario distinto.Sin miedos paridos por la politica de la representacion.

Todos sabemos que los dominios establecidos por la tradición política colombiana son fuertes: hipocresía, individualismo, transfuguismo, clientelismo, narco politismo, armamentismo, electoralismo, guerrillerismo y la idea de que cada político es un partido, un pensamiento o una solución particular. También que cada uno parece llevar un mesías escondido que arrulla en las noches y saca a pasear durante el día buscando de forma intensa que sea mediatizado, publicado, promovido como el Único.

Esto último  ha producido no solo el debilitamiento de Partidos sino también favoreció el mercado de votos, tanto el legal como el ilegal. El ismo dominante, todos hombres, (lopizmo,  samperismo, el pastranismo, el  llerismo, el galanismo y el gaitanismo) ha ido incorporándose a la izquierda de la mano del luchismo, petrismo, que huyeron despavoridos cuando apareció otro ismo, el  robledismo que los abraza a todos de la misma manera que un hincha del santa fe lo hace con uno de millonarios,  estos últimos son el bastión de una dinámica que tiende a asemejar la experiencia del Polo o de la izquierda a la historia de los partidos políticos colombianos. Ni Marx ni menos.

Escapar al dominio del gen egoísta parece ser el gran desafío de una organización política que piense desde el anti autoritarismo y labore por la libertad y la igualdad. Un gen que promueve imágenes y no hechos. Que irradia de ficción la política y la convierte en templo de inmensos egos, casi todos opacados por su propia ambición. El momento actual es de cambio, pero no solo de cambio de sonrisas, no es suficiente la palmadita y la admiración.

Pero ¿cómo dejar que  la política de la cúpula, de la elite  transite hacia la imaginación creadora y escape a las fórmulas de lo políticamente correcto? Para eso y con la razón en las manos y la imaginación en el espíritu se tendría que romper la tradición conservadora que nace en las entrañas de la derecha recalcitrante y la izquierda autoritaria. Nada fácil.

La izquierda como organización es un pilar del conservadurismo que protege a unos líderes de hielo, o mejor, congelados y diluye en la locuacidad izquierdosa cualquier opción de revolución interna. El inmovilismo de la elite polista y de izquierda parece aferrase con las mismas manos al poder que quienes se aferran en los otros partidos: iconizacion mediática, lo que supone manejar cierto poder al interior del partido o del movimiento; vocería individual derivada de lo anterior y un decidido centrismo que los impermeabiliza contra el mercado electoral, además, en algunos se ve claramente,  un ingenuo y anticuado izquierdismo que ¡vaya paradoja!  les garantiza su pequeño fortín electoral, o lo que podría entenderse como la réplica desde la llamada izquierda, de la operación avispa, cordón umbilical del clientelismo y la corruptela.

 La izquierda no será izquierda mientras actúe exactamente como la derecha montada en el afán electoral de las representaciones insulsas. Son estructuras dominadas por un lenguaje arcaico incapaz de comunicar un mínimo deseo de cambio. Ha transitado hasta convertirse en casta, como dirían los españoles de podemos, casta que se reproduce con la mismas triquiñuelas del poder tradicional. Yo te elijo tu me votas yo te pongo tu me cubres tu me tapas yo no te dejo caer

Esa estructura solidificada de líderes inamovibles está sustentada de manera inteligente en el mismo modelo democrático del régimen y de los partidos criticados: el dios del demos, que no es otra cosa que el  voto y su templo, es decir   la representación, ocupan el altar erigido en el Polo y petrismo a lo políticamente correcto. Se elige sobre la ficción de que el elegido representa la mayoría. Una estructura sustentada en el voto que reduce, como diría Ibáñez, la representación a "los que mandan representan a los mandados".

El elegido sea el presidente del partido, su secretario o el candidato de turno asume el poder incuestionable que le otorga la minoría que está en el poder.  Se pretende reducir como sucede en el nivel del estado el poder al uno: un presidente de partido, un secretario, un candidato. Se cierra la estructura para no perder el poder y se hace así,  sobre el consabido argumento de que Uno representa la unidad y la diversidad.
Una falacia que condena al Polo y al petrismo a ser sinónimo de partido tradicional. Sin imaginación, sin participación real y un poco más preocupante: sin poder. O con el poco poder que se deriva de sus representantes en el corillo corrupto del congreso. Ese poder de los representantes se consolida en el poder de los pocos votos que obtienen aquellos que llegan allí, casi siempre con la aspiración presidencial debajo del brazo.

Ni ser elegidos ni ser nombrados seria el lema de los polistas de a pie contra los polistas de a caballo para que aquellos que ya montaron bunker inexpugnable caigan en cuenta que su práctica política no está en consonancia con la idea de un partido político o movimiento que pretenda cambiar nada. es tan fuerte esa dinámica que la historia muestra como es mas fácil destruir lo que existe y nacer con otras siglas, otros nombres pero con las mismas taras.

 La idea de revolución o cambio mueren en las fauces que siempre castigó a la izquierda tradicional: una estructura de partido conservadora y autoritaria en sus actos y de apariencia igualitaria en su discurso. Ya no solo el poder o la autoridad nacen de un germen autoritario sino que aquellos que hacen parte de ese grupo de privilegios hacen que ese germen se perpetué a través del hermetismo intelectual y la guetizacion cada vez más cerrada de sus líderes.
No nos engañemos al pensar que el corrillo de partido es el mecanismo más trasparente para hacer la política. Expertos en tranzar en los pasillos el voto son expertos en clientelismo. En el corrillo nacen las intrigas y las componendas secretas que hacen que un movimiento estructure en silencio pero de manera eficaz la lenta caída al mar inmundo de la intriga y la clientela.  Así de claro.

Decía Benjamín que el arte de la crítica era acuñar eslóganes sin traicionar las ideas. Y aquí podemos haber caído en un caso opuesto derivado de la idea del dominio del electoralismo: se traicionan las ideas para no llegar a nada. Creamos eslóganes que venden promesas que van en contravía de lo que podría ser el país político que se desea construir. Slogans más que revolucionarios, eslóganes de queja y blasfemia ya no contra el sistema sino contra el Rey mesias elegido por los ciudadanos y elogiado por los medios. Dos cuestiones ligadas de forma inseparable.

Otros polistas arrean las banderas de la renovación para  caer en la mitificación generacional de que aquel que es joven tiene ideas revolucionarias, y sabemos que hay al interior de la organización,  jóvenes dinosaurios que transitan desde El Capital al Manifiesto y de este a la Cuestión Agraria y al Libro Rojo  como si no hubiesen pasado décadas, siglo y medio,  y claro, en esta oleada de juventud renovadora, la beligerancia verbal atrapa al ingenuo y seduce al despistado y lo conducen de forma irremediable hasta el siglo pasado y también en la paradoja del sinfín   también los hay que, al desconocer o no entender estos clásicos de la izquierda, se montan en el tren del centrismo ultraconservador que lideran desde todos los frentes los teóricos del poder.  Aquí debe caber todos, dicen con más fe de oportunistas que de esperanza revolucionaria.

Tantos equívocos que atraviesan la cotidianidad de esa opuesta, poco opuesta, arrasan con la idea de revolución: se creyó que guerrerista es sinónimo de revolucionario, y se piensa en medio de la torpeza que la guerra es revolucionaria. Si entendiéramos que lo menos revolucionario son la armas entenderíamos la sinrazón de un estado militarista. Si entendiéramos que lo menos revolucionario es la representación es posible que entendiéramos que un partido de representantes es una trampa contra cualquier idea de revolución.

La juventud es una actitud no una edad  decía un texto perdido en mi memoria. Pero el Polo naufraga en la renovación por una idea cruel: cree que No ha pasado tiempo suficiente para que aquellos que están pegados al poder partidista vayan dejándolo y disfrutando de un merecido despido.

Hacer una fiesta de despedida para quienes son algo así como los doce apóstoles. Congresistas todos que tendrán su jugosa jubilación para dedicarse a hacer algo que poco hacen: pensar y desarrollar ideas para proponer un país, no de la queja sino de la convivencia en la igualdad y la libertad. Doce candidatos a la presidencia.
No se trata de cambiar capucha por turbante como diría el grafiti de forma visionaria en una pared de la Nacional. Se trata de quitarse la capucha y avanzar, en dirección contraria pero pacifista, a la idea de un país monolítico, monolingüe, monocromático, monofónico que es donde nace el mesianismo y la derrota de la política.

Algunos líderes polistas ya perdieron el gusto por la sorpresa y repiten o petrifican los ideales eliminando de la política el encanto de lo revolucionario: paleomarxitsas vociferantes sumergidos  en la reacción contra presidencial y lejanos, distantes del todo de una renovación de actitudes, pensamiento y acciones que hablen de otra revolución, de otra política, de otro político. La subversión pacifista o el derecho a la rebelión desarmada. Sin ambigüedades. Ni Marx ni menos.

Un paleo marxismo despojado de la inteligencia e imaginación de Marx y atado a un lenguaje que, en su momento, servía de base para el cuestionamiento del sistema pero que ahora solo sirve para crear distancias entre aquellos que necesitan una verdadera revolución y aquellos que la quieren liderar.
También nos rodean algunos intelectos sumergidos en un pasado libresco que naufragan con poca inteligencia en el presente y que dicen tener el salvavidas del futuro. Coquetos náufragos del final de la historia que decía su amigo Fujiyama. Críticos de todo menos de sí mismos. Están en el corrillo, asimismo,  unos cuantos eruditos de las leyes que acaban poco a poco con izquierda, el país y con la política. Juristas encadenados al parágrafo. Portadores del alto parlante del imperio de la ley y el silencio de la justicia.

Izquierdistas cuya misión parece ser explicarnos  siempre lo que el mundo es , en una tarea antipedagógica, agobiante, que sufre aquel que se atrevió a preguntar algo y es literalmente bombardeado por el discurso seudo cientifista y de elite que es arma eficaz para producir modorra y sueño al que escucha la respuesta. Academisistas fabricadores de silencio por asfixia de la erudicción.

Estos últimos repiten hasta la saciedad los discursos de las estructuras, las revoluciones proletarias, las luchas de clase, la idea anquilosada y no renovadora de imperio, o la acusación de oligarcas o burgueses a quienes nunca lo fueron, aun habiendo querido serlo, y, sobre este uso del lenguaje barroco, sacian una especie de sed de cientifismo que les da cierta importancia en la agremiación de revolucionarios de profesión o teóricos del impulso.

Decadente gremio de la crítica replicante, peroratera y perseguidora de las ideas de cambio. Censores o censuradores de quienes hablan en otro tono y otra melodía. Seguidores algunos de la perorata del señor Le Monde, de los globalifóbicos ensartados en la tenaza de las multinacionales, del cambio climático, del calentamiento global y demás banderas de la izquierda franco española agonizante. Les pido que una renta basica y me explican el mundo, por un plato de comida me explican las dinamicas de la globalizacion.

Desde otra orilla los populistas y tecno eficaces de nuevo cuño, reducen la política a la capacidad de administrar el estado desde lo políticamente correcto, en un mar infinito de incorrecciones y corrupciones  propiciadas, precisamente, por lo políticamente correcto. ¿Me entienden?

La tensión entre lo deseable y lo posible fue ganada hace rato por aquellos que desde la izquierda, desde el gobierno local, se metieron  al laberinto político que pario el derrumbe del monstruo del este y lo hicieron de la mano menos amiga de la izquierda: la corrupción.

Pero ya sabemos que desde los noventa no sabemos qué hacer y damos tumbos buscando un bastón donde apoyarnos sin saber que el mundo ha cambiado de intérpretes y de lenguaje de interpretación.
: Ni Marx ni menos.


La izquierda es en parte la lucha de estas dos fieras glotonas que todo se lo tragan: El paleo marxismo de las vísceras, estatista y militarista y la neo derecha centrista que, todo lo que toca lo transforma en pragmática tecnocrática, que esconde la raíz del mal. También existen para fortuna algunas islas o pequeños islotes libertarios que dan o crean entusiasmos no electorales y liberan al hombre de  las estructuras. Minorías que se niegan a naufragar en el electoralismo de las elites pero que no pocas veces caen en la trampa edificada por los emancipadores de oficio, tránsfugas de la gula electoral o de la bacaneria del voto. Todos al congreso del partido: allí elegiremos a los que nos mandaran. ¿No sabemos acaso que los congresos como las asambleas son ferias y fiestas electoralistas organizadas por lo que no perderán el poder? Ni Marx ni menos.
 


 Si entendiéramos, por favor, que el siglo XIX fue de la política, el siglo XX de la economía y que el XXI es el de la ecología. Si entendieran que leer los grandes relatos políticos , ahora, debe hacerse en clave ecológica para desde allí pensar una política transparente como el agua y una economía tan limpia como las dos aguas. Si entendiéramos que la ecología no es el medio ambientalismo de la misma manera que el genero no es el feminismo. Que el proceso de incorporación de lenguajes compartidos que se irradia desde el norte con éxito abrumador, por ejemplo, genero-ambiente, no es otra cosa que la manera mas prosaica de remplazar el espíritu revolucionario por el conciliador, que en política es fatal. El lenguaje del dominio es exitoso, pero no solo porque los medios lo irradian, es mas bien porque la capacidad de critica por parte de la izquierda es baboso. Algo así como que el responsable de todo es el Tio Sam y las oligarquías

1 comentario:

  1. Otro izquierda es posible pero en la medida que otra política sea posible. Otro lenguaje sea posible. Otra comunicación sea posible. Y claro, siempre y cuando aquellos que tienen pretensiones de poder dejen de lado su interés exclusivamente particular y entren de lleno y sin ignorancias en la creación de un escenario distinto.

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